Conversar sobre poesía con Carlos Germán Belli, o simplemente estar con un espíritu extraordinario como el suyo, generoso y afable por demás, es un gran regalo. La presente entrevista tiene su base en una más extensa que nace de las charlas que sostuvimos mientras preparaba el libro homenaje Vivir en el poema, y ha sido ratificada por el poeta para Latin American Literature Today.
Inmaculada Lergo: ¿Quién es Carlos Germán Belli?
Carlos Germán Belli: ¡Qué pregunta! En mi larga vida he hecho diferentes cosas, como ser un hombre corriente con las mientes en el mundo invisible, y también un cultor de sextinas, villanelas y baladas, amén de canciones petrarquescas.
I.L.: No se concibe un Carlos Germán Belli sin la poesía, ¿no? ¿Qué ha supuesto en su vida?
C. G. B.: Por mis carencias como hablante –reales o imaginarias, no lo sé– me he aferrado a la escritura poética, con uñas y dientes, como un medio de supervivencia. Al principio era una catarsis, después el escribir me resultaba todo un reto existencial y finalmente una vía de trascendencia metafísica.
I.L.: 1958. Tiene en las manos su primer libro publicado…, ¿sigue vivo ese momento?
C. G. B.: Lo que vengo recordando con más fuerza últimamente es cómo se materializó el propio libro. Fue con un préstamo que me hice en el Senado, donde trabajaba como empleado administrativo. Acudí con el dinero donde el impresor, el señor Villanueva; le mostré Arquitectura del poema, de Raúl Deustua, y le dije: “Hágame un libro igual que éste”. Lo siento hoy como algo entrañable, y como un pequeño volumen de donde puedo entresacar textos para constituir antologías personales representativas.
I.L.: Ya había publicado algunos poemas sueltos…
C. G. B.: Recuerdo haber publicado en La Prensa, El Comercio y Mercurio Peruano, así como en efímeras publicaciones estudiantiles de San Marcos y la Católica. Por cierto, gracias a los buenos oficios de amigos como Jorge Puccinelli o el historiador César Pacheco Vélez, compañero de estudios en esta última universidad.
I.L.: Comenzó asociado a un pequeño grupo de surrealistas de poca difusión. También se declaró descendiente de las vanguardias.
C. G. B.: Me hubiera gustado formar parte del grupo surrealista bonaerense encabezado por Aldo Pellegrini, y haber colaborado en Mandrágora, revista del grupo chileno surrealista. Pero tuve que resignarme a constituir mi biblioteca vanguardista con algunas ediciones príncipe, lamentablemente con un dominio limitado del francés. Por fortuna, ha sido suficiente para profundizar la mirada en la pintura surrealista y cultivar la poesía amatoria y el humor negro, y así no terminar siendo un escritor decimonónico, no obstante mi constante afición a la métrica convencional.
I.L.: ¿Lecturas de cabecera en ese momento?
C. G. B.: Mayormente, Breton, Michaux, Peret y Eluard; y los letristas durante un tiempo menor.
I.L.: ¿Se han mantenido a lo largo de los años?
C. G. B.: Son gustos latentes, que están en mí de modo recóndito. A lo largo del tiempo hay otras preferencias más intensas, como mi interés por el Siglo de Oro español. La afición juvenil por la vanguardia y la afición por la corriente renacentista han terminado en una suerte de arte combinatorio, tal vez parecido a los procesos de la alquimia.
I.L.: En 1962, la publicación de ¡Oh Hada Cibernética! conllevó el aplauso unánime de los círculos intelectuales. Una figura emblemática que aparece por primera vez dos años antes en Dentro & fuera.
C. G. B.: Todo parte de un problema prosaico, como es el hecho de trabajar en exceso, como me ocurría a mí, y el advenimiento por esos días de la revolución tecnológica laboral. A raíz de esta coyuntura descubro entonces la palabra “cibernética”, la cual me da pie a idear la personificación poética del Hada Cibernética, primeramente anidada en un poema solitario y luego en un poemario, que fue creciendo hasta obtener el Premio Nacional de Poesía.
I.L.: Entre sus primeros admiradores está nuestro Premio Nobel, Mario Vargas Llosa.
C. G. B.: Creo que el surrealismo, y en particular nuestro interés por la obra de César Moro, me vinculan a Mario Vargas Llosa. Es una amistad que se remonta a nuestros comienzos, cuando él se preocupaba en Madrid por buscarme un editor peninsular, e incluso pone un verso mío como epígrafe en La ciudad y los perros; posteriormente escribe un artículo temprano sobre mi primer libro, y, más adelante, hasta dos hermosísimos y generosos prólogos. Me siento honrado infinitamente, y todo ello me hace pensar que no soy una exclusiva víctima de la mala suerte.
