Quito: Ediciones de la Línea Imaginaria/Ediciones La Castalia. 2023. 98 páginas.
Uno, en verdad, hace lo que puede es una antología poética que reúne 60 poemas del poeta y docente venezolano Arturo Gutiérrez Plaza (Caracas, 1962), publicados entre 1991 y 2020. El autor elabora esta muestra a partir de poemas contenidos en sus poemarios anteriores, publicados en un período que cubre ya más de 30 años: Al margen de las hojas (1991), De espaldas al río (1999), Principios de contabilidad (2001), Pasado en limpio (2006), Cuidados intensivos (2014), Cartas de renuncia (2020) y El cangrejo ermitaño (2020). En este libro, según afirma el propio Gutiérrez Plaza en el prólogo, la distribución de los poemas es más la resultante de “una progresión temática, y tal vez tonal, que de cualquier cronología”, lo que se advierte en la lectura sobre la memoria: la definición de la infancia, la enfermedad, la muerte, la figura de la familia, fijada en los padres y los hijos, pero también en ese afuera nacional revelado en los episodios de un país convulsionado.
Aquí son la memoria y el tiempo: el mapa que permite convertirse en protagonista poético, lo que favorece la transigencia del lenguaje como revelación. Como imagen, la memoria, ese depósito incuestionable de dudas más que de certezas, nos descubre instrumento del tiempo, tan dado a crear esa fuerza de voluntad que le hace decir al poeta que Uno, en verdad, hace lo que puede, título que, como afirma Arturo Gutiérrez Plaza, tiene mucho que ver con los epígrafes que usa como ancla para presentar esta antología. Así, Borges, Brodsky y Ajmátova arguyen acerca de la firmeza del texto (atemporal, no definitivo), del tiempo, la memoria y la vida, como una costumbre recurrente.
En síntesis, Uno, en verdad, hace lo que puede, es el inventario de una voz que habla y se traduce en imagen, como destaca Miguel Casado en La poesía como pensamiento. En tal sentido, se trata de una poesía testimonial, confesional, abierta e íntima, personal y política, por ser de su yo y de lo que acontece en una Nación con la ciudadanía.
Así, Uno, en verdad, hace lo que puede, registra, toca el centro y los márgenes de una escritura pensada en función del adentro poético y del afuera real poetizado.
Ese “Uno”, ese yo testimonial, aproxima al lector al universo que en él se contiene.
Consiste este libro en el comienzo de quien se recrea, de quien imagina desde la inocencia. Es decir, una revisión del texto existencial: el niño que juega al escondite, el que juega “a la muerte”, como si la memoria recurriese al tiempo pasado para no dejar de ser: luego, escribir, escribir desde la misma mirada infantil y recalar en las piedras, poseedoras de una silenciosa sabiduría.
En el prólogo de Al margen de las horas (1991), primer libro de Gutiérrez Plaza, el poeta nos avisa acerca de lo que hemos afirmado:
Todo escrito se demora en la página hasta saber que su verdadera misión es ser tatuaje del tiempo (…) es el tiempo lo que el texto habita (…) Todo escrito aprende también, al paso de las horas, que es el lector quien lo hace. Él lo reescribe en la memoria: pergamino del tiempo, y de la vida.
De allí, entonces, “la fecundación del pensamiento” que, en verdad, puede hacer.
Diversos son los destinos de esta poesía: no se anda por las ramas, de allí su título, su audacia, tan personal como un todo que se amplía y se convierte en un mosaico de alternativas: la poesía como crítica, como un asunto que se mueve, como un viaje desde los tantos tiempos y recuerdos. Gutiérrez Plaza se traslada desde la infancia, desde la más remota presencia de un niño, ese “Uno” infante hasta el poeta múltiple que habla de la enfermedad de los padres, de la muerte, de los cuidados intensivos en los que se advierte la circulación del dolor, la angustia y el pesar. Es un eco vibrante el que suscita el poema, todo el libro traducido por el lector en el mismo viaje por la biografía de un hombre que se vale de las palabras para conjurarse, para aliviar el peso de la memoria o para hacerla más densa, más fuerte, más presencia.
“Gutiérrez Plaza se desvela en dos miradas: la de aquél que dejó de ser y la del ser que es ahora”
Uno, una vez más, múltiple, recorre una cronología (el poeta no quiere asumirla) a través de la memoria en un solo libro vertido en siete cabalísticos forjados en esta antología.
En varias ocasiones el poeta ha dicho “adiós”, se ha despojado de la armadura de unos poemas para pronunciar la palabra definitiva, la que cierra el tiempo y la memoria, para posicionar una despedida, en una demostración de que el correr de los días, meses o años es finito, de que sólo quedan los recuerdos flotando, activos, trasladables, mudables, vivos.
Esa voz, “adiós”, fija su fuerza, por ejemplo, en el poema “Memoria de una antigua amistad”, donde el autor narra eventos, sentimientos sufridos por su país, por la gente que estuvo un día cerca de él. Un país en el que se rompieron los lazos familiares, las amistades, donde la violencia y el odio giran como un carrusel mareante a punto de descarrilar, pero queda, no obstante, la idea de que “cuando cesen los batallones”, podríamos retornar a una dudosa normalidad.
El adiós también es tiempo y memoria. El poema se tensa al decirlo. No tiene reposo: el poeta está en él mientras lo piensa, mientras lo temporiza o lo recuerda. Ningún poema se olvida: es curso o trayectoria cambiante, muda de paisaje, pero sigue siendo la imagen del poema: desde el comienzo, desde su alfa, desde la niñez hasta el tiempo por venir, el omega por llegar, en la palabra “adiós”, que abruma al autor.
Esa tensión supone un estado: el lenguaje habita esa tensión. Un género de poesía abarca ese “Uno” que afirma una verdad, es decir, hace lo que puede: la poesía se desdobla, es otra desde ella: es Uno y un reflejo, orbita alrededor de ella misma con otro tono. El lector la multiplica desde los diversos puntos de vista de la voz que la habla.
La tensión es pensamiento que se expande en un territorio ambivalente: Gutiérrez Plaza se desvela en dos miradas: la de aquél que dejó de ser y la del ser que es ahora. Pero podríamos afirmar que hay una suerte de polifonía desde ese “Uno” que se hace muchos a través de los temas que aborda el poeta.
El ser estable del que escribe se conjuga con el poema otro que habrá de ser, en verdad, una lectura que pueda acoplarse con el lector como creación. Y lo logra: memoria y tiempo han podido.