Hablemos, escritoras: Episodio 543
Fundamental es el trabajo y la obra de la periodista, escritora y editora argentina Leila Guerriero. Leila Guerriero inició en el campo del periodismo en 1991 en la revista Página/30 del periódico Página/12. Desde entonces sus trabajos se han publicado en distintos medios como La Nación, Rolling Stone, El País y El Mercurio. Su obra revisa la historia de Argentina y del mundo contemporáneo desde distintos ángulos, lo que la ha hecho ganar premios como el de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano en la categoría texto, por su crónica “El rastro en los huesos”, el Diploma al mérito en la categoría “Crónicas y Testimonios”, otorgado por la Fundación Konex y en 2019 recibe el XIV Premio de Periodismo Manuel Vázquez Montalbán.
Este es un extracto adaptado de la conversación del podcast Hablemos, escritoras, a cargo de Adriana Pacheco.
Adriana Pacheco: A lo largo del tiempo he tenido la oportunidad de leer varios de tus libros y estoy muy contenta hoy de darte la bienvenida. Leila, muchísimas gracias por aceptar esta entrevista.
Leila Guerriero: No, por favor, muchísimas gracias a vos Adriana, un placer estar conversando con vos esta mañana aquí desde mi estudio.
A.P.: Empecemos con tu perfil como periodista. ¿Qué es lo que a ti más te intriga de hacer periodismo? ¿De dónde te viene esa curiosidad de formular preguntas a las personas y de escucharlas?
L.G.: Bueno, yo creo que es muy difícil rastrear de dónde nace, digamos, la fuente del deseo, sobre todo un deseo tan potente, tan fuerte, que termina transformándose en algo a lo que dedicas la vida. Me parece que hay mucho de curiosidad, una intriga, sí, por ingresar y escuchar las vidas de otros, por entrar en mundos a los que de otra manera sería muy difícil acceder. Yo nunca crecí con la idea de ser periodista, siempre crecí con la idea de escribir, siempre escribí. En principio lo que quería era ser escritora de ficción y luego, bueno, me hice periodista y nunca más quise ser ninguna otra cosa. Y ahí se aunaron, en el periodismo, dos pulsiones muy fuertes, la de la escritura y la curiosidad por la vida del otro, y con las ganas de salir de mí, de mi mundo, de mi pequeño universo como el que tenemos todos.
A.P.: Escuchar a los otros no es fácil. ¿Cómo juegas tú con la idea de no hacer un juicio cuando te acercas a una persona? ¿Cómo manejar los propios prejuicios?
L.G.: Yo creo que no es posible desvestirse completamente de los prejuicios, pero soy consciente de que eso está en la base del oficio, ir lo más abierto y flexible que se pueda a contar una historia, ya sea un perfil, ya sea una crónica más coral que involucre una historia de mucha gente. Hay una herramienta que da el periodismo que es bien interesante en ese sentido, y es que yo por lo menos nunca pongo la cámara en un solo lugar. Si voy a entrevistar a una persona para hacer un perfil, nunca entrevisto solamente a esa persona. Hablo también con sus allegados, hablo con la gente que no piensa como esa persona, hablo con gente que ha criticado a esa persona en caso de tratarse de una persona pública, y en el caso de tratarse de una persona que no tiene tanta vida pública, también con gente que detecto que no tiene tanta simpatía. Entonces esa misma herramienta que proviene del periodismo, que tiene que ver con contrastar voces, cambiar puntos de vista, reflejar diversas opiniones, es algo que va ayudando a que, en la medida en que avances bien en el reporteo y tengas paciencia y una mirada flexible, te permite no casarte con un punto de vista propio.
A.P.: Claro, eso también es otro lado del prejuicio, esa mirada previa que los entrevistados tienen sobre sí mismos.
