Madrid: Visor, 2023. 347 páginas.
El de Blanca Varela (Lima,1926-2009) es un nombre imprescindible en el desarrollo de la poesía peruana y latinoamericana de nuestros días. La publicación de esta nueva edición de su Poesía completa, a cargo de la editorial española Visor, es una magnífica oportunidad para adentrarnos en una obra marcada por una voz poética muy original, dotada de una expresividad muy singular.
Aunque los inicios de Varela en la poesía se remontan a la segunda mitad del siglo XX, el reconocimiento internacional a su obra —que incluye el Premio Internacional de Poesía Federico García Lorca en el año 2006 y el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana en el 2007— le llegó relativamente tarde. No obstante, sus comienzos no pudieron ser mejores: su primer libro, Ese puerto existe, publicado en México en 1959, traía un elogioso prólogo de Octavio Paz, a quien Varela había conocido años antes en París y quien le dio el título para el libro. Es una lástima que la edición que ahora comentamos no haya incluido esa presentación, pues las palabras de Paz nos brindan una síntesis muy certera sobre la obra de Varela. Dice el mexicano: “Su poesía no explica ni razona. Tampoco es una confidencia. Es un signo, un conjuro frente, contra y hacia el mundo, una piedra negra tatuada por el fuego de la sal, el amor, el tiempo y la soledad. Y, también, una exploración de la propia conciencia”. Basta leer los versos de “Puerto Supe”, uno de los poemas más logrados de la poeta peruana, para comprobar que las intuiciones de Paz son muy ciertas. En ese poema, Varela escribe: “Está mi infancia en esta costa, / bajo el cielo tan alto, cielo como ninguno… / Allí destruyo con brillantes piedras / la casa de mis padres, / allí destruyo la jaula de las aves pequeñas… / Aquí en la costa escalo un negro pozo, / voy de la noche hacia la noche honda… / Aquí en la costa tengo raíces, / manos imperfectas, / un lecho ardiente en donde lloro a solas”.
“Leer la poesía de Blanca Varela es descubrir una poesía dura y desgarradora pero, al mismo tiempo, llena de una deslumbrante belleza.”
Varela perteneció en el Perú a la generación del 50, un notable grupo de escritores del que también formaron parte poetas de la talla de Jorge Eduardo Eielson, Carlos Germán Belli y Javier Sologuren. Siendo muy joven, Varela vivió en el París de la posguerra donde fue testigo de los influjos del existencialismo y del surrealismo junto al talentoso pintor peruano Fernando de Szyszlo, con quien estuvo casada. A pesar del auspicioso debut que tuvo su primer libro, Varela publicó sus siguientes poemarios en el Perú, siempre de forma muy discreta y pudorosa, como rehuyendo la atención pública. Me refiero concretamente a Luz de día (1963), Valses y otras falsas confesiones (1972) y Canto villano (1978). De todos ellos puede decirse que forman parte de una misma búsqueda, vale decir, de un proceso de introspección y autorreconocimiento del “yo” poético que da cuenta de una existencia oscilante en la que conviven el horror y la belleza. Dicho de otra manera, el mundo objetivo y la dimensión subjetiva se fusionan en la poesía de Varela gracias a un continuo movimiento pendular que oscila entre la vigilia y el sueño. Por ese espacio deambula un hablante poético herido y dubitativo, lleno de reclamos y cicatrices que perduran. Resulta significativo, por ejemplo, que siendo el amor un tema recurrente en su obra, los de Varela no parezcan “poemas amorosos” en el sentido más tradicional de la palabra, sino más bien reflexiones o confesiones hechas a partir de ese motivo. Al leerlos, no siempre estamos seguros de si el “tú” al que se dirige el “yo” poético es un hombre, una persona amada, ella misma o si el destinatario de sus reclamos es Lima, la ciudad natal de la poeta. Lo cierto es que un tono doloroso y desgarrador siempre está presente. Un buen ejemplo al respecto es el poema “Vals”, de Luz de día, donde leemos versos como los siguientes: “Asciendo y caigo al fondo de mi alma / que reverdece agónica de luz, imantada de luz. / En este ir y venir bate el tiempo sus alas / detenido para siempre”.
Los últimos libros que Varela publicó en la década del 90 —Ejercicios materiales (1993), El libro de barro (1993) y Concierto animal (1999) — son una reiteración de su poética anterior. La de Varela es una poesía que se resiste a aceptar la vida tal y como esta se presenta, lo que da lugar a una expresión que representa una discreta insurrección cotidiana contra cada acto o fuerza que la niega o, más aún, que apaga el fuego de la imaginación y la memoria. Diríase que la poesía de Varela es una suerte de acto de defensa, una lúcida protesta contra la imperfección de la vida. Sus versos surgen de la certeza de que el mundo es un lugar frágil e incierto; por ello, la condición humana mostrará siempre su carácter efímero, lo que da pie a que la existencia se contemple con una mirada fría y dolida, pero sobre todo sin falsas ilusiones.
Esta nueva edición española de Poesía completa reúne los ocho libros que Varela publicó en vida, vale decir, Ese puerto existe (1959), Luz de día (1963), Valses y otras falsas confesiones (1972), Canto villano (1978), Ejercicios materiales (1993), El libro de barro (1993), Concierto animal (1999) y Falso teclado (2000). El volumen tiene como novedad la inclusión de seis poemas que aparecieron en dos revistas literarias en los años 60, pero que nunca fueron recogidos en sus poemarios. A ellos se suma el poema “Trato golpeo todas las puertas”, publicado por primera vez en el año 2007 en la antología Aunque cueste la noche, un volumen a cargo de la Universidad de Salamanca, cuando a Varela le fue concedido el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana.
Con la excepción de las novedades arriba mencionadas, esta edición de Visor respeta la reunión que la poeta hizo en vida de toda su obra. Me refiero a los volúmenes Donde todo termina abre las alas. Poesía reunida 1949-2000 (Madrid, Galaxia Gutenberg, 2000), con prólogo de Adolfo Castañón y epílogo de Antonio Gamoneda, así como una edición peruana con el mismo título (Lima, Librería Sur, 2016), que incluye textos firmados por Ana María Gazzolo y Giovanna Pollarolo, respectivamente.
Leer la poesía de Blanca Varela es descubrir una poesía dura y desgarradora pero, al mismo tiempo, llena de una deslumbrante belleza.