Cerrando este dossier sobre traducción latinoamericana en España, Laura Fólica discute las diferencias entre la lengua de escritura y lengua de traducción en el mercado editorial español.
En Alfaguara publicamos un libro de Rey Rosa.
Lo habían traducido del guatemalteco al español.
Me odió Rey Rosa. A lo largo del tiempo la editorial cambió.
Declaración de Juan Cruz en el Foro Edita Barcelona, 2019
¿Se traduce de un español a otro en la industria editorial hispanohablante? Pareciera ser una práctica condenada cuando incumbe a textos literarios, tal y como deja ver la declaración de Juan Cruz, exeditor de Alfaguara; pero, ¿qué pasa cuando se trata de traducciones?
En este ensayo se revisan dos dicotomías presentes en la doxa del mercado editorial del español: la primera es la oposición entre lengua literaria y lengua de traducción; la segunda, ya situados en la lengua de traducción, se da entre las variedades del español utilizadas para traducir, oponiendo la traducción editada en España a la de América Latina.
Lengua de escritura y lengua de traducción: Dos representaciones antagónicas
La oposición entre lengua de escritura literaria y lengua de traducción suele ser defendida por lxs editorxs. Una cosa es el español empleado para crear literatura y otra el que se requiere para traducir literatura. La editorial Anagrama, fundada en Barcelona en 1969, es experta en enfrentarse al problema de la variedad lingüística, ya que ha labrado buena parte de su prestigio editorial como “descubridora” de autorxs latinoamericanxs que, una vez editadxs en su colección “Narrativas hispánicas”, regresan más prestigiadxs a sus campos nacionales; valga el ejemplo de Bolaño, que funcionó durante años como “marca” de la editorial. En ese sentido, Teresa Ariño, legendaria responsable de las traducciones de Anagrama, es clara: “en los originales hay que dejar lo que el autor quiere poner, la traducción es la traducción”.
Si bien la peninsularización de escritorxs latinoamericanxs hoy es condenada, no ocurre lo mismo con lxs traductorxs. En esos casos, la lengua del traductxr se adecúa a la norma peninsular. Marc García, editor responsable de Anagrama, explica que “en un original el autor usa su variante. En la traducción, el autor original usa su variante y tú tienes que escoger a qué variantes lo vuelcas. Nosotros volcamos a la variante peninsular porque estamos radicados aquí [en Barcelona]”. Así pues, el español del escritxr sería respetado mientras que la traducción necesariamente debería adaptarse a la lengua de la editorial en cuestión. En este caso, las decisiones editoriales de Anagrama son tomadas en Barcelona para su público español, si bien la editorial compra derechos y distribuye en todo el mercado hispanoparlante.
Oponiéndose a esta división entre lengua literaria y lengua de traducción, el traductor mejicano Arturo Vázquez Barrón, cofundador de la Alianza Iberoamericana para la Promoción de la Traducción Literaria, explica qué pasa cuando en México se reciben traducciones hechas en España:
Al lector muchas veces le resultan chocantes las traducciones españolas porque están llenas de tíos y gilipollas y demás, pero nadie exige que una novela española se adapte al español mexicano. Si eso no se exige para los originales, ¿por qué forzosamente se tiene que exigir para las traducciones? (en Santoveña, 2010: 245-246).
Si bien desde el Convenio de Berna de 1886 para la Protección de las Obras Literarias y Artísticas la traducción es descrita como escritura de creación, la explicación de este doble baremo para juzgar su lengua –sea de obra original o de traducción–, se debe a que esta última goza de menos legitimidad que la primera y, por tanto, está más sujeta a las restricciones normativas impuestas por la industria editorial. Valga aclarar que esta falta de legitimidad no es algo inherente al objeto, sino que responde a una construcción social. Tal y como analiza el crítico estadounidense L. Venuti (1995), la representación hegemónica de la traducción se regiría por el “paradigma de la invisibilidad”: la traducción suele considerarse una práctica invisible o, mejor dicho, invisibilizada por el mercado editorial y la industria cultural. Esta invisibilidad, basada en la “estrategia de la fluidez”, es la que permite sostener la “ilusión individualista de la presencia autoral” para quien desea acceder, sin mediaciones, a su autxr extranjerx.
