Octavio Paz pasó dos períodos en India como diplomático de carrera. El primero fue una breve estadía de seis meses, desde diciembre de 1951, como segundo secretario en el establecimiento de la primera embajada latinoamericana en el país, recién independizado. El segundo fue una década después: a partir de 1962, vivió seis años en Nueva Delhi como embajador de México. Fue una época tan trascendental para él en el plano creativo y emocional que la llamó su “segundo nacimiento”. Tanto su llegada en 1951 como su partida en 1968 fueron consecuencia de escándalos diplomáticos de los que todavía hoy se oyen los ecos. En el primer caso, Paz fue enviado a ese destino a modo de castigo por haber movilizado la opinión de los círculos culturales franceses en contra de la medida del gobierno mexicano de prohibir la película Los olvidados (1950) de Luis Buñuel, movimiento que condujo a que se levantara la prohibición. Del mismo modo, su período al frente de la embajada concluyó cuando presentó su renuncia ante la masacre de estudiantes-manifestantes cometida por su propio gobierno en la Plaza de Tlatelolco el 2 de octubre de 1968. Ambas situaciones ponen de relieve su faceta liberal, militante, y su batalla de toda la vida contra cualquier forma de autoritarismo. En cambio, sus posiciones políticas más matizadas han sido objeto de sistemática malinterpretación, sobre todo hasta su muerte, en 1998, como indicio de una simpatía por la derecha.
Durante su primera estancia en India, Paz no trabó amistad con casi nadie y permaneció gran parte del tiempo recluido en su hotel; no le gustaban Nueva Delhi ni las personas que conoció allí. Más adelante, resignificó esas impresiones en parte como una proyección de su propia infelicidad y en parte como el efecto de arraigados prejuicios occidentales que había llevado consigo sin saberlo. Así, ese primer viaje lo preparó mentalmente para la temporada siguiente, más extensa, de la que luego hablaría como sus años más felices.
La segunda estadía (1962-1968) fue la época más creativa y productiva de toda su vida. Paz se zambulló en la historia de India, su filosofía, su arte, su literatura. Su casa se convirtió en punto de encuentro de artistas, escritores y pensadores indios, y gran parte de sus poemas y ensayos surgieron de esa alegría: Ladera este, Hacia el comienzo, Blanco, El mono gramático, Corriente alterna, Conjunciones y disyunciones. También en ese período encontró al gran amor de su vida: Marie José Tramini, inseparable de la poesía que vino después.
No hubo en la historia un escritor latinoamericano de la estatura de Paz que entablara un diálogo así de profundo con oriente. Estando en India, no se dedicó solo a temas indios; escribió un libro de antropología, Claude Lévi-Strauss o el nuevo festín de Esopo (1967) y uno de los dos largos ensayos sobre el pintor Marcel Duchamp que terminaron conformando Apariencia desnuda (1973). También escribió profusamente sobre política internacional y literatura mundial, contribuyó a diversas antologías, revisó ediciones anteriores de sus propias obras y tomó abundantes notas para un libro que terminaría siendo La llama doble, publicado en 1993, en el que contrastaba las ideas sobre el amor en las tradiciones occidental e india, en muchos casos rastreando el origen de las diferencias en sus distintas estructuras musicales.
Paz sabía bien que pertenecía a una larga tradición de escritores-diplomáticos latinoamericanos: Gabriela Mistral y Pablo Neruda, Miguel Ángel Asturias, Rubén Darío y Alejo Carpentier. Desde el siglo XIX, algunos de los autores latinoamericanos más destacados, sin ser diplomáticos de carrera, participaron en política y fueron presidentes, como el venezolano Rómulo Gallegos, los argentinos Domingo Faustino Sarmiento y Bartolomé Mitre. José Martí murió en 1895 luchando contra España por la independencia de Cuba. Neruda fue precandidato a presidente; Vicente Huidobro fue candidato, aunque perdió las elecciones, al igual que Mario Vargas Llosa. Solo en México, la lista de escritores diplomáticos incluye nombres tan distinguidos como los de Carlos Fuentes, Alfonso Reyes, José Juan Tablada, Federico Gamboa, José Gorostiza, Jaime Torres Bodet y Manuel Maples Arce, todos colegas de Paz. Como figura del campo intelectual, la posición política del escritor latinoamericano es de vital interés público, tal vez más que en ninguna otra parte del mundo.
La experiencia de Octavio Paz es un claro ejemplo de las ventajas que puede tener la vida en la diplomacia para nutrir la producción literaria. Sus años en París le valieron el estímulo intelectual de la proximidad a la vanguardia europea; la estadía en Estados Unidos dejó en su poesía las huellas del contacto con la sensibilidad literaria angloamericana. París era también el lugar de reunión donde artistas y escritores latinoamericanos descubrían lo que tenían en común. La distancia, además, les daba una perspectiva distinta. Experimentar de cerca culturas remotas como la de India le dio al cosmopolita Paz una visión no occidental de la existencia, que pasó buena parte de su vida recorriendo el subcontinente indio por tierra. El poeta alojó en su casa a Julio Cortázar, Severo Sarduy y Rufino Tamayo, que respiraron ese mundo a través de él. En Delhi se hizo amigo cercano y colaborador del compositor estadounidense John Cage, el bailarín Merce Cunningham y el pintor Robert Rauschenberg, además de entablar relaciones creativas con distintos pintores, autores e intelectuales vernáculos que aportaron a la cultura india “moderna”.
