Buenos Aires: Paradiso. 2023. 74 páginas.
Crear una poética a partir de la invención de una voz. La transformación del sentido que se manifiesta en un contexto de restos y vestigios. Para una impostura es necesario presentar cada uno de los fragmentos de cada una de las fuentes (sean verdaderos o no), donde la voz pueda ir deteniéndose en cada uno de los huecos y grietas de un pasado inacabado, pero también de una historia que se irá construyendo.
Descubrimos en este libro que este personaje, Antonio José Orbe, escribía poemas, además era fotógrafo y viajero. Descubrimos también que Osvaldo Picardo escribe sobre el vacío de información para poder re-descubrir su propia palabra poética. Crear un poeta (como una persona) es también configurar una poética: quizá sea una poética compartida.
Pero Picardo es también un lector de palabras que ahora se enmarcan en su propia escritura. Palabras del otro que nacen de la impostura. En este caso escribir/develar son una suerte de sinónimos donde se constituye también otra historia. Por un lado, la historia de Orbe en el prólogo que nos prepara para los poemas; pero también la historia del traductor-editor Picardo que nos cuenta la historia y la pesquisa de su lectura. Están los poemas y está la lectura: descubrimiento del poema, su posterior lectura, cronología inserta en las “Notas del traductor” que recorren también todo el volumen.
Así, podemos comentar también que Picardo esboza otra forma de creación que es la traslatio. La traducción se vuelve un modo quijotesco de mostrarnos cómo se construye una historia (la de los textos de Orbe) y cómo se entrelaza la cadencia en la constitución de los poemas. Porque también es la historia de un Picardo lector que, al narrar y comentar la vida de Orbe, el texto narra su propio deambular como investigador-lector por esas grietas (es decir, esos vacíos) de aquellos vestigios de lo que nunca estuvo. Tanto Orbe como Picardo son poetas y viajeros, ahora se necesitan mutuamente. Del mismo modo en que Cervantes necesitó de su invención, Cide Hamete Benengeli, para poder caminar junto a Don Quijote.
“COMO UN JUEGO, NADAR EN EL TIEMPO ES UN BELLO ENSAYO SOBRE LOS DEBERES DE LA PALABRA POÉTICA, MÁS ALLÁ DE SU AUTOR, MÁS ALLÁ DE SU TRADUCTOR”
El libro se abre con un subtítulo que ya explica la relación que comentamos y luego en “Una especie de prólogo” se narra la reconstrucción biográfica de Orbe y sus viajes y sus restos. Relaciones de amistad y literarias que el “prologuista” va entretejiendo para mostrarnos el perfil de quien carece de perfil; documentos con cartas y datos que recuperan una vida, sabiendo –como lo sospechó también Sterne– que la vida es irrecuperable, incluso con las palabras más sensatas. Lo mismo podemos decir de las notas sobre los textos que conforman el “poemario”, palabra sospechosa desde el inicio. Notas del “traductor” que confirman el artificio, pero que también nos llevan por el camino de la creación.
Los poemas toman así distancia, se separan de una voz y la temporalidad “extrañifica” y expande los modos de pensar el poema. Hay dos fuentes de la invención, manuscritos de donde se re-producen los poemas. Son dos registros diferentes, el manuscrito I parece más terminado, el II es más fragmentario y con más referencias literarias. Son como dos experiencias que se entrelazan en la configuración de este volumen. En esta segunda sección de poemas los textos dialogan con poemas de Kavafis o de Hopkins. Así aparece el diálogo imaginario entre Picardo y Orbe, con notas y desciframientos, la exposición de una memoria que está siempre fragmentándose para detenerse en la escritura del poema. Tal como se señala en los últimos dos versos de “Orbe improvisa sobre El mar y la alondra de G.M. Hopkins”, se recupera la voz del poema en otro cuerpo: “Perdido canto y encanto de la tierra, por un momento, / revivo en otra carne, en otro oído”.
Así, estas voces se conjugan en el descubrir un paisaje de tinta oscura detrás de una fotografía, en un fragmento de papel o en el recuerdo del movimiento del agua en un río. Y el “Apéndice-Poemas del editor (que también fue el traductor)” nos acerca la otra voz, la del poeta que edita y se apropia “en otra carne” de la voz, pero, sobre todo, que reflexiona sobre lo que significa recuperar el artificio como parte de su poética. Preguntas que se van respondiendo a través de los versos de este cierre. Aseveraciones que nos dicen qué es traducir desde una lengua que se desconoce. Como un juego, Nadar en el tiempo es un bello ensayo sobre los deberes de la palabra poética, más allá de su autor, más allá de su traductor. Una constante reflexión sobre leer, pero, sobre todo, acerca de los modos del artificio de cómo hacer presente aquello que los vestigios esconden.