Te sientas a cenar y la vida que conocías se acaba.
Joan Didion
Hay entrevistas difíciles y la que le haces a la escritora por la que decidiste convertirte en escritora. Empecé a leerla en mis primeros años universitarios, yo estudiaba Periodismo y ella publicaba, sobre todo sus crónicas, en las revistas ecuatorianas y latinoamericanas más prestigiosas. Esas revistas llegaban a mí por suerte y por astucia, creo que eran costosas para mi bolsillo o un poco difíciles de conseguir –me las prestaban mis amigos lectores y cuando el contenido estaba muy bueno, me hacía la loca, no las devolvía– alguna vez, incluso, le arranqué tres páginas con una de sus crónicas en una SoHo que adornaba la sala de espera de un consultorio médico. Leía a María Fernanda Ampuero con una emoción inexplicable, con devoción, casi de contrabando; la belleza equilibrada en el dolor de sus historias era lo que soñaba con aprender para mi escritura. Pero, no aprendí, me dediqué a escribir poesía. En esta charla le pregunté cosas que siempre quise y le dije otras que serán un secreto entre ella y yo.
María Fernanda Ampuero Velásquez es guayaquileña, escritora, periodista, feminista y migrante. Un pentágono que existe en proporciones iguales para darle todo el sentido a su escritura. Luego de estudiar Literatura en la Universidad Católica de Santiago de Guayaquil, fue profesora en el colegio Alemán Humboldt. Aunque siempre le interesó el lenguaje escrito, formó parte de un taller de radio que más tarde se convertiría en Radio City, un proyecto entre diario El Universo y la BBC de Londres. Mientras el proyecto se consolidaba, María Fernanda trabajó en la sección Economía del periódico, donde “no daba pie con bola” hasta que su entonces editor, el periodista Rubén Darío Buitrón notó su talento y le propuso trabajar en otros temas. La delantera periodística ganadora se consolidó con ella, Francisco Santana, Jorge Martillo y Verónica Garcés, en un momento que bien podría llamarse la época de oro de diario El Universo. No estudió periodismo, pero lo ha ejercido incluso antes que la literatura y dice amarlo como a pocas cosas. Actualmente tiene una columna semanal de opinión en el medio digital ecuatoriano Primicias.
Las pequeñas o grandes valentías están omnipresentes en los libros de María Fernanda: Lo que aprendí en la peluquería (2011), Permiso de residencia (2013), Pelea de gallos (2018) y Sacrificios humanos (2021). Luego del episodio de la extracción de las tres páginas de la revista en el consultorio médico, Mafer me contactó por WhatsApp en agosto de 2018 para invitarme a presentar Pelea de gallos en Cuenca, Ecuador. Mucho gusto –me dijo– no nos conocemos, pero me encantaría que me acompañes en el lanzamiento de mi libro. Y yo, casi llorando, no sabía cómo contarle que la conocía más tiempo del que ella podía imaginar.
Fue con este libro, precisamente, que alcanzó el reconocimiento como una de las voces latinoamericanas indispensables de la literatura contemporánea. Aquí empezaron las traducciones, los premios, las listas importantes y esas cosas que no se reflejan en la descripción de su cuenta de Twitter que sin pretensiones reza: “Mi perro imaginario se llama Sucio. El resto es irrelevante”. Aunque también, hay un post fijado con la portada de esa obra fundamental publicada por Páginas de Espuma, en el que ella escribe: “Mi hija muy amada, mi libro”. Así, en clave de mujer, de mujeres víctimas de violencia de género está escrito Pelea de gallos, un libro que contiene 13 relatos brutales, terroríficos, horrorosos y tan bien escritos que rompen por dentro dejando las marcas expuestas por fuera.
Mafer dice que la frase “hay que llevar la fiesta en paz” era la favorita de su madre, pero que, a ella, desde niña, siempre le pareció contradictoria. Sus libros no tienen reparo en mostrar las infancias rotas, la violencia doméstica y las familias con perpetradores incluidos.
