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BOOK REVIEWS
Issue 34
Lo simple de Elma Correa
By Cristián Gómez Olivares
“Casi todos los cuentos de Lo simple giran en torno a parejas de mujeres: amigas de la infancia o de una primera juventud expuestas a una intemperie familiar o sentimental que suelen pasarles la cuenta y no darles ningún cuartel.”
Fiction
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  • June, 2025

Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura INBAL, México, 2023.

 Lo simple de Elma CorreaTristeza. Sororidad. Cultura pop. Fronteriza. Machismo. Algunas de estas palabras son las que primero se me vienen a la mente cuando empiezo a escribir esta reseña del más reciente libro de Elma Correa, Lo simple, donde nos devuelve a territorios conocidos en anteriores publicaciones de la autora como Que parezca un accidente (Nitro Press, 2018), o Llorar de fiesta (BUAP, 2022). 

Por paradójico que resulte, la lectura de estos cuentos va siempre acompañada de una sonrisa y una mueca de dolor, ya que estas historias se leen a la velocidad de una narradora que sabe llevarnos con toda fluidez por los recovecos de sus historias, pero siempre para desembocar en un desenlace sino terrible, triste. El escenario es por lo común una ciudad que no alcanza para ser calificada de apocalíptica, pero sí tan abandonada como sus personajes. Dice una de ellas:

Los huérfanos eran tres. Casi no iban a la escuela y cuando lo hacían, se quedaban en el patio en lugar de entrar a sus salones. Muchas veces los vimos con suficiencia del otro lado del cerco en los recreos, mientras nosotras, las normales, las amparadas y protegidas, brincábamos la liga, jugábamos al stop y comíamos sándwiches remojados hechos con manos amorosas. (El subrayado es nuestro).

Casi todos los cuentos de Lo simple giran en torno a parejas de mujeres: amigas de la infancia o de una primera juventud expuestas a una intemperie familiar o sentimental que suelen pasarles la cuenta y no darles ningún cuartel. El aire de un Bildungsroman femenino ocupa gran parte de este libro, pero este proceso de aprendizaje se lleva a cabo a través de todos los tropiezos posibles. También hay novios, padres y maridos, que por lo general son un fracaso, una decepción, o ambos. Este es un mundo sin hombres, o por lo menos uno donde se quiere demostrar la poca importancia que tienen, aun cuando, por contradictorio que pueda parecer, su ausencia sí es parte del entramado de carencias que estos textos dibujan. 

Pero nada de lo anterior nos dice necesariamente por qué estos cuentos de Elma Correa son tan eficaces a la hora de contar estas historias, por qué nos resultan perfectamente verosímiles las dos strippers que aspiran a poner un negocio de flores en las playas de Nayarit, o necesariamente estrafalario el grupo vegano-terrorista que causa la debacle sentimental de otra de las protagonistas. Porque algunos de los personajes podrán estar en Disney, pero nada es paradisíaco; algunos de los personajes podrán trabajar en el comercio sexual, pero es poco el erotismo que sus peripecias exudan. 

Antes bien, vemos que los momentos humorísticos de Lo simple conviven, si no van íntimamente ligados, a los episodios más tortuosos de cada narración. A mi modo de ver, es el lenguaje que Correa, su muy oportuna paleta de colores a la hora de escoger la palabra adecuada, la que hace que estos textos funcionen casi a la perfección. Su vocabulario y el timing perfecto para entregarnos esas palabras, para saber cuándo hacernos testigo del desenlace de estas historias, cuándo se produce el clímax, sin que este coincida obligatoriamente con el final. Si para Cortázar la economía de las palabras era un elemento imprescindible para que la tensión fuera el ritmo esencial del cuento, donde todos los aspectos del mismo debían desembocar en un K.O. que dejara a lxs lectores tirados sobre la lona, en Correa lo que vemos es la creación de una atmósfera donde paulatinamente se nos van entregados escenarios de un mundo cuya precaria estabilidad podemos suponer, gracias a una miríada de indicios, como a punto de caer.

Algunos de los finales en Lo simple son inesperados, es cierto, pero ninguno de estos relatos se juega ni se decide por el nivel de impacto con que se resuelva en el desenlace. 

“Todas las protagonistas pierden algo en estos cuentos. Amor, confianza, amistad, nada deja de ser corrompido o arrasado por los devenires de ese universo que estalla con la misma violencia de una estrella muerta al hacer ignición.”

