Madrid: Devenir, 2024. 80 páginas.
Desde que Micaela Paredes publicara Nocturnal en 2017, su primer poemario, ya sabíamos que el panorama de nuestra poesía se había enriquecido. Se nos presentaba un libro audaz por sus elecciones formales en época de digresiones y, por esto, con gran personalidad y determinación. No lo era solamente por haber optado por el verso medido y partir de un reducido conjunto de símbolos, la mayoría de ellos naturales, hasta explorar todas las posibilidades que podían ofrecerle. En ese libro se renovaba la búsqueda que reclamaba para la lírica un lugar que hasta entonces padecía de un injusto arrinconamiento. La libraba de prejuicios, de las antiguallas, y restituía la afición a las formas a la vez que se valía de los universales predilectos como la noche, el paso del tiempo, los mundos invisibles, la simbiosis entre un estado metafísico y un erotismo devoto. Nocturnal tendió una red que recogía lo mejor de la tradición hispánica sin desmerecer sus filiaciones particulares.
Con Ceremonias de interior, publicado sólo dos años después, no cambió el tono primordial de su voz, aunque ahora estuviera más concentrado y melancólico. Abunda la muerte, la memoria, otra vez el tiempo, acompañados de un velado desamor que le permite conocer el mundo que habita (“nuestra ruina originaria”). Su imaginería se vuelve más conceptual por encima de lo objetual, suspendida en las figuras, no en los hechos. Continuaba así un ciclo de poemas marcados por el pensamiento nocturno y sombrío, lo cual no la libraba de seguir luchando con el lenguaje.
Esa lucha Micaela Paredes la plasmó de manera más rotunda en un ensayo publicado poco tiempo después en la revista Latin American Literature Today, que lleva por título “¿Para qué poemas en tiempos sin poesía?”. Si sus libros develaban una postura en contra del parricidio y la inmanencia, es decir, que de la mano de las elecciones formales vuelve a la tradición como creadora de posibilidad, en sus notas para una reconsideración de las formas poéticas afirma que las estructuras formales no son portadoras de ideologías, más bien de connotaciones que hacen de lo contemporáneo una revitalización constante del pasado: “Ser original no es renegar del origen, sino volver a él para recrearlo desde una nueva perspectiva”. Como tal, ejercitarse en herramientas del lenguaje que cultivaron tantos poetas mayores (desde el Siglo de Oro, los poetas del 27, hasta Carlos Germán Belli) marca una continuidad de más altas exigencias y más provechosos resultados. Allí se encuentra con otras reglas del juego que requieren del poema una renovada sofisticación para cuidarlo de pecados de pasatista y riesgos retóricos, por supuesto que hallando en la contraposición de voluntad y encorsetamiento una nueva forma de explorar la subjetividad, en la que el poema también “transforma la realidad del poeta”:
Quien ha intentado escribir sometiéndose a alguna forma métrica sabe que las exigencias que el lenguaje impone terminan muchas veces por llevarnos a decir justamente eso que no queríamos, o a decir cosas que no habíamos concebido hasta después de escritas. Las mismas exigencias, a pesar de lo que muchos quieren creer, nos plantea el verso libre que, lejos de carecer de todo tipo de condicionamiento, nos obliga a aguzar el oído para hacer decantar al poema en su propia forma.
Pero no sólo en las formas. Desde sus inicios su poesía presentaba la reinvención de un mito u otro (ver “Fábula del silencio”, de Nocturnal, por ejemplo), o la participación de personajes mitológicos. “Todo escritor que intente crear algo sobre una base mitológica tiene que agregar, suprimir o alterar cosas”, nos recuerda Gilbert Highet. Es nuestra puerta de entrada para hablar de su último poemario, Propétides.
“En Propétides y en el resto de la poesía de Micaela Paredes, los signos visibles de este amor (o desamor) hacen de él una técnica del conocimiento; conduce al hablante a Dios, si se acepta el nimbo religioso, pero antes al otro, a lo inabarcable que encuentra en el mundo.”
Nos encontramos con un libro de tema mítico, la vuelta de los huéspedes huidizos de la literatura que son los dioses, en este caso tomando como fuente las Metamorfosis de Ovidio. En Propétides la presencia de ninfas, diosas y figuras femeninas (las Ménades, Venus, Atalanta, Judit, entre muchas otras) se entronca con la propia intimidad de la poeta, en un digno pretexto para reelaborar los motivos principales. El dramatis personae en Propétides y la decantación del verso libre expanden sus elecciones estilísticas, ciertamente, pero más lo hacen de su imaginería poética. Puede ser por esto más provocador, en tanto el enmascaramiento pretende un concertado mecanismo para introducir verdades de paso o imprecaciones, a través de una enunciación más directa (pensamos en “Eco testifica, acusada de plagio”) o bien lograr una despersonalización que le permita restituir las voces ajenas: lo que se ha llamado “traspasos de la palabra”; ni hablar de los diálogos que establece con otras fuentes literarias.
Lo que permanece en buena parte de estos poemas y en sus entregas anteriores es su particular ars amandi. Si volvemos sobre este tema es porque a pesar de los cambios que pudo experimentar entre un libro u otro, hay cosas que para bien continúa explorando como parte de sus inquietudes poéticas. El “erotismo devoto” es sólo una de ellas: “El poema de amor que no profeso / ya está escrito en la carne de los días / porque lo que no fue seguirá siendo / como tu sol hundiéndose en mi sangre”.
Pero este erotismo, bien entendido, puede ser también un alto deseo de espiritualidad que libera la carne de todas sus decadencias acumuladas y le otorga nuevo deseo de vida, tanto como puede obedecer a una baja desesperación vital. En Propétides y en el resto de la poesía de Micaela Paredes, los signos visibles de este amor (o desamor) hacen de él una técnica del conocimiento; conduce al hablante a Dios, si se acepta el nimbo religioso, pero antes al otro, a lo inabarcable que encuentra en el mundo, es decir, el amor como ciencia y no como sensualidad provista de explícitas banalidades o afiebrado despecho. Carne y espíritu como principios rotatorios del conocer.
Si ya Nocturnal y Ceremonias de interior nos presentaban una de las voces más aventuradas por su rigurosidad e indagaciones por fuera de lo inmanente, Propétides reafirma una poesía de alto vuelo lírico que es capaz de incorporar ya no sólo las interrogantes de su mundo poético, también de mirar con intensidad y correspondencia las palabras de otros tiempos.