Un volcán se parece a la mente de una persona: una montaña en donde la locura arde.
Mandíbula
De lo más intrínseco del cuerpo, del cuerpo golpeado, del cuerpo sangrante, del cuerpo abortivo, del cuerpo abortado. De la violencia. Del silencio y del ruido estrepitoso que produce aún más miedo que el ficticio silencio. De los Andes con sus montañas deformes, sus volcanes habitualmente amenazantes, su páramo infinito de frío cálido, de su oralidad contenedora de dichas, infortunios y maldiciones terrenales. Del miedo. Del creepypasta perpetuado en una realidad tan putrefacta como el espacio virtual que nos convencemos que no existe, pero que es más real que su definición. Los intersticios de esos dos, tres, cuatro y mil mundos compartidos. La mente funciona así, me dice Mónica, recorriendo sin distinguir esos espacios, de lo macabro a lo infantil (porque lo infantil puede ser totalmente macabro); o del humor hacia la tortura, ambas como puntales sobresalientes de la cotidianidad.
Sé que las criaturas nacen y mueren y que algunas ni siquiera nacen, por eso no pueden morirse. Esto lo entienden las chicas, lo entendemos nosotras: sabemos distinguir entre el golpe y la biología. De nuestros vientres sale la muerte porque lo que heredamos es la sangre.
Las voladoras
En Mónica, como se expone en la entrevista que forma parte de este dossier, la motivación de escribir no es nunca la historia en sí, sino vivirla y hacerla viva, leíble, consumible y compartible en el lenguaje que se forma desde que la experiencia poética se engendra y esa experiencia, la poesía, está en todos lados, está siempre, no es exclusiva del poema, esa es una excusa. Cuando en Historia de la leche la poesía toma la forma y la densidad de dos hijas y una madre, de un planificado matricidio, la trama se vuelve el envase de esa leche y de esa sangre que se heredan siempre a fuerza de dolor, miedo y asco. El poema, el cuento, la novela son los envases de lo no dicho, de esa poética de lo extraordinario y espontáneo, de lo meticuloso y ordinario. En esos espectros están estas historias que se arman a ellas mismas porque son las historias de las mujeres de siempre, en todas partes: dolor, violencia y muerte.
Mientras tomas aire
la escritura se humedece de futuro
Historia de la leche
Es así que en el espacio habitable de esta obra las categorías sobran, o aún más, carecen de función práctica. Esto ya se ha dicho, claro, pero siempre, al hablar del quehacer literario de Ojeda, ahora tan vasto como la publicación de tres novelas, La desfiguración Silva (2015), Nefando (2018) y Mandíbula (2020); un libro de cuentos, Las voladoras (2020); dos poemarios, El ciclo de las piedras (2015) e Historia de la leche (2019); y varias reediciones de estas obras, es imposible no resaltar la experiencia de la lectura, y por supuesto, la experiencia de la lectora. Porque, fuera de los halagos simples que podrían esperarse en la presentación de un dossier dedicado a la escritora de la que se habla, esta es una reacción breve pero firme desde la lectura; una reacción de una lectora y escritora novatísima que encuentra en esta escritura una desfiguración de los límites de género, de estructura y temáticos, de los límites intrínsecos de la acción vital de escribir, por ende, que halla esperanza en la expresión.
Hay un poco de locura y cordura en cada uno de los entes que atraviesan estas historias. Existen unas gemelas que comparten un génesis, a quienes las separa y a la vez contrae lo disímil de sus vidas: una sordomuda, la otra con el deseo obsesivo de mutilar la mano a la madre y la lengua a la hermana. Y estas, vale aclarar, no son “condiciones” de su comportamiento, sino su mismo comportamiento. En el espacio en el que se mueven las gemelas, la escena underground punk de una ciudad mojigata, se las ve tal cual: dos locas, criadas por una madre loca, deshecha a las mediasnoches, rompiéndose la cabeza con una depresión incesante. La cordura es otra y es la más obvia. La mutilación no es un anhelo desquiciado, es la única salida a un mundo en el que los elementos mutilados han roto, han abierto heridas (propias y de otras), han lastimado la mano; o de plano, son inútiles, una ocupación innecesaria de espacio, una posibilidad creativa, una oportunidad para el show: la lengua.
Existen unos vecinos de piso que codifican un sistema de revelación de la oscuridad interna (unos en plena consciencia, otros no tanto) al universo mismo de lo oscuro, que empieza siendo la deep web, pero que luego se abre mucho más allá de las ambiciones iniciales del grupo. La locura intrínseca de lo lúgubre, de lo profano en una realidad enceguecida no solo cobra color y textura en un videojuego prohibido, sino que amenaza con revelar cuan normal y, por ende, cuerda, es la normalización de la violencia física y sexual en la infancia; la habitualidad de la pedofilia en la red; la necesidad de extraer de lo más íntimamente podrido del ser, la verdad, el miedo y las confesiones. Nefando es una sátira que perturba por su trazabilidad y su forma de incomodar hasta hacernos aceptar que sí, que todo es cierto, que el pasado pesa como todo el contenido de internet junto, y que, tanto como todo lo que queda en sus enarboladas patitas de araña, nunca se borra.
El páramo es el corazón de la piedra. Sus criaturas conservan bajo el pelaje todo el placer y todo el dolor que hay en este mundo.
Escribo: un venado da a luz a un cervatillo y descubre la bondad.
Las voladoras
Existe el desdoblamiento de la escritura. Sale, primero, de las piedras blancas del Hanan pacha en el que ha visto la luz una niña casi perfecta. Se ha movido a las mismas piedras, pero en clave de muerte, dolor, desesperación. El Ukhu pacha, es el movimiento de lo inesperado, pero necesario e inevitable. Y es el espacio de engendración de esa angustia irrevocable, la de una madre que se aferra al pie frío de esa misma niña casi perfecta, y a la del padre que buscará en la escritura y en un viaje celeste la anulación de lo vacío, de lo hueco-ukhu, lo profundo del fin y la nada, de la muerte y su violencia total. En el ejercicio reflexivo de hacer de la escritura la misma historia, Ojeda logra no solamente compartirla a esa historia de pérdida y anhelo deshumanizador, sino que desdobla el dispositivo escritural para convertirlo tanto en plataforma como en sustrato. Y es en esta dinámica de abrir los campos de lo qué y cómo se escribe, que la voz de la Mónica autora y creadora de realidades se inscribe sin inhibición del medio, los temas, los/las personajes, las acciones, del dolor agresivo y puro que es vivir. Un dolor en el que escribir tiene más sentido que nada más.