En Argentina, muchos adolescentes y jóvenes se han convertido en bookfluencers, es decir, que leen textos literarios y comparten reseñas y opiniones sobre libros. Asimismo, hay un grupo de jóvenes que como parte de las prácticas de lectura y escritura que ofrecen las nuevas tecnologías digitales, se presentan como referentes lectores y promueven la literatura como consumo y placer contemporáneamente.
A partir del uso de tecnologías digitales para expresarnos y comunicarnos, aparecieron ya hace tiempo otros lenguajes que amplían, enriquecen y a veces hasta reemplazan la palabra escrita, como por ejemplo las imágenes, emojis, gifs, stickers, memes, videos musicalizados y editados, filtros, por nombrar algunas cosas. Esta forma de construir el significado se conoce como multimodalidad (Carey Jewitt, 2009). Podríamos decir, entonces, que cuando estamos frente a un posteo de Instagram o un video de TikTok o YouTube, nos encontramos con prácticas multimodales; en otras palabras, se combinan múltiples códigos semióticos. ¿Y por qué es importante saber esto? Porque forma parte de lo que se conoce como alfabetización digital,1 es decir, “la actividad semiótica mediada por tecnologías digitales” (Thorne, 2013, p. 203).
Ampliemos esta definición para comprender mejor de qué se trata. Estar alfabetizado digitalmente implica no solo conocer los aspectos técnicos de los dispositivos tecnológicos, sino sus usos. Estar seguro en las redes, poder comunicar a través de ellas, crear con estas y ser crítico frente a la información que circula. No importan las plataformas o aplicaciones específicas; estas van a cambiar en el tiempo. El foco tiene que estar puesto en las habilidades y competencias que se pueden desarrollar mediante estas herramientas. Sabemos que niños, adolescentes y jóvenes las utilizan, pero no siempre dominan todos sus aspectos. Muchos de ellos tienen que ser enseñados. Producir y no solo consumir significado con los diferentes modos mencionados —imagen, sonido, música, gestos— implica poner en práctica la imaginación y la inventiva.
Literacidad digital
Hagamos un mapa de las plataformas y aplicaciones más importantes que existen actualmente para la lectura y la escritura.
En primer lugar, tenemos aquellas que sirven para registrar lecturas, calificarlas y reseñarlas, como Goodreads o Storygraph. En segundo lugar, existen otras plataformas y redes sociales que se crearon con fines no ligados a la lectura, pero que los sujetos lectores fueron cooptando para esta actividad. Tal es el caso de YouTube con los Booktubers, Instagram con los Bookstagrammers y TikTok con los Booktokers, como veremos más adelante.
Por otro lado, existen plataformas donde se puede escribir y leer a autores amateurs, como Fanfic.net, Wattpad, Booknet, y algunas específicas del mundo del cómic, como Tapas y Webtoon. Estos espacios permiten interactuar directamente con los lectores y recibir comentarios y apreciaciones sobre los textos.
Finalmente, repasaremos algunos géneros emergentes, como los podcasts dedicados a la lectura, especialmente a la discusión sobre libros, series y películas, newsletters y concursos de escritura, que tienen una presencia cada vez más importante en las redes.
Catálogos virtuales de lecturas
Goodreads surgió en 2006 y fue adquirida por Amazon en 2013. Su fundador, Otis Chandler, cuenta que estaba visitando la casa de un amigo y, luego de inspeccionar su biblioteca, se quedó pensando qué bueno sería ver la biblioteca de todos sus amigos y pedirles recomendaciones. Luego se le ocurrió que podía pasar de la biblioteca física a la biblioteca virtual, para poder espiar libremente las lecturas de otros, las que están en la lista de lo que se quiere leer, lo que está leyendo y lo que leyó. En Goodreads los usuarios pueden poner un puntaje a los libros y también agregar una breve reseña. A su vez, abajo del libro seleccionado, aparecen otros que comparten características y que se muestran como posibles próximas lecturas. Es una forma de ir no solo cuantificando, sino también registrando para un uso personal qué se leyó, pero sobre todo, se trata de una aplicación para seguir agregando libros a la pila, una acción que nunca se termina.