El protocolo diplomático dictaba que Paz presentara sus credenciales al primer ministro indio, Jawaharlal Nehru, cinco días después de su llegada al país. El escritor quedó admirado de su elegancia y sofisticación, que se dejaban entrever aún en los últimos días de Nehru, a pesar de los largos años de lucha y de la humillante derrota del país en la guerra indochina. Paz tuvo la oportunidad de verlo nuevamente en una ocasión menos formal cuando Nehru visitó una exposición de artistas indios jóvenes organizada por él. El poeta era ávido lector de sus libros y escuchaba sus discursos; le maravillaba que Nehru pudiera combinar flexibilidad y energía, refinamiento intelectual y realismo político.
Unos días después de conocer a Nehru, Paz presentó sus credenciales al presidente, el doctor Sarvepalli Radhakrishnan, político filósofo de tradición platónica. Paz señaló que “la filosofía puesta en acción es pedagogía y, en su forma más alta, política”. Y habló de la producción académica de Radhakrishnan diciendo que no hay nada más grato que conocer a un jefe de Estado que es también maestro y buscador de la verdad.
Paz había conocido a Indira Gandhi junto con su padre, Nehru. Tras la muerte de él, en 1964, Indira pasó a integrar el gabinete de ministros. En esa etapa comenzaron a encontrarse con frecuencia, y su vínculo se extendió más allá del ámbito diplomático. Ella no tenía una política específica para Latinoamérica y delegó su diseño en Paz; había viajado a México en 1961 y sabía de sus similitudes con India, pero conocía poco de los demás países de la región. Paz echa una luz interesante sobre Gandhi en el contraste que traza respecto de su padre:
Nehru era un intelectual con vocación política; Indira Gandhi era en esencia un ser político. Nehru se perdía a veces en generalidades y en ideas grandilocuentes pero vagas. Indira era concreta y sobria […] Buscaba trabar amistad con escritores, poetas y artistas, y siempre me sorprendía la inteligencia con la que participaba en el arte antiguo y moderno. (Conferencia en memoria de Nehru, 1985)
Así expresaba Paz su visión de Indira Gandhi como maestra en realpolitik.
Cuando Paz renunció y abandonó India repentinamente, Indira Gandhi organizó una fiesta de despedida en su residencia. Más adelante, se reunió con Paz durante una visita oficial a México en 1981 y lo invitó a la conferencia anual en memoria de Nehru en 1984. Como también la Fundación Japón lo había invitado para ese año, el escritor decidió combinar ambos viajes. El 31 de octubre estaba en Kioto, listo para partir rumbo a Nueva Delhi, cuando supo del asesinato de Indira Gandhi. En su habitación de hotel vio por televisión el horror de la revuelta contra los sikh y las masacres que siguieron a su muerte.
El primer ministro Rajiv Gandhi invitó a Paz a dar la conferencia en memoria de Nehru, que se tituló “India y Latinoamérica: Un diálogo entre culturas”. El texto de esa conferencia fue el corazón de sus memorias de India, publicadas en 1995, tres años antes de su muerte: Vislumbres de la India. El nombre sugiere la humildad con la que presentaba su visión frente a “la inmensa realidad de la India”:
…mi educación india duró varios años y no fue meramente libresca. Aunque estuvo lejos de ser completa —temo haberme quedado en los rudimentos— me ha marcado hondamente. Ha sido una educación sentimental, artística y espiritual. Su influencia puede verse en mis poemas, en mis escritos en prosa y en mi vida misma.
Intervenciones políticas
Los archivos desclasificados de Octavio Paz revelan varios hechos históricos poco conocidos. Tuvo un papel importante en la “liberación de Goa” (los portugueses lo consideraron una anexación de las fuerzas armadas indias que puso fin a los 451 años de colonia), que comenzó en 1961 y se formalizó en 1962. Cuando Paz llegó a India, la embajada mexicana ya se había involucrado en el conflicto Portugal-Goa con la propuesta de usar su posición en Latinoamérica para establecer un diálogo con las autoridades portuguesas en Goa y en Lisboa. Nehru sugirió a Paz como mediador con Portugal. Curiosamente, la embajada portuguesa también pidió su mediación, puesto que prefería tratar con un tercero en ese “proceso extenso y complicado”.
