Un muchacho camina en medio de fogaradas con una hulera en la mano
Lo miro caminando lentamente entre llantas
quemadas. En la mano derecha sobresale
su artefacto, una hulera. Juguete de la infancia coraza defensora, libertaria.
Cruza las llamas, su figura se difumina.
Ojos desorientados, fijos, dídimos
gravitan ondeantes el desastre.
¿Quién cortó la esperanza?
Las cosas se derriten.
Esos neumáticos serán pavesa,
máculas, renegridas manchas sígnicas
del pavimento, cenizales lóbregos.
Se ahoga entre las llamas engullido
por la imponente oscuridad, apátrida.
Es un joven sin rumbo consumiéndose.
La firmeza de su pisada es símbolo
de rebeldía, pasa un centelleo
erebo, crematorio calorífico.
Transita la ignición
de la fogosa combustión deforme.
Tanto calor no cabe en un poema.
Me duele respirar
A Álvaro Conrado
Un corazón sangrante.
Sueños eriales, yermos.
Suben los decibelios de la muerte,
escucha entrecortados los murmullos
de quienes tratan de tranquilizarlo.
Las venas van parando el manantial,
su sangre se detiene por completo.
Efímeros latidos. El torrente
circulatorio para su viveza,
se corta el suministro de la vida
nos
duele
respirar.
Epitafio
Yo participé en la rebelión de abril.
Ernesto Cardenal
La libertad creedme, no envejece.
La palabra construye rebeliones,
ímproba sedición la del verso cuya voz
salvaguarda indefensos.
Acusadme, juzgadme con leyes incorpóreas
quitadme el corazón, arrancadme la conciencia,
exiliadme, destiérrenme lejos de los versos.
Señor agente, dispare. Desfogue su rabia,
derrúmbeme con sus suicidas balas.
Navegaré en el charco de sangre que se forme
bajo sus pies. Un flujo pulcro, límpido
en el que reflejarse. Espejo de sus perjurios,
Narciso despreciando su reflejo.
Si cuentan que caí
tallen en mi sepulcro:
yo participé en la rebelión de abril.
Exilio
A los nicaragüenses exiliados
Se marchan, abandonan su país
dejan su gallopinto
el queso con tortilla mañanero
la casa de cemento
el patio con su palo de jocotes.
Huyen de las masacres, matadero
en el que han convertido Nicaragua.
Se van. Se van muy lejos
cargando sus parcelas de añoranza.
Y habrá personas que echarán en falta
el leve vuelo del guardabarranco,
el cacareo de los gallineros
que se enreda en el alba,
el canto de la tortillera por las mañanas,
el tiste, la güirila, pinolillo.
Reaprenden a vivir
dejan atrás ciudad, amigos, prole
la forma de expresarse,
las huélligas inextinguibles de la niñez.
Cargan nuevas rutinas,
aman, sonríen, hacen el amor
en camas de ciudades europeas,
colocan sus despojos en armarios
y compran libros que no se terminan,
transitan calles que no tienen fin,
observan cómo se descuartizan los recuerdos.
La remembranza es un lazo que une
patria con exiliado.
Paraguas para la autocracia
Cuídese de los que atentan contra la palabra,
los que tachan de subversivo al verso
y deciden erradicarlo, desarraigarlo.
Camine con cuidado porque allá
donde prohíben libros penalizan
las bocanadas de aire. Leer es respirar.
No olvide que la literatura tiene el don
de la inmortalidad. Sepa que va a fallecer,
partirá de este mundo cruel, satánico,
antibíblico, pero no se olvide
de que el poeta (perseguidor de los saberes)
al tiempo sobrevive. Los sentires poéticos
alargan su vitalidad y estancia. El mensaje
que intenta transmitir expande su fortaleza.
Tres consejos le daré. Tal vez el día menos
pensado los utilice si llueve autocracia
por sus fronteras. En primer lugar,
no disipe su cognición. Segundo,
comprender, escuchar
son fontanas que engendran empatía.
Tercero, escriba porque
escribir es hablar con su otro yo.
Procure que no se le pudra la voluntad,
cimiento de la condición humana.
No sufra, amigo mío. Si decae
apóyese en el verso. Lea y sienta.
Cuide su libertad, pilar valioso.
Exterminarse, fin de la autocracia.
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