Muchos se apropian de las palabras ideales, patria o revolución como banderas que ondean hasta que, a veces, terminan por rasgarse y pierden todo significado. Jóvenes militantes de las agrupaciones Montoneros y Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), sus familias escépticas, frustradas o desentendidas, y policías y militares a las órdenes de la causa nacional son los protagonistas de Nosotros dos en la tormenta (Alfaguara, 2023) del escritor Eduardo Sacheri.
Enmarcada en la Argentina convulsa de los setenta, un año antes del golpe militar liderado, entre otros, por Rafael Videla, la nueva novela de Sacheri recapitula con un cuidado tono afectivo y ricos tintes de ironía ese complejo periodo en el que las acciones de algunas organizaciones guerrilleras prometían un nuevo país después de la muerte de Juan Domingo Perón.
“Se supone que la muerte tiene que tener un significado. Pero cuantos más muertos hay, menos significa cada muerte”, le dice el Cabezón a su amigo Alejandro sobre los modos en que opera el ERP. Nosotros dos en la tormenta es un libro de dudas y cuestionamientos para mirar hacia un pasado que bien podría ser el presente.
Juan Camilo Rincón: ¿Cómo fue la construcción de la trama con una historia tan compleja como trasfondo?
Eduardo Sacheri: Esta novela me dio bastante más trabajo que otras −aunque toda novela da trabajo−. En este caso sabía que iba a desembarcar en un periodo muy conflictivo y doloroso. La novela está ambientada en el 75, cuando yo tenía ocho años, y me parecía muy importante estudiar −remarco el verbo− este periodo para alejarlo de mi propia memoria personal y familiar, que tiene bastante que ver con el motor emocional de la escritura de esta historia. Diría que primero hubo todo un estudio académico; en Argentina ya hay muchos trabajos sobre organizaciones armadas, ideología, estructura interna, vínculos entre ellas y con el poder político, relaciones o distancias respecto a la sociedad. A eso se sumaron conversaciones con algunos exguerrilleros y con víctimas o familiares de víctimas de sus acciones, porque me parecía importante recuperar esa dimensión humana de quienes vieron sus vidas extraordinariamente afectadas por eso. Recién ahí empecé con la trama y a preguntarme: ¿qué puedo contar de este periodo? ¿Qué tipo de personajes puedo construir? Entonces los pensé como caminos que se cruzan. Yo no quería imponer una manera de leer, independientemente de las ideas de cada quien. Me interesaba, más bien, que fuera un punto de diálogo, o al menos que la historia se pueda ver desde distintas perspectivas… La mía es una sola. Ese es, creo, el gran desafío de esta novela.
J.C.R.: El cine, la música y la literatura argentinas han retratado abundantemente la dictadura, pero su novela es anterior a ese periodo. ¿Cómo lo abordó en la novela?
E.S.: Toda la novela transcurre en 1975. Elijo ese año porque fue extremadamente turbulento, pero anterior al golpe. En Argentina, por motivos muy razonables, el Gobierno militar ha traído una enorme atención del cine, de la literatura, pero el periodo anterior o el periodo posterior no, aunque sucedieron un montón de cosas, se trenzaron un montón de situaciones y actores políticos. Perón había regresado a Argentina en el 73. Dos meses antes hubo una elección general en la cual no se le permitió participar y la gana Héctor Cámpora, su ayudante, su ladero, su delegado. Cámpora casi de inmediato renuncia, se llaman nuevas elecciones y Perón es electo con su mujer María Estela Martínez de Perón como vicepresidenta. En esa Argentina están actuando varias organizaciones revolucionarias, sobre todo Montoneros y el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) de base trotskista, maoísta, guevarista, una izquierda muy ortodoxa. Aunque Montoneros tiene el mismo objetivo de la revolución social, el paraíso socialista, toma la decisión de volverse peronista. Es una decisión consciente y voluntaria: si el pueblo es peronista, nosotros tenemos que serlo. El Perón del exilio considera que no le viene mal esta agitación juvenil para favorecer su retorno, así que cuando vuelve, su orden es: ahora ustedes se disciplinan, se encuadran, obedecen, son parte del movimiento. Es un Perón que claramente siempre fue mucho más de derecha que de izquierda.
