De muerte lenta es un pequeño tratado de política moral, el cual intenta rescatar los recuerdos morales que casi no existen en el país.
Elisa Lerner es una de las escritoras venezolanas que, con más conciencia literaria, se ha ido forjando un estilo. Y cuando hablamos de estilo nos referimos a las cualidades de una prosa siempre personal, elegante y cosmopolita. Su obra publicada y su escritura “privada”, epistolar (la prosa que ha dejado en tantos correos electrónicos), demuestran una vocación que no subestima ningún contexto estilístico. De esta manera, todos sus lectores ya la identifican: reconocen su visión del mundo exterior y textual a través de su sintaxis tan cercana a los recursos de la poesía.
Narradora, dramaturga y cronista, Elisa Lerner ejerció la carrera diplomática durante 20 años. Fue la única mujer del grupo literario Sardio, del que formaban parte notables escritores, poetas y artistas visuales venezolanos (Adriano González León, Ramón Palomares, Rodolfo Izaguirre, entre otros). En el año 1999, como reconocimiento a su trayectoria literaria, recibió el Premio Nacional de Literatura en Venezuela. Destacan entre sus obras las piezas de teatro En el vasto silencio de Manhattan (publicada en 1961 y merecedora del Premio “Anna Julia Rojas” del Ateneo de Caracas, en 1964); Vida con mamá (1975) y varias piezas breves como La bella de inteligencia y La mujer del periódico de la tarde. En el año 2003, publicó el tomo Teatro de Elisa Lerner. En ensayo, ha publicado Una sonrisa detrás de la metáfora (1969) y Yo amo a Columbo (1979). En el género de la crónica, el más explorado por la autora, destacan Carriel número cinco (1983), Crónicas ginecológicas (1984), Carriel para la fiesta (1997) y En el entretanto (2000), reunidas posteriormente bajo el título de Así que pasen cien años (2016). En ficción ha publicado el libro de relatos Homenaje a la estrella (2002), prologado por Eugenio Montejo; y dos novelas: De muerte lenta (2006) y La señorita que amaba por teléfono (2016). Su obra más reciente, publicada en 2022, se titula Sin orden ni concierto. Homenaje pospuesto a Virginia Woolf. Aunque menos conocida fuera de Venezuela, los aportes de Elisa Lerner a la crónica latinoamericana merecen mayor visibilidad. Tanto por su obra literaria como por su oficio y figura como escritora, Lerner representa una de las vocaciones más originales del ámbito hispanoamericano.
Como lo ha señalado el crítico venezolano Rafael Arráiz Lucca: “Elisa Lerner se inscribe en una tradición luminosa de escritores venezolanos, criados en el ámbito bicultural del judaísmo y la venezolanidad”. A partir de este contexto cultural, histórico y religioso, es posible generar algunas coincidencias entre Elisa Lerner y otras voces latinoamericanas. Saña y Las genealogías, dos obras de la escritora mexicana Margo Glantz, me hacen pensar en dos libros de Elisa Lerner: De muerte lenta y Homenaje a la estrella. Glantz y Lerner son autoras contemporáneas (una nacida en 1930 y la otra en 1932) y comparten la herencia del judaísmo (la mexicana, de padres judíos ucranianos; y la venezolana, de padres judíos rumanos); así mismo, comparten el énfasis en los matices de la prosa. Ambas rescatan y representan una cultura judía que se expresa desde la memoria: la historia heredada merece ser escrita con los altos atributos del estilo literario. Es lo que, como lectores, notamos en cada una de ellas.
Cuando pienso en Elisa Lerner, lo hago desde esa extraña proximidad que otorgan los libros. Imagino a una dama paciente, una exigente lectora, que raya los libros con firme y fina tinta y resalta alguna frase aparentemente reveladora para comprobar su validez, dejándola al margen de la página, dubitativa. También imagino a una mujer selectiva que no pierde tiempo con titulares mal escritos. Una pequeña certeza aparece en medio de todo: su participación en el grupo Sardio junto con Ramón Palomares, el poeta de Escuque, aquel pueblo de los Andes venezolanos. ¿Sentirá Elisa Lerner el mismo fervor que yo abrigo por los grandes poemarios El reino y Paisano?
