Tres son los ejes que sustentan la obra de Gioconda Belli: por una parte, su esforzado contenido político y social en pro de una patria —extensible también a ajenas— liberada; por otro, desvelar los velos, en su buceo, en su exploración, de la identidad femenina; y, finalmente, la voluntad de configurar una poética en libertad. Una conjunción tripartita que se hermana, entre otros motivos, porque se abordan desde la subversión. De los focos que van configurando el espacio poético de Belli, nos centraremos en aquel en el que nuestra poeta reflexiona sobre el hecho poético, lo que se ha llamado tradicionalmente artes poéticas. Pues también desde ellas se crean espacios de libertad; libertad que alude no solo a los contenidos sino también a la forma.
Antes de entrar en el análisis de las artes poéticas de Belli, desglosemos algunas generalidades sobre estas: son afines al vitalismo giocondino que, a través de ellas, transmite lo que detectamos en el conjunto de su poética; a saber, dinamismo, vivacidad, vigor, ímpetu, empuje, fuerza, energía, creencia. En aquellos versos que dedica al pensamiento metapoético hallamos emociones más cercanas a lo humano que a lo que es propio del lenguaje, como lo son las experiencias del gozo y del dolor, también el erotismo y la sensualidad. Asimismo, hay una problematización del lenguaje que en ocasiones corre acorde al desafío amoroso. Los contenidos metapoéticos apuntan en una dirección similar a los llevados a cabo por los poetas coloquiales que en la década de los sesenta democratizaron la poesía en América Latina. Sin embargo, y como consecuencia lógica, con el paso del tiempo sus artes poéticas irán tomando otros hálitos acordes a los avances de su poética.
No cabe ninguna duda de que el primer libro poético de nuestra autora, Sobre la grama, publicado en 1974, sigue resultando todavía hasta el día de hoy un poemario axial —un catecismo giocondino— en cuanto que allí se encuentran los temas genésicos que de diferentes y evolutivos modos se expresarán en su poética postrera. Entre celebradas composiciones como “Y Dios me hizo mujer”, hoy himno y ayer poema con el que encabezó este libro señero, o “Soy llena de gozo”, se van colando composiciones en las que Belli expresa la necesidad de construir qué es para ella —autora en aquellos momentos de un primer libro— la poesía. Y así lo hace en composiciones como “Dándose”, “Credo”, “Cotidiano”, “Dáteme poema”, “Mi sangre” y “A borbotones”.
El poema puede convertirse en un acto de entrega, tal como usan los enamorados, como en la composición “Dándose” en la que plantea la necesidad de escribir “para darle forma al mundo”; pero escribir significa también un acto de despojamiento, como lo es el amor al otro, de compartir y de nutrirse. A este le sigue otra composición, “Credo”, que es toda una declaración de principios, como lo es también “Y Dios me hizo mujer”: “Creo que mi poesía nace de la felicidad”, sin que ello sea óbice en ocasiones de una conciencia dolorosa. A pesar de todo, y, a diferencia de aquellos escritores que conciben el acto poético como una manifestación de desasosiego, Gioconda Belli opina que “para escribir / necesito ser feliz, sentirme como un / caballo relinchón, explorar las palabras / como malinchazos”, para concluir en “el goce que me hace poeta”. El contento que experimenta nuestra autora a la hora de la escritura es similar al que advierte su cuerpo, sobre todo cuando se entrega: darse a un cuerpo como quien se da a la escritura.
La cotidianidad regenta cada uno de los poemas de Belli y así es también en sus artes poéticas. Ellos, los poemas, en la composición “Cotidiano”: “Me aparecen en la cocina, en el estudio, / en el dormitorio. Están extendidos a lo / largo de mi desorden” porque, como nos dice en el comienzo de la composición: “Toda mi casa está regada por mis poemas”. La singularidad de estos versos radica precisamente en lo que guardan como cofre los versos finales en los que la autora deja de ser ella para convertirse en poema.
