Can we speak at all?
Mladen Dolar
Imaginemos un país literario, un país que no existe, que habría que inventar de la nada como se inventó Macondo o Yoknapatawpha o alguno de esos lugares que la gente cree que existen. No importa que crean que exista o no. Lo importante aquí es construir de la nada, de cero. No existe, pues, no existe. Eso todo el mundo lo sabe, lo piensa, carajo. De eso puedo estar recontra seguro. La gente que ha sufrido miserias peores que esta ya lo intuye. Solo basta mirar al pasado y ¿qué ven ellos? Pobreza, hambruna, falta de empleo, no hay dinero, bombas, apagones, no hay luz, no hay agua, las calles destruidas. O sea nada, no hay nada. Un país de mierda. Por eso, los que pudieron se fueron, y claro los que no, se jodieron. Esa es la gente que tenemos el día de hoy: pobres de espíritu como decía Jesús. A esos no hay que comprarlos ni nada. Se vendieron hace rato, aunque no lo sepan. La cuestión no es ‘comprarlos’, alquilarlos tal vez. Claro, alquilarlos un rato, todo por el beneficio del país. Los ayudamos con repartición de comidas allá en sus asentamientos humanos, en las periferias, en las zonas rurales del país y entonces a esa gente que no tiene memoria fotográfica, porque allá la única fotografía es la de los cerros, las del desierto, les damos nuestra foto impresa en los cuadernos para sus niños y ya está. Esa misma foto la ponemos en la cédula de sufragio y, como no conocen a otros candidatos ni en pelea de gatos, al final votan por nosotros, por el que sale en el cuaderno. Y ya está, de ahí en la próxima elección no hay quien nos detenga.
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“No seas pobre” me dijo mi padre. Y lo vi ahí tirado en el hospital militar. Su cuerpo abierto de par en par mientras le hacían la autopsia de ley. El muy imbécil lo apostó todo en el hipódromo. Como si la suerte existiera en este país. Cojudo como el más cojudo. Sí, la suerte existe y siempre es mala. A menos claro que te pongas a pensar, que hables con la gente indicada, que tengas una libreta donde apuntes quién es quién, qué hace en la mañanas, qué desayuna, si tiene hijos, esposa, amantes, hijos fuera del matrimonio (todo el mundo tiene hijos fuera, si no, no serían hombres), carros, si viaja en bus, taxi, de dónde es su familia, sus padres, sus abuelos, es italiano, gringo, franchute, chino, alemán, o inglés, o si es un pobre peruano nomás sin mayor pasado legendario que ese que se paran inventando, hijo de los cerros, de alguna parte recóndita de la selva, ¡por Dios! La cuestión es ver con quién se junta, quiénes son sus amigos, dónde cena, en qué hotel se junta con su amante, quién es ella, qué hace, tiene hijos, ¿es de la ciudad?, ¿es de adentro?, ¿está en la política o no? O solo es una mujer más de esas que caminan todos los días por la ciudad y que veo ahora que me tomo mi café enfrente de los rascacielos. Nada. La huevada es tener una memoria prodigiosa y como nadie tiene una memoria prodigiosa pues todo se apunta. Para eso están el papel y el lapicero y lo bueno de estos tiempos: la tecnología. Fotos, cámaras, celulares, equipos de grabación, el internet, todo lo necesario para saber quién es quién y qué hace. Todos en este país huyen de algo. Y si huyen es que esconden un secreto que es terrible. Tal vez no sea tan terrible. ¡Qué sabes tú! La cuestión es que para ellos es terrible. Tal vez mataron a alguien, le robaron a su jefe o a su familia, al amigo. O quizás tienen hijos por todo el país y huyen de eso. No importa. Si lo sabes y lo sabes usar, entonces no existe la suerte, ni la mala suerte, solo el éxito.
¿Cómo se llama ese huevón que siempre empujaba su roca hasta la punta del cerro solo para que la roca volviera a caerse hasta las faldas? Bueno, así es esta gente. Creen que puede llevar la roca hasta el cielo. Si de eso no se trata. La podrían llevar hasta la punta, pero antes de eso, nosotros podemos hacer que esa punta no exista.
