“Los hechos ficticios aquí relatados son reales”, escribe Méndez Guédez en su epígrafe a Los maletines, “y los hechos reales son ficticios. El autor se excusa porque quizás ha imaginado unos y otros”. En esta entrevista, elaboramos algunas preguntas que invitan al autor a explorar el umbral entre la realidad y la ficción en el proceso de escritura de la novela. Sus respuestas sitúan la novela en la evolución de la trayectoria de Méndez Guédez como escritor y abordan las consecuencias de la dictadura sobre el espíritu humano y las limitaciones del lenguaje para crear significado a partir de las historias que son, a la vez reales e imaginadas, así como su inquebrantable dedicación a explorar tanto lo mítico como lo real de su Venezuela natal.
Wilfredo Hernández y Barbara Riess: Para comenzar, tu obra es muy extensa y variada y recurres a muchos géneros y tradiciones para crear un estilo propio. ¿Cómo caracterizas tu escritura? ¿En qué sentido Los maletines es un punto de referencia o de partida de tu obra?
Juan Carlos Méndez Guédez: Me costaría mucho caracterizar mi escritura pues cada libro parte de bases comunes: cierto tipo de personajes neuróticos, un poco risibles, un poco pícaros, pero a la vez intenta soluciones de escritura muy diferentes. A grandes rasgos, y en proporciones diferentes, te diría que muchos de mis libros se mueven en un escenario realista, con un trasfondo mítico. Hay cotidianeidad, pero también unas voces que rozan lo sagrado, a veces incluso desde lo humorístico.
W.H.: Mientras escribías Chulapos mambo (editada en 2011) entre 2006 y 2011 comenzaste a trabajar en Los maletines y avanzaste en Arena negra (que apareció en 2012). Terminaste Los maletines en 2013. ¿Cómo fue el proceso de escribir Los maletines? ¿Qué retos como escritor enfrentaste?
J.C.M.G.: Fíjate que nombras tres novelas muy diferentes: una novela cómica; una novela lírica y una especie de novela negra como es Los maletines.
Sucede que en este libro decidí dar un salto. Un salto hacia lo que en ese momento todavía algunos llamaban subgéneros. Para mí, después de leer a Manuel Puig, siempre había estado claro que en las narraciones cabían materiales muy diversos, incluso esos materiales de la cultura popular a los que el mundo literario miraba con recelo. Con Los maletines quise que mi narración se moviese dentro de la novela criminal, de la novela de espías; algo que yo admiraba mucho en Osvaldo Soriano y en obras suyas como A sus plantas rendido un león. Esto significó una ampliación de mis registros de escritura que hasta ese momento quizá se movían dentro de lo que se llamaba la narrativa sentimental; una escritura basada en el mundo afectivo de los personajes, sus pequeñas historias, sus referencias culturales dentro de las que también tenían espacio el bolero, el rock de los años ochenta, las telenovelas.
Aquí se trató de escribir desde dentro de esas referencias populares; escribir desde los discursos que también me llegaban gracias a la tele, al cine, a las redes sociales. Ahora con referencias anecdóticas más poderosas, más llamativas desde un punto de vista social y político. Por cierto, algo que tuve muy presente al escribir esta novela fue The Sting, la película que protagonizan Redford y Newman, y que he visto muchas veces pues me encanta ese trasfondo de unos pillos que quieren vengarse de otros pillos todavía peores.
El reto fue, como siempre, ser yo mismo, y ser a la vez un escritor distinto a lo que había sido hasta ese momento.
W.H. y B.R.: Los maletines profundiza tu exploración de la cultura venezolana bajo el chavismo que iniciaste con la publicación de Tal vez la lluvia en 2009. Esta ampliación contiene lo que podría denominarse un “inventario de la criminalidad chavista” y también un registro muy completo de la vida cotidiana en Caracas durante los años anteriores a la muerte de Hugo Chávez. ¿Podrías explicarnos cómo fue el proceso de documentación de la novela y tu representación minuciosa de los varios universos simbólicos de la cultura venezolana?
