Sombra de Paraíso. Claudia Sierich. Caracas: Oscar Todtmann Editores. 2015. 97 páginas.
Al abordarse el tema de la traducción poética es frecuente, si no inevitable, acudir al aserto comúnmente compartido de que para ser un buen traductor de poesía hay que ser poeta, pues dicha tarea, como es obvio, no se sustrae al mero trasvase literal de las palabras y el acarreo de sus posibles significados de uno a otro idioma, sino que consiste en crear un poema en la lengua destino, leal hasta donde sea posible al de su lengua original, pero con el compromiso ineludible de que el nuevo texto siga poseyendo, si es el caso, los atributos que permitan continuar leyéndolo como poema. Paul Valery supo compendiar esta noción, la del ideal de la traducción poética, como la tarea de producir con medios diferentes efectos análogos.
Sin duda, ese es el caso de Claudia Sierich, quien además de poseer absoluta conciencia de las dificultades inherentes a la traducción poética —como excelente traductora que es— cuenta con una obra poética estimable, con rasgos muy poco comunes, precisamente por su obsesiva atracción por “apalabrar” entre lenguas. Ambas cualidades, la de poeta y la de traductora, confluyen de modo admirable en el libro Sombra de Paraíso. Astillas en tres cuerpos de lenta lectura.
Su naturaleza fragmentaria la hallamos poéticamente insinuada en el mismo subtítulo, donde se nos anuncia la lectura de una serie de “astillas” distribuidas, justamente, “en tres cuerpos”; tres secciones que invitan a la lectura morosa, reposada, detenida: esa capaz de paladear sin prisa y con pasión los sabores y saberes del añejo e imprescindible oficio de la traducción poética. Y habría que acotar aquí que, en parte, en eso estriba también su singularidad, pues no se trata de un libro sobre la traducción en general ni sobre la traducción literaria específicamente, su único norte lo dicta la poesía. Desde ella y de ella habla, en esa doble condición de traductora y poeta. Por ello, lo que el lector encontrará aquí no será un texto de enseñanza técnica o académica sobre la traducción, sino el testimonio madurado, fragmentario y reflexivo de una traductora-poeta absorbida por el proceso creativo de parir poemas concebidos a partir del contacto entre múltiples cuerpos: entre múltiples lenguas. No otra cosa se colige de una afirmación como la siguiente: “La palabra contiene el semen del incremento. Su traslado a otra lengua lo hace germinar, de nuevo” (79).
Las tres secciones que conforman el libro llevan por títulos: “Serie del tiempo. Ensayar soberanía”, “Serie del adentro. Sobre el regocijo” y “Serie de las relaciones. Intento de una lógica del incremento”. En cada una de ellas la voz que nos habla indaga sobre distintos aspectos del oficio de la traducción poética, de modo sumamente libre y creativo, sin reparar ni limitarse a ningún tipo de predisposición genérica. Es decir, allí encontraremos entre muchas otras cosas: apuntes meramente ensayísticos; poemas propios o ajenos; notas testimoniales que aludan a circunstancias aparentemente desvinculadas de la traducción, pero de las que el lector podrá extraer virtuales analogías con dicha labor; aforismos; citas a otros autores; comentarios sobre los procesos de creación, interpretación y escenificación de obras de diversos ámbitos artísticos como la música o la danza; reflexiones sobre la visualidad de las palabras y las pinturas; sobre significados de frases y juegos e invenciones de vocablos en distintos idiomas; y un muy largo etcétera.
En la primera sección, “Serie del tiempo. Ensayar soberanía”, Sierich introduce el término “tiempo soberano” para referirse más que al tiempo que le permitirá concentrase en la labor de traducir el poema, al mismo proceso de traducción, entendido como medio para alcanzar cierta plenitud temporal, inaccesible de otro modo. En ese estado, en ese lento tránsito, será donde se producirá el trance que habrá de permitir el descubrimiento y la revelación, el hallazgo del nuevo poema. La conjunción de una absoluta concentración y de una sensorialidad completamente atenta y abierta al mundo pareciera ser la vía mediante la cual Sierich ensaya ese “tiempo soberano”, rebelde a los relojes del entorno y a las restricciones temporales que impone la vida cotidiana, cargada de obligaciones laborales y sociales. El tiempo deseado será más bien el del ocio, el desapego y el alejamiento, aquél que siguiendo las consejas del Maestro Eckhart le permita el encuentro con lo Otro, sin un sentido de utilidad, por “amor a lo gratuito”. Todo esto, dicho con una prosa envolvente, capaz de generar una atmósfera evocadora de los hallazgos de la experiencia íntima, revelados al contacto con la memoria creativa y transfiguradora del instante.
En la segunda sección, “Serie del adentro. Sobre el regocijo”, sin dejar de aludir a varios de los asuntos expuestos en la primera, el conjunto pareciera concentrarse en preocupaciones inherentes al proceso de traducción: sus pasos, las dudas e incertidumbres que habitan las zonas fronterizas entre lenguas, la importancia de la sonoridad y del ritmo, así como también de la atención a la escucha del silencio. Un proceso, en todo caso, concebido como de creación desde un “estado de servidumbre”, es decir, “de regocijo” bajo el hechizo del impulso creativo (gebbant schöpfen). Pues para Sierich la traducción de poesía es una acción apasionada, pasional, una suerte de rito erótico entre lenguajes, un devenir de alejamientos y acercamientos, de inhalaciones y exhalaciones, de olvidos y reencuentros desprejuiciados, un acto amoroso del que se engendrará vida: el poema en la otra lengua. De ello se derivarán, también, efectos corporales y sensoriales que han de llevar, incluso, a la afectación de la interioridad y a la mudanza del yo. Al punto que tal interiorización del poema, si ya ha sido traducido, habrá de actuar como tonificador interior; el poema se habrá encarnado en el traductor como consecuencia de ese proceso de inmersión pasional. Es así como Sierich entiende su oficio, sólo de esa manera, sin teorías, desde la experiencia individual, como en la poesía, se logra llevar a las palabras “a decir lo que no sabían decir” (60).
En la tercera sección, “Serie de las relaciones. Intento de una lógica del incremento”, la poeta-traductora, indaga en las dificultades, en las distintas formas de imposibilidad, y por tanto de infidelidad, de traiciones que rodean la tarea del traductor, pero que a la vez conforman su sustancia. Consciente de ello, no le queda sino sugerirle al traductor (que es ella misma): “ser infiel para ser leal” (76) o “Alejarse (sin posibilidad de no hacerlo), mentir para decir como es” (78). Recomendaciones que, por otra parte, nos sugieren la guía de uno de sus poetas más admirados, según podemos evidenciar tanto en el recorrido de su poesía como en diversas alusiones presentes en este libro. Nos referimos a José Lezama Lima. Si aquél afirmaba al inicio de La expresión americana: “Sólo lo difícil es estimulante”, Sierich pareciera refrendarlo, al sentenciar: “En la dificultad —no en la mera reproducción referencial— comienza el verdadero trabajo” (69).
“A la sombra de tal paraíso me demoro, moro mi tiempo soberano” (33) nos dice Sierich, en la primera sección del libro, para señalar el lugar desde donde intenta el nuevo poema, el que una vez nacido encarnará en ella, siendo inevitablemente otro y el mismo que le dio origen. Sierich sabe que a su sombra es a lo más que se puede aspirar siendo ya imposible el esplendor primigenio del Paraíso que reinaba antes de Babel y de la multiplicación de las lenguas.
Arturo Gutiérrez Plaza