Que todo escritor se nutre de sus lecturas no es ninguna novedad, pero en el caso de Sergio Pitol (Puebla, 1933), autor imprescindible de la literatura paródica y ganador de reconocimientos como el Premio Miguel de Cervantes y el Premio Internacional Alfonso Reyes, su carácter de lector es aún más entrañable. Habiendo tenido que guardar cama durante la mayor parte de su infancia debido a la malaria, afirma: “estuve al cuidado de mi abuela, lectora de sol a sol y habitante de una casa llena de libros; ella me facilitó las lecturas que me dieron la vida”.
La relación indiscernible que establece Pitol entre la literatura y su vida hace imposible segmentar su obra. Si bien es posible establecer rasgos comunes que acercan más unas obras a otras, lo cierto es que, como el mismo Pitol señaló acerca de su proceso creativo, “todo está en todo”. Así como sus relatos pueden entretejerse unos con otros, así pueden reaparecer ampliados para dar lugar a una novela; del mismo modo en que una anécdota forma parte de alguna de sus memorias, ésta puede, en un ensayo, detonar disquisiciones variopintas y establecer relaciones insospechadas entre lugares, obras de arte, costumbres estrafalarias o inexplicables manías.
La imbricación de la obra de Pitol no deja exenta a Los Heterodoxos (1970-1976), la serie editorial —“para autores y textos ídem” explica él mismo— que dirigió dentro de la colección Cuadernos Ínfimos de la entonces incipiente Tusquets Editores en Barcelona. En ella, Sergio Pitol configuró un magnífico compendio de obras clave —algunas aún hoy poco difundidas— del pensamiento no ortodoxo de aquellos años que va desde Witold Gombrowicz hasta Xun Lu, pasando por Macedonio Fernández y Antonin Artaud. Pero Los Heterodoxos, además de convidar magníficas lecturas para cualquiera, ofrece, a los lectores de Pitol, por un lado, un hilo conductor con el cual rastrear las huellas de las lecturas de dicho escritor, y por otro, una forma heterodoxa de la escritura pitoliana. En otras palabras: la serie editorial que dirigió Pitol, además de un catálogo de obras excepcionales seleccionadas por el autor, debido a rasgos de forma y contenido, bien puede leerse como otro texto del corpus pitoliano.
Cuando en junio de 1969 llegó a Barcelona, Sergio Pitol ya había conocido la atmósfera de renovación y experimentación que estaba teniendo lugar en el ámbito de las artes en México. Después de muchos años durante los cuales el muralismo —apadrinado por Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y José Clemente Orozco— y las escuelas que ellos dirigían habían sido la “única ruta” de reconocimiento y desarrollo económico dentro de las artes visuales mexicanas, a mediados del siglo xx se había comenzado a reconocer el trabajo de muchos otros artistas jóvenes cuyas propuestas e intereses distaban de los temas oficialistas, los formatos grandilocuentes y se acercaban más a lo abstracto y experimental. Las propuestas de estos después llamados artistas de “La Ruptura”, sumadas al movimiento que generaron la poesía concreta y visual durante la segunda mitad del siglo XX, abrieron las puertas también a una aproximación interdisciplinaria de las artes que llegó hasta el ámbito editorial. A través del trabajo de Vicente Rojo (Barcelona, 1932), principalmente, varias publicaciones y editoriales renovaron no sólo su perfil, sino también la relación entre la literatura y la imagen.
A pesar de sus estancias fuera del país, Sergio Pitol debe haber conocido bien esta renovación, no sólo por su explícito interés por todas las formas de expresión artística o por tratarse de un asunto presente en los entornos culturales y medios impresos por los que él se movía, sino también porque su libro Los climas (1966) fue publicado en la Serie del Volador de la editorial Joaquín Mortiz —cuyas portadas corrían a cargo de Rojo— y, más tarde, publicaría No hay tal lugar (1967) y El tañido de una flauta (1972) en Editorial Era, de la cual Rojo fue cofundador en 1960. Es decir que, al llegar a España, durante lo que se dio en llamar el tardofranquismo, Pitol tenía plena conciencia de que la labor editorial podía ser, en sí misma, una expresión heterodoxa del lenguaje artístico.
