Jotacé López: ¿A qué recuerdos les darías mayor relevancia si intentaras apreciar y rememorar en perspectiva tus inicios en la escritura poética?
Mara Pastor: Bueno en mí el principio de la poesía estuvo en lo epistolar. Recuerdo que les escribía a los miembros de mi familia por diversos motivos. Principalmente para tratar de comunicar aquello que sentía que no podía expresar a través de la oralidad de la conversación. Yo sentía la necesidad de comunicar una carga emocional, pero de igual modo intuía que la palabra oral no era suficiente. Eran larguísimas. Y por ahí entonces se colaba la poesía. Claro, el reconocimiento, la conciencia de lo poético vino más tarde. Lo que llamaría esa primera educación literaria fue un poco silvestre, intuitiva. En mi casa había biblioteca, pero yo solo curioseaba en ella. No tenía aun una disciplina de lectura. Leía muchas revistas y periódicos. Y hacía revistas artesanales en libretas para mis amigas.
Otro camino en esos inicios con la poesía fue la música. Mi abuela tocaba la armónica y mi mamá cantaba y tocaba el piano. Me gustaba tomar la melodía de las canciones y cambiarles las letras. Para mí era como un juego. Entendía que la música era algo que se podía rellenar de otras cosas. En ese sentido fui descubriendo la parte más matemática del lenguaje. Encontraba placer en utilizar las palabras como si fuesen algo material, palpable, que ocupaban un lugar en el espacio. La idea del lenguaje como algo que podía ser medido como las matemáticas, que ocupaba espacio me parecía muy atractiva. Me cautivó mucho pensar el lenguaje como una ecuación. Así entre cartas y canciones, creo comencé a acercarme a la poesía.
J.L.: En un mundo como el actual, ¿cuál debe o puede ser el rol del poeta? ¿qué significa ser poeta?
M.P.: Creo que es una manera de percibir y existir. En mi caso, es compartir mis poemas donde los necesiten. Me refiero a eventos literarios, pero también a protestas, manifestaciones, reuniones familiares. Significa encontrar el tiempo para pensar la poesía y contagiarla, creer en ella y en que atravesarla nos cambia. Un poema es un calibrador de la percepción. La poesía hay que buscarla y propagarla.
J.L.: Cuando estás trabajando con un poema, ¿qué es lo más importante para ti?
M.P.: Cuando escribo un poema lo más importante es serle fiel al impulso. Cuando siento que encontré algo en el lenguaje que atrae y me atrapa busco la manera de dar con él a través del lenguaje. Porque muchas veces lo que me pasa es que hay algo de lo que quiero escribir y se va macerando en la mente, reformulo continuamente la manera de decirlo, hasta que como si fueran las fichas del bingo o como una maquina de esas tragamonedas que de repente se detiene, aparece la ecuación del lenguaje y el orden exacto para decirlo. Eso es vital pues ahí encuentro una sensación de honestidad que para mí es fundamental que tenga el poema. Por supuesto, esto no significa que se trate de pura intuición, sino que llega el momento en que se crean las condiciones adecuadas para que se unan ese impulso y ese entendimiento, con esa parte más reflexiva. La intuición propone una forma y la razón la llena de contenido. El poema es el momento en que se manifiesta.
J.L.: ¿Cuáles han sido los escritores que de algún modo u otro han te han ayudado a labrar tu noción de la poesía?
M.P.: En mis inicios me encantaba San Juan de la Cruz. También me encantaba Góngora. Que yo ahora me pregunto ¿Qué me pasaba? Pero en aquel tiempo los leía y me parecían tan fascinantes por la manera que trabajaban el lenguaje. Me atraía cómo trabajaban la sintaxis, la plasticidad de sus palabras. También leía mucho a los poetas de la Generación del 27. Claro, esto se debe a que mi guía, de alguna manera, fue el currículo de lectura de los cursos que tomaba en la universidad. En estas primeras lecturas me fascinaban las imágenes que podía inventar desde el lenguaje. Pienso ahora que se debió a que mis padres eran artistas. Mi madre maestra de arte y mi papá pintor. Mi relación con el lenguaje desde un principio estuvo vinculada a la plasticidad de ilustraciones y pinturas. En la adolescencia hice mucho collage. Por supuesto, luego comencé a tener amistades que también leían poesía y que me recomendaban poetas y lecturas, y así fui conociendo otras autoras y autores.