L.G.: Sí, por supuesto, creo que es fundamental escuchar no solo lo que se dice, sino cómo se lo dice y también lo que no se dice, o la equivocación, o el fallido, o el momento en que alguien se detiene justo antes de decir algo como si se arrepintiera. Me parece que la escucha en una entrevista periodística es muy cansadora y creo que tiene que ver, por lo menos en mi caso, con eso, con que trato de hacer una escucha que no sea solamente lo que se dice, sino leer en el momento también todo este subtexto y también cuando transcribo las entrevistas, porque las transcribo yo, no se las doy a transcribir a nadie, y en ese volver a escuchar surgen un montón de cosas que me sirven muchísimo después para escribir el texto. Como con mi entrevista con Bruno Gelber, un intérprete argentino muy talentoso que me contó en el primer o segundo encuentro las mismas historias que yo ya había leído de él en otras entrevistas, pero yo quería ir mucho más allá. Pero también hay otra cosa que hizo Bruno al contarme las mismas historias, una y otra vez, vi en esa reiteración también algo para leer: un intento de fascinar al otro.
“Cuando escribo trato de escindirme de pensar en cómo va a ser recibido ese texto, porque si me pongo a pensar demasiado en eso, siento que puedo ejercer algo parecido a una especie de autocensura.”
A.P.: Totalmente fascinante. Estoy pensando ahora, mientras te estoy escuchando, en cómo la manera en que se ha tenido que entrevistar a la gente ha cambiado tanto a lo largo de las décadas. ¿Sientes que ha habido un cambio en la manera en que se hace periodismo hoy?
L.G.: Cuando trabajaba para El País semanal de España y en la revista dominical del diario La Nación hacía rato que había empezado a implementar un sistema que consistía en dedicarle dos o tres meses a un artículo muy largo de fondo, o sea, como de mucho trabajo de reporteo. Y durante tres meses, hacía cosas como el perfil de un actor o una actriz o de alguien que estuviera haciendo algún tema, algún perfil que pudiera tener cabida en una revista dominical. Y ese perfil lo resolvía más rápido con una entrevista sola, muy larga, y luego la desgravaba, me sentaba y escribía y no hablaba con nadie más allegado a esa persona. En cambio, para las otras crónicas de fondos eran muy corales, yo iba muchísimas veces al territorio. Es lo que ahora se llama también “periodismo narrativo” y que en realidad viene de una tradición antigua como en Operación Masacre, el libro de los años 50 que publicó aquí Rodolfo Walsh. Y hoy hay editoriales que han destinado sellos o que han inaugurado premios para este tipo de periodismo.
A.P.: Leila, tu libro Teoría de la gravedad me hizo pensar en si tú también te observas continuamente como periodista cuando te estás acercando a temas que son demasiado fuertes o que están demasiado cercanos a ti.
L.G.: Yo creo que estoy muy atenta a mí, pero no centrada en mí. Cuando uno hace este oficio se habitúa a que lo que importa es la historia del otro y no la de uno. Pero sí estoy muy atenta al funcionamiento de la maquinaria, de la máquina de mirar. Digo máquina y suena un poco frío, como una cosa que se pone en funcionamiento y a la que uno tiene que comprenderle las maneras de ponerse en marcha, qué pasa cuando anda más lento, si se puede acelerar, si se la puede estimular de alguna manera. Y todo eso yo lo tengo muy en cuenta, lo pienso. A veces lo padezco cuando hay momentos de cierta meseta, en términos de que todo se vuelve un poquito menos interesante. De pronto, cuando terminas de escribir un texto muy largo y trabajoso, o cuando cerrás un libro, cuando terminás un libro, quiero decir, de escribir un libro, allí sobreviene una especie de socavón en el cual parece que una no reverbera con nada, que ya se lo ha dejado todo. Además, cuando escribo trato de escindirme de pensar en cómo va a ser recibido ese texto, porque si me pongo a pensar demasiado en eso, siento que puedo ejercer algo parecido a una especie de autocensura, para mí eso es fundamental.
A.P.: Teoría de la gravedad tiene noventa y seis textos condensados en donde habla de contradicciones, de ambigüedades, de lo íntimo, lo colectivo, de apegos, de pérdidas. ¿Qué significó para ti escribir este libro?