De crucial podríamos considerar “Dáteme poema”, título que a modo de paralelismo se sucede en la composición. Se trata de un texto axial en cuanto que traslada a este poema las temáticas del cuerpo que ha ido desplegando a lo largo del libro. A él le reclama que no se le niegue, que no le sea esquivo, como si de un amante se tratara: “No te me niegues como un niño juguetón / de mis sueños”, y que este se dé como un hijo, parir el poema “en un pequeño óvulo / en las trompas de Falopio”. Pero también, y aquí se produce el paso de lo individual a lo social tan prototípico de la poesía coloquial, que se le dé desde el compromiso: “pero girame el alma, / volteame la mirada a otra parte, / haceme ver los pies sucios del pueblo, / el estómago grande del pueblo”, para llegar a concluir que, en el acto de posesión, el poema debe seguir el camino celebratorio del acto sexual.
Del acto de posesión a la interpretación de la poesía como un parto, tal como vemos en “A borbotones”. Al igual que los procesos biológicos femeninos son una de las constantes del libro, tal como vemos en composiciones como “Menstruación”, “Maternidad II”, “Parto” o “Dando el pecho”, esos mismos actos fisiológicos tan propios de la mujer se aplican a las artes poéticas siendo un hecho inusual en la conceptualización de las artes femeninas. No debemos pasar desapercibida la composición titulada “Algunos poetas”. En ella, y en un acto de rebeldía, Gioconda Belli pone el dedo acusador sobre algunos poetas que, “siguiendo la vieja tradición paternalista / tratan de adoptarnos”, y son incapaces de aprehender la esencia de lo poético como lo son el viento, la fruta prohibida, “la misteriosa fertilidad / de nuestros poemas”.
En Truenos y arcoíris, publicado en 1982, y a pesar de que se trate de una poesía de circunstancia al hilo de los acontecimientos políticos, sorprendentemente el libro se abre con un arte poética que podríamos denominar como un “arte poética que confunde”. Su título es “Del qué hacer con estos poemas”. En realidad, es una dedicatoria, una desiderata, un preludio: “Un libro desafiante y bello para vos”, para que el amado sepa cuánto esa mujer, Gioconda, lo ama. En un libro como este, parido en los inicios de una revolución, en un tiempo de urgencia, no podía faltar un poema como el titulado “Obligaciones del poeta”. Una composición muy sesentera sobre el deber del intelectual latinoamericano y, específicamente, de aquella poesía que nació en el fragor de la revolución cubana y que ahora se traslada a la Nicaragua revolucionaria.
Otro momento axial en la trayectoria poética de nuestra autora fue la publicación de Apogeo (1998), también en lo que a las artes poéticas se refiere. El poemario supone la otra cara de la moneda de Sobre la grama. Su visión ahora es más compleja e insiste en la idea —ya gestada en su obra poética anterior— de las muchas mujeres que hay en cada una de nosotras y que la mujer de hoy es la suma de todas aquellas que nos precedieron aportando la idea de la genealogía. Dos son los títulos de esta entrega que nos remiten a reflexiones sobre la poesía: “El poeta se reúne con sus palabras” e “Insomnio con palabras”. Nótese la repetición del vocablo axial, “palabras”; pareciera que en el libro es únicamente este vocablo el que impregnara el hecho poético: no lo genérico, que es el poema, sino aquello de lo que se nutre, el germen del lenguaje. En el primero de ellos, poema extenso dialogado, es la poeta la que se reúne “con mis palabras acaloradas”. Al igual que Miguel de Unamuno en su nivola Niebla, en donde el creador se encuentra con su creación; aquí los vocablos convertidos en personajes —como “Rabia”, “Dolor”, “Tristeza”, “Desorden” o “Paciencia”— establecen una discusión con Belli quien insiste en su sufrimiento a la hora de concebir el poema y demandar para ellos el lugar preciso. En el siguiente poema, “Insomnio con palabras”, se acude de nuevo a la personificación que no tiene otro objetivo que remarcar el poder imperioso de las palabras sobre la poeta: “De noche las palabras / caminan en puntillas”. Estos versos reflejan un tema usual entre las artes poéticas como lo es la impotencia de la escritura, lo infructuoso que en ocasiones resulta el acto de escribir.