Mi noción de la poesía ha ido cambiando con los años. Bueno, más que hablar de una noción, prefiero hablar de aquello que encuentro poético. Porque como ya te dije comencé siendo una lectora muy tradicional y ahora mi noción de la poesía o de lo poético es mucho más amplia. Cada día siento que esa noción se expande y voy entendiendo mejor la diversidad de lugares en los que se puede manifestar. En estos últimos años han sido varios los escritores que me han influido. Entre ellos está la poeta Sharon Olds. La descubrí allá por el 2008 más o menos. Y aún hoy la sigo leyendo por esa voz testimonial que encuentro en sus poemas y que, sin duda alguna, ha influido mis libros más recientes. Me parece muy elocuente su manera de hablar desde diversos espacios de la memoria. Es una voz muy íntima y muy incómoda. Ella tiene una honestidad rotunda. Por otra parte, en la poesía latinoamericana y caribeña me gustan muchas poetas exiliadas o emigrantes que han vivido en el DF. Como lo son Lilian Serpas y Eunice Odio. De los latinoamericanos, los peruanos como Carlos Oquendo o Eielson; la argentina Tamara Kamenszain. También, me encantan las novelas de César Aira. Lo he leído mucho todos estos años. Las imágenes y escenas con las que construye sus novelas las recuerdo casi fotográficamente.
Por supuesto, nunca abandono la poesía puertorriqueña. Palés, Lima, Angelamaría, Esteban Valdés, Marigloria Palma, Olga Nolla, Ramos Otero. En este momento he estado releyendo mucho a Marigloria Palma. También he estado leyendo mucha narrativa reciente por el trabajo de la antología. En fin, todo lo que leo de un modo u otro se refleja en mi poesía.
J.L.: La editorial mexicana Elefanta editorial te ha encargado preparar una antología de la narrativa reciente de Puerto Rico. ¿Cómo ha sido esa experiencia como antóloga?
M.P.: Esa experiencia la viví como lectora. Fue muy buena, porque a mí siempre me ha gustado la narrativa en general y la puertorriqueña, en particular, la he tenido muy cerca. La leo con bastante regularidad y sé que en Puerto Rico tenemos buenas narradoras y narradores. Ahora bien, al momento de armar la antología pude configurar un corpus textual que refleja lo que como lectora ya había experimentado y me refiero a la pluralidad de voces que existe en este momento. Disfruté mucho ese proceso, sobre todo porque mi poesía con el pasar del tiempo se ha vuelto más narrativa. Y a mí me atrae la posibilidad de escribir narrativa. Cumplir con este trabajo me inspiró mucho y agradezco a la editorial por la confianza depositada, ya que fue una gran oportunidad. La he titulado A toda costa: narrativa puertorriqueña reciente y se presentará en la XVIII Feria Internacional del Libro de la Ciudad de México.
J.L.: A través de tus poemarios podemos identificar voces poéticas que transitan por espacios y objetos cotidianos, que ahondan en las experiencias sociales y exploran la literatura misma como si fuera un paisaje. ¿Nos podrías hablar de esas voces poéticas que pueblan tus poemas?