En 2019, Nadia Odunayo, una emprendedora e ingeniera en sistemas, desarrolló Storygraph con el lema “porque la vida es muy corta para un libro que no estás de humor para leer”. Esta plataforma permite personalizar la búsqueda de libros a través de características sobre el género, tipo de trama, forma de escritura. A medida que uno va sumando lecturas, ofrece gráficos que muestran qué género se leyó más, la cantidad de páginas leídas y el ritmo de lectura. Storygraph, a diferencia de Goodreads, permite que si no terminaste el libro puedas comentar por qué y que las páginas leídas sumen en la contabilización final: señal de que la cantidad, sea de libros o de páginas, se considera relevante para los usuarios. Para el año en que Storygraph se creaba Goodreads llegaba a los noventa millones de usuarios y se posicionaba como la única plataforma relevante de registro de lecturas. Sin embargo, si bien al momento de publicación de este artículo Storygraph aún no alcanzaba el millón de usuarios, su relevancia viene en ascenso, y por primera vez existe una plataforma que pretende disputarle un lugar a Goodreads.
Estas aplicaciones se sostienen por las comunidades de lectores que actualizan la cantidad de reseñas, escriben comentarios, apoyan y generan cierta confianza con respecto al puntaje que se le da a determinados libros; en general se confía en la opinión de los usuarios. Antes de comprar un libro, tenemos la posibilidad de buscar los títulos en distintas aplicaciones y ver si vale la pena sumergirse en la lectura.
Como parte de la experiencia de lectura, es interesante destacar que, junto al puntaje, puede haber lo que se conoce como “trigger/content warnings” o “red flags”, es decir, advertencias de tipos de contenido que se pueden encontrar en el libro que pueden herir la sensibilidad de algunos lectores. Por ejemplo, violencia doméstica, muerte de un ser querido, relación tóxica, enfermedad, escena de violación. Si bien para algunos lectores encontrar estas advertencias resulta un alivio, para otros es excesivo porque hasta anticipan demasiado la trama del libro. Generalmente parecen ser temas sensibles como la muerte, la enfermedad, la pérdida, el duelo, escenas sexuales violentas, relaciones tóxicas.
¿Qué nos dicen estas plataformas sobre las prácticas de lectura? Por un lado, que existe una necesidad de registrar aquello que se lee y contabilizarlo, y además, mostrarlo al resto, sin necesariamente incluir una opinión. A su vez, que funciona como un buscador no solo de novedades, géneros y autores, sino del tipo de historias que se quieren leer, casi de manera repetitiva, evitando sorpresas gracias a las advertencias de los mismos usuarios. Los tópicos de todos modos no aseguran el éxito del libro, y muchas veces una historia con un tópico que no es el que más nos interesa, puede sorprendernos. Hay claramente un mercado editorial detrás de esto que va tomando los datos de estas aplicaciones para decidir qué publicar; al mismo tiempo, las redes sociales influyen cada vez más en el comportamiento de las personas, como veremos más adelante.
Estas plataformas funcionan como aliadas al momento de elegir, son curadurías hechas por los propios usuarios con quienes, a medida que uno va leyendo, se identifica o no con sus recomendaciones. Son espacios que posibilitan incluso dialogar con los autores, que muchas veces incluyen un fragmento explicando cómo y por qué surgió la novela en cuestión. Es una forma de seguir los pasos de los escritores y apoyarlos, especialmente si todavía no son masivamente conocidos.
La lectura aparece asociada a un juego: cumplir retos y desafíos es una forma de elegir libros, de manera lúdica, adaptando la consigna a los intereses personales, pero también, una forma de salir de la zona de confort y descubrir nuevas lecturas.
José van Dijck (2013), especialista holandesa en medios de comunicación, señala que pasamos en tan solo diez años de una cultura participativa a una cultura de la conectividad. Esto significa que la “socialidad” está moldeada por las plataformas. Las actividades profesionales, intelectuales y culturales tienen un lugar en los entornos virtuales. Basta pensar en cualquier rubro —como “cocina”, “dermatología”, “jardinería”— para encontrar que ese nicho tiene su espacio en redes sociales también. La gente usa las redes para comunicarse pero además para informarse sobre aquello que le interesa y le divierte.
