Viña del Mar, Chile: Ediciones Altazor. 2022. 132 páginas.
En las historias culturales de nuestros países, mapear poéticas (que tienen su peculiaridad más allá del vértigo metropolitano) es tarea aún en ciernes. En Chile el llamado eje Valparaíso-Viña del Mar-Concón es un ejemplo. En este espectro geopoético interesa advertir discursos que se inscriben desde mediados de los 80 hasta mediados de los 90 como un escenario poético que, para el lector menos avezado, no constituía, necesariamente, una continuidad con los hábitos o maneras establecidas en la sociabilidad literaria metropolitana. El registro de aquel período fue testigo espasmódico de situaciones, actores y gestos. No un continuum evidente, nunca un terreno abonado por la escasez.
En años sin internet y con dificultades para publicar, emerge la obra de Ignacio Vásquez Caces. Nacido en Viña del Mar en 1963, es uno de los autores más relevantes de esta escena. La construcción (Altazor, 2022) es su tercer libro de poemas. Con anterioridad ha publicado La margen (1990) y El lento amor de la nieve (1995), la novela Las arquitecturas invisibles (2001) y diversos ensayos. Sólo por razones etáreas Vásquez Caces es coetáneo de un puñado de autores y autoras que plasmaron una poética identificable con la así llamada “generación de los 80”, que hizo de la resistencia contra la dictadura pinochetista su bajo continuo más explícito, pero no su exclusivo y menos único referente imaginario. Trazar características mínimas para dilucidar las prácticas escriturales en estos autores y sus obras es relacionarlas con manifestaciones de la denominada neovanguardia de los 80 que acapara, modela y dirime buena parte del discurso poético chileno durante el período.
Abordar la obra poética de Vásquez Caces y, sobre todo La construcción, es apreciar tres características que durante años incorporó a su hacer con peculiaridades específicas: una crítica a los soportes formales de la escritura, la transgresión a diversos géneros discursivos empleados para socavar tales soportes y la inclusión de distintos códigos de otras formas de producción simbólica. Sin duda esas peculiaridades conectan, contrastan y dialogan con las poéticas de sus congéneres (Holas, Correa, Lorca, Pérez, Fischer, Novoa, el colectivo Retaguardia de la vanguardia, etc.) y con las directrices más expuestas y mediáticas de la capital chilena. En Vásquez Caces se trata de dilucidar el vínculo entre literatura/poesía y visualidad, como un gesto diferenciador asumido en densidades formales y operativas que la convierten en una obra de alta complejidad semiótica.
“LA CONSTRUCCIÓN PLANTEA UNA POÉTICA HIPERBÓLICA QUE ATOSIGA TODO DISCURSO: UNA ESPECIE DE AGUJERO NEGRO QUE ATRAE PARA SÍ TODA LUZ”
La construcción deviene un palimpsesto en el cual se muestra un lenguaje caracterizado por agudas remisiones culturales y sociales: hace de la fragmentación y el montaje un método exacerbado, construye un laberinto de referencias que están prestas para una articulación sigilosa de un discurso que se niega a la interpretación unívoca. Por otro lado, y no sólo como textos citados desde cultura literaria, las alusiones “científicas” a Einstein, Lévi-Strauss o Baudrillard, hacen que se crucen y entrecrucen en esta obra los límites discursivos del modo más extravagante. En clara reminiscencia a Alicia a través del espejo, La construcción sabe que textualmente todo es posible de conjugar, haciendo de la alusión y la insinuación la piece de resistence de su trama. Una trama en apariencia arbitraria y a ratos abrumadora.
En La construcción se exacerban hasta el vértigo las relaciones que se difuminan en una fuerza centrífuga de sentidos posibles que, al abrirse uno tras otro, se anulan en una hecatombe de juegos e imágenes disímiles. Acaso La construcción plantea una poética hiperbólica que atosiga todo discurso: una especie de agujero negro que atrae para sí toda luz (en este caso, todo discurso cultural), no con el fin de trastocar o resignificar en aras de algo “otro” como promesa de no sabemos qué. En absoluto. Más bien un gesto jovial de anulación, en absoluto nihilista, sino como agotamiento de los recursos de representación, tal como ha manifestado el filósofo Sergio Rojas acerca del arte visual contemporáneo. Un acto posthumano, post utópico que no se cierra sobre sí mismo, sino que estalla en esquirlas de significados.
En La construcción su densa trama apuesta a un juego verbal y visual que no para en dramatismo vacío, sino que se atreve plantear una retórica lúdica que propicia imaginar la posibilidad. Marcelo Rioseco (2013), en su libro sobre Martínez, Lira y Maquieira, acuñó el término Neovanguardia lúdica, es decir, observar y leer a estos poetas como máquinas verbales, articuladas para derribar y combatir nociones, conceptos y al lenguaje mismo. Una desestabilización del canon de la poesía chilena como del discurso ordenador de la lógica verbal que rapta para sí el sentido y, más que nada, el “buen sentido”, al institucionalizarse en aras de una emancipación imposible. Mantengo cercanía y distancia con Rioseco, pero es productivo advertir que La construcción puede inscribirse dentro de esa categoría altamente irónica de una neovanguardia lúdica: en su centro habitan deslindes metapoéticos (algo propio de toda propuesta poética desde los 80 para acá) que atraviesan no solo con imágenes (fotografías, reproducciones de pinturas, textos gráficos diversos) sino con representaciones asumidas como un expediente irónico de lo que en el texto mismo se llama “colección grandes éxitos autónomo celuloide y la campana del cíclope” y que, en pocas palabras, refiere la disolución de la autoría y la difuminación de los referentes de lo real. En esa sección de este libro, las alusiones a Einstein no son superfluas, un desmantelamiento del propio discurso poético como juego de figuraciones que convierte la grafía, el color de la tipografía, los espacios en blanco y la distribución espacial de las palabras en recursos que socavan la estabilidad textual de lo real. En el libro de Vásquez Caces convergen disposiciones visuales y textuales, configurando una aventura mental e imaginativa que no siempre es fácil de seguir.
Estas aproximaciones a La construcción no pretenden cercarla, sólo mostrar lo complejo de su lectura. Un libro como éste no podría existir sin La nueva novela, pero tampoco sin los desbordes imaginativos de Iommi o Alcayaga Vicuña o el pathos de los años 80. La poética de Ignacio Vásquez Caces espera lectores que puedan dar cuenta de diversas intersecciones que se entrelazan inesperadas, juguetonas y asombrosas, para apreciar un ejercicio experimental lúdico/poético entre los más relevantes que se han hecho en poesía durante las últimas décadas en Chile.