Bogotá: Fondo de Cultura Económica. 2021. 482 páginas.
El poeta colombiano Ramón Cote Baraibar relata en una entrevista publicada por el diario El país, el 5 de septiembre del 2019, que su primer libro, cuando contaba con sólo 20 años, se iba a titular Hábito del tiempo. Luego de una lectura posterior e inesperada de Borges –una voz que sentimos en su poesía más madura, por la precisión simétrica del adjetivo en las comprensiones metafísicas de las cosas– se terminó llamando Poemas para un fosa común, publicado en el año 1984, por la editorial Arnao. La razón del cambio de título, según cuenta, se debió al siguiente verso del maestro argentino: “La noche, ese otro hábito del tiempo”, que se conecta con esa manera de habitar la poesía en el hombre que será parte inconfundible de su poesía.
Como notamos, dicho título primerizo posee un aura contestataria y política que no pertenece al libro, de lo cual el autor se lamenta por mandar una señal equivocada al lector, pues nada más alejado de su fundamento social, como lo manifiesta en “Noticias de los libros”, que funciona como epílogo al libro antológico revisado por el autor que vamos a reseñar en este espacio. Me refiero a su obra reunida, Temporal (2021), publicado en Fondo de Cultura Económica, que configura una cuidada selección del autor de todos sus libros de poesía publicados en orden cronológico, desde el primogénito nombrado hasta los sucesivos títulos posteriores: Informe sobre el estado de los trenes en la antigua estación de las delicias (1991); El confuso trazado de las confusiones (1991); Botella papel (1998); Colección privada (2003); Diecisiete puertas (2004); Los fuegos obligados (2009); Como quien dice adiós a lo perdido (2014), incluyendo poemas dispersos no incluidos en libros.
A través de todos sus poemarios, la voz de Ramón Cote Baraibar destaca, no sólo por su adjetivación precisa y resonante, sino por la fidelidad de la imagen poética en el gesto de acercarse al paisaje que explora y revela; intensifica así el ritmo de los colores en las evocaciones prístinas y recupera el sentido epifánico a través de la imagen intacta.
La memoria y la ventana representan las palabras que más veces nombra Cote Baraibar a lo largo de toda su obra reunida –las otras son puerta, árbol, pájaro–; ellas son las bisagras del umbral en un lenguaje diáfano que se va forjando con el velo rítmico de las reminiscencias, superficies que la memoria acaricia con una luz que no retorna. La sensación de epifanía se presiente a través del velo de la memoria y la ventana, bautizando la ciudad desde una ausencia que se convierte en un habitar.
“LA ASEVERACIÓN DE HÖLDERLIN DE QUE EL HOMBRE HACE DE LA POESÍA, POR LA TIERRA, SU MORADA, ENCUENTRA EN LA ESCRITURA POÉTICA DE COTE BARAIBAR UNA FIEL DEVOCIÓN”
A la manera del poeta francés Francis Ponge (1899-1988) –abanderado legendario de la poesía objetual y crítico acerbo de los surrealistas, a quienes criticaba el hecho de especular de forma automática sobre un objeto como si lo conocieran per se– nos enseñó que el lenguaje consiste en ver por primera vez las cosas como si no la conociéramos. Así, el fundamento de la poesía en Cote Baraibar es descubrimiento, revelación, desnudez inesperada de la mirada que devela la realidad del mundo.
Ángel Castaño Guzmán, en su reseña “Los fuegos obligados y el fulgor oculto de los días”, nos refiere una observación que nos permite fijar las influencias inmediatas del joven Cote desde su primer libro, así como su objetivo con el ejercicio poético:
Está también presente el proverbial triángulo de la época que integraban Aurelio Arturo, Álvaro Mutis y Alejandra Pizarnik. Pero no sólo hay allí la apropiación de la literatura. Una berlina varada cerca de Bucaramanga o un cementerio de Suba le dan pie para fotografiar una realidad escueta y un ámbito muy colombiano, donde el paisaje se siente respirar.
Esto lo podemos confirmar de forma consecuente en cada uno de sus libros publicados a lo largo de su trayectoria literaria, donde se presiente, en el tono y el ritmo, una confianza hábil para poetizar los instantes de los espacios y objetos que componen su propio mundo genésico, articulado entre Madrid y Bogotá, ciudad esta última que constituye un centro inmanente de sus obsesiones, como representa su libro urbano, Botella papel (1998)¸ cuyos motivos son el repartidor de carbón, el jardinero, el calderero, el zapatero, el vendedor de corbatas, una carnicería, los taxis, o una camioneta de lavandería.
La aseveración de Hölderlin de que el hombre hace de la poesía, por la tierra, su morada, encuentra en la escritura poética de Cote Baraibar una fiel devoción, incluso alcanzando paisajes monologantes, retóricos, cotidianos, históricos, ensayísticos, urbanos, estéticos, fotográficos, epistolares, anecdóticos y autobiográficos, consecuente con su idea de que todo puede ser convertido en poema, como si la extensión de su mirada abarcara cualquier horizonte o superficie.
A través de la luz de la memoria recobrada parece que todo naciera de nuevo, como siempre debió haberse percibido, inaugurando una ventana que es el mismo lenguaje. Con Temporal. Obra reunida, se le hace justicia a un trabajo paciente dedicado a la palabra, en el que valoramos cómo la poesía –en su percepción evocadora de lo epifánico– se revela y se cultiva como una ascesis de la mirada, a partir de cierta melancolía que reconstruye el retorno del individuo borrado por las despedidas de lo perdido y el retorno de las ciudades en los días gloriosos de la infancia. Así, la existencia se ilumina por una memoria que se vuelve traslúcida cuando acaricia el presente reconquistado.