Cuando terminé de leer Sacrificios Humanos quise preguntarle cosas puntuales, quise también contener las lágrimas… pero, solo logré lo primero. María Fernanda Ampuero escribe ficción sabiendo que, cada frame de sus historias está, más que nada, encarnado en la realidad. Yo siento miedo cuando la leo y bastante alivio de que una escritora nombre la violencia de género entre los libros más vendidos, en esas páginas donde absolutamente nada es oropel.
Issa Aguilar Jara: Tu escritura está profundamente marcada por la migración. Cuéntame sobre cómo ha sido vivir en Argentina, México y España. Has estado fuera de Ecuador un tiempo considerable.
María Fernanda Ampuero: Llevo 20 años fuera de Ecuador. La experiencia de emigrar es difícil, a veces devastadora y otras balsámica, con ciertos detalles de ternura que no te esperas, pero también con tintes pesadillescos. Un poco te acostumbras a vivir en ese estado, no en el sentido de que es monstruoso, sino desconocido y onírico. Además, yo viajo mucho por trabajo, a veces no sé dónde me despierto, es un estado alterado de la conciencia, solamente la capacidad increíble que tiene el cerebro humano para adaptarse a las cosas más delirantes hace que no pierda la cordura.
Ahora vivo en Madrid, es muy raro vivir en un lugar en el que no naciste, hay una alarma como las que detectan humo, que siempre está activada para avisarte si existe peligro, xenofobia, displicencia o burla. Quiero decir, cuando estoy en Guayaquil sé perfectamente cómo hablar, cómo hacerme entender, a qué sabe lo que voy a pedir en un restaurante, sé leer las caras. Cuando no vives en tu país, aunque tengas la documentación en regla, todo el tiempo piensas: “soy extranjera”.
I.A.J.: Hay datos que bien podría googlear o interpretar sobre tu escritura, pero quisiera tener una breve versión tuya sobre lo que escribes y los intereses alrededor de tu trabajo.
M.F.A.: Bueno, yo escribo ficción y no ficción, he trabajado mucho toda mi vida, he hecho casi de todo, pero creo que lo más difícil ha sido migrar, la gente a la que más admiro en el mundo es la que migra, quienes deben dejar a su familia, sus hijos, sus padres… esto es algo que centra mucho mi mirada, mis pensamientos, mi sufrimiento y, por supuesto, mi escritura. Hablo de esa distancia, de esa soledad, de vivir en un mundo donde todo el tiempo te repiten que no te pertenece.
I.A.J.: La primera vez que pactamos esta entrevista, en agosto de 2023, estabas con agenda en Buenos Aires y me pediste que la dejáramos para cuando volvieras a Madrid. Había pasado dos días del asesinato del candidato presidencial ecuatoriano Fernando Villavicencio y me dijiste que estabas muy afectada. Hasta el día de hoy no sé quiénes nos llevamos la peor parte del contexto tan violento que vive Ecuador: quienes estamos aquí o ustedes que están lejos de sus familias, recibiendo toda la información desde la distancia y la impotencia. ¿Qué pasa con tu escritura cuando piensas en tu país?
M.F.A.: Desde ese asesinato todo ha ido en crescendo, no tiene apariencia de que va a parar la violencia en Ecuador. Mi mamá vive al sur de Guayaquil que hoy es como Sinaloa, nunca habíamos vivido algo así. Siempre ha sido una ciudad peligrosa, los guayaquileños conocemos el peligro, pero esto es otra cosa. En este contexto, no logré decir ni pío en mi columna semanal, porque todo me parece irrelevante y no soy experta en política, entonces, quizá me habría quejado de la violencia como una ciudadana cualquiera y no sé si eso aporte. Me he quedado muda, aterrada, me siento insegura por la facilidad tan atroz con la que te ponen una diana en la espalda, así que no podría perdonarme si escribiera algo que repercuta en un peligro para mí o para mi familia. Tú me has leído, yo no me guardo nunca la ira, pero no es mi deber arriesgarme a escribir como un acto irresponsable de valentía.