M.P.: Creo que Carina del Valle, quien ha preparado el prólogo de mi próximo poemario Falsa heladería que publicaré con Ediciones Aguadulce, me ha ayudado a entender esto. Ella, hablando de mis poemas, explica que aparece la poeta que tiene que hablar de poesía en el salón de clases en una universidad mexicana, la poeta que se va de viaje a Chacahua, la que está frente al Pacífico, o la que regresa a su país después. O sea que son los escenarios en los que he sido una voz. De algún modo soy todas esas voces. También han existido periodos performáticos donde han surgido personajes desde los cuales he enunciado. Por ejemplo, en mi poemario Arcadian Boutique (Ediciones de Punto de Partida, UNAM 2014) la parte de Far West tiene esa voz de hombre que regresa al bosque, así como este tengo otros poemas en que aparecen lugares y voces que atravesé. En cada libro, hay poemas que se prestan mejor para ser escuchados en voz alta, otros quizás más herméticos o sostenidos por la metáfora prefieren ser leídos a solas. También, en todo poemario me gusta incluir siempre ese poema que desvía o desentona, como me dijo hace poco la narradora y amiga Vanessa Vilches. Ese poema también debe tener su lugar. Ya que usas el verbo poblar, me gusta imaginar que los poemarios son pueblos. Y que esa voz que incomoda también tiene su belleza.
J.L.: Siguiendo con tus experiencias fuera del Caribe, a través de tu carrera como poeta has vivido en Ann Arbor (Michigan, E.U.), en Ciudad de México y ahora en Ponce (Puerto Rico). ¿Cómo crees que la experiencia de haber sido residente por algunos años en estos lugares influyó tu escritura?
M.P.: Influyó muchísimo porque el lenguaje de estos lugares cambiaba el mío. La poesía que escribí en Ann Arbor es muy distinta a la que escribí en México, en términos de cómo se distribuye mi sensibilidad. En mi libro Falsa heladería esas diferencias con muy evidentes. La primera parte que es la de Los bustos de Martí tiene todos los poemas mexicanos es muy distinta a la segunda parte que Paraíso perecedero que contiene los poemas escritos durante ese primer año después de mi regreso a Puerto Rico. Se nota mucho la diferencia en la textura de los poemas, las cargas semánticas, el léxico y la voz cambia mucho. En esa sección de Los bustos de Martí aparecen muchas referencias a poetas latinoamericanos, al propio Martí, cito a David Huerta. En fin, que ambas partes son experiencias vitales distintas, pero que de algún modo conviven en una sola voz que las acuna en los poemas sin anularlas. Los poemas son formas que atravesamos igual que los lugares. Un lugar es una forma que uno a traviesa y cada lugar va dejando su huella.
J.L.: En Candada por error (Atarraya Cartonera, 2009), uno de tus primeros poemarios, hay unos versos que dicen: “La literatura/me ha podrido la vida que soñé de niña/ y le ha hecho una casa sin ventanas, / la literatura me tiene de rehén mirando/ hacia la casa/ lamentándome.” Hoy pensando en todo lo leído y escrito, ¿qué ha sido la literatura en tu vida?
M.P.: Bueno, en ese momento se ve que no la estaba pasando bien con la literatura. Ese poema en específico habla sobre una relación con la literatura y con el lugar en el que estaba. Estaba hablando sobre la institucionalización de la literatura. Del proceso de encontrarme en un lugar donde tenía que negociar mi relación con lo artístico de la poesía y lo académico. Pero claro, luego al tomar distancia de ese poema y de ese libro me di cuenta que estaba siendo dura con la literatura. Hay unos versos de Mary Oliver que dicen algo así como que “alguien que amé me dio una vez una caja llena de oscuridad. Me tomó años darme cuenta que esto también era un regalo”. Creo que va por ahí la cosa.
J.L.: ¿Qué papel desempeña la poesía y el arte en general en estos momentos de crisis que atraviesa Puerto Rico?
M.P.: Un papel importante, lleno de urgencias. Porque si queremos que cambie la realidad, esta tiene que cambiar desde el lenguaje. La poesía y el arte son espacios donde cambia el lenguaje y se crean nuevos lenguajes. En estos momentos de crisis coinciden instancias de gran efervescencia creativa y literaria.
J.L.: ¿Qué podrías comentarnos algo sobre de la poesía actual del Caribe y Puerto Rico?
