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Número 36
Poesía

Cuatro poemas de Vendramin

  • por Ismael Gavilán
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  • November, 2025

1. Der Tod in Venedig

No la belleza, sino su representación:
lo que el ángel permite conocer como intensidad,
como ofrecimiento, tal vez como experiencia.
De todos modos, para Visconti
lo primordial es la representación, no la belleza en sí misma,
no la intensidad angélica que promete destrucción,
sino el abstracto devaneo para regocijo de los sentidos.
En eso tal vez consiste el arte:
el talento de sir Dirk Bogarde –timidez, valentía,
el justo equilibrio entre sí mismo y su personae–
o las palabras dirigidas a Schiller por parte de Goethe
que condenaban a la soledad más profunda al desequilibrado
y joven autor de Patmos. Ajustes sin duda entre lo que se es
y lo que se necesita ser, lo que Thomas Mann sospechó
desde que adquirió conciencia de su valer como escritor
para no caer en el extravío que prescribía su propia escritura
–el contorno, la contención clásica a través del estilo,
la frialdad necesaria para establecer una frontera con la vida-

Pero a Visconti
Tadzio, más que un problema de sexualidad decadente,
le plantea la curiosa necesidad de ver a Platón
encarnado como imagen cinematográfica:
platonismo, neoplatonismo, pureza,
ideal estético, decadencia, serenidad, proporción:
palabras para un efímero festín que acusa para nosotros
esa autodestrucción siempre anhelada.
Por ello, sólo el Adagietto puede ser el heraldo angélico
de la representación o de su artificio.
Verdad y mentira, unidos e indistintos,
                                                    Venecia y la enfermedad
y la agonía de un niño solitario que en su cuarto
piensa en lo imposible que es verse amado.
Lo que el ángel permite conocer como intensidad
es sólo el ventanal de un país que nunca podremos conocer:
la mirada de Apolo frente al mar ]mientras nuestro cuerpo es consumido por la peste.    

                                                                                                                       

2. Arabescos
(Variaciones sobre un cuadro de Géricault)

También aquí la apuesta es al vacío
José Angel Valente

Este tiempo no podría haber concluido de otra manera:
después del lenguaje vienen las catástrofes,
las manos vacías, la noche con su claridad
que simula el conocimiento del desamparo,
sentimiento de pérdida con que se administra el cansancio,
la enfermedad o el vértigo de la derrota.
Pero sin duda, sólo como imágenes demasiado ilusas
como el fastidio que invade el atardecer durante el verano
o como cuando los afanes lujuriosos de una cita a ciegas
encienden la posibilidad ingenua de rastrear la aventura
de unos cuerpos para el deseado autoengaño,
es que lo imaginado como realidad traza sus arabescos
en la insistencia cristalina de su impulso
para tentar respuestas que el arte plantea como necesarias.

Como en un mal poema romántico,
llamados a divagar de un lugar a otro
en un desplazamiento cargado de contradicciones
el furor oscuro de la vida -o de su mera apariencia-
evoca lo azaroso de sus datos que organizan
el placentero desinterés con que la luz empaña al cristal
y bajo el que duerme un espejo amarillento que justifica
nuestra ficción, las palabras de este poema,
la necesidad interesada del extravío de la conciencia,
la pereza ante las decisiones categóricas
con que se valida nuestra sociedad industrial
y la morbosidad bien pensante que ve en la miseria y la herrumbre
un motivo estético con que se pretende subvertir el orden burgués. 

Después de todo, tras el lenguaje, vienen las catástrofes:
fantasmas de un naufragio que celebran no ser ajusticiados
como adolescentes que fracasan en la expresión de su deseo
y muerden el amor en la asfixia del habla tras lágrimas tardías.
Así, en la representación elaborada con materiales diversos,
algunos sacados del natural, otros manufacturados en un ejercicio
con pretensiones de autorreflexión distanciada,
se enhebra una trama tras otra, donde el vértigo promete felicidad
y el gentío puede acceder al lujo de las imágenes
como en un carro alegórico sobre el que un chamán regala papelillos,
fotografías de un Leng- Tché fascinante, viste una piel de jabalí
y unta con la grasa de los muertos, la desnudez de un niño cojo:
íconos y figuras que dominan los vapores de la niebla
como un espacio mental que entrelaza el miedo con la carestía
distribuyendo el espejeo interior de una memoria calcinada.

Este tiempo no podría haber concluido de otra manera:
el olor del almizcle y del estiércol implican gestos
que dejan su huella en suspenso,
permitiendo barajar algo desprendido a gotas desde la conciencia.
Así, la pesantez del aire se obstina en persistir
cuando la lluvia anuncia lo que es y no lo que designa
y es paráfrasis de un plano deformado por sangre de utilería.

Recluidos en unas cuantas tablas,
la corriente dibuja esos arabescos que nos llevan sin saber a dónde.

 

3. Stimmung
(Variaciones sobre un tema de Auden)

Mon âme pour d’affreux naufrages appareille
Paul Verlaine

Entre el ir y venir del otoño
se cumple la circularidad de toda rutina:
la sangre sube por la enredadera
y vuelve a bajar en la prestancia
de su indisposición sensorial,
las palabras repiten teatrales la palidez
de su propio silencio y el avance de los años
dibuja la derrota de toda acción
en la amabilidad de los gestos
que se vuelven símbolos de algo:
exigencias, nostalgias, indiferencia del medio,
el error de la historia.