En honor a Cortázar, que sabía del tema y admitía que otros cuentos se concentraban en lo que él llamara “intensidad”, i.e., la creación de un ambiente donde la representación el mismo es quien carga con el peso dramático del relato, es entonces en esa intensidad donde Correa se lo juega todo. Porque en una seudoconferencia sobre Ovnis, o formando un comando salvaje con su hermana menor y su amiga para reventarle los neumáticos a su exnovio, en un barrio de clase media donde nada es lo que parece o en un parque de Disney donde es imposible lograr ese esparcimiento que se venía a buscar, donde sea, el “ambiente” que crea el idioma elegido por Correa es el de un permanente sarcasmo, una ironía abiertamente amarga o en otras con ciertas dosis de nostalgia y de ternura por la inocencia que algunas de sus personajas todavía conservan y, desadvertidas, están a punto de perder. 

Merecen, tal vez, una nota aparte los cuentos que abren y cierran este volumen. “La fiebre del tulipán”, último cuento del libro, nos pone frente a frente a esa violencia que permea a la frontera norte de México, borde y obstáculo, límite y promesa. Olivia y Estela trabajan en un bar sadomaso, de soft-porn, huyendo de su vida pasada de strippers. Ahora sólo tienen que azotar a algunos clientes con látigos especialmente comprados para la ocasión y dejarse oler los pies por otros cuyas filias van por ese lado. Lo que podría parecer, sin embargo, como el relato en la mejor tradición de la picaresca de dos trabajadoras sexuales, poco a poco se va metiendo en lo que desde lejos y no sin cierta ignorancia se conoce o se supone que es la literatura del norte, la literatura del México más violento. Obligadas por las circunstancias, incapaces de abandonar o posponer o planificar sus sueños, Estela y Olivia entenderán que la única salida que les queda es el crimen y lo que de allí salga es algo que tendrán que enfrentar con las escasas armas que tengan a mano.

Dejo, para el final, el cuento que me parece el más logrado de todos, sin que en realidad ninguno desmerezca, porque si algo tiene Lo simple es que todas estas historias entregan un relato de un mundo, pese a su aparente caos, muy homogéneo.

Con todo, “Supernova” tal vez sea el que nos deja el sabor más amargo en la boca, el que más sufrimos acompañando a la(s) protagonista(s). Abigail, aka “Pañales” por un incidente que tuvo alguna vez y que la ha seguido como un estigma durante sus breves años, vive con su hermana Rox y su madre en una ciudad instalada en la frontera con EE. UU. y a donde ha partido, hace ya algunos años, su padre, quien puntualmente le envía regalos para Navidad y su cumpleaños. Su gran refugio es Marla, su amiga, con quien comparte barrio y escuela y preocupaciones. Ella y su interés por la astronomía, atizado por el telescopio que le habría enviado su padre, aunque el mencionado interés la convierta en una suerte de freak para su edad.

Todo es descubrimiento para Abigail: el coqueteo de su hermano con una amiga lesbiana, el universo que está allá afuera a punto de explotar, pero también el que se encuentra en la más cercana inmediatez, igual de violento, como cuando al defender, o creer defender a su vecina de la agresión de tres niños (niños o púberes o adolescentes, es difícil decir cuál es cuál en estos relatos), termina por darse cuenta de que su buen corazón no es bien recibido por la supuesta víctima. 

Abigail es una niña de once años que pronto dejará de serlo. Las noticias que inesperadamente reciba acerca de su situación familiar, acerca de la partida de su padre, la golpearán tan fuerte que la seguridad y el amparo que encontraba en su hogar se derrumbarán rápidamente. Tal vez ese sea el contraste más fuerte con su hermana, quien ya está consciente, aunque en un principio no lo comparta con su hermana menor, de que “el mundo es un lugar demasiado despreciable y sin compasión como para esforzarse en tratar de cambiarlo”. 

Todas las protagonistas pierden algo en estos cuentos. Amor, confianza, amistad, nada deja de ser corrompido o arrasado por los devenires de ese universo que estalla con la misma violencia de una estrella muerta al hacer ignición. Los únicos que permanecen, aunque no salvos, son los animales. Los que acompañan, los que persisten. Entre tanta pérdida no está demás que algo permanezca.

Goza de muy buena salud eso que se agrupa bajo el rótulo de “Literatura Norteña”. Nombres consagrados como los Jorge Humberto Chávez o Luis Humberto Crosthwaite, están ahora acompañados de los de Ana Fuente, el poeta Antonio León o nuestra Elma Correa. Lo simple es prueba indesmentible de ello. 

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Updated 06/27/2024 12:00:00
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