I.A.J.: Más allá de las entrevistas, los reconocimientos y las grandes críticas, ¿cómo cambió tu vida Pelea de gallos?
M.F.A.: Es una gran pregunta, porque justo te hablaba del estado alterado de ser inmigrante, y este estado onírico también está presente en ser una escritora que da entrevistas o que, de repente, tiene seguidores que quieren que les firme su ejemplar de mi libro. Yo siempre digo en los eventos a los que me invitan que nadie se imagina cómo es nuestra vida real. En las ferias del libro tenemos un desayuno bufé y hay gente que prepara la comida para nosotras y, después, tenemos que volver a casa a comer lentejas. Un día estamos en hoteles elegantísimos para más tarde rasgar las paredes y poder pagar el alquiler de un departamento. Yo no me quiero confundir y, en ese sentido, tuve la suerte de publicar mi primer libro “de éxito” a los 42 años. Después de haber vivido mucha vida real: salí muy joven de Ecuador, me casé y me divorcié, perdí a mi padre… es lo que dice Joan Didion: “te sientas a cenar y la vida que conocías se acaba”.
Por eso, no me siento una escritora de éxito y sé que todo es oropel. Lo realmente bonito son los lectores, porque yo no escribo para los críticos o para los académicos. La academia, muchas veces, nos hace sentir superiores a los demás; hay escritores y escritoras que consiguen cierto reconocimiento y se creen superiores… eso es mierda. Tengo un amigo que me dice una cosa muy acertada: para él, soy la persona más famosa y más precaria que conoce. Y, cuando vives en esa precariedad, no se te sube nada a la cabeza.
I.A.J.: Recordé lo que dice Gabriela Wiener en Nueve lunas: “Hijo mío: Europa es el mejor lugar para que un latinoamericano se muera de hambre y beba buen vino. Bienvenido”. Aprovecho para preguntarte: ¿Qué piensas de los premios literarios?
M.F.A.: Depende. Pienso que a muchas personas les ha venido muy bien, hablo de los premios puramente económicos. A veces ayudan a vender más libros, aunque todos sepamos que los autores recibimos únicamente el diez por ciento de las ventas.
Me parece importante mencionarlo, porque la gente habla mucho de un supuesto “boom de escritoras mujeres” (que definitivamente no existe), de lo bien que nos va y de la distribución de nuestros libros por toda Latinoamérica. Pero también es importante hablar de la precariedad laboral de las escritoras. Yo no sé si los hombres hablaron lo suficiente de esto o, como les daban puestos de diplomáticos o de antologadores o de representantes culturales, quizá no tenían los quebrantos económicos que nosotras tenemos.
I.A.J.: ¿Cómo te han acompañado o salvado tus amigas que han formado una comunidad latinoamericana en España? Pienso, por ejemplo, en la misma Gabriela Wiener y en Mónica Ojeda.
M.F.A.: Es muy hermoso saber que tengo cerca a gente que me quiere y que quiero. Ellas, de alguna manera, son patria, pues tienden las luchas, las comparten y las viven, además de que son talentosísimas, son un súper orgullo sus libros y sus logros. Aunque todas tenemos vidas muy difíciles, porque es muy caro vivir aquí, es bonito saber que no estás sola, que, cuando de verdad necesites algo ellas van a estar.
I.A.J.: Si habrías nacido millonaria y vivirías, se me ocurre, en los Alpes suizos en lugar de Madrid. ¿Crees que serías escritora? ¿Sobre qué escribirías?
