Nota del editor: Los siguientes textos han sido tomados, con la correspondiente autorización, del catálogo: Cristina Peri Rossi: la nave de los deseos y las palabras. Homenaje al Premio Cervantes 2021. Alcalá de Henares (España): Universidad de Alcalá, 2021.
Leer a Cristina Peri Rossi es quedarse desnuda a la intemperie, al viento que cortajea la piel como una gillette brillante y precisa. Es quedarse sin armaduras frente a, justamente, una poesía del combate. Esta tarde, después de releerla, me asomo por la ventana de una oficina oscura del barrio de Tribunales, en Buenos Aires: allá abajo las rajaduras agrietan la pintura roja, asfáltica, de una pequeña terraza, y en una hendija se abre paso la corola verde de una planta silvestre. Una planta en el medio de la nada brota como un verso.
Selva Almada
AMORAMOR
La palabra AMOR no está registrada en el diccionario. La que se muestra a
continuación tiene formas con una escritura cercana.
Aquella tarde descubrimos que el DRAE no recoge el AMOR como lo buscábamos y queríamos: con mayúsculas. Propone a cambio, por si cuela, una mustia imitación en minúsculas. Bisutería. Seguimos leyendo, curiosos, a ver de qué estaba hecho el académico sucedáneo:
amor.
(Del lat. amor, –ōris).
1. m. Sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser.
¿¡Insuficiencia!? ¿¡Necesitar!? No. Lo que nosotras pedíamos era un amor de naranjas enteras. Un amor anacondo. Un AMORAMOR.
¡Al infierno los diccionarios!
Provisionalmente, para no dar la tarde por perdida, de entre todas las demás acepciones de mercadillo que nos regateaba la RAE, terminamos merendándonos la octava:
8. m. p us. Apetito sexual de los animales.
Después nos marchamos al zoológico.
A abrir la jaula de los elefantes.
Martha Asunción Alonso
(del libro Wendy, Pre-Textos, 2015, Premio de Poesía Joven RNE).
La poesía de Cristina Peri Rossi está en la raíz del enjambre más bien revoltoso de mi aprendizaje literario. Alguien en la Facultad me pasó un ejemplar de Lingüística general en la vieja edición de Prometeo; acostumbrado al preciosismo, digamos, de sus colegas españoles, me sedujeron de inmediato el tono vitalista y desenvuelto con que abordaba el mito, el erotismo, la metapoesía o el tópico veneciano. Creo que fue la primera poeta latinoamericana a la que leí con interés egoísta, como leemos a nuestros vecinos, para aprender y hacer camino y alimentarnos. Fue también la primera en la que el amor lésbico se expresaba sin brumas retóricas (aunque Safo siempre estuviera cerca) y aquello era liberador y admirable. Recordé ese encuentro de juventud mucho después, al abordar Estado de exilio, que considero un libro mayor, uno de los grandes testimonios del exilio, ese no-lugar tan padecido por las conciencias y las vidas del siglo XX. Y un libro que naturaliza en español a los beat, aleación de tradición culta y lenguaje urbano que nuestra poeta ha ido forjando con “la rabia de la vejez rebelde”, haciéndola cada vez más áspera, más insumisa. Y siempre, al fondo, Eros, otra vez Eros.
Jordi Doce
En esta época, en este siglo, en este momento del campo literario, Cristina Peri Rossi representa todo el arco de experiencia filosófica humana que atraviesa una gran escritora. Para comenzar, la concepción que tiene de su literatura asociada a la traducción al español de obras de Clarice Lispector o de Monica Wittig, entre otras, marca un punto de inflexión en la conciencia de una escritora que está relacionada con su posición frente al exilio. Un exilio político, por supuesto, pero después un exilio interior, como ella misma dice, un exilio donde no es ni Barcelona, ni París, ni Montevideo; no es un tópico para la escritura, sino un exilio interior. Cubre todo el arco de la experiencia, a la antigua, porque está la traducción, el exilio, también las tentativas de suicidio y el sufrimiento de una causa, una causa política de los años 70 trasladada a hoy. Sus cuentos, novelas, la correspondencia y la amistad con Julio Cortázar son parte del arco de una gran escritora, así como la correspondencia en diálogo, real o ficticio, con otros escritores contemporáneos o muertos. Y, por supuesto, el erotismo, el fetichismo, la sexualidad, la transgresión, la subversión, la revolución que tiene que ver con su modo de experimentar la lengua, con sus desbordes de la lengua, con transgredir la lengua del erotismo.
Ariana Harwicz
A través de la lectura de Cristina Peri Rossi supimos que de los esfuerzos lo más productivos son los inútiles; de los museos, los más amenos son los abandonados; entre los indicios, los más elocuentes son siempre los pánicos; de los amores, los equivocados; de las habitaciones, las mejores vistas las tienen las privadas, que las naves siempre van guiadas por locos y que los chicos no tienen otro deber que rebelarse.