Quienes la conocen desde hace décadas la describen con noble y serena devoción. Esa devoción que demuestra, por ejemplo, el escritor venezolano Antonio López Ortega: “Elisa nunca desanda su marcha: solo espera a su alrededor armonía, el vino tinto de la amistad y quizás una hermosa prosa (como la suya) que la pueda distraer en una tarde cualquiera”. A esta lista se suma el poeta y crítico Rafael Castillo Zapata, quien resalta el “talante burlón y corazón de sigilosa bromista”.
El poeta venezolano José Antonio Ramos Sucre (1890-1930) respira, con original aliento, en De muerte lenta. Existe un giro sintáctico, un conjunto de temas, un atisbo que indica un intercambio “poético” entre Ramos Sucre y Lerner.
De muerte lenta (2006), la primera de las dos novelas que ha publicado Lerner, posee la carpentiana “severidad de un palacio de justicia”. Se necesita mucho silencio para escribir una novela de este tipo y mucho silencio para leerla. Quien tenga prisa no podrá saborearla, equivocará la estación y bajará en un lugar donde abunda el desgano y la apatía. Apresurarse sería un naufragio argumental. De muerte lenta requiere de un lector paciente, y como ya ha dicho la autora, “nuestro pasado ha sido una ruinosa y sangrienta impaciencia”. Sin poseer la extrema complejidad formal de los altos exponentes del Barroco, el estilo de Elisa Lerner reclama un destinatario que sepa identificar ciertas marcas textuales. Estas “marcas” serán las señales expresivas que, una vez identificadas, harán posible la lectura abierta y placentera.
El poeta venezolano José Antonio Ramos Sucre (1890-1930) respira, con original aliento, en De muerte lenta. Existe un giro sintáctico, un conjunto de temas, un atisbo que indica un intercambio “poético” entre Ramos Sucre y Lerner. Con estos atributos, Lerner describe al personaje Madame Dubsky, “esa matrona israelita algo deslenguada”: “Indiferente a la naturaleza violenta del sol tropical, a cuestas de sus pequeños y delgados huesecillos a la intemperie, llevaba las arrugas del rostro con enérgica arrogancia, como invitados a una fiesta de verano, en medio de un jardín benévolo”.
El reencuentro más metaliterario en De muerte lenta se da entre la poeta Ida Gramcko (para aquel entonces, en 1948, agregada cultural en la Unión Soviética) y el escritor y presidente de la República, Rómulo Gallegos: “La presencia ante el presidente de la república fue una salutación rápida y demasiado silenciosa si tenemos en cuenta el trágico silencio que luego devino. Pero ya sabemos que existen escritores y poetas que suelen ser bruscamente avaros con las palabras del decir cotidiano”. Es oportuno acotar que, en la novela, no se nombra directamente a la poeta Gramcko; esa es otra cualidad de Elisa Lerner: la elipsis que aparece para complejizar su discurso y hacerlo más sugestivo. El estilo perifrástico es otro signo sutil que visualizamos en el capítulo 4, titulado “En el palacio de Gallegos. 1948”. Resulta así, la detallada y conmovedora descripción de una poeta, “una joven, muy hermosa, una Greta Garbo del Trópico pero más baja”. Elisa Lerner no se apresura ni vende lo que describe; gira alrededor de lo que intenta nombrar. Luego de varios párrafos, atando cabos y algunos rastros históricos, nos percatamos de que esa “novel diplomática” y “doncella boscosa” es la poeta Ida Gramcko: “El mentón voluntarioso, rúbrica casi de escritora orgullosa. Ojos de dorada luz inolvidable. En el pelo castaño, la sedosidad fluida de la crin del caballo de un príncipe heredero de alguna casa reinante. Ojeras que anunciaban un insomnio precoz: precoz dolencia”.
