¿Te gusta el látex, cielo?. Nadia Villafuerte. Ciudad de México: Fondo Editorial Tierra Adentro. 2008. 152 páginas.
Reseña publicada originalmente en Revista de la Universidad de México Nro. 72 (2010)
El valor del riesgo
Ni “Los bárbaros del norte” ni los hijos o entenados de la llamada generación del “crack”. Esos dos extremos nomenclaturales se divisan desde fuera como facilidades de entomólogo crítico. Son clasificaciones útiles para la mirada globalista, distraída. Pero no se trata de eso. O, al menos, no es solamente eso.
Aquí comparece un México distinto y reconocible con gozo, un México plural en una literatura de mujer que no puede —ni debe— circunscribirse solamente a lo “femenino”. Nadia Villafuerte construye un mundo realista, para nada fantástico, cuyo principal asombro consiste en detonar la maravilla y el horror cotidianos.
Son en total diez relatos.
La geografía es variada, desde el México profundo de la frontera sur hasta la virtualidad de la “global village”, hasta la aldea global y omniabarcadora. Aunque es menester aclarar que el valor de esta narrativa no se dirime en una cuestión posicional, geográfica, sino en la intimidad de su factura, en la formulación original de su variabilidad y del sesgo logrado de sus personajes, en la verosimilitud del documento literario frente a la funcional, y en ocasiones antiestética, verosimilitud del testimonio.
Este libro de relatos es una cuestión de escritura. Sus aciertos se dan en la construcción coherente de una propuesta estética que supera lo anecdótico y folclórico.
Nadia Villafuerte trabaja en la línea de la historia de la sensibilidad. Algo en la manera de contar, en el empleo original del lenguaje, libera a esta joven autora del peso agrio de la tradición: desde el título formulado como pregunta (a la manera de Carver, sin que esto constituya necesariamente un tributo), hasta la influencia de la lengua inglesa y del impreciso borderline insoslayable. Desde la frontera ubicua que en tiempos de la era de la comunicación total difumina y erosiona los esquemas simplistas de aduana, identidad o barrera física hasta esa mismidad tan decidida que es capaz de expresar amorosamente un “ser propio y mexicano en el tercer milenio”.
“Flores rojas”, el relato que abre el volumen, es un texto de clima universal. La tercera persona es una trampa: está al servicio del involucramiento progresivo del lector en un clima absolutamente propio e intransferible. Se verifica atrevimiento, intuición y sabiduría. La construcción de personajes y el impulso imaginativo están al servicio de una disciplina literaria ejemplar. El cuento funciona como una maquinaria implacable que emplea el sesgo impersonal para sumir a cada uno en el centro improbable de la historia.
El segundo relato también se abre con un adjetivo cromático: “azul”. El título: “Tinta azul” no adelanta nada. No hay prolepsis, todo sucede en un proceso gradual de dibujo e insinuación. Hay alusiones a un mundo sicotrópico contemporáneo:
—Mejor vamos a casa. Estoy deprimida.
—¿Tomaste Prozac?
—No.
El cuento no se preocupa en seguir de cerca la preceptiva de Poe o de Quiroga, concluye donde tiene que concluir, con la eficacia de la reticencia:
—¿Pasa algo? —responde él, inquieto.
Pero ella se arrepiente al instante. ¿Para qué?, se dice. Da la media vuelta y se dirige al lavabo. Lava sus manos con jabón. Tiene manchas azules por todas partes. La mancha azul no desaparece.
En “Frontera de sal” irrumpen a la vez la formulación poética y el recurso de la segunda persona sugerente: “En el sur habita el fuego, te dijeron, pero no creíste que el calor fuera así de intolerante”. El fotógrafo del cuento capta las imágenes para el lector, sin aspavientos, sin alharacas, y su técnica proclamada refuerza el sentido de verosimilitud en una atmósfera rulfiana fantasmagórica. Pero el cuento no se dirige al México profundo, última Thule del criollismo fantástico, sino que se inclina hacia el límite hemisférico, hacia el sur de la geografía física en una tipografía que hace de las mayúsculas un clímax de pesadilla: “AQUÍ TERMINA GUATEMALA Y COMIENZA MÉXICO”. Las fronteras políticas se transforman, en la reiteración final del verbo caer se verifica la construcción derrideana de la diferencia.
El “tú” se ubica en el centro del plano en el relato “Roxi”: “Roxi me cuenta que las personas sin principios son las que más le agradan. Le creo”. El tema de la identidad y del espejo del otro se plantean en un texto cuya brevedad impide atisbar, afortunadamente, una moraleja.
El relato “Cajita feliz” explora el universo del “tú” desde el punto de vista del consumidor. Una poética del dejarse ser y una poética del querer ser ronda al plural “mexicanos” en una epopeya mínima que involucra el universo del fast food y en particular a McDonald’s.
El cuento que da título al libro, “¿Te gusta el látex, cielo?” podría haber sido, con apenas algún pequeño esfuerzo de dilatación escritural (que habría podido ser bien visto por los grandes sellos editoriales) una novela breve. Sin embargo, la autora prefirió trazar un relato compacto, relativamente breve, donde la identidad sexual, la enajenación del cuerpo y la definición de la pertenencia sexual logran, a través de la vertiginosidad de la trama, poner en el centro temático un asunto difícil en las dimensiones desbordables de un cuento.
“¿Te gusta el látex, cielo?” es sin duda el relato más ambicioso y más logrado del libro. No hay escenas explícitas: todo lo que se narra está al servicio de un argumento en apariencia menor, pero trascendente. La creación de personajes supera ampliamente lo esbozado en cuentos anteriores de este volumen: Glenda o Glen, en sus dos versiones, es un acertijo y a la vez un paradigma de la transexualidad y el misterio. Completan la liturgia Helena, Julio Nazar y la sospecha empecinada de que nada es lo que parece.
La ambigüedad se apodera del relato y Glenda o Glen reconstruye(n) el lugar del hombre y la mujer. El dibujo del personaje propone una identidad desfasada que dialoga con el tradicional e histórico machismo mexicano. El relato describe figuras verosímiles de la actualidad, replica y propone desafíos, bordea las orillas violentas del ser en género y no propone definición ni soluciones, sino simplemente encanto despiadado de la escritura, narrativa que se atreve con la tradición y hasta con la paciana “tradición de la ruptura”. Relato que alza al lector y conculca sus fueros.
En suma: ¿Te gusta el látex, cielo? erige un libro sólido y sensual, que hace apreciar la magnitud del riesgo.
Rafael Courtoisie
Miembro de Número de la Academia Nacional de Letras de Uruguay