J.C.M.G.: Las dictaduras son un mal que trabaja por acumulación. Arrojan sobre las personas tal cantidad de humillaciones, de heridas, de tormentos, que hay un momento en que las víctimas permanecen aturdidas, confusas. Así que, en cierto modo, en ese momento yo trataba de llevar una cronología mental de los momentos más aberrantes del chavismo; tomaba notas mentales, escritas; y un día leí una información sobre un militar venezolano que había desaparecido en España con un dinero ilegal; a eso se sumó la captura de un venezolano con un maletín lleno de dinero no declarado para influir en la política argentina. Me di cuenta de que, desde la reinvención y la imaginación, allí había una historia. Porque los milicos insurgieron en la política venezolana proclamando un discurso contra la corrupción y resulta que tanto ellos como sus aliados civiles han desatado quizá la peor ola de corrupción de la que se tiene noticias en el siglo XXI.
Al comenzar a escribir me di cuenta de que muchos de esos datos sueltos que yo había ido recopilando, encajaban muy bien para contar una historia: el sometimiento del gobierno venezolano a la dictadura castrista, la tortura, la lucha entre grupos delictivos del chavismo para obtener beneficios, el surgimiento del paramilitarismo, el flujo de los petrodólares venezolanos para intervenir en la política de muchos otros países.
Aquello era una novela negra en la que solo era necesario poner orden; eso fue lo que intenté. Espero que, como sucede con las novelas de Soriano, la historia vaya más allá de sus referencias inmediatas, y que siga siendo leída como una historia picaresca que puede ocurrir en cualquier lugar, en cualquier momento. Una especie de actualización de la lucha entre David y Goliat.
W.H.: Los personajes protagonistas de Los maletines son atípicos. Donizetti es un burócrata con una exquisita cultura melómana y literaria. Por su parte, Manuel, un locutor de radio gay, es un profundo conocedor de boxeo y con habilidades extraordinarias para el espiritismo. ¿Cómo surgieron estos dos personajes? ¿Fueron simultáneos? ¿Cómo fue el proceso de construirlos?
J.C.M.G.: En el caso de la novela, para mí, narrar es tener un personaje al que le suceden cosas. Un personaje con un toque de singularidad.
Conocí gente que de la noche a la mañana abrazó al chavismo y se hizo cómplice de sus tropelías. Para ellos la dictadura fue reinventarse: cambiar de biografía, cambiar de profesión, cambiar de ideas. De ese modo, surgió Donizetti, un hombre normal que, buscando su supervivencia económica se convierte en un fiel cuadro del régimen, en un siniestro mentiroso que desde una agencia de noticias crea realidades paralelas hasta que le tocan su esfera sentimental más próxima: sus hijos, y decide poner de cabeza el mundo para salvarlos. Pero en el fondo, los narradores somos hijos del Quijote, y allí las aventuras las realiza una pareja, así que necesité una contrafigura y allí apareció Manuel, que por otra parte me permitía desde el punto de vista estilístico refrescar cada tanto la novela con un cambio de lenguaje, de visión del mundo.
Me gustó tener esta pareja en marcha, y me di cuenta de que estaba escribiendo algo que tal vez no es un muy usual en la narrativa en español: una historia sobre la amistad; una historia sobre dos personas alejadas, muy diferentes, que desde el afecto coinciden en un objetivo común que es ni más ni menos que robarle el dinero a los “malos”.
B.R. y W.H.: A lo largo de la novela, Manuel recuerda como héroe de su adolescencia a “El Ñato”, un criminal de su barrio. En la traducción elegimos el título “The Boxer”, ya que la característica que describe la palabra “ñato”, la nariz plana, la comparte con sus héroes boxeadores. ¿Qué propósitos tuviste con la creación de este “héroe” y su desenlace al final de la novela?
J.C.M.G.: La literatura que me interesa no sirve para educar, denunciar, para enseñar buenos modales; me interesa la literatura que se asoma al abismo.
Crecí en un barrio popular al que adoro, pero que es un sitio peligroso. Allí nos tocaba convivir con gente estupenda, increíble, pero también con lo que en Venezuela llamamos: “malandros”, y el malandro produce miedo por su fuerza, su crueldad, su ausencia de escrúpulos, pero a la vez produce una cierta fascinación por su vida al límite, por su vida corta, desenfrenada.