Al poco tiempo de vivir en Barcelona, Sergio Pitol conoció a Beatriz de Moura y a su esposo, Óscar Tusquets, quienes estaban por fundar Tusquets Editores. Las primeras colecciones de la hoy consagrada editorial española fueron Cuadernos Ínfimos (1969-1988) y Cuadernos Marginales (1969-2001). En ambos casos, se trataba de libros de bolsillo y, textos extraños que, en palabras de De Moura, “nadie quería publicar en forma de libro”. Estas colecciones ponían especial atención al diseño, a cargo del mismo Óscar Tusquets y del arquitecto catalán Lluís Clotet. Esta estrategia, además de revelar un agudo talento para la mercadotecnia, da cuenta de la concepción del libro como potencial objeto artístico e incluso —a juzgar por los colores elegidos para ambas colecciones, a saber: plateados los Ínfimos y dorados los Marginales—, de lujo.
El concienzudo diseño que distingue a Los Heterodoxos muestra una tendencia a la experimentación, a una preocupación estética más allá de lo explícito y más allá del texto, así como una provocadora sutileza que, en aquellos días, era en sí un acto contra las políticas de austeridad y rigor del régimen de Franco. Los Heterodoxos se diferenciaba del resto de los libros de Cuadernos Ínfimos por el troquelado de la cubierta. En ella, dos filas de cinco orificios se cruzan por la mitad formando una X. Debido a la guarda amarilla que se colocó en seguida de la cubierta, cuando el libro está cerrado la X resalta con el mismo color. Al abrir el libro, en la portadilla, se lee: “Serie los heterodoXos dirigida por Sergio Pitol”. Sólo entonces se convierte en signo lingüístico la X que hasta entonces venía siendo un tache, tal vez como un gesto irónico que se adelanta a la reprobación de la censura debido al carácter contestatario de la serie. Habría que señalar, a este respecto que, aunque la Ley de Prensa de 1966 simulaba una supuesta distensión de la censura en España, lo cierto es que la ambigüedad de las leyes mantenía a las editoriales haciendo pasar los libros por el visto bueno de los lectores oficiales y que la idea de cultura del llamado “Gobierno homogéneo” mantuvo siempre proscritos ciertos temas como el marxismo, la sexualidad, la historia de España y cualquier aproximación medianamente progresista a la religión católica, por no hablar de otras religiones. En ese contexto, Sergio Pitol dio forma, a través de Los Heterodoxos, a un discurso que confrontaba al del régimen y que, gracias a ciertas estrategias creativas que el autor utilizó, consiguió abrirse paso entre los lectores oficiales de la censura.
La primera y más esencial de estas estrategias es la rendición frente a la forma. Pitol, que entonces escribía El tañido de una flauta, su primera novela, se había percatado de que “al escribirla” —explica el autor— “establecí de modo tácito un compromiso con la escritura. Decidí, sin saber que lo había decidido, que el instinto debía imponerse sobre cualquier otra mediación. Era el instinto quien determinaría la forma”. Este procedimiento que en adelante guiaría todos sus escritos, en cierto modo estructuró también Los Heterodoxos. A pesar de que Pitol hizo una primera selección de obras y autores que conformarían la serie, no fue posible seguir el plan inicial de publicaciones pues, según recuerda en El arte de la fuga (1996), “de cada tres o cuatro títulos la censura nos permitía publicar acaso uno. Vivíamos y trabajábamos haciendo caso omiso de la dictadura. Cuando un Heterodoxo salía a la luz lo celebrábamos con unción”. Es decir que la sucesión de un autor a otro, de un tema a otro e incluso, la decisión acerca de qué textos serían publicados fueron decididas por razones que no sólo concernieron al director editorial. En ese sentido, podría decirse que Pitol debió rendirse ante la forma de la misma manera en que lo haría con El tañido de una flauta (1972) y el resto de sus obras.
Ahora bien, esta aceptación de la forma no implica una actitud expectante o pasiva; Pitol invitaba la forma a su escritura a partir de un procedimiento de notoria plasticidad, en el cual, ciertos puntos, desperdigados por él casi al azar y aparentemente aislados en la página en blanco, comenzaban a expandirse y a establecer “tentáculos en busca de los otros” hasta que, a través de las distintas relaciones que establecían entre ellos, formaban la figura compleja de su escritura. En Los Heterodoxos la plasticidad del procedimiento adquiere total materialidad pues cada uno de los puntos son, en ese caso, libros publicados gracias a la intervención de ciertas astucias editoriales, al clima político, a las condiciones económicas y, por supuesto, a la suerte. Las posibles relaciones entre cada uno de ellos debe establecerlas el lector, quien gradualmente puede ir formándose una idea del pensamiento heterodoxo de la época, de las formas de desestabilizar la imposición de un régimen autoritario, así como distintas estrategias de quiebre y creación.