Entre 2010 y 2012 surgieron los Booktubers, es decir, jóvenes que reseñaban libros a través de la plataforma YouTube. Generalmente sentados, frente a cámara, con una biblioteca o pared de fondo, hablaban sobre uno o más libros leídos o que esperaban leer. La llamada “reseña literaria” incorporó un nuevo formato gracias a la web. A pesar de que ya pasaron más de diez años, los Booktubers siguen existiendo y las categorías de video para generar contenido que se originaron ahí se reutilizan en otras redes, como Instagram y TikTok.
Internet no solo les dio voz y la posibilidad de compartir experiencias, como señala Roxana Morduchowicz (2021), sino también la oportunidad de elegir en qué formatos hacerlo, con qué frecuencia y qué tipo de contenido producir. Paulatinamente fueron alcanzando visibilidad y seguidores, lo que llevó a varios de ellos a pasar del otro lado de la pantalla, es decir, a colaborar con editoriales, e incluso a trabajar para ellas.
A partir de las categorías de contenido de los videos, podemos ver que no se trata solo de reseñas. La lectura tiene una dimensión mucho más amplia: se comenta también lo que se espera y quiere leer, se crean desafíos para definir y armar caminos de lectura, hasta se proponen trivias y juegos. En otras palabras, leer se muestra como algo divertido, pero sobre todo, como una práctica que genera emociones.
“Booktok me hizo hacerlo”
“Booktok me hizo hacerlo” (“Booktok made me do it”) es una de las frases y hashtags que circulan en TikTok. ¿Por qué y a qué se refiere? Cada vez más, autores y editores utilizan esta plataforma para promover sus libros. Los videos —que son cortos pero llamativos, y que generan expectativas por los libros— reciben miles de visualizaciones que se traducen en la compra y posterior comentario de estas lecturas.
TikTok tiene subculturas “que usan el espacio como un sitio crítico para dar forma y realizar identidades y culturas comunitarias” (Boffone, 2022, p. 5). De hecho, en Booktok encontramos muchísimo movimiento LGBTQ+ que reivindica la representación de la diversidad, en todas sus formas, en la literatura. El hashtag #lgbtqbooks en TikTok tiene, al momento de escribir este artículo, más de 84 millones de vistas. Finalmente, como dice Stewart (2021), “Los jóvenes alfabetizados en medios se sienten especialmente atraídos por la promoción realizada por pares sin ningún interés financiero en un producto”.
Tanto en Instagram como en TikTok, las editoriales tienen un peso importante, envían directamente ciertos ejemplares a los influencers que tienen más seguidores e interacción. De este modo, lo novedoso, lo que están leyendo “todos”, aparece como un motivo suficiente para querer leerlo. De alguna manera, la comunidad funciona por imitación. El que forma parte quiere saber de qué se trata, quiere estar dentro de la conversación, y eso implica leer lo que está leyendo el resto, ya sea en el país como afuera.
Luego de este breve repaso podemos observar cómo las redes sociales y plataformas nos ofrecen espacios de aprendizaje informales. Necesitamos conocerlos, explorarlos, entender sus riesgos pero también sus atractivos para acercarnos al uso que hacen adolescentes y jóvenes. Dezuanni (2021) denomina el tipo de aprendizaje que se puede dar en estas plataformas como “pedagogía de pares”, es decir, que unos aprenden de otros más allá de que haya una intención expresa de enseñar. En estas producciones aparece tanto la práctica de la lectura como la exhibición de libros y bibliotecas (Dezuanni, 2021). Al respecto, Boffone señala algo similar: “TikTok es pedagogía pública […], nos enseña cómo actuar, qué escuchar, qué comprar, cómo hablar, cómo interactuar entre nosotros y más” (Boffone, 2022, p. 6).