Sucede que, en algún momento de mi existencia, descubrí que un vecino al que a veces llevaba en mi carro, con el que me saludaba y compartía noticias sobre béisbol, era uno de los capos de la zona. Quedé muy sorprendido al enterarme y verlo herido por los balazos de un enfrentamiento con otra banda. Él jamás me contó nada de eso, claro. Pero por un motivo que ignoro, cuando nos tropezábamos era muy amable, muy buen vecino. Creo que finalmente murió, y el caso es que quise prestarle a mi personaje Manuel esa ingenua creencia de que el poder del malandro también puede salvarte, de que es una especie de buen demonio que por un motivo mágico te va a proteger del mundo.
B.R. y W.H.: Leer Los maletines es estimulante en múltiples niveles: la mezcla del constante recuerdo y el presente, la sinestesia que cruza la experiencia corporal y la emocional. Por ejemplo, Donizetti procesa la naturaleza alrededor suyo con una fineza sensorial que enriquece la narración desde su punto de vista. Por su parte, Manuel anhela una autenticidad esquiva en el lenguaje: “Es absurdo que todo el mundo sufra por las mismas causas y con las mismas palabras. Me dan asco los sentimientos que no son capaces de intentar una sintaxis diferente…” (“Uppercut”). ¿Cómo ejemplifican estas inquietudes tu propia sensación de los límites y posibilidades del lenguaje y la escritura?
J.C.M.G.: Octavio Paz, entre otros, escenificó esa lucha del creador con el lenguaje; es su herramienta amada, pero en muchas ocasiones no alcanza a decir lo que queremos o más bien entorpece lo que deseamos transmitir. Me sucede con esas novelas o cuentos en los que me pierdo, porque el lenguaje se interpone entre mi lectura y la historia. Y siempre vives en el miedo de que eso te ocurra.
Pero por otro lado, me fascinan narradoras como Mónica Ojeda, Ana Blandiana o Clarice Lispector en las que el lenguaje crea una rara transparencia en la que desde él suceden otros mundos, otras visiones.
Necesaria es la obviedad. Narrar no es simplemente tener una buena historia; hay que dar con el lenguaje preciso, ser capaz de transformarlo. Narrar es reordenar, crear estructuras adecuadas. Yo percibo que cada historia pide su propio lenguaje, su propio orden, aunque desde luego, para mí siempre lo importante es contar una historia, que sucedan muchas cosas, darle un peso al verbo, que es algo que hice consciente al escuchar a Guillermo Arriaga comentar que ese es el tipo de narraciones que le gusta realizar. Es algo que intenté en Los maletines, que el lector siempre quiera seguir adelante, porque aunque haya momentos lógicos de respiro y pausa, páginas adelante el mundo se pondrá en marcha de nuevo y sucederán muchas cosas.
W.H. y B.R.: Finalmente, Los maletines apareció en 2014. Desde entonces, has publicado numerosos libros. Uno, La ola detenida, explora la Venezuela bajo la primera presidencia de Nicolás Maduro. En uno de los más recientes, como La diosa del agua. Cuentos y mitos del Amazonas (2020), has tratado lo mítico-cultural venezolano. ¿De qué manera este giro marca la trayectoria futura de tu creación?
J.C.M.G.: En algún momento, Simenon dijo que su narrativa se dividía en dos tipos: narraciones con baranda, que serían los libros de género; y narraciones sin baranda, que serían las novelas de otro tipo, basadas en personajes que viajan al límite de sí mismos.
Hace poco entendí que mi trabajo presente y futuro transitará por dos universos. Los libros de lo real: en los que estaría Los maletines, historias cercanas al relato criminal, al relato político, al relato humorístico, al relato íntimo de personajes atormentados por la cotidianeidad. Pero también los libros “del umbral” que es un término que tomo prestado del novelista español Ernesto Pérez Zúñiga, que serían libros muy cercanos a lo poético, a lo mítico, a lo sagrado y cuya escritura será mucho más inatrapable.
La diosa de agua se vincula con este tipo de escritura; que de nuevo aparece en mi novela más reciente: Roman de la isla Bararida; una historia fragmentaria, situada en una isla mágica que vive una suerte de Edad Media, y en la que dos personajes viven una intensa historia de amor que se cuenta desde formas muy diferentes como el relato artúrico, el cuento moralizante, la tragedia, el cuento de hadas, los mitos prehispánicos, y el mundo de brujería que viví en mi infancia alrededor de María Lionza, la diosa autóctona venezolana que desde la montaña de Sorte protege a sus fieles, a los animales y a las cosechas.
Aspiro a moverme en el futuro dentro de esos dos registros.