Tuve un sueño: un grupo de niñas muy bellas desfilando por una calle estrecha. Vestían de oscuro; parecían ser de un asilo. Todas estaban ciegas. Pero cuando las vi más de cerca, pude observar que los ojos ciegos de esas niñas eran los míos.
Elisa Lerner, Notas de una aspirante a escritor
La escritura de Elisa Lerner parece estar guiada por un ojo que, sin distraerse propiamente de ver, se muestra destinado a oír. […] un ojo que ha aprendido atentamente a oír.
Eugenio Montejo, Tres relatos de Elisa Lerner
Aunque hoy en día conocemos a Elisa Lerner a partir de su escritura de crónicas, no siempre fue así. Las primeras noticias sobre su obra artística llegaron al público literario de una manera mezclada entre la escena teatral y el espacio de una revista literaria. Eran, entonces, los años 60 y 70 del siglo XX en Caracas, la sucesión de elecciones democráticas apenas empezaba a ser experimentada en el país. Las horas republicanas eran emocionantes. Lerner emergía por esos días en el escenario artístico nacional de manera doblemente singular: por escribir textos teatrales muy sorprendentes y por ser partícipe del grupo Sardio con su revista homónima. Ambos espacios estaban caracterizados por ser, sobre todo, atmósferas animadas por hombres, artistas, escritores. Y ellos, extraordinarios, supieron acompañar y confiar en el talento de ella con la disposición estética, ciudadana y civil que tendían a prodigarse entre sí. Por esos años Lerner ya escribía y publicaba crónicas aunque estas todavía no formaban parte de los atributos iniciales para su presentación ante el público. Luego, con el siglo XXI, llegaron sus novelas y más entrevistas suyas.
El texto teatral, la crónica, la novela y la entrevista son todos géneros literarios propios de la producción de Elisa Lerner. Su poética incluye, además, una selección de aspectos sobre los cuales discurren sus relatos en todos esos formatos y una manera muy particular de abordarlos mediante la cual integra de modo admirable experiencias privadas y públicas. Cine, cómics, lecturas literarias, prensa, radio, teatro, diálogo, identidad, género, memoria y testimonio son parte del conjunto de elecciones temáticas y conceptuales de la poética de la autora. Estas van y vienen en sus textos, aparecen y desaparecen según el ritmo íntimo de la casa y la calle de los personajes, pero, sobre todo, bajo la lúcida revelación escénica de esos dos ámbitos enlazados de forma reflexiva en el trabajo escritural de Lerner. De allí que uno de los “ejes de su pensamiento”, como llama José Balza al “código invisible” que define a cada artista, sea el espejo en la obra de la autora. Pero muy especialmente en sus textos de crónicas, como puede verse a lo largo de la colección 1958-2015 de Así que pasen cien años. Crónicas reunidas (2015).
Al menos tres tipos de usos de la palabra “espejo” se nos presentan en las crónicas lernerianas. El espejo como objeto en el que se reflejan cosas puestas delante de él es uno de esos significados. Este uso es el más sencillo de todos y el más regular entre el común de nosotros los lectores porque coincide con el referente nombrado, materialmente tangible, conocido como espejo en la vida real. El otro concepto manifestado con esa palabra en las crónicas de Lerner es el del espejo como interioridad en la cual se reflejan las experiencias y las ideas íntimas de los personajes. Este segundo empleo del término alude a evocación de recuerdos, representación de pensamientos, a sensaciones, mundo interior. El tercer sentido nos presenta el término espejo como objeto y sujeto escritural. Es decir, fuente imaginaria e imaginativa de la escritura y soporte de esta con modos fragmentarios, movedizos, reflectantes, reflexivos. En este sentido, la memoria es un espejo para Lerner. Uno del cual emanan recuerdos fragmentados, recuerdos pequeños que, expuestos a la luz de experiencias del presente de la narradora, (le) permiten manejarse cotidianamente consciente en los textos.
Las crónicas de Lerner sobre textos literarios son ejemplos de la materialización de la metáfora del espejo, en su sentido de objeto-sujeto de la escritura.
¿Cuáles son esos recuerdos? Los personales, lejanos y cercanos de quien habla en las crónicas. Unos donde ella es personaje-testigo de su propia vida privada y la de su familia en el entorno de la casa. Otros en los que están los personajes del círculo vecinal, también los de la ciudad vistos o escuchados por ella en las calles. ¿Cuáles son esas experiencias del presente de la narradora? Las que le depara la vida pública nacional y las vivencias internacionales diarias, artísticas, económicas, políticas y sociales que la cronista logra poner en correspondencia con los recuerdos a través de la escritura. ¿Cómo es manejarse cotidianamente consciente? Consiste en poder desenvolverse la cronista día a día en el mundo de sus textos con la seguridad que da el desentrañar la identidad propia.
Las crónicas de Lerner sobre textos literarios son ejemplos de la materialización de la metáfora del espejo, en su sentido de objeto-sujeto de la escritura. En una crónica de 1969, “Las cartas de Alillúieva”, la cronista se refiere a los recuerdos y afectos de la escritora rusa de esas epístolas como a evocaciones personales, anotaciones y “fragmentos autobiográficos” que “salvaguardan su individualidad”, su capacidad para manejar su cotidianidad como “confrontación de lo íntimo de los seres y las cosas del universo”. A Svetlana Alillúeva, la escritora rusa del libro de Veinte cartas a un amigo, afirma la cronista, le estuvo vedada esa cotidianidad casi hasta los 40 años de edad; sólo su refugio en Estados Unidos por los años sesenta del siglo XX le abre las puertas a una vida individual y a la publicación de su libro. La narradora de la crónica añade esto otro acerca de la escritura con espejo de Alillúeva, escritura de evocaciones personales con espejeantes reflejos universales:
En estas misivas no se describe un sufrimiento individual del alma rusa como el que embarga a los héroes dostoievskianos. Svetlana testimonia el sufrimiento burocrático de nuestro tiempo, esa traba colectiva que ha impedido a muchos seres desentrañar su identidad. Y cuando los seres no logran desentrañar su identidad, los días lindan con el caos y el absurdo. Ese caos y ese absurdo penetran en las expresiones del hombre de hoy en día, enturbian su humor y su memoria retrospectiva de inocencia, haciendo de nuestro tiempo una vasta comedia subversiva.