Gioconda Belli inaugura poéticamente el siglo XXI con Mi íntima multitud (2003) y Fuego soy, apartado y espada puesta lejos (2007) y las artes poéticas se asoman levemente; en el primero de los libros citados con un título, “Creación”; en el segundo, “Las palabras”, nuevamente las palabras. El primero de ellos podría enlazarse con el anteriormente citado, “Insomnio con palabras, pues nuestra poeta vuelve a la visión romántica, tan acostumbrada en la metapoética, como es la soledad del escritor; la pesadilla de la página en blanco de antaño que ahora se materializa en “la pantalla encendida ausente y azul como un cielo sin estrellas”. El efecto sorpresa llega al final, la idea del todopoderoso creador, la de la deicida: “Un Universo donde soy la única Diosa posible”, frase que enlaza directamente con el título del poema. La poesía como el lugar donde es posible lo imposible. En “Las palabras” sigue remarcando el carácter imperioso de estas, su magnanimidad, y cómo van envolviendo a la autora por dentro y por fuera, y cómo solo ellas son capaces de entregarle aquello que busca, la belleza.
En la avanzada juventud (2013) y en El pez rojo que nada en el pecho (2020) las referencias al amor, al feminismo y la denuncia de las injusticias siguen presentes. En el poemario del 2013, y siguiendo en la línea de la soberanía de las palabras, incluye dos textos metapoéticos de diversa índole: “Poder de la poesía” y “Madre mía de las palabras”. En el primero insiste en el carácter demiúrgico de quien escribe, amén de que el hecho poético se conjuga abiertamente con el juego amoroso: “Yo y mis palabras tomamos el gesto más trivial”. Muy interesante, por su originalidad, es el segundo de los poemas citados, dedicado a su madre. Si hay una genealogía en la escritura literaria, también la hay en el abordaje al tema de la mujer, y allí la principal genealogía es la madre. También en esta composición nuestra autora categoriza desde el primer verso: “Soy una mujer hecha de palabras”, y lo es porque así lo quiso su madre quien la involucró en el universo de los vocablos desde el seno materno. Su progenitora fue la contadora de historias alucinantes, la que la introdujo en el universo de los dioses paganos en aquella casa llena de volúmenes: sus “palabras siempre viajando / de su boca a mi boca de niña deslumbrada […] haciéndome sin saberlo esto que soy / este esqueleto de consonantes y vocales / que esta noche / amorosamente / la recuerda”.
Se cierra el elenco con “Poesía en tiempos de crueldad” del hasta ahora último libro de poemas de Gioconda Belli, El pez rojo que nada en el pecho. El poemario se divide en tres partes y titula la última “¿Qué puede hacer la poesía?”, donde se sitúa precisamente la composición citada. Esta podría ser un arte poética a destiempo; es decir, escrita en un momento en el que estas han perdido su espacio originario en cuanto que los poetas en estos tiempos vierten sus pensamientos metapoéticos más allá del poema, léase, sobre todo, opiniones en medios de comunicación o públicos; amén del carácter social y político —entendido aquí como la utilidad de lo poético, la repetición constante a lo largo del poema de “¿Qué puede hacer la poesía?”— que las caracterizó en los sesenta y comienzos de los setenta. Pareciera que Gioconda Belli plasma en estos versos lo que han sido sus artes poéticas hasta estos momentos. Esta “Poesía en tiempos de crueldad” se pregunta la cuestión clave a lo largo de tantas décadas, fundamentalmente del siglo XX, para reclamar hoy también una poesía activa, aludiendo precisamente a aquello que tanto atacaron los poetas coloquiales de la poesía abstracta y obtusa que no mantenía relaciones fluidas con el lector, con el pueblo:
Es menester el ojo para que la poesía se levante y ande.
Es necesario el tiempo, el amor y el horror
para que la poesía se encienda como una lámpara
y salga con sus fósforos y luciérnagas
a iluminar la noche.
El poema, sin duda, es un manifiesto giocondiano de reivindicación de la poética en cuanto que ella es más que necesaria en tiempos graves y arduos. Asimismo, está escrita con los mismos modos y maneras que las anteriores; a saber, los mismos modos y maneras que su poesía: verso libre, tono ágil, frescura verbal, figuras retóricas que nos remiten al origen de lo poético y que otorgan al poema un efecto epifánico como lo son la presencia de anáforas, paralelismos, imágenes potentes y metáforas directas y en no pocas ocasiones sostenidas:
La poesía es ese mundo terco y silencioso
Es el fervor dicho en voz baja
Es el alma que habla
y no se da por vencida.
Así es la poética de Gioconda Belli, y así nos la ha revelado a lo largo de cincuenta años. Compromiso político y social, reivindicación de lo femenino verso a verso y apasionamiento por lo poético son las claves de una obra que se forjó en los tiempos de lucha y que sigue incólume en estos tiempos de crueldad.