Este es un inmenso honor.
Debo decir una vez más: gracias. Esta palabra es muy importante. Se usa para agradecer, como en este momento, un bien recibido que además viene de la mano de la Reina de España.
En otro ámbito, el de la política, permítaseme una referencia diferente al motivo que nos reúne. Hay palabras tan principales como aquella. Por ejemplo, libertad, justicia, democracia, civismo, honestidad, las cuales cuando se ausentan de un país tornan muy difícil para sus ciudadanos el hecho de vivir realmente. Esas palabras, además, deben corresponder a lo que designan, si no habría que recurrir a lo que Confucio llamaba «rectificación de los nombres». No sé si en China le hacen caso a su sabio en este punto, que se asemeja a nuestra «adaequatio». Es que en Venezuela nos urge instaurar la normalidad que solo puede ser democrática; pero no voy a adentrarme hoy en este punto porque tendría que ahondar mucho y no es la ocasión de hacerlo. Quisiera sí señalar la importancia del lenguaje en el ejercicio de la política.
Ahora voy a decirles mis vínculos con España. A ella me une profundamente la lengua. Sobre esta relación no es necesario insistir. Menos evidente es la que he tenido con su literatura. Comencé a leerla siendo muy joven, creo que a los catorce años y me cautivó. El desfile empezó con la generación del 27, Rafael Alberti, Federico García Lorca y Pedro Salinas fueron los primeros con quienes estuve. Debo mencionar también a Miguel Hernández, cuya poesía se adhiere tanto a la memoria y a León Felipe que peregrinó por Hispanoamérica diciendo sus poemas y quien, a mi ver, se adelantó en España, como Walt Whitman en Norteamérica, a la ampliación del poema, la cual lo hermana con la prosa. Recordemos que ya Lorca llamaba «prosías» a los poemas de Salinas; más tarde leí a Jorge Guillén y a Luis Cernuda. Luego pasé a los autores del 98, Miguel de Unamuno, Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez y Azorín, Como soy un gustador de la prosa ¿qué amante del idioma no lo es? Disfruté la de todos ellos. A mi regreso de Trinidad, a donde me exiló una de nuestras habituales dictaduras, que fue derrocada por un sector del pueblo y del ejército, la vida me llevó de la mano a estudiar en la Escuela de Letras de la Universidad Central de Venezuela. Después di clases por más de treinta años, durante los cuales una de las principales materias a mi cargo fue la de poesía española.
Continúo este recuento. Con mi esposa y gracias a ella; recorrimos mucha España, inicialmente por iniciativa propia, después por invitaciones de la Residencia Estudiantes, Casa de América o festivales como Poemad. A cada paso encontrábamos rasgos de nuestra filiación.
Ahora me referiré a un hecho capital de nuestra historia que a menudo se olvida: la llegada a Venezuela de los exilados españoles durante o después de la Guerra Civil. Fueron miles y entre ellos vinieron profesores, científicos, escritores que contribuyeron decisivamente con nuestra cultura, como Juan David García Bacca, Pedro Grases, Manuel García Pelayo, Marco Aurelio Vila, Juan Nuño, Federico Riu, Manuel Granel, Mateo Alonso, Santiago Magariños y muchos otros. Todos dejaron su imprenta perdurable en nosotros.
Quisiera nombrar a otros, pero en razón de su cantidad, no puedo. En realidad, vinieron españoles de todas las profesiones.
Hace años se publicó en Caracas un libro de dos tomos con biografías breves de ellos, aunque no de todos, y acaba de salir uno del escritor Tulio Hernández, hoy exilado de Venezuela, en el mismo sentido. Les daré una idea de lo dicho: yo hice el bachillerato en una ciudad del interior, Barquisimeto, que originariamente se llamó Nueva Segovia de Barquisimeto y recibí clases de tres profesores españoles. Es decir, no sólo trabajaron en las universidades sino también en el Pedagógico, en los liceos de Caracas y de otras ciudades.
Antes de concluir, debo agradecerle a la profesora Carmen Ruiz Barrionuevo lo que a su vez ha hecho aquí por nosotros. Ella fundó hace años la catedra José Antonio Ramos Sucre a fin de dar a conocer la poesía venezolana. Merece un gran reconocimiento de parte nuestra.
Termino con una observación intempestiva: creo que los nacionalismos son abominables; traen odios, conflictos, guerras; es preferible la amistad entre las naciones. Por eso he evocado la que existe entre Venezuela y España, no sin recordarles a los que atacan este país, que lo hacen en español.