I.L.: ¿Cuáles eran sus “demonios personales”?
C. G. B.: Creo que los títulos de los brevísimos volúmenes El pie sobre el cuello y Por el monte abajo ponen de manifiesto esos “demonios” a que usted alude, y que seguramente son los sentimientos o ideas obsesivas del escritor. En suma, un sentimiento de minusvalía existencial. En verdad, no me explico cómo he podido hospedar todo mi viscoso reino interior en esos metros y moldes estróficos sin duda dignos de mejor destino.
I.L.: Siempre dedicó especial esfuerzo y atención a los aspectos formales en su obra, decantándose por formas métricas de tradición.
C. G. B.: La preocupación por la forma es otra de mis obsesiones literarias, y, según me parece, es permanente, y ello a diferencia de la minusvalía existencial, que en un momento se disipa para dar paso a la esperanza, hasta entronizarse temáticamente. Por otra parte, la incorporación primero de la sextina y luego de la canción petrarquesca, no responde a un plan predeterminado; fue algo gradual, que se plasmó después en dos libros.
I.L.: Ese juego de la “Sextina de los desiguales” donde a los requisitos propios de esa forma métrica suma la antítesis de los términos en parejas de dos: yegua-asno, rosa-olmo, día-noche, es insuperable…
C. G. B.: Muchísimas gracias por su juicio tan favorable acerca de mi mencionada sextina. No recuerdo cuándo la escribí, pero sí recuerdo siempre a un oyente en ocasión de una lectura en una universidad norteamericana, que mostraba un gesto de marcado beneplácito al escucharla. Me manifestó que no sabía castellano, pero que le agradaba el sonido del poema. Esta sextina se encuentra entre mis borrones preferidos, aunque confesarlo puede despertar celos entre el resto de las composiciones que he escrito.
I.L.: ¿Cómo trabaja esa tensión entre la fidelidad a las formas y la innovación personal?
C. G. B.: Probablemente responde al hecho de asumir la escritura poética como un reto estilístico. Allí está la fidelidad a ultranza con respecto a las composiciones de forma cerrada, que todas son de ardua elaboración; allí también palpita el deseo de coronar la novedad. En medio de ello tal vez esté el estado de tensión que usted observa.
I.L.: ¿Qué tienen el endecasílabo y el heptasílabo para que los utilice sobre los demás tipos de verso?
C. G. B.: Lo asimilo de mis lecturas de los modernistas, si es que no me equivoco. No sé por qué me he sentido cómodo en cultivar este metro. Pero, evidentemente, hay algo especial en el uso del endecasílabo y del heptasílabo, como si fueran estructuras poéticas dúctiles, bendecidas por el tiempo. El combinar estos metros, según nuestros antojos o muchas veces imitando a los clásicos –en mi caso a Petrarca– nos hace regodearmos en contemplar el molde estrófico, hasta quererlo palpar. En efecto, hay un encanto especial en juntar estos metros.
I.L.: Nació en 1927, fecha referencial para la poesía. ¿Qué hay del 27 en la obra de Carlos Germán Belli?
C. G. B.: Es una coincidencia que me regocija y que considero un buen augurio para mí. Pero además de este coincidir cronológico hay otro, que me parece más significativo, como es el común uso del metro medido y del molde estrófico, como si el autor fuera algo consubstancial con estas estructuras literarias. El ejemplo de los poetas del 27 es un aliento importantísimo para enfrentar el desbarajuste estilístico del siglo XX. Pienso que si los pintores de la centuria pasada hubieran tenido un movimiento análogo a la generación del 27 habrían profundizado más en el arte de todos los tiempos, y no en el antiarte de hoy.
I.L.: Transcurren nueve años hasta que publica En alabanza del bolo alimenticio (1979), a los que siguen Canciones y otros poemas (1982) y El buen mudar (1987). Se producen ciertos cambios temáticos y formales, primero “tímidos”, pero que se irán consolidando; la reflexión metapoética, la obsesiva preocupación por no poder alcanzar la rosa; un sentimiento de minusvaloración personal que le impide, a pesar de los esfuerzos; esa unión deseada con la palabra, que se muestra esquiva y desdeñosa.
C. G. B.: Hasta este momento nunca había tomado conciencia de esos “tímidos” cambios formales y temáticos en ese poemario del 79, que se insinúan, como bien usted observa.
