Sara. Sergio Ramírez. Madrid: Alfaguara. 2015. 249 páginas.
Desde aquellos primeros cuentos en los albores de los años sesenta del siglo pasado el escritor nicaragüense, Sergio Ramírez, nos ha brindado momentos memorables a lo largo de su producción literaria, salvo un paréntesis obligado (1975-85) a causa de la guerra contra la dictadura de la dinastía Somoza. Pero esto aún no termina. En su última novela publicada en 2015, de título simple, pero cargado de simbolismo, Sara, Ramírez se adentra por senderos que no había transitado antes y enfoca su curiosa mirada en la historia bíblica, pero esta vez desde la perspectiva de la aludida. Es decir, por medio del tamiz literario, el escritor nicaragüense nos ofrece no sólo una de las múltiples posibilidades en la interpretación de la “vida” de un individuo/personaje, sino que, además, de manera simultánea sugiere que pudieran existir, como ya se sospecha, innumerables interpretaciones en el devenir de su condición como personaje de ficción.
En el ámbito literario mucho se ha escrito teniendo las historias bíblicas como punto de partida o inspiración: El evangelio según Jesucristo y Caín de José Saramago, “Tres versiones de Judas” de Jorge Luis Borges, El Paraíso perdido de John Milton, por dar sólo algunos ejemplos. También muchas han sido las interpretaciones e innumerables los fines. En lo particular, Ramírez tampoco es el primer nicaragüense cuya curiosidad intelectual le haya impelido acercarse a las historias bíblicas: Carlos Martínez Rivas (‘Beso para la mujer de Lot’) , Pablo Antonio Cuadra (Libro de Horas) y, claro, cómo olvidar los ‘Salmos’ de Ernesto Cardenal que serían interpretados en su momento, y con justa razón, como diatribas contra la dictadura de Anastasio Somoza y su dinastía.
En Sara, Ramírez hace alarde de una soltura técnica con la que hábilmente mezcla ironía, sarcasmo, tragedia y amor, tejiendo una red que invariablemente atrapa al lector. Así mismo, el texto tiene como una de sus estrategias de narración el uso de un humor desparpajado, dinámico, irónico, negro en ocasiones y que se contrapone a la solemnidad de la historia original. Es un tono lúdico que no permite a la catástrofe (ni siquiera de la muerte) imponerse en las decisiones de Sara. Es el narrador de la novela, mayormente, quien maneja los hilos del humor; claro, siendo el humor, y así lo hace sentir la novela, la mejor forma de enfrentarse a la catástrofe de la existencia humana representadas por la tragedia de Sodoma y Gomorra o el sacrificio de Isaac, que lleva la novela a su momento cumbre.
La novela consta de veinte capítulos y la historia se va contando de forma cronológica, pero desde la mirada de Sara. Es una novela contada a dos voces entre la protagonista y un pícaro narrador que llena los espacios aportando el humor que permea la novela. Aunado a ello, el tono del relato demanda un lector activo en tanto el narrador parece interpelar a alguien; hablar con un interlocutor, como si fuese una conversación presencial cuya naturaleza se colige por el uso de la primera persona plural del verbo cuando es pertinente a la historia que se cuenta:
“Esto de viejos, aunque venga de labios de Sara, es un dicho de poco sustento. Si acabamos de oírselo, entendamos que es sólo una manera de pedirle al Mago que la deje en paz. También se ha quejado de que se siente cansada, y esa es una expresión que tampoco vamos a tomar al pie de la letra viniendo de una mujer enérgica que no se arredra ante ningún esfuerzo o tarea, y, perspicaz y aguda en sus juicios, tiene bien puesta la cabeza sobre sus hombros” (20). El lenguaje es simple (y no simplista), fácil de comprender para el lector promedio y se mueve con un vocabulario ágil que, si bien acorde con la época a que hace referencia, lo actualiza.
Atrae de sobremanera la revisión y consecuente reconstrucción de uno de los tantos personajes bíblicos y, en base a ello, la creación de una historia alternativa por medio de la imaginación y la exploración de las distintas posibilidades. Conviene añadir que la novela parte con la propuesta de que este es un personaje periférico y sin voz, pero no por ello silente. Entre los indicadores más sobresalientes en este sentido es claro, siguiendo los parámetros bíblicos, que el mayor agobio de este personaje es ser mujer: se había vuelto potestad del Mago darle hijos o no. Era su prisionera. Y si guardaba en su corazón un pensamiento tan hostil para con aquellos hombres que los visitaban sin previo aviso, era porque además de engañada, y postergada, se sentía excluida. Jamás le dirigían la palabra ni cuando les servía de beber y de comer, ni siquiera para decir gracias, y nunca se despedían. Delante de sus ojos, ella no existía” (15).
De manera que teniendo el libro del Génesis como contexto se podría explicar, según la tradición, la posición marginal de Sara en su sociedad. Es allí donde se deja ver el oficio de Ramírez como escritor, al sopesar las diferentes alternativas que le brindaban las pocas líneas en la Biblia que hacen referencia a dicho personaje y con ellas llevar a cabo una suerte de malabares con la forma, el lenguaje, Sara, el narrador y el Mago (representación de Dios) que se advierte en el resultado de su lectura. Así pues, el devenir de Sara en el desarrollo de la novela y la forma en que se va creando una personalidad en la medida que avanza la historia, añade un punto más a lo atractivo de esta novela. En Sara, Ramírez toma una historia bien conocida por la tradición judeo-cristiana y echa a volar la imaginación para llenar los espacios y los silencios sobre este personaje y crearle una identidad alternativa pero, sobre todo, muy entretenida.
José Juan Colín
Universidad de Oklahoma