Paradójicamente, en los últimos 20 años, período durante el cual Venezuela obtuvo la mayor renta petrolera de su historia desde el inicio de esa faceta de su economía que comenzó propiamente en 1922 con el “reventón” del Pozo los Barrosos, se ha producido la ruina, la destrucción sistemática del país en todos los órdenes de su existencia, el más escandaloso incremento de la miseria y una irrefrenable diáspora. Como nunca, a lo largo de este período se entronizaron males que ya habían dejado severas secuelas en el pasado, pero que ahora superaron todos los límites. La corrupción desenfrenada, el reavivamiento de la patología militarista y caudillista que ha signado la historia del país y el populismo exacerbado, entre otros factores, han convertido a Venezuela en un estado quebrado y fallido, regido por una dictadura atroz, secuestrado por mafias de todo tipo e inserto en la intersección de las esferas de complejos y confusos intereses de la geopolítica internacional. Hoy Venezuela, pareciera ser noticia, solamente para corroborar esa trágica situación.
Sin embargo, y a pesar de todo, hay y ha habido otro país. O mejor digamos, más de uno en torno a sí mismo. Uno que resiste en el insilio y otro que desde la diáspora y el exilio apuesta por un futuro menos ruin, en el que la esperanza y el reencuentro puedan aunarse en procura de la reconstrucción. Ese país que ahora está adentro y afuera, que en el presente ha desdibujado sus fronteras, a lo largo del siglo XX tuvo un acelerado, complejo y contradictorio proceso de transformación, producto de la riqueza petrolera, que lo convirtió en un importante polo de atracción para la inmigración extranjera, proveniente de diversas latitudes. Ésta jugó un rol decisivo, en diferentes etapas del siglo pasado, como factor dinamizador de su conformación social, demográfica, económica, cultural y política. El país vio llegar a sus tierras inmigrantes no sólo de Latinoamérica, sino de buena parte del mundo. En el caso europeo las colonias españolas, italianas y portuguesas fueron, sin lugar a dudas, las más numerosas. Sin embargo, no fueron pocas las personas provenientes de otras regiones de ese continente que también buscaron allí esa “Tierra de Gracia”, expresión con la que la bautizó Colón en su tercer viaje al encontrarse con la desembocadura del Orinoco en su exploración de las costas de la Tierra Firme; pues, según lo atestiguó en su diario, creía haber llegado al Paraíso Terrenal.
El presente dossier da cuenta de un fenómeno cuya raíz se adentra, precisamente, en las entrañas del siglo XX venezolano, especialmente singular en Hispanoamérica. Ofrece el testimonio de cuatro escritoras, cuatro mujeres llegadas a Venezuela de la Europa no hispanohablante, algunas siendo niñas, otras ya adultas, casadas, divorciadas, con o sin hijos, desde la década del 40 hasta mediados de los 70. Cuatro mujeres que al llegar a América —me refiero al continente, por supuesto, de acuerdo al sentido original del término— desconocían completamente la lengua que las acogería y en cuya escritura forjarían sus destinos literarios.
Ellas son, en orden de llegada a ese su nuevo país: Victoria de Stefano (Italia, Rimini, 1940; en 1946), Margara Russoto (Italia, Palermo, 1946; en 1958), Krina Ber (Polonia, 1948; en 1975) y Rowena Hill (Gales, Reino Unido, 1938; en 1975). Entre ellas hay narradoras, ensayistas, poetas, profesoras universitarias y traductoras. Todas ellas nos ofrecen en este dossier tanto un testimonio de su experiencia de vida como inmigrantes y aprendices de una nueva lengua, la lengua no sólo del habla sino sobre todo de su escritura, así como de su manera de entender y asumir esa condición, en tanto autoras de obras literarias ya consolidadas, escritas en una lengua no materna que al mismo tiempo resulta incómodo llamar “madrastra”.
Además de dichos testimonios, el lector podrá leer algunos textos representativos de la obra creativa de cada una de ellas, en los campos de la poesía, el cuento y el ensayo. Gracias al excelente trabajo de traducción de Christina MacSweeney, Peter Kahn, Rowena Hill, Katie Brown, el Colaboratorio Ávila (conformado por esta última, junto con María Gracia Pardo, Raquel Rivas Rojas y Claudia Cavallin), así como a la colaboración de Fiona Mackintosh, podemos ofrecerle también estos textos al lector de lengua inglesa.
Como complemento a este dossier, publicamos también en este número un acucioso ensayo que aborda esta temática en un contexto más amplio, titulado “Herencia en lengua madre”, traducido por Sarah Brooker, de la profesora universitaria y poeta Gina Saraceni, nacida en Caracas, pero también hija de inmigrantes italianos radicados en Venezuela y que forma parte de esa nueva generación que ha sabido heredar el legado de ese admirable grupo de escritoras venezolanas que cuando llegaron no sabían que lo serían ni sabían hablar español.
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