Y sí, la percepción del tema de la escritura poética esquiva, mejor dicho, que aquello que uno escribe sean literalmente borrones, fiascos literarios, canciones cojas que a nadie gusten. Probablemente ese sentimiento de minusvaloración literaria me haya llevado a cultivar con mayor ahínco la composición de forma cerrada. Digámoslo con la mayor de las simplezas: lo negativo puede ser asidero de lo positivo.
I.L.: ¿Cuál fue ese “mudar” bueno al que alude el título de su poemario? Hay un antes y un después del mismo.
C. G. B.: Ese “cambio positivo” tiene como motivador a Rubén Darío. En primer término, su libro Azul, por la presencia allí de textos en prosa, fue un decisivo impulso a elaborar por mi parte una colección con verso y prosa. Más adelante, el notorio cambio espiritual de la desesperanza a la esperanza lo debo expresamente a los poemas darianos inspirados en la romana spes. Desde mis albores, no he vacilado en contraer grandes deudas literarias con el maestro nicaragüense.
I.L.: Comienza también a fechar sus poemas. ¿Hay alguna razón para ello que debamos conocer?
C. G. B.: Sí, en algunos casos. Por ejemplo, cuando la fecha en que está redactado el poema coincide con la fecha del nacimiento o la muerte de mis padres.
I.L.: De 1990 es Bajo el sol de la medianoche rojo, que antes había titulado Más que señora humana. Parece que ya se ha convertido en un poeta plenamente consolidado.
C. G. B.: Consideraba el acto poético primeramente como una especie de catarsis para superar las tribulaciones de la vida y posteriormente como un desafío estilístico. Sin embargo, en el texto “El itinerario”, de Bajo el sol de la medianoche rojo, veo que el afán artístico es reemplazado por el afán amoroso. El acto poético, o sea, la boda de la pluma y la letra, va más allá de los límites estéticos y corona la trascendencia metafísica. Este estado extremo del amor es lo que vislumbran, nítida o borrosamente, todos los amantes del mundo, en la plenitud del cuerpo y el alma.
I.L.: Continúa publicando otros títulos hasta llegar a ¡Salve, Spes! (2000), conformado por un único poema dividido en diez cantos.
C. G. B.: ¡Salve, Spes! constituye un poema largo y orgánico, y su concreta realidad me hace pensar que pueda escribir otros textos largos y enriquecer así mi bibliografía personal. Ojalá que otra vez corone la esquiva inspiración. Esto es lo positivo de la existencia del poema en cuestión.
I.L.: A partir de En las hospitalarias estrofas (2002) su pluma se vuelve, digamos, más desenfadada, y al fin parece encontrarse satisfecho de lo escrito.
C. G. B.: La colección En las hospitalarias estrofas quizás represente el propósito de rescatar los moldes estróficos que son unas formas literarias milenarias, pero algo olvidadas en el siglo XX. Aquí las estrofas se presentan nuevamente como antes, es decir, como gentiles anfitrionas del escritor, que por tal motivo se encuentra complacido.
I.L.: En los abundantes estudios críticos dedicados a su obra, ¿considera que se ha hecho una buena lectura de su poesía?
C. G. B.: Me complace cuando el enfoque es a partir de la tradición y la modernidad, y, en particular, del barroco o manierismo, y del surrealismo u otros vanguardismos. Y pese a que se me critica que aquello que escribo es de difícil comprensión, y que soy un escritor reiterativo, por suerte ha habido una recepción favorable, lo cual me ha impulsado inconscientemente a seguir escribiendo.
I.L.: ¿Cómo ha ido recibiendo los numerosos reconocimientos a su obra?
C. G. B.: Los recibo con gratitud, sorpresa y con un afán irrefrenable de dedicar todo a mis padres, que con justa razón se angustiaron enormemente ante el hecho de que yo asumiera el quehacer literario de una manera absoluta. Sin duda, resultaba problemático aceptarlo porque en el seno de mi familia mi hermano Alfonso era una persona que no podía caminar.
I.L.: Para terminar, ¿qué opinión le merece la poesía actual en el Perú y en el ámbito hispánico?
C. G. B.: Repito entonces aquí lo que otras veces he dicho, tal vez con tono naif: la poesía es un río interminable. Constituye el Amazonas, el Nilo y el Ganges, conjuntamente, donde da la casualidad de que hemos navegado de modo literal. Estos emblemáticos ríos siguen circulando con puntualidad, como las nuevas generaciones de poetas en el Perú, en el ámbito hispánico y en el resto del mundo.