Entre la diáspora y el humor, Cristina construye su peculiar lingüística general que no puede ser otra sino la que dicta la insumisión. Después de leerla tanto, asombra de nuevo con la declaración de un deseo prohibido: “La primera vez que me declaré a mi madre, tenía tres años”. Y ahí empieza el relato de una niñez cargada de perplejidad, de sobresalto, de desvarío, de animales y de insomnio, de enfermedad, campo y lecturas, por parte de la que se convertirá, con todos los derechos del apelativo y toda su paradoja, en la “gran insumisa”.
Ella como nadie ha contado el pequeño y heroico milagro de las infancias tristes y de los reinos desvelados. Ella como nadie ha hablado del niño como el héroe y el desplazado, el que tiene las claves y las penas, el que sabe y no sabe mientras crece la tarde y se hace la palabra.
Esperanza López Parada
El futuro desplazado
La nave de los locos (1984) fue escrita en el exilio, tema central en esta novela y acaso de toda la obra de Cristina Peri Rossi. La autora se sumerge aquí en la escritura del desplazamiento que inventó la Biblia al expatriar del Paraíso a la pareja fundacional y lanzarnos a la eterna añoranza del origen. Yo misma leí el libro desde mi ya voluntaria extranjería: me convocaron los matices de la errancia que se dan cita aquí para hablarnos de una compartida condición contemporánea y recordarnos que no se puede volver (todo regreso es elusivo) y que, asimismo, “hay viajes de los que nunca se puede volver”. Leyendo este libro magistral yo fui Equis, el eterno desplazado cuyo nombre remite a la x de expulsión, exilio, extranjería y extrañamiento. Y resoné, como Equis, con los demás deambulantes de estas páginas: los sobrevivientes del “viaje involuntario” de la tortura, las que viven como “ángeles caídos” o huyen eternamente para sostener sus ilícitas pasiones, los que sufren la “psicosis del espacio”. Pasajeros o prisioneros de esa nave de locos que es nuestro mundo, donde el asentamiento y la construcción de futuro parecen inalcanzables.
Lina Meruane
Cristina Peri Rossi es una escritora salvaje, es decir, que su escritura es libre e indomesticada. La primera vez que me acerqué a su obra fue con La nave de los locos y recuerdo la sorpresa, la emoción que sentí ante un libro tan vivo, tan reflexivo en torno a lo prohibido y al deseo. Quedé deslumbrada por el ritmo y la inteligencia de su escritura, pero también ante su capacidad de echarse a nadar en aguas oscuras, en ir hacia lo más recóndito de la experiencia emocional de sus personajes.
Mónica Ojeda
Nena querida
Todo lo que no te pude decir, Cristina, yo que nací en tu ciudad triste, fuera del mapa. Nací y ya no estabas, pero muchos años después te imaginé suspendida en medio del mar, en alguno de esos barcos que entraban y salían del puerto, mientras yo, de cara a ese malentendido, leía alguna cosa. (Dentro de un viaje hay otro viaje, vos me entendés). Ahora te mando este mensaje cifrado para decir algo o nada o simplemente gracias. Por entonces vivía en el asombro, como recién llegada a los amaneceres, a los castillos submarinos que decoraban las peceras, a los coquitos de eucalipto, a las baldosas rotas, a las luces del Parque Rodó. Pero también a las palabras, la única compañía que no falla. En Tristán Narvaja me quedaban las manos negras de tanto revolver entre libros viejos. Había que buscar con paciencia, arrodillarse, sacar la engañosa fila de adelante, porque era atrás que se escondía el tesoro. Tenés razón, la seducción de la lectura empieza por el nombre del libro, y los tuyos tenían nombres lindos: Los museos abandonados, La tarde del dinosaurio, Europa después de la lluvia. Mirá vos, las mujeres también escriben… incluso las uruguayas. Llegaba a mi casa a desparramar el botín sobre la cama, a pasar un trapo sobre las portadas polvorientas. Las musas deben ser inquietantes, Cristina, aunque solo te miren desde una foto en blanco y negro, y desde otro continente. Veo tu surco, no el que abriste con los pies, sino con las palabras, y pienso: tal vez yo quepa por ahí. Nací en la ciudad triste en sus años más tristes, y cargué todo eso como un silencio. Qué claustrofobia puede sentirse en los patios de claraboyas verdes, en el río ancho, en las calles grises.
Escribimos porque las cosas de las que queremos hablar no están. Y porque lo que pasó no tiene nombre. Si me pongo lírica y se me traba la lengua es porque esto también es el deseo, el del cuerpo y el del texto. En mis palabras están las tuyas, nena querida, como dos pares de piernas entrelazadas.
Fernanda Trías