L.G.: Sí, ese libro es una recopilación de las columnas más intimistas o existenciales que publiqué y sigo publicando en la contraportada del diario El País de España. Cuando me ofrecieron hacer esta columna yo tuve claro que iba a intentar hacer una especie de mural con dos paisajes combinados. Uno era un paisaje sobre la realidad social, política, etcétera, latinoamericana dentro de lo posible y lo otro era algo que habían hecho columnistas a los que yo leí y en los cuales me inspiré, como Clarice Lispector, la brasileña, quien tenía una columna en el diario Brasil y hablaba mucho de sus experiencias de estar viva, su melancolía, su alegría, su deslumbramiento con una visión de un árbol. Todo eso lo transformaba en algo muy universal porque lo contaba desde su absoluta interioridad extrema y lograba transformar eso en algo que tocaba a mucha gente, cómo transformaba una experiencia propia en una experiencia de muchos. Mucha gente podía leer eso, yo me di cuenta porque yo lo leía pensando en que algo así podría pasarme a mí. Y entonces empecé a escribir esas columnas para El País en esta segunda beta más existencial.
A.P.: Platiquemos de La llamada. Es la historia de Silvia Labayru, pues este pasaje tan oscuro, penoso de la historia argentina, pero a la vez es una historia que no puede evitar revisitarse. Cuéntanos sobre este libro, sobre esta cuestión también de las personas que estuvieron detenidas, fueron torturadas; las mujeres fueron violadas y después salieron a vivir otro tipo de tortura fuera, que fue la de la censura y la reprobación.
L.G.: Sí, La llamada fue un libro complejo. Todos los libros son complejos a la hora de la escritura. Este es un perfil de Silvia Labayru, una militante de Montoneros que fue una agrupación armada de tendencia izquierda y raíz peronista aquí en la Argentina en los años 70. Ella fue secuestrada por los militares cuando tenía 20 años y estaba embarazada de cinco meses. Allí la torturaron, la obligaron a hacer trabajo esclavo, la violaron reiteradamente. Cuando fue liberada en el año 78 y llegó al exilio en Madrid, se encontró con que todo el infierno de la ESMA no había terminado, que había otro infierno que fue el del repudio de sus pares, porque pesaba sobre ella la sospecha, que pesó sobre muchísimos otros, de haber colaborado con los militares a cambio de poder salir de la prisión. Este repudio no fue solo a Silvia Labayru, fue a otras como Marta Álvarez o Lidia Vieira, muchas de ellas compañeras de cautiverio de Silvia.
A.P.: Un gran libro, una gran investigación. Y bueno, cerremos esta conversación con una revista: Gatopardo. Tú has estado ahí al frente como editora y como parte del grupo durante tanto tiempo. ¿Qué ha sido para ti Gatopardo?
L.G.: Para mí es una revista importantísima. Primero, y esto lo puedo decir más allá de mi labor de editora en la revista, porque yo empecé a colaborar en Gatopardo cuando se hacía en Colombia con Rafael Molano como editor, propuse una serie de notas y fue maravilloso publicar allí. Era como estar colaborando en el New Yorker, pero en habla hispana. Era la revista en la que todos queríamos estar. La revista sigue con esos mismos estándares y con esas mismas ideas de notas muy trabajadas, de darle mucho tiempo a los periodistas para que trabajen, no pedirles cosas de una semana para la otra, sino darles meses para hacer un trabajo de fotografía que dialogue con el texto. La revista tiene vocación latinoamericana, esto quiere decir que publicamos temas de Ecuador, de Brasil, de Argentina, de Chile, de toda la región, también de España.
A.P.: Claro, definitivamente. Gatopardo es una revista con la que muchos crecimos intelectualmente. Pues muchísimas gracias, Leila, por esta entrevista y por tu tiempo.
L.G.: Muchísimas gracias a vos, Adriana, por leer, por invitarme a compartir este rato y por una conversación preciosa.
Puedes escuchar la entrevista completa en Hablemos, escritoras.