A pesar de su firme postura a favor de la incorporación de Goa en India, Paz buscó un delicado equilibrio en sus negociaciones con ambos Gobiernos subrayando el terrible error que sería invalidar la atmósfera y “los valores culturales latinos en Goa” en nombre de la descolonización. Una y otra vez Paz planteó con vehemencia esa posición ante los funcionarios indios de alto nivel con los que se reunió, algunos de los cuales discrepaban con él y defendían la “indianización” del territorio.
Paz redactaba sus frecuentes comunicaciones diplomáticas a su Gobierno sobre el curso de los acontecimientos en Asia meridional con esmero y meticulosidad. Su malestar respecto de las causas de las revueltas estudiantiles a partir de 1966 y la respuesta del Gobierno indio presagiaba su partida a raíz de los disturbios estudiantiles en su propio país.
A pesar de su incomodidad con el rumbo de la política, Paz puso un enorme entusiasmo en llevar adelante iniciativas culturales sin precedentes. En 1965, buscó dar a conocer la cultura mexicana y las similitudes entre ambas culturas con Retrato de México, una exposición itinerante a gran escala de artesanía mexicana en India y viceversa. La exitosa exposición partió de Manila y desde allí viajó al este, a Calcuta, Madrás y Nueva Delhi, para finalizar en Bombay.
Paz tuvo un lugar preponderante en una exposición de arte tántrico en Europa —la primera en la historia— a cuyo catálogo contribuyó en 1955. En febrero de 1970, se celebró la primera exposición de envergadura de arte tántrico en Le Point Cardinal, en París, tras las exposiciones en Milán y Roma. En aquella época, muchos escritores y artistas occidentales se interesaban en esa tradición, por influencia de la Sociedad Teosófica.
El escritor también impulsó iniciativas comerciales. En 1964, logró la firma de un acuerdo para la exportación a gran escala de canela india a México. Si bien la especia ya se usaba en la comida mexicana, cobró una popularidad renovada en ese entonces, especialmente en platos dulces, ensaladas, panificados, vinos calientes y otras bebidas. Poco a poco, México se convirtió en el segundo consumidor mundial de canela. Aunque su quehacer diplomático no era demasiado demandante, Paz se cuidaba de no mezclar con él su vida de escritor, y nunca escribió más que informes y cartas oficiales durante su horario de trabajo.
Profundamente preocupado por la situación alimentaria y el hambre en India, Paz conversó con Indira Gandhi sobre las semillas de trigo de alto rendimiento que se estaban desarrollando en México y que condujeron a la Revolución Verde de la década de 1950. Con el visto bueno de Gandhi, importó grandes cantidades de semillas de trigo del estado de Sonora, variedades de caña corta, de alto rendimiento y resistentes a las enfermedades, que habían dado resultados extraordinarios en su país. El embajador incluso facilitó la transferencia de conocimientos enviando funcionarios mexicanos a trabajar con los agricultores de Punjab. Pese a la iniciativa pionera de México, el relato del éxito de la Revolución Verde fue usurpado por la Fundación Rockefeller y el agrónomo estadounidense Norman Borlaug. Los intercambios diplomáticos demuestran que Octavio Paz intentó una y otra vez corregir la distorsión exigiendo que se reconociera la participación de los eclipsados científicos mexicanos.
Renuncia
La historia de la dramática dimisión de Paz en 1968 muestra algunos matices cuando se estudia en detalle la documentación de archivo. Paz ya tenía pensado renunciar a su cargo y volver a México para inaugurar una publicación; los acontecimientos políticos no hicieron más que acelerar su partida y, paradójicamente, retrasar su regreso a causa de la hostilidad de su propio Gobierno. El escritor redactó cuidadosamente su carta de partida en jerga oficial para disimular su carácter de renuncia, aunque mencionó su estado de ánimo de “tristeza y cólera”: se jugaba su merecida jubilación tras 23 años de servicio diplomático.
Paz caracterizó el momento de su partida como agridulce por la respuesta abrumadoramente positiva que tuvo su decisión en India. Una serie interminable de desconocidos lo visitaban en su cabaña para felicitarlo. Cuando llegó a la estación de tren para partir rumbo a Bombay (desde donde abordaría un barco a Europa), se encontró con una multitud que se había dado cita para despedirlo. Estudiantes, escritores y artistas lo esperaron en los andenes de todas las estaciones intermedias con guirnaldas en las manos, hasta altas horas de la noche.
Paz nunca lamentó su decisión ni quiso volver a desempeñarse en el servicio exterior, pero estuvo agradecido a su carrera por permitirle conocer tierras lejanas y personas de diversas pertenencias lingüísticas, étnicas y culturales. Por sobre todas las cosas, le agradecía haberle dado a India y Marie-José, que se convirtieron en el centro de su vida y de su poesía.
Nota del autor: Este breve ensayo es una versión muy reducida de un ensayo más largo (12000 palabras) sobre el mismo tema y es parte del libro The Tree Within: Octavio Paz and India, que está programado para publicarse por Penguin en 2025.
Traducción de Carolina Friszman