Cuando Carlos Monsiváis fallece en junio de 2010, en el ambiente cultural mexicano flotó la pregunta que sería repetida cuando el deceso de Carlos Fuentes, casi dos años después, en 2012: ¿quién marcaría el compás de la crítica literaria en México? Ambos fungían como pivotes que estimulaban ciertos diálogos entre la crítica literaria académica y la periodística. Los ensayos y varios de los artículos que los dos publicaban sobre el tema circulaban en la prensa mexicana, en revistas o en sus suplementos culturales, pero también eran reunidos en libros (casi siempre, compilaciones de textos ya conocidos) y convocados en los ámbitos universitarios, vía sus publicaciones especializadas y en las tesis de licenciatura y posgrado.
Del delicado equilibrio que Alfonso Reyes había logrado a mediados del siglo XX, al transitar de los libros a las publicaciones periódicas y luego reintegrar éstas a sus Obras Reunidas, poco quedaba a principios del siglo XXI. Tal vez éste no es un ejemplo óptimo, si extrapolamos la idea del académico universitario como la entendemos hoy en día. Reyes fue la figura más señera de la intelectualidad mexicana que, hasta el día de su muerte, presidió El Colegio de México, dirigió la Academia Mexicana de la Lengua y fue parte de la membresía fundadora de El Colegio Nacional. Sin embargo, justamente por ello, continúa siendo admirable esa aparente facilidad con la que pasó de la densidad de una propuesta de teoría literaria en El Deslinde (1944) a los ensayos sobre la crítica, la literatura, la lectura y campos afines en Tres Puntos de Exegética Literaria (1945). Antes, en La Experiencia literaria (1942) ya había experimentado con el tratamiento de nociones literarias, a través de un estilo terso, destinado a un público más amplio. Escritos por pedido algunos de sus textos, no aparece en ellos “la prisa” o “la improvisación” que Monsiváis identifica en gran parte de la crítica periodística de los primeros años del nuevo siglo.
Monsiváis estará consciente de esos dos mundos en los que gravita la crítica literaria en México, según da cuenta en Nuevo Texto Crítico, en 1995. Tal vez la creciente circulación de su pensamiento en Latinoamérica y el cada vez mayor acercamiento a sus académicos, favorece su apreciación de cómo ese sector se había movilizado en las dos últimas décadas del siglo XX. Contribuirán a ese acercamiento aspectos que valoraba: la apertura a la lectura de títulos (del pasado y del presente) de autoría nacional, lo cual implicó el replanteamiento de planes de estudios y una ampliación del catálogo de autores que redundaba en artículos especializados o tesis de posgrado. La academia se integró por esas vías, apunta, al conglomerado de participantes que influían en la formación del canon de las letras nacionales. Monsiváis apreciará también la decidida intervención de los investigadores universitarios en la revaloración de las obras escritas por mujeres, desde una perspectiva feminista, y cómo este giro abría la puerta para nuevas direcciones, como las de la diversidad sexual y “al reconocimiento de los escritores en lengua indígena”.
Para Carlos Fuentes, la naturaleza de la crítica originada en las universidades era de índole mediadora. Dirá en su suerte de diccionario, En esto creo (2012), en la entrada “Educación”: “Nadie pierde conocimientos si los comparte” y exhorta a la comprensión del Otro. Asegura que la vitalidad de una literatura es acicateada por una oposición crítica creativa y en distintos momentos invoca a la necesidad de que contribuya a la formación de lectores. Sin embargo, justo en el apartado “Lectura”, olvida integrarla en la trayectoria entre el escritor y su receptor: discurre sobre el libro y la biblioteca; la relevancia del hogar y las aulas; los mecanismos de edición, selección, promoción y venta de las obras literarias. Al “círculo que va del escritor al editor al distribuidor al librero al público y de regreso al autor” (76). En suma, a Fuentes le interesa más la crítica de la escritura sobre el mundo que la crítica sobre la escritura literaria. Y, de manera interesante, quizás el mayor acierto de este libro estriba en su propio acercamiento analítico a la obra de Faulkner, Kafka, El Quijote y Shakespeare.
Los enfoques de Monsiváis y Fuentes sobre la crítica literaria, fuera a partir de sus posicionamientos, fuera desde su práctica escrituraria, rebasaban el mero afán de registrar con puntualidad las novedades literarias. Aunque necesario, por un lado, les parecía menos interesante ese rasgo característico de los hoy poquísimos suplementos y las prácticamente extintas secciones culturales de la prensa diaria o hebdomadaria. Por el otro, sus textos planteaban temáticas y agendas que eran retomadas tanto por el público lector (entre cuyos miembros podía encontrarse quienes intervenían en la política cultural mexicana) como por la comunidad académica. En la actualidad, en cambio, cuando los artículos académicos revisan las perspectivas de la prensa diaria o de las revistas de divulgación es de forma circunstancial y con un afán de contextualización. De manera interesante, otro destino les aguarda a las entrevistas encaminadas a recoger las ideas de las escritoras y los autores. Y a la inversa: un libro de crítica literaria sólo será atractivo en un ámbito distinto al suyo, si cumple con la descripción puntual de Monsiváis: “como siempre, el fluir de las admiraciones pasa por otro lado, por los circuitos de las recomendaciones personales”.
