Lima: Casa de la Literatura Peruana, 2024. 198 páginas.
Rossella Di Paolo (Lima, 1960), destacada escritora peruana de la generación del 80, es autora de los poemarios Prueba de galera (1985), Continuidad de los cuadros (1988), Piel alzada (1993), Tablillas de San Lázaro (2001), La silla en el mar (2016) y Cielo a tierra (2013). En 2022, el Fondo de Cultura Económica compiló sus cinco primeros libros en Poesía reunida 1985-2016. Ahora, la Casa de la Literatura Peruana edita Villapapeles, libro que reúne sus crónicas, ensayos y cuentos.
A lo largo de su trabajo creativo, Di Paolo ha ido matizando su interés por diversas expresiones literarias que recorren la crítica textual, el relato breve, la semblanza y la reseña. Este conjunto, ahora denominado Villapapeles, es un libro misceláneo que encandila por sus destellos y singular inteligencia, pues los textos que lo conforman tienen y contienen gracia e ingenio, al tiempo que dialogan constante y fructíferamente con su producción lírica y con la tradición letrada afín a su sensibilidad. En sus evaluaciones y retratos, la autora afila la pluma para producir textos donde confluyen el testimonio, el análisis y el relato, de tal manera que el producto híbrido no pierde la sazón que el paladar de todo lector entrenado exige. En sus páginas hay un algo de la transparencia de Azorín, de la amenidad que Wáshington Delgado despliega en sus ensayos y de las secretas charlas sabatinas con Blanca Varela.
Desde las primeras líneas, Di Paolo se interroga a sí misma y, al hacerlo, cuestiona al lenguaje: “Si coloco una palabra al lado de otra, debajo de otra, encima de otra, tengo solo tres o diez palabras, porque la poesía está (o no está) en las junturas, en esas por la que no entra ni la hoja más delgada de un cuchillo”. En efecto, el lenguaje dosificado y seleccionado, a fin de cuentas, es la materia prima de la poesía; y es en la poesía donde Di Paolo vive, se realiza y existe. No obstante, sabe que las palabras, a veces hurañas, se escurren, corren o se escapan. Da la sensación de que, a pesar de ello, el mundo de la poesía es el fuego que alienta su existencia; da la sensación de que la autora respira y vive envuelta de palabras y versos. Es, en resumen, su forma de existir en el universo.
Al mismo tiempo, estos textos nos muestran su propia poética. Di Paolo entiende que las palabras, como los seres humanos, tienen un lugar en el mundo. Es decir, ocupan un espacio y cumplen una función, no solo básica (la comunicación), sino también otra distinta con afanes de singular trascendencia (la estética). El mundo de los hombres y mujeres se parece, entonces, al universo textual poblado de vocablos de toda laya. La literatura es así, parece decirnos en esta suerte de revelación vital y artística, pues algunos textos creativos son tales casualmente porque las palabras que le dan vida (y no otras) ocupan exactamente el espacio indicado con todas sus resonancias y connotaciones.
La niña que arrancaba hojas en blanco del escritorio de su padre para escribir curiosos relatos (la mayoría sobre enanos, con letra indecisa y faltas ortográficas) y que luego adornaba con dibujos, encuadernaba y ubicaba no muy lejos de su cama, es la que se asombró más tarde, quizás a los 14 años, cuando descubrió un poema de Martín Adán en un afiche (“El sol brincó en el árbol / después, todo fue pájaros”) o cuando la maestra difundió un poema de Javier Sologuren. Desde entonces, Di Paolo constató que las palabras sirven también para nombrar el mundo de una manera única y excepcional, pues es consciente de que el universo de la ficción necesita de todo el caudal de las palabras (limpias, manchadas, transparentes o sucias) para crear, recrear, transformar y corregir lo que los seres humanos, en la vida, no pueden o no quieren cambiar.
Como lectora y creadora de ensayos literarios, Di Paolo apuesta por la claridad expositiva, la anécdota pertinente y el detenimiento en el lenguaje usado por el autor que aborda. En esta praxis, Di Paolo se deja llevar por las imágenes, por el sonido de las palabras, por el espíritu y sentido del texto, sin dejar de contarle al lector por qué ese poema o párrafo narrativo, y no otro, es de su interés; y por qué ha tocado sus fibras más recónditas, tanto que la seduce.
“Las apreciaciones literarias que nos obsequia Rossella Di Paolo poseen una carga afectiva frente a obras de autores que ella admira y valora.”
En buena cuenta, para Di Paolo, leer es un gesto estimulante, vívido, creativo, dinámico, tan parecido al acto mismo de concebir un poema. En ella, leer y crear mueven la maquinaria de la imaginación, puesto que los sentidos cobran rol protagónico en tanto instrumentos esenciales para desentrañar la raíz del texto que la ocupa y preocupa. Al fin y al cabo, en su faceta lectora, Di Paolo dialoga intensamente con el texto de su interés. Así va, con libertad interpretativa, recorriendo aspectos y detalles de la producción de Herman Melville, Paul Auster, Silvina Ocampo y Gabriel García Márquez, sin dejar de interesarse por los trabajos del etnógrafo noruego Thor Heyerdahl.
Muchas de estas páginas, también, ponen especial predilección en la obra de reconocidas escritoras peruanas. De Blanca Varela a Patricia de Souza, de Carmen Ollé a Pilar Dughi y Mariela Dreyfus. Manifiesta, por ejemplo, la inicial dificultad por acercarse a Noches de adrenalina de Carmen Ollé: “No me fue fácil asimilar la novedad de su lenguaje, con esos presentes del indicativo que aseveraban con la rotundidad de las ciencias exactas: esto es esto, esto es así, hay que hacer (o no hacer) esto”. Asimismo, no escatima elogiar las bondades de una de sus colegas: “La obra de Mariela Dreyfus lo aúna todo en una armonía y madurez poética poco frecuentes”. En esa misma línea, percibe también el solitario camino a la perfección de los austeros y elusivos poemas de Blanca Varela que “no dejan de sugerir la textura grumosa de las cosas de la tierra, de sus recovecos húmedos y mascullaciones a oscuras”.
No pierde objetividad cuando se acerca a la narrativa de Patricia de Souza (“Una característica que empieza a notarse muy temprano en su escritura es su capacidad para hibridar ficción, autoficción y ensayo con una naturalidad desconcertante”), ni escatima la expresión sentida cuando evoca a Pilar Dughi, importante escritora nacional (“Cómo no extrañar a Pilar como ser humano. Cómo no lamentar que nos dejara tan pronto. Cómo no desear leer obras suyas”).
En este recuento, no podemos dejar de mencionar su preocupación por examinar los textos de escritores de las generaciones del 50 (Javier Sologuren, Raúl Deustua, Wáshington Delgado y Edgardo Rivera Martínez), del 60 (Arturo Corcuera, Jorge Díaz Herrera y Antonio Cisneros), del 70 (Oscar Colchado y José Watanabe) y del 80 (Eduardo Chirinos). Para cada uno de ellos entreteje una semblanza, un análisis objetivo, una frase incisiva que interpela al texto, e invita, así, al lector a que lo consulte, disfrute y estime.
Las apreciaciones literarias que nos obsequia Rossella Di Paolo poseen una carga afectiva frente a obras de autores que ella admira y valora. En esos afanes, sus textos críticos se homologan con sus bellos poemas, siempre tan sugerentes que nacen de una imaginación bullente e inquieta que sorprende y subyuga.