“No seas pobre” me dijo el viejo de mierda antes de morirse. Lo dejó escrito en ese hueco donde vivía en el centro de la ciudad. La familia se enteró y vinieron desde el sur. Por las huevas vinieron. No iba a permitir que se acercaran a verlo, ahí encerrado en esa caja de cuatro por cuatro. ¡Que se vayan por donde vinieron! ¡Qué me importa lo que piensen! Si por ellos se fue a la mierda el viejo. Por ellos, me podría ir a la mierda yo también. Pero no. Cuando vi las entrañas de mi padre durante la autopsia, abierto de par en par, no tuve necesidad de acordarme de su carta de despedida: ya lo sabía. Me juré que jamás sería pobre. Lo demás es literatura. ¡Qué carajo! ¡Este es un país literario!
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Aquí nadie es un santo. Y sin embargo, ¡cómo caminaríamos sobre el agua por un milagro! ¿Sí o no? ¿Te has preguntado cómo has hecho todas las cosas que has hecho en tu vida? ¿Cómo has logrado sobrevivir en medio de los buses, de las bombas, de los racionamientos de luz y de agua, de los terroristas que quieren destruir este país, de los comunistas que anhelan tomar tu patria, de las ONG vendidas que no aman tu tierra? ¿Sí o no? ¡Anda, responde!
¡Tantos años viviendo en la miseria, en la sombra, sin mirar hacia ninguna parte! Lo único que había que hacer era esperar, ser paciente, no perder las esperanzas. ¡Tú lo sabes! Toda la vida has trabajado por tener una vida mejor. Por eso, has abandonado a todo el mundo, ¿no es cierto? Pero no los has abandonado, ellos te han abandonado a ti. Porque ellos no quieren que te vaya bien, no quieren que salgas adelante. Todo este tiempo lo has sabido pero nunca nadie te lo ha dicho de frente. Otra vez, la cuestión es ser silencioso, como una sombra. ¡Qué importan tus secretos si no los sabe nadie! Lo preciso es estar en el lugar correcto en el momento correcto y saberlo todo. Tener mil ojos, mil oídos. Los incas, ¡esos grandes gobernantes!, ya sabían hacer esto. Mandaban a un hombre, a uno solo, a visitar los diferentes reinos del Tahuantinsuyo. Iban a pie, con unas usutas menos dignas que las del Inca. ¿Qué? ¿Qué no sabes que son usutas? ¿Qué clase de persona eres entonces si ni siquiera sabes una palabra tan vulgar (del latín vulgaris: o sea lo común al pueblo) como usutas? Tal vez sí conozcas su sinónimo: ojotas, sandalias, que algunos por ahí llaman franciscanos. Bueno, hermano, te decía, estos tipos caminaban pero iban disfrazados, sí como el ekeko, como el diablo, como Ulises regresando a Ítaca, y apuntaban todo lo que veían en esa zona. Y luego, como buen agente de inteligencia que eran, regresaban y luego le contaban todo al Incaman, que es como decir nuestro excelentísimo Presidente, y él ya tomaba cartas en el asunto. Y así también acabaron con la subversión de su tiempo: los chankas, los chimúes, todos esos que no querían a su patria. Esos protoagentes, llamados Tucuyricuy, son como nuestro SIN. Nosotros solo continuamos esa misma tradición. ¿Sí o no, hermano?
Eso es, cómo te explico, una verdad irresoluta, una verdad innegable que hasta Platón o su discípulo, el filósofo griego Aristóteles, la sabían. Si no aprendes a observar no podrás entender el funcionamiento de la naturaleza. La sociedad es un cuerpo que hay que diseccionar, siempre recordando que lo que todo animal quiere es dormir, comer, amar. Si les damos eso pues ya son felices, ¿no? Y eso hemos hecho. Así desaparecimos el terrorismo de este maravilloso país. Era solo cuestión de tiempo. Ahora todos pueden dormir en paz. Repartimos bolsas de comida, canastas navideñas, arroz, latas de atún, en todos los asentamientos humanos, en los pueblos más recónditos de la patria. Ahora todos pueden comer tranquilos. Y por último, hemos construido 6662 colegios por todo el territorio nacional, hemos puesto luz, agua y desagüe a este desierto sediento, a estos Andes abandonados, a esta selva inhóspita. Y por eso, todos cantan y bailan con el Señor Presidente. Porque saben que es el único que ha puesto mano dura en este país de sinvergüenzas.
