Hermosillo, Sonora
—Pensé que el cuerpo estaba en un nicho. No me acuerdo cómo se llaman estos.
—Urnas.
—¿Urnas? Qué feo nombre. Me recuerda a la política.
—Estamos enfermos de política, eso es lo que pasa. Política y muerte son lo mismo.
—Vente para acá, ya deja de hablar de eso. Vamos a agarrar un mezquite para que no te dé sol al rato. Éste de Icamole te vuelve iguana.
—¡Puras chingaderas!
Nadie sabe si la urna es de la Funeraria o de la Procuraduría. Cuando vine la primera vez no me quise acercar. Me quedé afuerita de la fosa. La situación estaba muy rara. Era de alivio y dolor a la vez. De alivio porque la señora González al fin sabía dónde estaba su hija desaparecida. Dolorosa porque se había enterado que estaba muerta y enterrada en el monte. Aquel día no hubo velación ni nada. Sacaron el cuerpo y luego lo guardaron cuerpo directo en una cajita. Y listo.
Regresamos porque resulta que el cuerpo enterrado tal vez no era el de su hija, sino el de su novio, que también está desaparecido. Cuando nos dieron los papeles de la muerte, le mandamos la información a un amigo licenciado que tenemos y le dijimos:
—Échale una leidita, dinos tu visión.
—Así nada más, a ojo de buen cubero: yo sí haría la exhumación del cuerpo para una segunda prueba. No está muy claro que el cuerpo que enterraron sea el de la hija de la señora González.
Ya que nos quejamos dijeron que si queríamos exhumación la íbamos a tener que pagar nosotras porque el gobierno no tenía dinero para hacerla. Bajita la mano era una cifra grande, un dinero que la señora González no ganaría ni trabajando horas extra limpiando toda su vida casas en San Pedro. Así que estuvimos duro y dale, buscando ver cómo le hacíamos para conseguir el dinero para pagarle a alguien que nos dijera si el cuerpo era o no el de su hija. Nos dijeron que para eso necesitábamos un antropólogo forense. A mí eso me sonaba marciano, como si quisiéramos ayuda para algo extraterrestre cuando lo que queríamos saber es algo que pasa en este momento, en este mundo, no en uno lejano o de antes.
Parece que está llamando el alcalde.
—Buenos días, ¿cómo está? Llegamos puntuales, como nos dijo, pero no ha llegado la gente de su secretaría de Salud…
Del otro lado de la línea el tipo dice vaguedades. La espera continuará otro rato.
Los primeros meses no conseguimos nada de dinero. Luego nos emocionamos porque supimos que iban a venir al Norte unos antropólogos forenses del Sur a revisar cuerpos de masacres famosas que hubo en Cadereyta y San Fernando. Fue entonces que dijimos que a ver si de pasadita nos ayudaban a revisar si este era el cuerpo de la hija de la señora González o no.
Pero nos dijeron que no. Que el cuerpo de la hija de la señora González no era famoso.
Ahora parece que está llamando alguien de la secretaría de Salud.
—Buenos días, ajá, esta programada para hoy a las seis de la mañana la exhumación de los restos aquí en el panteón. Ya está aquí la mamá del cuerpo –la señora González-, estamos las compañeras de ella, el agente investigador, el del ministerio público y el antropólogo forense, pero nos dijeron que ustedes también estarían aquí.
Otra vez hay pretextos del otro lado de la línea telefónica.
Alguien se acerca y ofrece un cigarro para controlar la furia. En eso un escarabajo volador se pone encima de la urna, para luego saltar al pelo de la señora González. El agente investigador, risueño, toma una foto con su celular. Luego dice: “Está de prendedor”. Nadie dice nada. Yo no me río de la muerte. Después el bicho salta y empieza a caminar sobre la tierra que ya está ardiendo, aunque apenas amaneció. Lo único que tiene sentido es la luz del momento. Hora mágica, le dicen, porque cualquier cosa que retrates, por más fea que sea, se ve hermosa.
***
Yo soy el antropólogo forense que vengo a hacer esta exhumación. Vengo desde el Perú. Lo hago porque pertenezco a una organización no gubernamental que hacemos este tipo de trabajo sin fines de lucro. No cobramos, porque en mi país, las organizaciones no gubernamentales son sin fines de lucro, o sea que no cobramos, ese es un servicio que yo le estoy dando a la señora González. La urna que vamos a desenterrar tiene unos sesenta centímetros de largo. No es un ataúd. A la hija de la señora González –o a quien sea la persona que está en la urna- la voy a sacar de ahí, me la voy a llevar y le haré un análisis de los restos, a partir de una muestra dental de unos tres centímetros que sacaré en la morgue. Ya con esa muestra trabajaré en mi laboratorio allá en Perú.
Sé que en la urna hay dos cuerpos mezclados porque no fueron recuperados de manera adecuada por los policías que los encontraron. Los cuerpos deben ser de la hija de la señora González y de su novio. Eso es lo que vamos a checar. Supongo que los peritos de la policía no hicieron una individualización entre masculino y femenino. Solo entregaron restos diciendo que eran de la hija de la señora González cuando en realidad podrían ser también los del novio de ella o incluso de alguien más. Lo pienso porque vi el protocolo de necropsia y no estaba bien hecho. En el laboratorio se pueden analizar los huesos y saber si la pelvis es de mujer u hombre. Solo puede saberse eso con la pelvis y el cráneo, con los demás huesos no. Por ejemplo, si estuvieran mezclados los cuerpos de un hombre asiático con una mujer europea, el que va a parecer que tiene ojos de mujer va a ser el hombre asiático, no va a ser la mujer europea. Una cuestión de morfología.