Llevándola al territorio de nuestra lengua, ¿cómo se manifiesta esta estrategia de la fluidez? Aquí me interesa recuperar la situación de las distintas variedades del español frente al denominado “español neutro”, para complejizar la estrategia de “traducir en neutro”. ¿El neutro representa el paradigma de la invisibilidad? O, por el contrario, ¿rechaza la fluidez al presentarse como una construcción no compartida por ningún hispanohablante?
El (des)prestigio del español neutro
Al leer guías de estilo de las editoriales o al hablar con editorxs y traductorxs, la mención al “neutro” aparece como un tópico recurrente para referirse a una variedad “común”, “internacional” o “general” del español que pueda trascender las fronteras nacionales. El adjetivo “neutro”, cargado de significado durante épocas de guerra, busca evitar la contienda lingüística, pero al pretender vaciar su polemos no hace más que volverla evidente. Las variedades están en pugna porque algunas son priorizadas y otras desestimadas en la industria editorial.
El llamado “español neutro”, nacido para la industria audiovisual, pasó rápidamente a la industria editorial globalizada del español. Según la investigadora argentina Gabriela Villalba, el español neutro es una “imposición, por parte del mercado editorial, de una koiné literaria que satisfaga la exportación” (2017: 382). Aunque pretendidamente desterritorializada, esta koiné estaría próxima a la norma madrileña, pasada por el tamiz panhispánico. Sus rasgos más salientes serían: “el uso de tú/ustedes y sus formas verbales para la segunda persona, variaciones aspectuales en el uso de los pretéritos donde el rioplatense solo admite el simple, el uso de variantes léxicas del español estándar según la norma madrileña, representada por el DRAE, y la neutralización de referencias a variedades regionales” (Villalba 2007: 3).
Según dónde se enuncie, esta koiné de traducción adoptará diferentes funciones. Es cierto que, tanto en España como en América Latina, lxs editorxs pretenden una circulación ampliada de contenidos a ambos lados del Atlántico, pero la estrategia de traducción para garantizar esa circulación no es la misma. Para algunxs, el recurso al neutro es la vía que garantiza esa circulación, mientras que, para otrxs, no es más que una estrategia inviable.
Entre lxs editores argentinxs, hay quienes defienden el neutro como una utopía positiva de consenso y otrxs como un horizonte negativo de cierre discursivo; sin embargo, todxs lo mencionan a la hora de ligar la causalidad de la circulación de los libros con la evitación de marcas locales en el texto traducido. Leonora Djament, de la editorial Eterna Cadencia, reconoce cierta tensión al respecto: “creemos que no existe el español neutro pero a la vez sabemos que se está traduciendo para toda la región y que hay que tener en mente a los lectores de todos los países en lengua española a la hora de traducir”. La misma salvedad hace Maximiliano Papandrea de Sigilo, quien no cree que sus traductores escriban en neutro pero sí que eviten marcar localmente sus textos con el rioplatense, ya que este sonaría muy dialectal. “Si distribuyo en España, esta estrategia sería un suicidio”, concluye. Igual opinión sostiene Salvador Cristóbal, de Fiordo, quien piensa en una traducción regional para América Latina liberada de argentinismos. En ese sentido, el neutro sería, para él, una “linda utopía. No existe puro, pero se puede apuntar a recrearlo”.