Mientras se siga la pirámide de Maslow, lo demás no tiene importancia. ¿Qué? ¿Tampoco sabes qué es la pirámide de Maslow? ¿Ni siquiera Maslow? Uy hermano, no sabes nada. El mundo es una pirámide. Eso hay que aprenderlo desde chiquito. Desde que uno es un bebé tiene necesidades y hay que saber cuáles son para poder satisfacerlas. Por ejemplo, las que mencioné. Porque la verdad de todo esto es que uno nace al pie de la pirámide: se nace pobre, se nace esclavo. Y poco a poco se va escalando. ¿Y cómo se hace eso? ¿Cómo crees pues? Las pirámides las crearon los asirios o tal vez los egipcios, les siguieron los mayas y los aztecas, y luego los incas construyeron las suyas, ¡cómo no! Y todo eso fue resumido por Abraham Maslow y su excelente libro Una teoría sobre la motivación humana.
Solo recuerda: toda pirámide tiene su cámara secreta.
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¿Pero cómo se logra todo esto? Siendo mejor que el otro, ¿no? ¿Y cómo se es mejor que el otro? Pues ya te dije: escuchando, apuntando como el Tucuyricuy, siendo invisible a los demás aunque sepan que estás ahí. Casi como un fantasma pero más real, más verdadero porque nadie cree en ti. Eso también lo sabes desde chiquito, ¿o no? Y luego a la pirámide. Pero no te creas que te vas a trepar la pirámide de otro solo porque sí. No hay que ser tan imbécil, hermano. Eso pa’ los cojudos. Trepa mientras puedas, pero el truco, la maña, el artilugio es crear tu propia pirámide, de modo que tú estés arriba desde el inicio. Si piensas treparte las pirámides de los demás, estás loco. Se te va a ir la vida en eso, y ya te dije, pa’ eso solo los cojudos. Si acá con las justas se terminan de construir las casas. ¿Acaso eres ciego? Si nosotros no le damos al pueblo su casa hecha, solo encontrarás casas a medio hacer, a media caña, con media pared y una lona, o de techos de bolsas de arroz o de azúcar. ¡Puta madre! ¡Qué ingeniosos que somos! ¡Por eso nunca nos falta dónde dormir! ¡Este país es grande como él solo, conchesumadre!
Ah, claro nunca faltan esos malos elementos de la sociedad que solo quieren verla destruida, desaparecer todo lo que hemos ganado, dar un paso atrás pero no para dar dos hacia adelante, sino para derrumbar la profunda tranquilidad y el cambio democrático que hemos traído a esta hermosa tierra. Algunos de esos ya están presos. Como mi paisano y colega Abimael. ¿Qué? ¿No sabías que era mi paisano? No te pases pues, si somos de la misma tierra. (Si aún no sabes de dónde, anda a freír papas mejor). ¡Y colegas, puta madre! ¡Quién diría! Siempre he dicho que no hay mejor carrera que la del Derecho. ¿Sabes en qué se parecen el Derecho y la Literatura? ¿No sabes? En que los dos trabajan con la realidad pero te escriben solo una ficción. ¿Qué? ¿No te gustó? ¿Qué tal este? ¿Tienes pelos en el culo? Ja ja ja. Ese sí te lo sabes, ¿o tampoco?
El tema, hermano, es qué hacer con estos malos elementos, estas manzanas podridas del jardín del Edén, estas serpientes venenosas que todo lo ven negativo. Para eso, te decía, tienes que tener a tus amigos cerca, pero a tus enemigos más cerca. ¡Filosofía china pues! ¡Sun Tzu! ¿Tampoco sabes quién es Sun Tzu? Ya. Esa te toca buscar a ti. No seas conchudo. Te decía que el tema, otra vez, es hacer dentro de tu pirámide, tu cámara secreta. Y ahí traes a estos malos ciudadanos y los invitan a que te cuenten cuáles son sus planes, quienes más están con ellos. La cuestión es que colaboren, porque si no quieren colaborar, ahí la cosa se pone peluda, hermano. Ahí hay que poner la mano dura. Todo por nuestra pacificación.