Si uniéramos todos los poemas en prosa de Ramos Sucre, uno tras otro, con una estructura novelada, sorprendería la unidad de lenguaje más allá del motivo y de la historia breve que cuentan los textos. Por eso no resulta brusco pasar, por ejemplo, de La torre de Timón a El cielo de esmalte, dos de sus obras fundamentales. Este mismo procedimiento podría darse en parte de la obra de Elisa Lerner, quien nunca pierde de vista los atributos discursivos que le dan a su prosa una consistente unidad. Y si vamos un poco más lejos, es posible considerar su prosa como un personaje con autonomía, identificable.
De muerte lenta es una catedral de imágenes. Sin premura y con el ojo atento seleccionamos unos fragmentos que arden como delicados cirios: “La fiesta antigua se ilumina con las dificultades de prender fósforos en la oscuridad de la memoria. No tardará en aparecer la pequeña llama azul, alegre, como un bombacho árabe. La llama del recuerdo, su insegura corona: mínima cúpula, dorada y temblorosa”.
La escritura de Elisa Lerner tiene el lenguaje sin fracturas sintácticas de Ramos Sucre y el empleo de abundantes epítetos: “antiguos afeites”, “subidas pinceladas”, “disimuladas amenazas”, “descarada turbación”, “ulterior derrumbe”, “primorosos cobertizos”. Este rigor se halla, incluso, en pasajes burlescos: “A la hora del alba, con el pretexto de no engordar para retener al marido, no tenían que salir corriendo a costosísimos gimnasios femeninos y, de paso, librarse más temprano que otras de un crónico semen que ya forma parte de su maquillaje nocturno”.
En otros fragmentos de la novela, además de la acotación escénica, también reconocemos una filiación cercana a la poesía objetivista. Con mirada clara, simple y distanciada, el entorno cotidiano se muestra a sí mismo y no se regodea con el desborde emocional. Aparece el llamado de una voz que mira, que exhorta: “Amigos, os reconozco. ¿De dónde, de dónde? Suenan ruidos de metralla, polvareda militar de golpe de Estado. Llega una bala a la ventanilla. Timbre sangriento”.
Rafael Castillo Zapata también ha dicho que De muerte lenta es un pequeño tratado de política moral, el cual intenta rescatar los “recuerdos morales que casi no existen en el país”. Por eso los personajes dibujan la silueta de un Rómulo Gallegos trágico y lúcido, reconstruido desde el ojo nostálgico de quienes narran. Hasta el día de hoy, cuesta creer la breve pasantía presidencial de Gallegos, un hombre culto y constitucional, incómodo para los hombres con fusil y uniforme. Da la impresión de estar leyendo el testimonio de una resaca heredada o el relato de un desacierto fechado en 1948. Un gobierno momentáneo que hace dudar a uno de los personajes medulares de De muerte lenta, el huraño doctor Carlos Pedraza, quien intenta convencerse a sí mismo de que esos hechos no fueron “un sueño de un espejo de juventud, una claridad efímera inventada por su persona”.
Elisa Lerner, a sus 91 años de edad, vive aún en la ciudad de Caracas. Su obra no deja de ser reconocida en los espacios académicos y culturales. En 2023, la Universidad Metropolitana, con sede en Caracas, le confirió un doctorado Honoris Causa; mientras que la maestría en Literatura Latinoamericana y del Caribe, de la Universidad de los Andes (Mérida, Venezuela), le rindió un homenaje en el Ciclo Escritoras Venezolanas, ciclo en el cual tuve el honor de participar como ponente. Actualmente Lerner prepara un próximo libro de ficción. Todos quienes la conocen saben de su disposición y gentileza, siempre atenta a las nuevas voces emergentes.