Esta invitación de la forma que Pitol lleva a cabo tanto en su escritura como en su obra editorial resulta, como bien dice el autor sobre el ideal de su escritura, “una figura cada vez más compleja, intrincada, con oquedades, pliegues, reticencias, desvanecimientos y oscuros fulgores”. Así, en sus textos abundan los cruces entre disciplinas, las superposiciones de tiempos, la diversidad de voces; múltiples realidades posibles forman parte a su vez de otras realidades posibles en una estructura de cajas chinas que termina por confundir la realidad en un tejido narrativo que entrelaza los distintos niveles de manera tan sutil, que exponen la dificultad —muchas veces obviada por la industria editorial— de distinguir entre ficción y no ficción. En esa realidad ambigua, gradualmente comienza a fraguarse un gran jolgorio al que acuden personajes de lo más dispares —desde burócratas grotescos hasta artistas conflictuados y fascinantes sinvergüenzas, por poner algunos ejemplos— dando lugar al clima idóneo para la parodia y el humor. Al respecto, en entrevista con Silvina Friera, Pitol mencionó haber incorporado la parodia y el juego con mayor entusiasmo durante su estancia como embajador en Praga (1983-1988). Según cuenta, la necesidad de compensar su vida mientras vivía inmerso en un lenguaje diplomático que le resultaba extremadamente ajeno lo llevó a escribir El desfile del amor (1984) en un tono marcadamente paródico, diferente a lo que había escrito anteriormente. Sin embargo, a principios de los setenta en Barcelona, todavía bajo la dictadura de Franco, Sergio Pitol ya había acudido a la parodia, al juego y al humor para compensar la rigidez de las ideas del régimen y la limitación a la libertad de expresión.
En los diecinueve títulos de autores de las más diversas partes del mundo, principalmente del siglo xix y xx que conforman Los Heterodoxos, encontramos textos de toda índole en donde lo mismo tienen lugar ensayos personales o filosóficos, correspondencias, poemas, novelas y relatos de distintos temas y tonos. Un despliegue de autores entre los cuales, siguiendo la categoría del mismo Pitol, encontramos unos pocos vanguardistas —en tanto “racionalizan, discrepan, crean teorías, firman manifiestos, emprenden combates con la literatura del pasado y también con la contemporánea”— como Tristan Tzara, Picabia y Michel Leiris, y un gran número de excéntricos: Jonathan Swift, Witold Gombrowicz, Raymond Roussel, Óscar Wilde, Cristobal Serra, Antonin Artaud, entre otros. Sobre los excéntricos, Pitol ha dicho: “la parodia es por lo general su forma de escritura […], la escritura de un excéntrico casi siempre está bendecida por el humor, aunque sea negro”. Los autores incluidos en Los Heterodoxos cumplen con ese principio logrando, en menos de 160 octavillas, cuestionar, parodiar o confrontar los productos monolíticos de una ideología inflexible con ironía y un agudo sentido del humor. A través de la multiplicidad de perspectivas que ofrece cada libro de la serie consigue, como en un cuadro cubista, plantear más de una realidad posible teniendo lugar a un mismo tiempo, en una suerte de exceso carnavalesco que abre las puertas a una zona ilimitada, formada por todas las regiones del pensamiento que están más allá del margen de la doxa.
Así, Sergio Pitol, con la misma “valentía de acometer retos difíciles” que los excéntricos que él adora, configuró la serie editorial siguiendo una “intención ordenadora total” —como diría Paz Naranjo sobre el dibujo en El tañido de una flauta— que vuelve a generar la estructura de cajas chinas tan socorrida por el autor: en Los Heterodoxos, los autores que reunió se convierten en personajes de una nueva obra (editorial) que, acudiendo al humor y a la parodia de cada una de las obras, hace de la escritura una celebración. Sergio Pitol, escritor excéntrico según su propia definición, no sólo cuestiona el pensamiento ortodoxo a través de cada uno de los autores seleccionados en Los Heterodoxos, sino que, al configurar esta obra editorial del mismo modo que sus escritos, cuestiona, una vez más, los límites entre la vida y la literatura.