Por ejemplo, mis agentes ya están entrenados para estas cosas. Lo aprendieron hace ya tanto tiempo que son doctores en la materia. Primero, en los setenta. Uy, si parece que fuera ayer. De ahí a Belaúnde y Alan en los ochentas era simplemente un saludo a la bandera. Cuestión de ensayo y error. Así es la naturaleza. Nadie nace sabiendo. Así que ensayaron en los setenta, practicaron mucho en los ochentas, se doctoraron en los noventas. ¿Para qué más? Claro que siempre hay un inepto por ahí que te viene con que ya está cansado, que no puede dormir, que escucha los gritos, las voces en su cabeza, que resuenan una y otra vez como un eco, son miles de voces, me han dicho, como si todas quisieran pronunciar algo, pero no dicen nada, solo son murmullos, como el viento cuando corre, como los buses cuando arrancan, como el mar cuando rompe contra los acantilados. Yo creo que todo es mentira. Nunca he escuchado nada de eso. Y también he estado presente en algún que otro interrogatorio. ¡Pero no frieguen pues! Uno acá pensando en cómo arreglar el país y estos maricones me vienen a decir que hay algo que no los deja dormir. ¡Pastillas! ¡Santo remedio! Por eso, a veces los mando de viaje, cuando se ponen exquisitos, que descansen y no jodan, claro, no todos a la vez, habría que ser un perfecto cojudo para hacer eso. Con tal de que no me salgan con que alguno se enamoró de alguna terruca o que les dio pena la pobre, no hay problema. Ahí sí hay que tener cuidado. Pero para todo hay maneras, se les enseña que son el enemigo, que no hay que tener pena porque ellas no tendrían pena de nosotros, y pa’ eso están las fotografías de las matanzas de policías, o de los jefes de las Fuerzas Armadas, no vas a dejar que las terrucas te enamoren, ¿no? A ellas, también las palanqueamos. Por todas partes pues. Las palanqueamos bien palanqueadas. Pa’ eso tienen dos huequitos, les metes un palo por el culo y el otro por la chucha y a ver si no van a hablar las conchesumadres, tremendas cojudas, nos quiere hacer cojudos a todos. Pero nosotros ya estamos graduados. Por eso, nada de que me enamoré. Mi gente no se enamora de terrucas. Y el miedo a dormir no existe, ya les he dicho, nada de mariconadas, ¡carajo! Si no puedes dormir, te la pegas con los demás y se acabó. Unas cervezas, un buen whisky. Y todos a la cama. ¡Puta madre!
Lo malo es cuando convulsionan, hermano. Ahí te riegan toda la cámara de qué diablos será eso. Restos de comida, saliva, sangre, bilis, una cosa roja-verdosa espumeante. Ja ja. Perdón que me ría, pero me acabo de acordar de ese excelentísimo cuento de uno de los maestros de la literatura Julio Ramón Ribeyro: “Espumeante en el sótano”. Te lo recomiendo. Ya nadie escribe como él. Es más, nadie en Latinoamérica escribe así. Solo otro peruano. Ese que ganó el Nobel. Pero ahora ese cojudo es español. ¡Qué tal imbécil! ¡Mira que postular como presidente! ¡Y contra mi candidato! Pero no nos desviemos del tema (ahora no estamos pa’ cátedras de literatura. ¡No te pases!). Cuando te riegan todo el piso es una cojudez. ¡Quién lo va a limpiar! Ni más ni menos que el Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas. ¿Quién más? ¡Si para eso están! Para limpiar este país de esa basura comunista, socialista, maoísta. Pero todo se limpia con un poco de agua. Un poco de agua pa’l piso, un poco pa’l joven, pa’ la joven, un poco de lejía o detergente en sus ojos, en su pichulita, en su culito, en sus dos huequitos, y un poco de jabón pa’ los agentes y de nuevo empezamos. Lo amarras de las manos por la espalda, totalmente desnudo, con la cabeza vendada, le agarras la pichulita (chiquita estará porque se caga de miedo) y se la envuelves con un cable pelado. Le preguntas de nuevo para que diga toda la verdad y si no sabe o no quiere saber le metes corriente hasta que hable. Nomás que no se muera porque si no se va todo a la mierda. Y luego otra vez hay que ver a quién le toca cortarlo en pedacitos y a quién prender el horno y es una cojudez porque se tienen que quedar toda la noche con eso y luego me vienen a pedir que les reconozca las horas extras. ¡Si serán cojudos!
