Nota del editor: En marzo del año en curso, nos entristeció enterarnos del fallecimiento del renombrado poeta y ensayista canario Andrés Sánchez Robayna (1952-2025). Desde LALT, sentimos gran admiración y gratitud por su brillante trabajo, no sólo como escritor sino también como traductor y editor de revistas literarias, entre ellas la innovadora publicación Syntaxis. Su legado nos inspira a renovar nuestra dedicación a compartir la literatura con el mundo.
Arthur Malcolm Dixon, traductor literario y secretario de redacción de LALT, mantuvo correspondencia con Andrés Sánchez Robayna a lo largo de la última década de su vida, después de traducir varios poemas suyos en colaboración con Daniel Simon, editor general de la revista World Literature Today, algunos de los cuales fueron publicados en WLT y Asymptote.
En el momento del fallecimiento del maestro Sánchez Robayna, Arthur Malcolm Dixon se encontraba traduciendo su largo poema Por el gran mar, un homenaje conmovedor y hermosamente reflexivo a la memoria de su esposa, Marta Ouviña Navarro. Nos complace compartir un fragmento del mismo poema aquí, en memoria del poeta.
Nell’ordine ch’io dico sono accline
tutte nature, per diverse sorti,
piú al principio loro e men vicine;
onde si muovono a diversi porti
per lo gran mar dell’essere, e ciascuna
con istinto a lei dato che là porti.
Paradiso, I, 109-114
I
Una ola
se desliza, contémplala,
una ola
en la tarde que muere, en el sosiego
llega
hasta tu cuerpo,
abrázala
en el instante mismo
de este conjuro,
una ola
fluye
bajo las nubes que se alargan, desde
qué pozos,
no,
no sabes
de qué materia, hacia
qué límite,
hacia qué bordes que no ves,
sin huellas, sobre
qué laderas del aire,
anega
la ortiga,
el tabaibal,
la pera membrillera,
la roca del comienzo
y el deseo sin fin,
las arenas del límite en la luz
del mediodía que deslumbra
y en la noche que ciega,
cubre
recuerdos que avasallan
y olvidos que escarnecen,
es la unidad,
acaso,
eso que llaman (llamas)
Unidad,
y fluyen
en el aire
los círculos del Uno,
los círculos que son el aire mismo
sobre nuestras cabezas,
círculos
que se ciernen
en el aire
y lo atraviesan,
sobrenadan montañas,
barrancos que se ahorman
bajo el paso del viento,
calles,
parques,
esquinas
que el viento azota y muerde,
memoria de los rostros,
memoria de los días
y las noches,
porvenir que se hunde
en el pasado
y pasado que fluye
a tus manos ahora,
viene
desde el comienzo,
vuelve,
una ola
corre
y se repliega luego poco a poco
en la anchura,
sobre sí misma,
se retira
y, lentamente,
vuelve
sobre la misma arena,
y se tiende,
qué viento
la trae hasta tus brazos,
como en círculos,
se prolonga, contémplala,
se desliza sin fin desde el mar de la infancia.
II
La casa familiar bajo las nubes,
la mañana de agosto, el emparrado,
las uvas que colgaban de la luz,
yo era una posesión de la presencia,
el aire traspasaba el cuarto blanco
y la cama guardaba aún la huella
del cuerpo que nacía al alba clara.
Y de pronto campanas, la llamada,
era acaso el aviso de otra luz,
en el terso tañido resonaban
la alegría que bulle, el cabello peinado
por la madre que calza los postigos
y gobierna en el aire resguardado,
en la casa, en el día, en la presencia.
III
Era sólo
una llamada imitadora, un eco,
tal vez, de más allá de la montaña,
de lo invisible. Y, sin embargo, ¿cómo,
ahora, habita en mí el tañido vivo,
la vibración del bronce y del estaño
que resuena en la luz y la propaga
aún en mi interior, vivaz,
perpetua?
Yo venía
por el camino de callaos,
el sol de la mañana atravesaba
los mangos, el verano
envolvía la tierra roja, seca.
El barranco desnudo ofrecía sus piedras
a la piedad del ojo,
la mañana se echaba,
blanca, como una sábana
en la violencia de la luz.
Las ondas del tañido
llegaron dilatando el silencio, una larga
diástole del sonido que venía
del corazón solar.
Grácil, el herrerillo
saltaba por los cactos.
¿Cómo puede, ahora, el júbilo
del bronce en mí sonar, más interior
que lo mío más íntimo?
Habito la campana y el tañido
igual que ellos me habitan,
trozo de duración disipado en lo eterno.
IV
Sin apoyo, perdido,
me acerco hasta las lindes del recuerdo
como hacia el fuego el animal nocturno,
una pequeña hoguera que llevara
hasta ella al sediento animal, y la noche
se agrandara sin fin sobre la llama.
¿Por qué cae el tañido ahora, resonante,
en la concavidad absorta,
un templo que lo acoge, y lo absorbe,
y es su más honda posesión,
lo que le da sentido, vuelto conocimiento?
Ah, mañana nocturna,
se podría decir que es lumbre y templo
ese agitarse de campanas que arden
en la mañana oscura como fuego
en una noche indestructible. Y vuelvo,
merodeo en las lindes. El recuerdo
me llega hasta un lugar al que regreso
no en el presente, sino en la presencia.
No son los ojos de la infancia, ahora,
los que miran en mí, sino los ojos
de un niño renacido en el recuerdo.
Fragmento del poema Por el gran mar (Galaxia Gutenberg, 2019)
LALT agradece a Alejandro Krawietz por concedernos el permiso para publicar el presente texto.