Nota del editor: Este texto forma parte de la nueva edición de My Documents de Alejandro Zambra, traducida por Megan McDowell, que será publicada en 2024 por Penguin Books. Agradecemos a la editorial por permitirnos incluir este texto en edición bilingüe como parte del presente dossier dedicado a la obra de Alejandro Zambra.
Puede que sea la lectora más ávida y obsesiva de Alejandro Zambra. Traduje todos sus libros, es decir que los leí muchas veces tanto en español como en mi inglés; he tenido el placer de conversar largamente con él sobre las reflexiones y experiencias que nutren su obra, y así y todo, siempre que vuelvo a alguno de sus escritos después de un tiempo, descubro algo nuevo. Pienso que tiene que ver con el espacio que deja en el texto para el lector, de manera tal que, sea quien sea yo cuando lo leo, me llevo algo diferente cada vez, encajo de un modo distinto en ese espacio.
Han pasado diez años desde que Zambra y yo trabajamos juntos en Mis documentos. Fue el tercer libro de él que traduje y su primera colección de cuentos. Eran los inicios de mi carrera y yo todavía estaba aprendiendo (por supuesto que todavía estoy aprendiendo). Recuerdo haber pensado que el libro de cuentos de Alejandro, irónicamente, le daba más espacio para extenderse que sus novelas. Con sus 272 páginas, era enorme en comparación con sus dos primeros libros y desplegaba todo un abanico de voces que no siempre coincidían con aquellas cuidadosamente podadas de Bonsái, La vida privada de los árboles y Formas de volver a casa. Está la voz expansiva de “Gracias”, donde vemos por primera vez esa voz ramificada, continua, que reaparece luego en partes de Poeta chileno. Hay voces melancólicas; se me llenaban los ojos de lágrimas siempre que llegaba al final de “Camilo”, quizá con la ilusión de que esta vez la historia no iba a terminar así. Hay, especialmente, voces inquisidoras: Zambra está siempre cuestionando supuestos, y da la impresión de que el acto de escribir le provoca partes iguales de ternura y desconfianza.
Se podría decir que el autoanálisis de Zambra a través de la ficción llegó a un punto crucial en Mis documentos. El libro toca muchos de los temas a los que vuelve una y otra vez en su obra: la experiencia de haber crecido en dictadura; la tecnología, en apariencia monolítica y enseguida obsoleta; la incierta clase media; y, claro, la literatura, es decir la ficción, es decir la inquietud persistente por la verdad. Y ahora, al volver a este libro fundamental en mi vida literaria, veo todavía más claro que Mis documentos es parte de una exploración que se extiende a lo largo de toda su obra, y que tiene que ver con un intenso cuestionamiento de las ideas de legitimidad y autoridad, dos palabras que no son sinónimos pero que están íntimamente ligadas entre sí. Esa línea de investigación ofrece un punto de entrada a casi todos sus libros y relatos, y, en el caso de Mis documentos, sería interesante analizar los cuentos a través de este cristal en muchos sentidos, pero en especial, creo yo, en lo que hace a su mirada y su cuestionamiento de los roles masculinos.
Hace tiempo que soy consciente de la posición de ambigüedad e incertidumbre desde la que Zambra aborda sus relatos y sus personajes, masculinos y femeninos; una posición que, contra lo que podría suponerse, se manifiesta en una insistencia en lo específico, en un apartarse del lugar común. En el transcurso de su obra, ha puesto a la masculinidad bajo el microscopio usando lentes diversas, desde la política hasta la doméstica y familiar. Sobre todo a partir de La vida privada de los árboles, centrada en un protagonista al que vemos solo en el espacio interior, doméstico, en la función de cuidador; en Formas de volver a casa, donde la Claudia “de ficción” y la Eme “real” ponen en tela de juicio la voz autoral del narrador; más tarde, en Poeta chileno y en la recién publicada Literatura infantil, que giran en torno a variaciones del rol de padre, Zambra declara de muchas maneras que tenemos que reconsiderar los supuestos que circundan a los roles masculinos en el mundo y en la literatura.
