Excmo. Sr. Dom Austregésilo de Athayde, presidente de la Academia Brasileña de Letras, que nos ha acogido tan calurosamente en esta casa; distinguidos oradores que nos han precedido en el podio, estimados miembros de la Academia, señoras y señores.
Es un privilegio incomparable tener la oportunidad, en esta sesión tan solemne de la Academia Brasileña de Letras, de dirigirles estas palabras de elogio en honor a uno de sus poetas más ilustres, el Excelentísimo Embajador João Cabral de Melo Neto, decimosegundo ganador del Premio Internacional de Literatura Neustadt.
Con el reciente y merecido reconocimiento del valor universal de su obra, el poeta brasileño João Cabral de Melo Neto asume su lugar indisputable en lo que se está definiendo como el panteón literario de nuestro siglo. Los once grandes escritores que lo precedieron ya figuran entre aquellos que han dado forma al canon literario de la segunda mitad del siglo XX.
Para llegar al resultado final, nuestro laureado más reciente —propugnado con gran destreza por el escritor brasileño y admirado amigo y colega Silviano Santiago— debió competir con los notables méritos de escritores tan eminentes como la poeta rusa Bella Akhmadulina, el novelista inglés John Berger, el poeta italiano Andrea Zanzotto, el novelista turco Orhan Pamuk, el escritor uruguayo Eduardo Galeano y el novelista japonés Kenzaburō Ōe, por mencionar unos pocos de los candidatos que se presentaron al jurado de 1992. Lo que más impactó al jurado internacional de escritores de la obra de Cabral fue su rigurosa honestidad y su profunda humanidad. A pesar de lo escaso de su poesía disponible en inglés —escasez que pronto mitigaremos con la publicación de un volumen de su poesía traducida—, la calidad de su trabajo se hizo sentir y le valió la admiración de los miembros del jurado, cuya diversidad internacional y lingüística convergió en el afortunado consenso que nos convoca hoy en este histórico lugar para celebrar tan histórica ocasión.
La escasez es uno de los principios fundamentales de la poética de João Cabral. En una entrevista con Selden Rodman en 1974, Cabral afirmó que la poesía se origina en la abundancia o en la insuficiencia. Como poetas ejemplares de lo que desborda, menciona a Walt Whitman, Paul Claudel, Pablo Neruda, Vinícius de Moraes, Allen Ginsberg. Por su parte, João Cabral de Melo Neto se identifica con poetas que escriben sobre una base de carestía, entre los que cuenta también a George Herbert, Stéphane Mallarmé, T. S. Eliot, Paul Valéry, Richard Wilbur, Marianne Moore y Elizabeth Bishop: poetas que escriben para compensar lo que sienten profundamente como una necesidad o una falta.
Desde sus primeros trabajos, João Cabral buscó una forma de escritura que se corresponde con lo que, en el siglo pasado, Ralph Waldo Emerson llamó pleonásticamente “nuestra necesaria pobreza”. Para Emerson, esa necesidad es la insuficiencia misma que incita al ímpetu creativo, un ímpetu tan fuerte como invisible, misteriosamente escaso pero tenazmente potente. En esa economía de la escasez, João Cabral ha moldeado un mundo poético, un mundo tan frugal que excluye a la figura misma del poeta, al menos como sujeto con la voz de un pronombre personal. Cuando la inevitabilidad del sujeto lírico se hace indispensable, nuestro poeta premiado se vuelve apócrifo, como en el inolvidable poema “Dúvidas Apócrifas de Marianne Moore” (Dudas apócrifas de Marianne Moore), donde la poeta angloamericana sirve al reticente lusoamericano de pantalla y hasta de pretexto:
Siempre he evitado hablar de mí,
hablarme. Quise hablar de cosas.
¿Pero en la selección de estas cosas
no habrá un hablar de mí?
¿No habrá en ese pudor
de hablarme en una confesión,
una indirecta confesión
al contrario, y siempre impudor?
La cosa de que hablar
¿hasta dónde es pura e impura?
¿O siempre se impone, incluso impura-
mente, a quien de ella quiere hablar?
¿Cómo saberlo, si hay tanta cosa
de que hablar y no hablar?
¿Y si el evitarla, el no hablar
es un modo de hablar de la cosa?