La cronista también nos deja saber que Svetlana usa el apellido de su madre Alillúeva para firmar el libro y como identificación cotidiana más allá de este. El apellido de su padre es Stalin. José Stalin es el burócrata, el funcionario de excesiva, aterradora influencia en los asuntos públicos de su época como en la vida de su propia familia, incluyendo la de Svetlana, su única hija.
Pues bien, sea que remitan a una superficie lisa y brillante, a un mundo interior o a una fuente-soporte de la escritura, esas tres nociones de “espejo” del código escritural de Lerner coinciden en referir a un espacio de representación de imágenes (reflejos de cosas según la dirección de iluminación), a un agente de claridad que hace visibles distintas calidades de objetos. La cinta de impresión fotográfica, la cinematográfica, la pantalla de proyección fílmica, la televisiva son ejemplos de superficies de claridad, casi iguales a la de los espejos; donde se hacen visibles, donde se proyectan cosas que son figuras, signos o símbolos, sonidos (útiles de modo consciente, vital) para los mundos de las crónicas. Las hojas de papel y las cuartillas simuladas en los dispositivos electrónicos son otras superficies de claridad sobre las cuales se revelan cosas, palabra a palabra, al escribir. Desde este punto de vista, la escritura es un espejo para Lerner capaz de des-cubrir imágenes a quien escribe y de registrarlas de manera concertada para los lectores. Es decir, como testimonio, como memoria también para ellos a la que pueden acudir para mirar su propio rostro, iluminar sus recuerdos. Con ello, además, los lectores producen un aumento de cosas reflejadas y de reflexiones de aquella memoria compartida a través de los textos literarios “como acto que nos enlace colectiva y amorosamente”, nos dice en “El país y la memoria” (1968).
“La calle de mi infancia” (2015), última crónica de la colección 1958-2015, es un ejemplo de la escritura como espejo en la obra de Lerner. En el texto, la narradora evoca recuerdos de la larga calle donde vivió de los 4 o 5 a los 12 años de edad y reflexiona sobre ese tiempo íntimo a la vez universal. Habla de la memoria, del recuerdo como fuente escritural y de la misma escritura como lugar donde el recuerdo se hace voz. Reflexiona sobre la importancia de mirar (oír) en la memoria propia los recuerdos (unidos a la radio, a las películas y a otros repertorios memoriosos similares) para lograr producir con la voz (la palabra) melodiosos sonidos del texto, la dupla resonante en el espejo. También habla de la claridad de la hoja de papel como lugar de revelación escritural. La crónica se inicia con la introducción de los tópicos anteriores:
¿Qué es recordar? ¿Bajar al fondo de la mina y extraer recuerdos con ardentía? Acaso a la luz quebradiza de las cuartillas alcance alguna claridad. Y, después de cierto tiempo, canten dentro de una. Vuelvo a tener cuatro años, quizá ronde los cinco. Desde una radio, no tan lejana, se oyen fragmentos de coplas españolas en boga. Cuando no es “¡Mi jaca galopa al viento…!”, oigo “¡Rocío! ¡Ay, mi Rocío!” De seguro, 1937. ¿O, antes, 1936? “¡Oh, mi Rocío, capullito de alelí!”. En los 70, en alguna película de Carlos Saura, vuelvo a escuchar el antiguo tarareo. Los miembros de una familia entonan, con dulzura veraniega en La prima Angélica, trozos de la copla al momento de ser sorprendidos por el alzamiento franquista. (Las itálicas son mías)
Guiada por los ojos espejeantes de la narradora –los ojos que, sin distraerse propiamente de ver, se muestran destinados a oír (como dice Eugenio Montejo)–, la escritura logra reproducir sonidos, gestos, emociones, sensaciones que identifican su calle del centro de Caracas en “su memoria retrospectiva de inocencia”. “La calle de mi infancia” y sus anteriores crónicas son ejemplos agudos, picantes, pero también amorosos de cómo usar la noción de espejo para girar de un lado a otro la escritura, la lectura de la propia vida interior de sus lectores en este mundo donde, sin dudas, se está con los otros, donde cabemos todos.
La comprensión del concepto-metáfora del espejo en las piezas de Lerner parece haber demorado entre nosotros quizás porque, ese es mi caso, hemos estado atentos a reflexionar acerca de otros cautivadores de espejos: el hablador de la madrastra de Blancanieves; el que aterraba a Jorge Luis Borges; el cosmético de la industria del maquillaje y del vestido, el de la imagen personal. O quizás, nos hemos demorado porque, como nos dice la cronista en “El país y la memoria” (1968):
Cuando se vive bajo las dictaduras, como las que ha tenido en Venezuela, la memoria ya no es claridad o pensamiento, íntima reiteración para ser fidedignos colectivamente y no dogmático tiempo del énfasis. Se transforma en una posesión de los dictadores, en juego y nunca misión. Es una pertenencia enigmática, solitaria, que solo sirve para perseguir y no para la identificación colectiva y amorosa de un país.
Ojalá pronto esté disponible para los lectores el resplandor de las crónicas de Elisa Lerner y de toda su obra en formato digital.