En Mis documentos, esa exploración se convierte en una interrogación radical, oscura, sensible y por momentos brutal de los roles y expectativas que se transmiten de generación en generación. El libro se adelantó a su tiempo: parece anticiparse al momento actual, con su “crisis de la masculinidad” en la que tanto se insiste, entre otros males de la sociedad. Padre, hijo, maestro, amigo, escritor, lector: ¿qué significan realmente esas palabras? ¿Y qué significan cuando les adosamos los adjetivos más básicos, como “bueno” y “malo”? ¿Qué significa ser “buen hombre”?
Los relatos de este libro tienen protagonistas varones que no son héroes. Son en su mayoría hombres mediocres de clase media; maestros que se exceden en su autoridad, padres divorciados enojados que practican una paternidad desganada y, como en “Vida de familia”, farsantes que directamente le mienten a su amante sobre su identidad. En el relato al estilo muñeca rusa “Hacer memoria”, un escritor saca provecho de una historia de agresión sexual para completar un encargo, mientras que un narrador distinto se las ve con las repercusiones morales de contar algo cuya realidad no puede abarcar. Es un relato exigente en muchos sentidos: retoma algunas de las preguntas sobre la responsabilidad autoral que se planteaban en Formas de volver a casa y las lleva hasta sus últimas consecuencias. En efecto, se puede decir que Mis documentos es el libro en el que Zambra más le pide al lector. En “Recuerdos de un computador personal”, por ejemplo, nos vemos implicados como lectores cuando el protagonista, de cuyo lado hemos estado hasta el momento sin inconvenientes, se revela capaz de ser frío y brutal. Nos sentimos traicionados, pero también culpables por lo que la complacencia lectora nos llevó a aceptar en un personaje.
Otros personajes son más amables en su búsqueda ambivalente y torpe de sentido, de hacer lugar a la ternura y el compañerismo dentro de una definición a menudo rígida de hombría. El personaje de Camilo parece prefigurar a Vicente de Poeta chileno: dos jóvenes en su intento genuino de encontrar un espacio de conexión sincera, sin competencia. Y por supuesto, Rodrigo (quizá el hombre más chileno del mundo) hace su versión de un gran gesto de amor sin darse cuenta de que arrasa con la autonomía de su amada. Una no puede dejar de admirar su coraje y sentir cierta pena por él, aunque ni siquiera esa pena sea lisa y llana.
Zambra dice que toda literatura, en el fondo, trata de la pertenencia. Yo creo que se refiere a que, como escritores y lectores, a través de la literatura llegamos a entender nuestra posición en el mundo y nuestra relación con otros. No puedo más que pensar que esa pertenencia también tiene que ver con la compasión. Y, claro está, no podemos hablar de pertenencia sin hacernos ciertas preguntas: ¿A qué pertenecemos? ¿A qué queremos pertenecer?
En esencia, Mis documentos es un libro sobre lo que significa pertenecer a un género que los hombres recién empiezan a considerar género, una categoría a la que se pertenece y no un estado por defecto de la existencia humana alrededor del que se organizan todas las demás condiciones. En el relato que abre el libro (el único texto decididamente autobiográfico), el narrador rememora su infancia, cuando despertaba a los temas “con mayúscula”, como la religión, la sexualidad, la política y la literatura. Y nos dice: “Intenté tomar posiciones, al principio erráticas y momentáneas, un poco como Leonard Zelig: lo que quería era encajar, pertenecer… Comprendí que una manera eficaz de pertenecer era quedarse callado”.
El silencio es un elemento importante en toda la obra de Zambra. La idea de literatura como bonsái, que introdujo en su primera novela, tiene mucho para decir (o para callar) sobre eso: la poda de todo lo que es innecesario o superfluo es también una inyección de silencio. Está el silencio de la complicidad y el silencio del miedo de los años de la dictadura de Pinochet (gran parte de los años 70 y 80) en Facsímil y Formas de volver a casa. Mis documentos, a su manera, surge de un silencio: el del procesamiento, el de la crítica de sí mismo, donde el “sí mismo” es un individuo, sí, pero también un grupo, un “nosotros” generacional y a menudo con marca de género. Mis documentos es un intento de salir de ese silencio y afrontar, tal vez incluso cambiar, la categoría de pertenencia que llamamos masculinidad.