(trad. Ángel Crespo)
¡Qué reticencia! No obstante, João Cabral de Melo Neto se caracteriza a sí mismo como un poeta social. Y lo es, en el sentido estricto de la palabra, puesto que su poesía se funda en el contexto social y humano de la región geográfica que lo engendró, esa árida región de su Pernambuco natal, tan seca como Cabral busca serlo en la economía de su lenguaje poético. La suya es una geografía necesitada cuya escasez él convierte en la necesidad percibida de un principio poético que exige del poeta un genio lapidario y la maña de un cantero y un ingeniero.
Rehuyendo la floritura retórica y el megáfono ideológico, Cabral ha trabajado en su mesa de artesano de la palabra con callada diligencia y elocuente concisión. En su excepcional laconismo, se ha esforzado por mostrar en lugar de decir, y por mostrar sin ser visto, logro que sus propias palabras caracterizan mejor que nadie como una “canción sin guitarra”, forjada “sin ceremonia” en una “geografía civil”. Su sello es una poesía visual más que una fanfarria musical. Y el poeta suele reflexionar sobre la relación entre la pintura y el lenguaje poético, lenguaje que aspira incesantemente a volverse lapidario y constructivista. Varias de sus colecciones reflejan esa preocupación por la cantería y la ingeniería, incluso desde el título. Y, al igual que el albañil, que en su faena da forma a su edificación piedra por piedra, João Cabral ha trabajado siempre con la meticulosa conciencia de que la poesía se hace palabra por palabra, y a menudo letra por letra. En ese sentido, su obra lleva la marca inconfundible del cincel del escultor o el pincel del pintor, instrumentos metafóricos de los que el poeta hace uso con deliberada y mesurada reserva. Y su decoro lleva la marca del humilde más que del arrogante, pues se asocia deliberadamente con los esfuerzos modestos pero vitales del pueblo que engendró su vocación poética. Tareas como pescar o escoger frijoles, por ejemplo.
Y ahí, señoras y señores, es donde mi camino se cruzó con la vocación poética de João Cabral hace un cuarto de siglo, cuando, habiendo caído fortuitamente por las fisuras del tiempo y el espacio, me vi transportado de la vida de joven pastor en las montañas de mi Chipre natal a los pasillos de la Universidad de Yale como estudiante de filosofía y literatura. Descubrí entonces, en el portugués de ese poeta brasileño, que estaba bien estar allí aunque uno proviniera de una vida de esfuerzos tan modestos. La poesía de Cabral me enseñó que existe una continuidad viable entre las ocupaciones más humildes y las preocupaciones más nobles de la filosofía y la poesía. Eso fue en 1966, cuando mi clase de portugués de segundo año me permitió la temeridad de tomar una colección de poemas, un volumen de 111 páginas titulado A Educação pela Pedra (La educación de la piedra) recién publicado en Río de Janeiro en julio de ese mismo año. Esa misma temeridad y el azar me llevaron a la impertinencia, todavía mayor y más aterradora, de pronunciar un elogio de este gran poeta en su propia casa, de dirigirme a ustedes, estimados miembros de la academia, en mi pobre lengua de aprendiz, aquí, en la más augusta casa de este idioma. Les ruego disculpen mi osadía. Y aunque sea obra del destino, acepto toda mi responsabilidad en esta difícil situación con el espíritu de la filosofía del estoicismo, que tuvo su origen en la isla donde nací.
Dando mis primeros pasos en el portugués a los tumbos entre las piedras poéticas de Cabral, tropecé con algo un tanto más maleable en esa cantera pedagógica: un poema titulado “Catar Feijão” (Escoger frijoles), que en mí evocó con absoluta nitidez las manos nudosas de mi abuela al escoger frijoles, manos cuya agilidad e insólita inteligencia hasta hoy no he aprendido a imitar. Más didáctico que ningún enunciado que conozca sobre el arte de la poesía y tan ilustrativo como todas las lecciones del homenajeado sobre este oficio, “Catar Feijão” bien podría ser un manual, un vademécum de cualquier poeta y estudiante de poesía:
1
Escoger frijoles limita con escribir:
se echan los granos en el agua del barreño
y las palabras en la de la hoja de papel;
y después se tira fuera lo que sobrenada.
En efecto, toda palabra sobrenada en el papel,
agua congelada, como plomo su verbo:
pues para escoger ese frijol, soplar sobre él,
y tirar fuera lo leve y hueco, paja y eco.
2
Pero ese escoger frijoles entraña un riesgo:
el de que entre los granos pesados entre
un grano cualquiera, piedra o indigesto,
un grano inmasticable, que rompa un diente.