M.P.: Seguramente es el momento de más comunicación entre la poesía de las distintas islas y esto se debe a diversas razones. Porque de algún modo, a diferencia del pronóstico de Edgardo Rodríguez Julia de que las opciones eran que el Caribe se iba a puertorriqueñizar o que Puerto Rico se caribeñizara, al final creo que lo que nos ha pasado es que nos hemos cubanizado. Nos hemos convertido en una especie de periodo especial como la crisis de los años noventa en Cuba. Además, es un momento en el que ya hay diferentes editoriales independientes en cada isla que han creado lazos de comunicación. Que han permitido que los poetas de la actualidad se enteren de la producción poética de cada isla con mucha más facilidad que hace unos diez o quince años. Por otro lado, se han escrito más antologías. Por ejemplo, Isla escrita (Amargord Ediciones, 2018) antologada por Néstor Rodríguez que ha ayudado a crear puentes entre República Dominicana, Cuba y Puerto Rico. En un plano latinoamericano la antología País imaginario. Escrituras y transtextos. Poesía Latinoamericana 1980-1992 (Ay del seis, 2018) editada en España por Maurizio Medo. Hablando sobre Puerto Rico la crítica y poeta Aurea María Sotomayor con Casa de las Américas en Cuba publicó el libro Red de voces: poesía puertorriqueña con el que se abrió un camino para la poesía contemporánea puertorriqueña en Cuba. Chiqui Vicioso ha escrito mucho sobre Julia de Burgos. Me parece que es un momento en el hay un buen diálogo entre las islas, para el beneplácito de los espíritus de Hostos y Betances.
J.L.: Sabemos que desde hace poco eres madre, ¿cómo ha sido la vivencia de la maternidad desde la poesía?
M.P.: Ha sido muy linda. La maternidad, el proceso del embarazo, me regaló una gran cantidad de palabras nuevas, así como de preocupaciones nuevas sobre el lenguaje. Me hizo detenerme en ciertos verbos, como “alumbrar”, por ejemplo. Me hizo pensar en la relación del cuerpo con la poesía. Cómo cambia el cuerpo en ese proceso al igual como los poemas cambian a través de las diversas lecturas. De igual modo el embarazo me hizo regresar a lugares de la infancia. Por consiguiente, me hecho escribir desde otros espacios mis relaciones familiares.
J.L.: Háblanos un poco de tu próximo poemario, Falsa heladería (2018).
M.P.: Es un libro que comencé a escribir como en el 2014 atravesando el Mar Caribe de México a Puerto Rico. A mí me interesaba regresar a Puerto Rico por muchas razones, pero una en particular era recuperar la lengua vernácula. Es algo curioso. Mi maleabilidad, mi gusto por el lenguaje me llevaba a asimilar palabras, expresiones y entonaciones de los diferentes lugares en los que viví en Latinoamérica y me hacía cambiar mi manera de hablar sin proponérmelo. Entonces sentí el deseo de recuperar mi lenguaje y eso se ve en el libro. Los poemas de la etapa puertorriqueña, en su mayoría, son mucho más breves. Mientras que los de la etapa mexicana son más extensos. Las temáticas son diferentes.
J.L.: Fue un gran acierto que mi esposo, Diego Romero, colaborara al diseñar la portada. En realidad, Diego supo imaginar un símbolo que complementara lo que yo quiero transmitir a través del título. En un principio lo titulé Deuda natal pues cuando vine de regreso a Puerto Rico, lo hice releyendo el libro Cuaderno del retorno al país natal (1947) de Aimé Césaire, en el que habla de su trayecto de París a Haití. Mi libro, precisamente, es esa conciencia de ese traslado a un país endeudado y en crisis. Pero lo cambié para escapar de ese lenguaje de la crisis y para no poner “la deuda” en la portada. Una amiga una vez me comentó sobre lo raro de mis títulos y Falsa heladería es uno muy conceptual. Remite a ese objeto que no es lo que parece y que puede ser dulce, puede derretirse, pero a la misma vez encierra un misterio. A su vez, lo asocio con el cuerpo y lo maternal, porque es el libro que aborda esos temas. Sentía que el libro tenía que ser muy intimo y visceral.