Yo entré al Equipo de Antropólogos Forenses del Perú luego de que me gradué. Mi primera exhumación fue el cuerpo de un poeta guerrillero asesinado en 1963, Javier Heraud. Un poeta joven de 21 años. La familia de Javier Heraud nos contactó para hacer el trabajo. Yo conocía la historia del poeta porque en el colegio lo estudias. Y sabía que se había ido a Cuba, había vuelto, se había metido en unos grupos que estaban alzados ahí en la selva central y luego había sido asesinado con una bala expansiva. Después de 45 años la familia quiso llevarlo de la selva a Lima para enterrarlo al lado de su papá. La mamá era una señora ya grande, de unos noventa años. Entonces empezamos a buscarlo en la selva, con condiciones de mucha humedad y calor, un clima totalmente diferente a ese desierto de Icamole. Pensamos que no íbamos a encontrar nada pero encontramos rastros. Los trajimos en avión, tuvimos que pedir un permiso especial a la aerolínea para traerlo en un osario. Ya luego lo enterraron ahí en Lima. Fue una situación extraña.
Desde antes de entrar a la universidad me involucré mucho en el movimiento de derechos humanos con el tema de desapariciones de los años noventa en la época de la Dictadura. Antes de ser arqueólogo, estaba estudiando historia. Y en una de las clases de los cursos selectivos que llevé, dijeron un poco lo que son los arqueólogos. Entonces supe que los arqueólogos no solo investigan estructuras monumentales, cerámicas, textiles, piedras y metales sino también restos humanos. En ese momento yo quise hacer algo con la búsqueda de estas personas y fue que decidí estudiar Arqueología y especializarme en restos humanos.
En otra ocasión, el equipo de antropólogos acudió a una comunidad de Ayacucho donde un miembro de la base militar contrasubversiva mató a 123 personas. Nosotros recuperamos 92 cuerpos en una fosa común, donde la mayoría eran niños y mujeres. Ahí no hubo nada de poesía. Sendero Luminoso estaba asesinando a las autoridades de esa comunidad, así es que ellos huyeron a las partes altas, a lo que nosotros llamamos Puna en Perú, territorios por encima de los cuatro mil metros de altura, donde vivían con sus ganados en cuevas. Un día llega el Ejército a Ayacucho y pone una base contrasubversiva, así es que le dicen que regresen de Puna. Los soldados les mandan llamar, les dicen: “vengan que aquí los vamos a proteger, les vamos a dar trabajo”. Entonces, cuando vuelven de las cuevas de Puna hasta Ayacucho, los militares dividen a las mujeres y a los niños de los hombres. A los hombres los obligan a hacer un hueco porque ahí van a hacer una granja de peces, sin embargo, la realidad es que les hicieron cavar su propia tumba. La fosa no era muy grande, estamos hablando de seis metros por cinco. De profundidad serían poco más de un metro veinte de profundidad.
Después violaron a las mujeres.
Yo respeto mucho la decisión de cada quien. Teniendo una problemática tan grande como la de los desaparecidos, es un poco triste ver que no hay mucha gente que está trabajando en esto. Es una cosa que sí me apena: los antropólogos que trabajan para empresas vinculadas a la minería o para la historia de hace mil años y no para esto. Eso pasa allá en Perú y aquí en México. Así es América Latina.
***
Este es un logro de las familias que han sido víctimas de esta guerra a la que no le quieren llamar guerra. Nosotros empezamos a revisar el expediente de la hija de la señora González sin ser expertas, pero veíamos que no había lógica. Todas empezamos a capacitarnos: curso que nos ofrecen, curso al que vamos, porque necesitamos conocer esto. Es un derecho, nosotras nos hemos ido capacitando y entendiendo en esta situación. Creíamos que los del gobierno también, por tanto gorro que les hemos estado poniendo. Pero no. No entienden nada, y para ocultar que no saben usan un lenguaje que no se entiende. Una vez estábamos en una diligencia y cuando la señora González nos pasa a nosotras el expediente de su hija, el del gobierno le grita: ¡No, usted es la que lo debe de leer! Al mismo tiempo agarramos nosotras el expediente y le decimos que estamos coadyuvando, que ya sabemos que es nuestro derecho. Luego él dice que no y nosotras que sí, hasta que por poco y rompemos el papel, porque él tampoco lo quería soltar. Siempre tenemos broncas como estas. Siempre.
Ya después les dijimos que éramos de derechos humanos y cambiaron un poco. Nos tenían paradas junto a la señora González y de repente hasta sillas nos ofrecieron para sentarnos a revisar con calma el documento. Así nos la pasamos todo este año para lograr que vinieran a ver si era o no el cuerpo de su hija. Anduvimos con bastantes altas y bastantes bajas. Si tenemos ánimo avanzamos mucho, pero cuando regresa la depresión, nos ponemos muy débiles y no hacemos nada. Duramos semanas en casa llorando, consumiéndonos, muriéndonos de puro dolor.
Pero al ir conociendo que esta gente del gobierno es tan normal y a veces hasta peor que uno, o sea más ineptos, nos empezamos a dar cuenta de que a los que llaman procurador o gobernador, el título les queda grande. Que ellos no tenían la última palabra sobre nuestros familiares desaparecidos y que nosotras somos las que la tenemos, así es que hay días en que nos urge salir a decirle a todo el mundo que la realidad no es nada más lo que dicen en el gobierno, que nosotros también tenemos mucha verdad. Que no nos estamos riendo de la muerte que pasa por aquí.