Seguro que no en el escoger palabras:
la piedra da a la frase su grano más vivo:
obstruye la lectura fluctuante, fluvial,
azuza la atención, la pesca con el riesgo.
(trad. Pablo de Barco)
Y en tanto no sabemos, por falta de precedentes, qué harmonía puede haber entre la voz de un poeta pernambucano y la inflexión de un chipriota, vaya que entraña un riesgo este ejercicio. Para hacerle frente, hagamos de esos frijoles las piedras de Demóstenes, los guijarros que el tartamudo padre de nuestra tradición retórica se ponía en la boca cuando iba a declamar frases a la orilla del mar. Son los peñascos que debe sortear a perpetuidad el poeta, al igual que el lector. Porque João Cabral nos enseña no solo cómo se escribe su poesía, sino también cómo debe leerse. Y por si nuestra lectura fuera a volverse facilista, se nos detiene, se nos obliga a vérnoslas con los rigores de duras obstrucciones y a absorber la necesaria lección de su dificultad. El lenguaje, por supuesto, es la mayor dificultad y también el mayor peligro de la poesía. Y el lenguaje se vuelve más riesgoso que nunca cuando se rinde fácilmente a nuestra lectura.
La trayectoria poética de João Cabral consiste en rehuir la tentación de sucumbir a lo superficial y lo gratuito. Por eso, sospecho, es averso a la musicalidad de la poesía, y prefiere la escasez de la imagen pictórica y la rima asonante al tintín de la sonoridad consonante o la grandilocuencia de la declamación. Su elocuencia es de otra clase. Y siendo un poeta autodeclarado de la necesidad y la insuficiencia, Cabral trabaja con esmero para reducir al mínimo la magnitud del imperativo de satisfacción de la necesidad, no por parsimonia sino por un inconfundible sentido de la generosidad. Es la generosidad poética que se propone permitir que los sujetos humanos de su poesía se muestren en sus propios términos. En ese sentido, los rigores geométricos y aritméticos de la autorrestricción en la poesía de Cabral, lejos de constituir los actos fríos, mecánicos, de un formalismo, representan los rigores de una poesía profundamente conectada con lo humano y lo social. Y como señaló su esposa, la poetisa Marly de Oliveira, en su prólogo al segundo volumen de sus versos recopilados, la de Cabral es una poesía emotiva, cargada de emoción lúcida, la lucidez heredada de la poesía matemática de Paul Valéry.
João Cabral de Melo Neto es un habilidoso poeta de la sustracción dedicado a los trabajos de separar la paja del trigo, de escoger frijoles, de pelar y mondar. Un poeta que opta por la economía de lo mínimo con efecto máximo. Practica un arte lacónico de la deferencia en una poesía que escatima su propia voz, así como el ego de su autor, cediendo al contexto humano que asocia la vocación poética con la vida cotidiana y la experiencia terrenal. En esa autolimitación, la poesía de João Cabral ha trascendido sus propios límites, meticulosos y deliberados, y emerge como un fenómeno cultural universal admirado por poetas y lectores legos del mundo entero. Por sus diligentes labores y su modesta devoción, João Cabral ha sido adoptado por el pueblo brasileño como su poeta nacional imperante, estatus que recientemente confirmó el premio São Paulo que confiere el gobierno estatal. Por todos estos motivos, en marzo de 1992 un jurado internacional de sus pares seleccionó a João Cabral de Melo Neto como merecedor del premio internacional de literatura Neustadt de 1992.
Me honra profundamente tener la oportunidad y el privilegio de dirigirme a ustedes sobre los méritos de la poesía de João Cabral de Melo Neto, y de hacerlo en esta solemne sesión de la Academia Brasileña de Letras, en la casa del gran Machado de Assis. Muchas gracias.
Río de Janeiro
31 de agosto de 1992
Traducción de Caro Friszman
De Dispatches from the Republic of Letters: 50 Years of the Neustadt International Prize for Literature, editado por Daniel Simon (Deep Vellum, 2020).
Caro Friszman tiene un título en traducción por el Instituto en Lenguas Vivas Juan Ramón Fernández en Buenos Aires, Argentina. Se ha desempeñado como traductora autónoma en varias áreas, particularmente en ciencias sociales y traducción audiovisual. Ha impartido clases sobre la traducción de ciencias sociales en la Universidad de Belgrano en Buenos Aires. Ha colaborado como traductora y editora en varias publicaciones. Forma parte del listado de traductores de las Naciones Unidas.