M.F.A.: Creo que se nace con una sensibilidad que, probablemente, la tenga gente que nació en París o en un loft lujosísimo. Pero, cómo negar que todo lo que me pasó; mi origen, mi cuerpo, mi peso, mi pelo, mi éxito (o no) con el sexo opuesto, mis amigas, mis amigos, mis hermanos, cada situación me ha convertido en la persona que soy y es imposible pensarme de otra manera.
A veces, imagino un solo detalle: si hubiera sido delgada, a lo mejor no haría esto, quizá no habría salido de Ecuador. Te lo digo porque las niñas gordas que no tuvimos éxito con los niños, escuchamos mucha música, muchas canciones que no están dedicadas a nosotras, leemos un montón, estamos solas la mayor parte del tiempo, deseamos y fantaseamos con la idea de ser otras… entonces, seguramente, solo ese detalle me hubiese convertido en una persona distinta. ¡No me imagino lo de los Alpes suizos! ¡Eso ya es brutal e impensable!
I.A.J.: ¿La literatura nos permite a las escritoras alguna forma de revancha? ¿Al final del día podría aparecer una luz en medio de todas las grietas?
M.F.A.: Me cuesta mucho responder esta pregunta porque yo, de verdad, no creo que la literatura sirva para nada. El ejemplo más claro es la obra de Primo Levi que no logró evitar que el fascismo ascendiera en Europa, o El diario de Ana Frank o todos los libros sobre Chernóbil; ninguna de estas obras ha conseguido frenar a la extrema derecha ni la destrucción de los recursos naturales. Entonces, si toda la literatura distópica sobre el fin del mundo no ha logrado parar el horror, ¿qué voy a conseguir yo? Es como dar gritos en lugar de salir a la calle y prenderme fuego. No sé, hago lo que puedo, no tengo muchas pretensiones de cambiar nada.
I.A.J.: Tu literatura habla de familias reales, con toda la crudeza y el dolor que esto conlleva. Ahora mismo, ¿cuál es tu concepto de familia?
M.F.A.: Yo crecí con la frase “hay que llevar la fiesta en paz”, es la favorita de mi mamá y la que más ha repetido durante toda su vida. A mí me parecía contradictoria porque crecí en un campo de batalla, con un grupo de gente que compartía sangre, pero que se hacía daño; no había una fiesta allí. Creo que la familia es una institución peligrosa en el sentido de que se normalizan las violencias; habrá quienes no estén de acuerdo, pues bueno, felicidades y bendiciones a la gente cuya familia es armónica, construye y no critica los cuerpos ni las decisiones de los demás.
Yo no he llegado hasta aquí, a mis 47 años, luego de haber tomado decisiones de las que me arrepiento y de las que no, para “llevar la fiesta en paz”. Yo no me he enfrentado al mundo entero escribiendo lo que escribo, diciendo lo que digo, haciendo lo que hago, para soportar más daño del que ya he recibido. Yo no olvido y creo que eso, es parte de mi tortura y de mi personalidad, porque no sonrío a la gente que me destruyó en su momento, ni quiero mantener relaciones diplomáticas con nadie (en ese sentido soy muy poco ecuatoriana).
No podemos olvidar nunca que de las familias también sale la gente que hace daño, y no son monstruos, son lo que repetimos constantemente las feministas: hijos sanos del patriarcado. Quiero decir, yo no escribo en la revista “familia feliz” o “bebé feliz”, si no les gusta mi postura, pues no tienen que leerme; si creen que la ropa sucia se lava en casa, adelante, yo la lavo delante de todo el mundo, yo no quiero tener ropa sucia en mi casa.
I.A.J.: ¿Qué le dirías a la María Fernanda de 16 años?
M.F.A.: Que es muy bonita, muy inteligente y que debe demostrarle al mundo que vale muchísimo por su empatía, su sensibilidad, su creatividad y su talento para escribir, incluso. Que son tantas cosas de las que sentirse muy, muy, muy orgullosa y que, quien no lo vea, no vale la pena que esté en su vida. Que por favor sea más valiente y más segura de sí misma.