La circulación de los libros traducidos en América Latina requiere de una estrategia que invisibilice las variedades locales y las acerque más a la norma madrileña bajo su aspecto “neutral”…
Muchas veces las editoriales compran los derechos de traducción para toda el área idiomática del español y, dado que distribuyen en toda esa zona, su estrategia de traducción resulta coherente con sus condicionantes económicas; sin embargo, esta estrategia es defendida también por pequeñas editoriales que adquieren derechos de traducción solamente para una distribución nacional. En esos casos, como nos ilustra Villalba (2017), la traducción en neutro sigue operando como “práctica prestigiadora”, porque permite mantener la creencia de que los libros, en un eventual futuro promisorio, podrán trascender las fronteras y llegar a más lectorxs. Este rasgo de supuesta incoherencia con las condiciones reales de circulación de estas editoriales nos demuestra, en cambio, que el capital simbólico no puede reducirse a explicaciones economicistas: el neutro es una estrategia de traducción dadora de legitimidad en el campo cultural argentino y latinoamericano.
La representación opuesta se activa en editoriales españolas, como es el caso de Anagrama, que traduce desde Barcelona para el mundo hispanoparlante dado que compra los derechos de traducción para toda el área idiomática y, efectivamente, está presente en la región distribuyendo o imprimiendo directamente en los países latinoamericanos. Consciente del malestar que despiertan sus traducciones en América Latina, Teresa Ariño justifica el proceder de la casa: “Sí que hay muchas quejas, pero qué vamos a hacer, son libros que no se pueden aplanar. Para nosotros, hacer una cosa estándar es aplanar el libro”. El estándar (“un español general de aquí”) es la variedad que emplean, esto es, un español que se halla más próximo a un español de Madrid. Al mismo tiempo, la localización del producto en las variedades latinoamericanas es impensada: “no podemos hacer ediciones para los demás países, es una cuestión económica, de mercado”, concluye Ariño. Otra vez, la explicación económica viene a justificar una política de traducción. La neutralización del texto en estos casos no dotaría de prestigio sus libros, sino todo lo contrario; a su vez, la variedad permitida en la literatura traducida es la propia.
La desigual relación de las variedades cuando salen de su territorio nacional –sea ibérica circulando en América Latina o latinoamericanas circulando en España–, la confirma Ana Mata, traductora española y docente de la Universitat Pompeu Fabra, quien en su trayectoria profesional con editoriales españolas ha tenido que peninsularizar traducciones provenientes de América Latina así como preparar libros en Barcelona que circularían por todo el continente americano:
Por ejemplo, ahora uno de los libros que estoy coordinando se va a presentar antes en Colombia que aquí. Yo pregunté: “Entonces, cuando me llegue la traducción, ¿tengo que tratar a ese libro de alguna manera?”. Respuesta: “No, lo hacemos desde aquí”. La traducción se ha hecho aquí pero el libro se va a presentar antes en Colombia. Lo digo porque al revés no se hace. Cuando ha ocurrido al revés, un libro que ha salido allí de estos sellos internacionales, luego se ha querido relanzar aquí, sí que se ha corregido para sacarlo en España.
Estas declaraciones nos mueven a pensar en la importancia de entender las condiciones sociales de producción del “español neutro”, para abandonar el lugar común según el cual la lengua común es aquella que no está marcada con singularidades locales. Si la lengua literaria no puede ser pensada por fuera de las marcas del “aquí y ahora” de lxs autorxs, la traducción literaria, entendida como práctica creadora, tampoco puede borrar estas condiciones materiales.
Así pues, ya sea una neutralización prestigiadora para el caso de América Latina o una aclimatación a los rasgos locales para el caso de España, en ambos vimos que lxs editorxs apelan a un argumento económico para justificar estrategias de traducción opuestas. La circulación de los libros traducidos en América Latina requiere de una estrategia que invisibilice las variedades locales y las acerque más a la norma madrileña bajo su aspecto “neutral”, mientras que en España, la norma madrileña es la asumida como aquella que puede circular libremente en todo el territorio del español. Desde España, la estrategia de neutralización quitaría valor literario a sus traducciones, que se ofrecen “peninsulares” sin tapujos. De este modo, se vuelve patente la desigual distribución de capitales económicos, pero también simbólicos, en el campo editorial globalizado del español, cuyas variedades están en tensión cuando se trata de elegir la lengua con la que se enuncia la literatura traducida.