Si no pasa eso, en buen romance, si no se muere el cojudo y quiere hablar lo traemos a otra salita, le decimos: “Mira, siéntate acá, que acá está el juez sin rostro, acá está el fiscal sin rostro y acá está tu abogado sin rostro”. Y ya le tomamos la manifestación. Y nadie nos puede acusar de que los Derechos Humanos, ni de juicio irregular. Ja. Me acabo de acordar de una muy buena. Cuando reclaman sus derechos estos cojudos, Sapolio trae su vara de cuero rellena con arena y le dice “¿Tus derechos? ¿Quieres tus derechos? Aquí están pues” y les comienza a golpear en la espalda, en el culo, en los huevos, depende del humor de mi gente. Una vez se reventó “Derechos” de tanto golpe. Pobre Sapolio, se puso más triste el cojudo. Ni que se hubiera muerto alguien. Al final, lo mandé a que trajera más arena de la playa. Si arena es lo que nos sobra en este desierto.
Lo malo son las jermas, las flaquitas. Lloran como no tienes idea, hermano. En eso es mejor no meterse. Que lo hagan tus subordinados y que te informen si consiguieron algún dato, un nombre, lugar. Lo malo que a estos cojudos a veces se les va la mano. A una jermita, después de tres días la sacaron de la cámara a ver si ya contaba algo y como no hablaba (¡cómo serán de tercas!), le empezaron a tirar patadas, puñetes por toda la espalda y nada. Así que le metieron electricidad en los dedos de sus pies, y la jermita se desmayó. Ahí, mis subordinados me acompañaron a tomar desayuno mientras me daban las últimas del momento. Los tuve que poner al tanto con lo del Tribunal Constitucional porque estos cojudos no saben nada. ¡No leen ni Condorito, ni Mafalda los cojudos! Uno tiene que decirles qué está pasando en el país. Ah, eso sí, no serán muy leídos pero cumplidos, ¡cómo nadie! Y de ahí, ya se fueron a ver si ya habían despertado la flaquita. Y les dije que sí no hablaba, que no pierdan el tiempo con ella, que la lleven abajo y que busquen a alguien que sí quiera hablar.
Y si se aburren, siempre pueden ir a la playa. Una vez, Cebolla se llevó a un terruco de estos al sur, más allá de Lurín. ¿Será a dos horas de acá? Al final, Cebolla le dijo: “¿te gusta el mar? ¿las olas? ¿surfear?” Y sin ropa pero con las manos amarradas le dispararon para que corra hacia el hermoso Océano Pacífico. Dice que el cholo corría como él solo. ¿A dónde iba a ir? ¿A Malasia? ¿A China? ¡Ni que fuera el Kon-Tiki! ¡Qué tal imbécil! Total que lo sacaron a la arena para que hable y nada. Así que ¡al agua pato! Y así lo tuvieron medio ahogado entre la arena y el agua. Esa playa es excelente para pasar un día. Las olas son calmadas, no corre mucho viento y hasta si tienes suerte puedes ver cangrejitos, malaguas, erizos, esos animales que les gustan a los niños. Solo lo digo por si quieres llevar a la familia. Los agentes también necesitan distracción si no se estresan. ¡Carajo! ¡Nadie entiende que también somos seres humanos!
Tampoco te voy a contar todo lo que tienes que hacer con tu cámara secreta. ¡No seas conchudo!