Si bien no deseo dar la falsa impresión de que Monsiváis o Fuentes se esforzaban por seguir con puntualidad lo que acontecía en la academia mexicana, sí hay en ellos cierta voluntad de acercamiento, al mencionar libros generados desde los centros universitarios o a través de sus perspectivas sobre la crítica literaria en México. Y también que, algunas veces, lo generado por académicos (algunos de ellos, escritores de ficción también) es recogido por la prensa periódica. Menciono unos pocos casos que bien podrían ser varios más: José Revueltas. Una literatura del lado “moridor” (1979), en sus sucesivas ediciones, o la primera versión de Las metáforas de la crítica (1998) de Evodio Escalante captaron la atención de Proceso; Nosotros. La juventud del Ateneo en México (2008) de Susana Quintanilla, fue reseñada en Letras Libres como también el libro de Álvaro Ruiz Abreu, José Revueltas: los muros de la utopía (1993).
Las actitudes de Monsiváis y Fuentes, distintas entre sí, contrastan con el compás marcado por Octavio Paz, manifestado en el devenir de la revista Vuelta. Como ha señalado con lucidez Gabriel Wolfson [Iberoamericana 16. 1 (enero-abril 2016)], en la comparación que establece entre las publicaciones periódicas Plural y Casa de las Américas, el proyecto de Paz “desarrollaría una línea de clara repulsa a la prosa y el pensamiento universitarios”, caracterizados por su hiper especialización y erigirse en “ejemplos de pésima prosa”. Podría suponerse que han transcurrido más de dos décadas de la muerte del Nóbel mexicano y que esas consideraciones estabán superadas. Pero me temo que la ruta trazada en Vuelta persiste en otras formas de la divulgación cultural. Lo ilustraré con dos conferencias de Christopher Domínguez Michael, impartidas en El Colegio Nacional, después de su muy polémico ingreso.
El tema elegido por Domínguez Michael para su “Lección inaugural” fue la crítica literaria en la historia de la literatura mexicana. El autor de los dos consultados volúmenes de la Antología de la narrativa mexicana del siglo XX (1989, 1991) leyó, en noviembre de 2017, el texto “¿Qué es un crítico literario?” (que fue inmediatamente reproducido en Letras Libres y, según la tradición, editado después por El Colegio Nacional). En él reivindicó el valor de la historiografía, el ensayo como vehículo de la crítica literaria y el deseo de que los críticos literarios también fueran reconocidos por la sociedad como lo son los narradores o los poetas. La dificultad mayor para el crítico literario, dijo, es denostar públicamente a sus contemporáneos y, peor aún, a los debutantes. Afirmó: “Un crítico de artes o letras es aquel que frente a lo que le es antipático abre los ojos y se obliga a ver o a leer”. En su disertación, deja clara su visión de la crítica como juicio, en tanto deja a un lado componentes caros a la academia como lo son la teoría y el análisis.
Asiduo colaborador de Letras Libres, Domínguez Michael fustigó todo aquello que se relacionara con esos “catecúmenos” que echan mano del giro lingüístico, caracterizados por su “jerga abstrusa y enrevesada”. Para él: la teoría literaria es “un curioso engendro manufacturado desde las ciencias sociales”; quienes piensan que “todo es texto” son “logocidas ignorantes”; y Jacques Derrida abrió una herida que “sigue supurando”. En el cierre de un siguiente ciclo de conferencias (“¿Ha sido nuestra crítica una ilustración insuficiente?”), en noviembre de 2019, Domínguez Michael reiteró su rechazo a la teoría literaria del siglo XX y, en especial, al postestructuralismo europeo. Éste “desvirtúa la naturaleza del hecho poético”, en su apelación a la antropología y a las ciencias sociales. Adujo que se había transformado en una “ciencia hermética” que produce el rechazo de sus lectores y que se dirige, reiteró, a sus “catecúmenos”. En síntesis, es tan evidente su aversión hacia la academia universitaria y a las obras críticas que de ella emanan como su falta de precisión en relación con las teorías literarias a las que invoca. Sin embargo, más que lo anterior, me interesa destacar la ausencia de ejemplos contemporáneos que matizaran tan contundentes opiniones. Sobre todo, cuando provenían de quien estaba ingresando a El Colegio Nacional, una de las máximas instituciones públicas, “dedicada a la divulgación de la cultura científica, artística y humanística”, integrada por un cuantioso número de miembros dedicados a generar teorías y análisis en las disciplinas más diversas.