J.C.R.: Y ahí se da la ruptura…
E.S.: Claro, porque Montoneros se niega a esa obediencia. Casi enseguida Perón muere y a partir de ahí el peronismo se hunde en un enfrentamiento muy violento entre la derecha y la izquierda peronista. En la novela yo preferí no bajar a ese conflicto, sino quedarme con el proyecto de esas dos organizaciones, pero se trata de una Argentina donde la violencia es un arma legítima para un montón de actores políticos. Estos jóvenes están convencidos de que la violencia está bien; los militares, dentro de muy poco, darán un golpe de Estado a partir del mismo concepto; y el Gobierno de Isabel Perón también ejecuta un programa extremadamente violento de represión a la izquierda. Es una sociedad violenta pero todo eso es visto como normal por un montón de gente. Ahí es donde siento que, aunque la Argentina actual tiene infinidad de problemas, no es tan frecuente encontrarte con gente que legitime la violencia. En aquella infancia mía estos jóvenes eran un buen ejemplo de esa violencia.
J.C.R: Hablemos de los jóvenes protagonistas militantes: ¿cómo nacieron esos personajes?
E.S.: La mayoría de estos jóvenes iniciaban su vinculación con las organizaciones de izquierda en la escuela secundaria o en la universidad. Como pensé a dos jóvenes que son amigos desde la niñez, decidí que uno tomara el camino del ERP y otro el de Montoneros −que no son organizaciones enemigas ni se combaten entre sí, pero van en paralelo− porque eso me permitía también que en sus conversaciones se criticaran mutuamente, tomaran distancia de la línea del otro grupo. Entre estos dos amigos, Alejandro y el Cabezón, me gustaba también que uno estuviera más convencido, seguro, decidido, y el otro tuviera dudas… porque me da la sensación de que cuando uno se embandera en una ideología la certeza es muy tranquilizadora. En lo que sea, dudar te lleva a una zona más angustiante, aunque para mí más interesante. Entonces toman decisiones de vida y de muerte porque se alzan como jueces definitivos: Fulano merece ser secuestrado, Sutano merece morir. Los que están convencidos creen que eso es así y punto, pero este otro no se siente así. Eso me permite que el lector también se permita salir de esa claustrofobia ideológica. Por eso el Cabezón duda: ¿por qué elegimos a esta persona? Una de las cosas que siempre me ha llamado la atención es esto de elegir a alguien y decidir que es el enemigo, y eso en un momento el Cabezón se lo pregunta: ¿por qué vamos en contra de esta persona? ¿Porque es la peor? No, porque la tenemos cerca.
J.C.R.: Y justamente usted trabaja sus personajes de manera que no hay una visión maniqueísta…
E.S.: Yo no te digo quién es bueno y quién es malo. Yo tengo mis propias visiones, pero no importa. La novela salió en junio en Argentina y ya voy teniendo una retroalimentación de los lectores. Una periodista me preguntaba cuál es mi posición; yo le pregunté: ¿cuál es la tuya? Y ella tenía una mirada mucho más simpática con estos dos jóvenes. En otra entrevista el periodista claramente tenía una mirada muy crítica respecto a esos jóvenes, y me parece bien que les parezca bien la novela a ambos. Hay cosas en las que no podemos ponernos de acuerdo, pero por lo menos podemos leer las mismas cosas, porque a veces parece que hasta el arte tiene que subordinarse a nuestras ideas previas y eso no me gusta, esto de “sólo puedo leer gente que diga las cosas que yo sustento” no está bueno. Pero cuidado: si siento que, como lector, desde una postura muy lejana a la mía me están sermoneando, tampoco me gusta y me defiendo de eso.
J.C.R: ¿Cuál es el personaje más cercano a sus afectos?
E.S.: Hay dos personajes con los que me identifico más. Uno es el padre de uno de los chicos, que no está de acuerdo con sus ideas, cree que esa idea de revolución va a fracasar y que su hijo va a morir, y le dice: “En eso nos parecemos: en tener unos sueños que no se van a cumplir. La diferencia es que yo ya lo entendí”. El otro es Mónica, la hija del profesor Mendiberri. Él es un profesor universitario que voluntariamente está construido no como el estereotipo de profesor comprometido, sino que más bien tiene que ver con estos alejados. Es un geólogo a quien sólo le interesa la corteza terrestre, pero por una serie de equívocos termina en la mira, y como lo único que le importa son las piedras, está totalmente ajeno a lo que pasa, pero su hija no. Yo me imagino esto de ser testigo del peligro y no poder intervenir. Volvemos a esto de la tragedia y la fatalidad; debe ser durísimo. Es un personaje con el que me identifiqué mucho.