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Hermano, ¿has visto esa serie Los Invasores? ¿No? Tal vez seas muy joven para recordar. David Vincent era un arquitecto que, viajando en su carro, de noche, mientras regresaba seguro de alguna juerguita, se encontró a medio camino con un platillo volador. Sí. Desde ese día se dio cuenta de que los seres de otro planeta en extinción habían venido a la Tierra para adueñarse de ella. Y lo peor de todo es que tienen la habilidad de tomar nuestra forma. Se visten como nosotros, hablan como nosotros, van al colegio como nosotros, comen lo que nosotros, pero no son nosotros. Solo desean la destrucción de la raza humana para poder quedarse con nuestro planeta. En esa serie, nadie le cree al cojudo de Vincent porque está solo. ¡Quién le va a creer, pues! Pero sí. Los invasores llegaron hace rato a Perú. Seguro ni cuenta te diste. Llegaron antes de los setentas, antes de mi Generalísimo. Es más el Generalísimo, si no era uno de ellos, estaba de su parte. Y luego cuando los descubrimos se pusieron más violentos. Por eso ponían tantas y tantas bombas. Lo bueno es que ya casi los hemos desaparecido. Pero han quedado sus aliados. Esos no son tan marcianos como los originales porque son seres humanos como tú y yo, que comen lo mismo que tú, que trabajan igual que tú, que estudian igual que tú. Te preguntarás y ahora cómo los reconocemos, cómo los atrapamos. Fácil, hermano. No por las puras llevamos tanto tiempo pacificando este ubérrimo país. ¿No sabes que es ubérrimo? ¡No jodas pues hermano!
Te decía, fácil. Tienes que estar donde ellos están, donde ellos comen, donde ellos se van a tomar, donde se reúnen, donde planean asestar algún acto violento que atente con nuestra paz. Por ejemplo, cuando reaparecieron en la casa del embajador de Japón. ¿Te acuerdas? Ahí no los esperaba nadie. Esa vez le saqué la mierda a mi gente por cojudos. 800 personas estaban ahí y estos hijos de puta se adueñaron de todo. Y cuatro meses estuvimos ahí como pendejos, con toda la televisión internacional encima. Y al final, todo salió perfecto. Todos esos simpatizantes se fueron por donde vinieron. Y este país volvió a la normalidad.
Seguro te preguntas ¿para qué diablos te cuento todo esto? ¿No adivinas? Yo no necesito convencerte de nada, hermano. Entre fantasmas no nos vamos a jalar las sábanas. Yo no tengo por qué mentirte. Porque si te mintiera, ¿no me estaría mintiendo a mí mismo? ¿Acaso crees que no sé qué está sucediendo allá afuera? ¿Acaso tú mismo no lo sabes? Aún queda afuera esa gente a la que se le ha lavado el cerebro. Extraterrestres venidos quién sabe de dónde que no pueden ser salvados. Ni con los “Derechos Humanos”, perdónenme la broma. Así que hemos mandado a los nuestros a esos lugares donde alguna vez estuvieron. Así es. A las universidades. A San Marcos, a La Católica, a la Cantuta, a la del Callao, y un largo etc. Estamos al lado de estos cojudos que no quieren estudiar sino que se dedican a lo mismo que los otros cojudos que tomaron la casa del embajador. Pero esta vez estamos preparados: tenemos a nuestros infiltrados para que arrojen un par de bombas, ya con eso, la policía sabe qué hacer. Lo importante es agarrar en la calle a todos los que podamos. Si cae uno de los nuestros, ¡qué importa!, total, luego ya vemos cómo lo sacamos, le damos amnistía, le cambiamos el nombre, le damos visa para Europa o USA. ¡Si los gringos están de nuestro lado! ¡Esos tienen más tiempo peleando contra extraterrestres que nosotros! ¡Ja ja ja!
¿Crees que no sé de la protesta, hermano? La marcha está encaminada al desastre como cualquier huelga o manifestación en este país. Pero es que la gente no aprende pues, piensa que salir a quejarse de todo es democracia, pero claro meten una bomba y tenemos que salir a defenderlos. Orden es lo que necesita este país, orden y silencio, orden como si fuera un colegio militar, silencio como si fuera un cementerio. Y por eso tenemos a nuestros infiltrados, nuestros espías están vendiendo gaseosas, agua, sánguches, canchita, helados. Si todos son unos muertos de hambre y sed vendrán a comprar y ahí in situ les preguntaremos dos o tres cosas y como son tan pero tan cojudos, nos lo contarán todo. Ya luego actuaremos.
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Ahora te toca a ti, hermano. Imagina un país literario.
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