Por lo tanto, antes de concluir sobre las relaciones entre la crítica periodística y la académica, dedicaré unas breves líneas a los diferentes enfoques que prevalecen en la crítica literaria académica, mediante un recorrido tan caprichoso como heterogéneo. Evodio Escalante, en su libro sobre José Revueltas (reeditado por el Fondo de Cultura Económica, en 2014) asienta en la introducción: así como la crítica puede ser un puente y una vía de acceso, también puede funcionar como “un cerco y una técnica de exclusión”. En su deseo por levantar ese cerco en torno a la obra de Revueltas, propone una aproximación heterodoxa y, para lograrlo acude a Gilles Deleuze y Félix Guattari. Sugiere trabajar intensivamente con los signos literarios de Revueltas para identificar su especificidad, pero también para detectar “las fuerzas que se les desgajan”, en movimientos centrípetos y centrífugos. Françoise Perus, en Juan Rulfo. El Arte de Narrar (2012), desde un inicio explica su método de análisis. Decide hacer a un lado tanto las aproximaciones temáticas y estilísticas como las que han enfatizado los diálogos con el contexto histórico del autor o de sus narraciones. Opta por el análisis cercano, a partir de elementos de la teoría narratológica (las modalidades narrativas y las voces de la narración). Simultáneamente, en las notas de pie de página interactúa vivamente con el abundantísimo cuerpo crítico de la obra de Rulfo. Como académica en México, Cristina Rivera Garza coordinó La novela según los novelistas (2007). En ella, propicia un ejercicio de reflexión teórica entre catorce creadores, en una invitación a discurrir sobre qué es la novela y sus prácticas de escritura, proyecto ya presente en los dos volúmenes de Los novelistas como críticos (1991), compilados por Norma Klahn y Wilfrido H. Corral. Describe, en su presentación, que esos ensayos son “un fluir de contextos o una discontinuidad de habitaciones desde o en los cuales algunos narradores y narradoras de México practican la novela”. Es decir, le importa menos ubicar los puntos de encuentro y mucho más la diversidad de sus puntos de vista. Sugiere en esta empresa crítica, por lo tanto, la naturaleza reflexiva que existe en todo acto creativo e invita, indirectamente, a que quien escribe ficción acuñe su propia poética.
Mis dos últimos casos ilustran un tipo de crítica literaria, en la que el texto desempeña un papel activo en las sociedades de su tiempo. El grupo de Teoría y Crítica Literarias “Diana Morán” es un colectivo estudioso de la literatura latinoamericana, pero sobre todo la mexicana desde una perspectiva de género. Fundado en 1984, con el paso de los años, sus integrantes han combinado métodos de análisis textual con acercamientos derivados de los estudios culturales. Han dedicado un considerable número de libros monográficos (más de veinte) a la obra de autoras mexicanas de los siglos XX y XXI, como las ya canónicas Rosario Castellanos, Elena Garro y Nellie Campobello, pero también a otras igualmente valiosas como Concha Urquiza, Esther Seligson y Luisa Josefina Hernández. Han procurado abundar sobre sus modos discursivos menos conocidos (periodismo, guionismo, epistolarios, retratos literarios) y declaran su ambición: que esas “aproximaciones sean de interés tanto para el especialista como para un público más amplio”. El segundo y último ejemplo es el enorme y fructífero esfuerzo editorial gestado desde la Universidad Nacional Autónoma de México, en los seis volúmenes de su Historia de las Literaturas en México (2018, 2019). En este proyecto, coordinado por Alberto Vital y Mónica Quijano, el mero título informa su propósito de aproximarse a las literaturas, en plural. Sus índices revelan el descentramiento de sus temáticas y la forma heterogénea de abordar el hecho literario: materialidades, contextos de producción, publicaciones periódicas, en una visión muy ampliada de los géneros literarios: microhistorias en lugar de catálogos macro de autores, generaciones y corrientes artísticas.
La honda distancia existente entre el ámbito académico y el periodismo cultural advertida por Monsiváis fue reiterada por Valeria Luiselli, en 2012, en “Novedad de la narrativa mexicana II: Contra las tentaciones de la nueva crítica”. Explicó en la revista Nexos: “Parte del problema es que desde hace tiempo, aunque tal vez más ahora que nunca, en el mundo de las letras mexicanas está desprestigiada la academia y los estudios literarios. Inocentemente desprestigiada… parecen ignorar que existe algo que se llama historia de la literatura y crítica literaria y que tal vez sea conveniente repasarla y conversar con ella.” La crítica académica ha ensayado su movilización, buscando otros modos y otros públicos que, evidentemente, no son útiles para sostener la caricaturización dibujada por Domínguez Michael. Habría que analizar con más detenimiento si la observación de Luiselli sigue vigente o si es el momento de construir otras narrativas sobre las múltiples caras que puede ofrecer la crítica literaria en México.