Zambra —como muchos grandes escritores, sospecho— es una persona para la que el lenguaje es un problema. Las palabras no dicen lo que queremos que digan, y eso es un problema. Encontrar el modo de usar palabras de forma que cambie su significado es una preocupación central; usarlas de forma que cambie la realidad, más todavía. En “Larga distancia”, el narrador usa el género epistolar para ayudar a los estudiantes a descubrir “el poderío del lenguaje, la capacidad de las palabras para verdaderamente influir en la realidad”. Más adelante, Poeta chileno encontrará un protagonista molesto con las connotaciones negativas de la palabra “padrastro”. Pero son las palabras que tenemos y “hay que usarlas. Hay que usarlas o quizás inventar otras”.
La idea de “literatura de los hijos” (las historias de los que crecieron en dictadura) que trajo Formas de volver a casa tenía mucho que ver con el recelo o el rechazo ante las voces literarias heredadas y su versión de “la verdad” que podía tender a lo binario. Zambra plantaba su bandera en el territorio intermedio, una tierra de nadie desde donde cuestionar la voz firme, segura, declarativa que también podía ser dictatorial, paternalista, condescendiente y didáctica. Era más honesto un experimentalismo que exponía no solo el contenido, sino también el recipiente (igual que un bonsái, palabra que denota tanto el árbol como su vasija), o, en Mis documentos, que dejaba al descubierto la maquinaria y ponía el acento en los instrumentos de la escritura. Porque las computadoras son personales, es decir, individuales; al menos, las pantallas de fabricación masiva frente a las que nos sentamos crean la ilusión de individualidad, y los accesorios del capitalismo se esmeran en incentivar esa ilusión. Windows (que alguna vez fueron simples ventanas, paneles de vidrio) viene con carpetas estandarizadas que parecen chiquillos egoístas gritando “¡mío!”. Porque esa carpeta “Mis documentos” es tuya, no importa que todas las computadoras del mundo traigan una exactamente igual. El gesto de Mis documentos, el libro, es el de sacarse de encima esa individualidad falsa o impuesta y avanzar hacia un “nuestro” deliberado.
El paso de la “literatura de los hijos” a la “literatura infantil” con la que Zambra tituló su libro más reciente, publicado en 2023, ha sido la búsqueda de una voz narrativa veraz, genuina. En Mis documentos, esa búsqueda alcanza sombrías profundidades y cimas luminosas para expresar las preguntas más intensas del autor, que ha arriesgado respuestas para ellas en libros más recientes, pero hay potencia y urgencia en volver a las preguntas para ver dónde encajamos en ellas hoy.
Me gusta también que hayamos podido incluir algunos relatos más en esta edición, que creo que amplían el campo de sentido del libro sin forzarlo demasiado. Algunos de ellos, como “Fantasía” y “El cíclope”, se escribieron mucho antes de la publicación original de Mis documentos —de hecho, “Fantasía” es uno de los primeros cuentos de Zambra—; otros son posteriores. Todos se han publicado en inglés en diversas revistas, pero, hasta ahora, nunca se habían reunido en un mismo volumen. Y sin embargo, cada vez que leo “Penúltimas actividades”, pienso que estuvo ahí desde el principio como la pieza final perfecta.
Tengo la voz de Alejandro en la cabeza hace ya bastante más de una década, y yo también soy una persona para quien las palabras son un problema. No puedo evitar notar que las palabras que solemos usar para hablar de traducción tienden a lo estático: preservar, mantener, conservar. Lo que yo espero conseguir traduciendo tiene más que ver con un texto vivo, que les hace lugar a ustedes, nuestros lectores, del mismo modo que siento que la escritura de Zambra hace lugar para mí. Porque, aunque no todos formemos parte de las mismas categorías de pertenencia, como la nacionalidad o el género, en Mis documentos, Zambra trabaja para poner en palabras una empatía bien amplia y un sentido compartido de lo humano.
Junio de 2023
Traducción de Carolina Friszman
De la nueva edición de My Documents, que será publicada por Penguin Books en 2024