Con el terror del equilibrista
…las aguas del abismo
donde me enamoraba de mí mismo.
Quevedo
Sobre el espanto del pozo
siempre pensé tocar el agua.
Nunca lavar las manos,
no mancharlas.
Sólo el pozo y mi sed.
Nunca las viejas bocas
ni los baldes usados en balde.
No el agua que titila
su confortable techo
y toda la pasión de sus ahogados.
Nunca
el ojo contemplativo.
Todo esto lo digo
con el terror del equilibrista.
Esta será la única mentira en la que siempre creeremos
a fuerza de admitirla tantas veces.
Hoy
alguien intentará leer el ojo de un vecino
con el fin de saber si la tristeza
(esa muchacha indócil que va escupiendo amor)
es una amiga sádica de siempre
o un pez muerto nadando en la garganta.
Sería difícil disfrazar la felicidad.
(A ella siempre le quedaría corrido el maquillaje).
Pero de todos modos tendrás que perdonarme
que no te ladre amor junto al oído.
Podrían despertarse muchos muertos
que están bajo nosotros.
Es una historia triste
jugar a ser perfectos.
Astillas
a mi madre
Mueres de día.
Sobrevives de noche.
Paisaje de guerra
de postguerra
paisaje después de la batalla.
Piedra sobre piedra
donde sólo se escuchan, en la noche, a los gatos,
a las parejas de amantes que no tienen dónde meterse,
chillando.
Basuras, hierbas ralas, trapos, condones,
aristas de latas con sangre.
Cuando salgo a la calle
como otro artista anónimo del hambre
más de algún cuerpo ha roto
la fingida simetría con un salto mortal.
Yo me sentaba en tus rodillas
no me daba vergüenza, Sulamita,
tu cabello de oro de ceniza.
Extranjeros ridículos colgando
sobre árboles inexistentes.
Hace frío.
Las cortezas sangrantes del otoño
aprietan como una mortaja.
Si me siento a la mesa
el vacío es demasiado inmenso
para poder rasparlo con una uña.
Huesos fuertes
El viento entra
por los huesos
una flauta
una cañería de desagüe
“Podrían tocar
toda la noche
y pedir
durante tres generaciones.
Si se les mira
de cerca
no están hechos
para el trabajo
y ostentan su miseria
en carteles escritos
en lengua ajena”.
Los rumanos
de los campos
de concentración
(y los otros)
escaparon
en vagones establos
falsificaron
pasaportes
caminaron
fueron devueltos
en las fronteras
limítrofes
del Este.
Lo intentaron de nuevo
(nos suicidaremos en masa).
Algunos
lo consiguieron
y llegaron
al Sur
(o a la muerte).
La máscara japonesa
Yo, Ito Toshitsugo
saqué mi cabeza de un agujero durante la noche
para comerme el cristal de un establecimiento comercial
en la Venecia japonesa.
Atraído por los cebos lumínicos
y los tubos de plástico.
Dos meses
como una anguila
ante el pabellón dorado del bazar
permanecí extático.
Largo y delgado
estilizado por el hambre
una anguila de agua dulce
en el gran puerto marítimo.
Sesenta millones de personas
pasaron por mi lado
no me vieron.
Sesenta millones
ocupadas en las compras navideñas
cegadas por la luz artificial
por las ramas (falsas)
del árbol donde recosté mi cuerpo.
Yo, Ito Toshitsugo
me convertí en el cadáver de un hombre de sesenta años
sin domicilio conocido
en uno de los barrios más populosos de Osaka.
Que alguien toque para mí la flauta de hierro.