Jóvenes de distintas edades utilizan variedad de plataformas para compartir contenido en torno a la lectura y para poder consumir contenido, pero también para poder alcanzar más público con sus producciones. A partir de entrevistas y observaciones realizadas, podemos afirmar que algunos comenzaron en YouTube y migraron a Instagram, otros comenzaron directamente en Instagram o TikTok, y varios mantienen más de una plataforma o red en simultáneo. Sin embargo, otros prefieren mantener una sola red social porque les insume demasiado tiempo y trabajo tener más.
No todos los que abren una cuenta llegan a ser influencers, pero sí son Bookstagrammers o Booktokers: para esto alcanza con abrir una cuenta específica sobre y para libros, publicar regularmente, y sobre todo participar de las conversaciones virtuales, es decir, interactuar, compartir y colaborar activamente con otros usuarios de la comunidad. Según los mismos usuarios, el número de seguidores no es importante: la bienvenida la obtienen todos, y la clave está en la creatividad y en la vinculación con la comunidad.
En definitiva, encontramos que hay un grupo de jóvenes que navega por las redes no solo deslizando el dedo por publicaciones de manera automática y apática. Hay jóvenes que leen, escuchan lo que otros piensan sobre los libros, discuten, escriben sobre eso, y algunos incluso sueñan con ser autores y formar parte de espacios tan concretos y tradicionales como puede ser una feria del libro. Las prácticas lectoras en estos entornos bordean los límites entre la avidez y la obsesión por leer y atesorar libros, pero también consisten en experiencias de lectura; se idealiza la posibilidad de leer durante horas. Sin embargo, también las redes se han convertido en un canal de expresión, de vinculación y aprendizaje entre pares. Las aplicaciones y plataformas seguirán avanzando, desaparecerán algunas, surgirán otras, habrá mayores combinaciones y relaciones; por eso lo que hay que seguir de cerca son las prácticas. Conocerlas y entenderlas nos permitirá también conocer y entender a sus usuarios, sus necesidades, sus intereses, sus miedos, sus incertidumbres, y sus formas de ver el mundo de la lectura y la escritura, que no es otra cosa que la cultura.
1 Algunos atribuyen este uso de las tecnologías a una condición innata. Seguramente escucharon hablar de la idea de “nativos digitales”. Se trata de una concepción determinista de la tecnología, que niega de algún modo la agencia de las personas en estas prácticas. Mark Prensky es el que acuñó los términos “nativos e inmigrantes digitales” en el año 2001. El autor sostiene que el cambio generacional fue causado por la transformación tecnológica (Jones, 2010). Sin embargo, su teoría no tiene suficiente evidencia empírica, además de que, en el mundo educativo, lejos de ser una ayuda, esta clasificación ha ampliado las limitaciones y ha creado falsas generalizaciones.
Referencias bibliográficas
Boffone, T. Jerasa, S.(2022). BookTok 101: TikTok, Digital Literacies, and Out‐of‐School Reading Practices. Journal of Adolescent & Adult Literacy, 65(3), 219-226.
Borda, L. y Trovarelli, C. (2021) Relatos en Wattpad: ¿es posible una fanfiction sin fanatismo? en Borda, L. et al. (2021). Fanatismos: prácticas de consumo de la cultura de masas. Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Prometeo Libros.
Dezuanni, M. L. (2021). TikTok’s peer pedagogies-learning about books through #booktok videos. AoIR Selected Papers of Internet Research.
Jewitt, C. (2013). Multimodal methods for researching digital technologies. The SAGE handbook of digital technology research, 250-265.
Morduchowicz, R. (2021). Adolescentes, participación y ciudadanía digital. CFE.
Stewart, S. (2021). How TikTok Makes Backlist Books into Bestsellers.
Thorne, S. (2013). Digital literacies. In M.R. Hawkins (Ed.), Framing languages and literacies: Socially situated views and perspectives (pp. 193-218). New York, NY: Routledge.
Van Dijck, J. (2013). La cultura de la conectividad. Una historia crítica de las redes sociales. Buenos Aires: Siglo XXI.