¿Podrías haberlo impedido?
Si el arte es la ilusión de lo representado,
entonces la tensión entre lo viejo y lo nuevo,
entre la tradición y la aventura es sólo retórica
que se ve a sí misma con sarcasmo
en el espejo de lo real: el miedo culpable
de comprobar el vacío de las afirmaciones.
Para el viejo Brueghel aquello no era tema a considerar;
era parte del orden del mundo
situar el sufrimiento a escala humana
entre lo más banal y la experiencia más espantosa.
Dar la espalda al desastre
como el labrador que sigue en su oficio
o el navío que mantiene su curso de modo impersonal,
sabiendo que en ello no hay indiferencia,
sino cumplimiento de algo que no se puede intervenir.

Pero sin duda, para nosotros,
no hay posibilidad de volver a ese pacto entre las cosas
a esa asunción serena de la contradicción
como parte de un libro del que no deletreábamos
página alguna, sino más bien
admirábamos la artesanía de los contornos
diseñados con una paciencia hoy incomprensible.
Lo que resta, quizás, es redactar
un catastro con costumbres,
usos, hábitos, prácticas
y pensar que con ellos se pueden caminar playas,
visitar aeródromos y centros comerciales,
hacer pasables moteles de quinta categoría,
resignarse a ver en una película de fin de semana
una experiencia estética y, en fin,
todo ese catálogo de lugares y quejas cliché
que se vuelven un repertorio necesario
                      para conjurar el suicidio o la locura.

Mientras el otoño va y viene con dulce apatía,
la calidez de sus hendiduras imaginarias
levanta un relato legible con el cual entender
las aprensiones de nuestra propia existencia
como desconsideración para con esas palabras
que íbamos a resignificar en un ingenuo juego alquímico.

Es verdad,
tal vez no hay posibilidad alguna de volver,
cosa que los Viejos Maestros sabían de antemano,
incluso cuando pintaban a Icaro
                                         como símbolo de la soberbia.

Pero la distancia, la mudez del espejo,
esa tarde calurosa que conoció la destreza
de nuestros cuerpos,
la proyección de esos apuntes amarillos
en las pantallas del sueño son, cómo no,
el desplazamiento entre tu memoria
                               y la inexactitud de la cámara lenta…

Pero la distancia

                                    y esa mudez siniestra…

 

4. Apuntes para una breve historia del arte

Poetry is the subject of the poem
Wallace Stevens

Movimientos desapasionados en el límite de la experiencia,
anuncios que podrían ser la antesala del fracaso
la aspiración a decir lo inefable ante un auditorio desierto.
En verdad, ningún poder taumatúrgico,
apenas la recolección de objetos,
la intuición de una sensibilidad enfermiza,
apenas el vacío de signos y palabras,
de colores que simplemente son
pero que, salvo su propia precariedad, jamás designan algo.

¿Pertenece todo esto al mismo orden,
a la destrucción y a la esperanza,
a la anulación y a la transparencia?
En los recodos del concierto
cualquier giro vuelve sobre sí mismo
en una voltereta oscurecida por la refracción de lo real.

En la vida práctica
queda lejos el anhelo de un orden diverso,
el sueño utópico de Marx leyendo a Rimbaud
y el habla múltiple que Giotto hacía decir a un ángel:
meras evidencias para apelar a una imaginación abolida.

En el fondo de las aguas, la música,
como cuerpo herido por la luz de plenilunio
imanta los rastrojos del plexo solar,
la víspera siniestra de todo espejo,
el desfallecimiento que ningún discurso
puede asumir con pretensiones de totalidad.

Así, con el cumplimiento de toda acción en el deseo
se llega a esa frontera carente de conciencia:
la inutilidad de toda forma
                              la pérdida de cualquier razonamiento,
el hacer por el hacer que articula una piel alicaída,
una sonrisa sarcástica, un escepticismo impersonal.

Tal vez la contradicción ha cumplido su feroz profecía:
el sonido restablece el sentido del silencio
y el lenguaje se mira a sí mismo
                                en la pesadilla de la hoja en blanco.  

                                      

Poemas de Vendramin (segunda edición contenida en Mundo visible. Poesía reunida, 2021)

 

Foto: Ismael Gavilán, poeta chileno.
  • Ismael Gavilán

Ismael Gavilán Muñoz (Valparaíso, 1973) is a poet, essayist, and literary critic. He has published the verse collections Llamas de quien duerme en nuestro sueño (1996), Fabulaciones del aire de otros reynos (1999 and 2002), and Raíz del aire (2008), as well as the book of literary criticism Pensamiento y creación por el lenguaje: Acercamiento a la obra poética de Eduardo Anguita (2010). He is the director of Analecta, the humanities journal of Universidad Viña del Mar, and he also oversees the Poetry Workshop and Poetic Reflection Seminar at the La Sebastiana cultural center of the Pablo Neruda Foundation.

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