RESEÑA FINALISTA
Buenos Aires: Alfaguara, 2024. 144 páginas.
A fin de alcanzar una vida plena, la sabiduría popular prescribe tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro. A sus casi cuarenta y ocho años Andrés Neuman (Buenos Aires, 1977) ha hecho las tres cosas, aunque en orden distinto; ¿quién dijo que para cumplir hay que acatar? No solo ha escrito un libro, sino varios: novelas, cuentos, poesía, microrrelatos, aforismos, relatos de viaje, un diccionario apócrifo, etc. En Una vez Argentina, la conmovedora biografía de su familia “venida de todas partes”, narra el día memorable en que sembró un sauce llorón con su abuelo paterno Mario, de profesión médico cirujano, justo en la víspera de su muerte. Y todavía en el contexto de la pandemia mundial por SARS-CoV-2, conoció a su primogénito, con el cual probablemente, ¡ojalá!, plantará muchos árboles más.
Por lo pronto, ya le ha dedicado un par de libros: Umbilical (Alfaguara, 2022) y Pequeño hablante (Alfaguara, 2024). A continuación. me dispongo a reseñar el segundo. Malcolm de Chazal decía que “las mujeres nos hacen poetas y los niños, filósofos”, pero a Neuman su vástago, al que le puso el nombre del barrio bonaerense de la Comuna 1 donde él mismo había pasado su infancia en la década de los ochenta, lo ha vuelto, si cabe, más poeta de lo que era con anterioridad. Dentro de la colección Narrativa Hispánica de su sello editorial, quizá por su engañosa apariencia —los capítulos se ordenan por un registro alfanumérico: unos, los numerados, refieren anécdotas más o menos cotidianas; otros, encabezados con letras, contienen profundas reflexiones lingüísticas, semánticas y filológicas—, este título rebosa, tal cual veremos, de arrebatos líricos.
Partiendo de una premisa planteada en Umbilical, que los padres responsables y amorosos constituyen una figura ausente en la larga historia de la literatura universal, Neuman emparenta, en Pequeño hablante, la paternidad con la creación artística. Las raíces etimológicas son el árbol genealógico de las palabras y por eso el parentesco no resulta, en absoluto, forzado: la voz “poesía” proviene del latín poēsis y éste, a su vez, del griego poíēsis, que significa “acto de crear”. Desde el verano de 2020 y el de 2021, mientras su pareja, Erika, gestaba a su hijo, él, papá celoso y agradecido, hacía lo propio con un libro para su hijo y para ella.
“En Pequeño hablante, Neuman nos invita a presenciar un doble nacimiento: el del lenguaje y el del ser humano.”
Así como El viajero del siglo (Alfaguara, 2009) le rinde un homenaje póstumo a su madre, una violinista especializada en el repertorio de Mozart que trabajó en la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires y cuya memoria “suena y suena”, la flamante obra de Neuman homenajea, en vida, a su mujer, y, en el umbral de la vida —esa etapa a la que los pediatras insisten en llamar primera infancia—, a su crío. Nunca es demasiado tarde para amar; tampoco muy temprano, supongo. Los seres humanos necesitamos, cualquiera que sea el momento, cultivar nuestros vínculos afectivos con el mundo. Tanto o más importante que el lugar de donde venimos, es a dónde vamos y con quién. Orgulloso de vivir, a ratos, en las dos orillas del Atlántico, Neuman decide abrazar el acento argentino para escuchar y transcribir las expresiones inaugurales de su retoño: “Porque ahora sos vos lo que habla en brazos”.
Escribiendo, siempre escribiendo, este grafógrafo (por utilizar la invención léxica de mi paisano Salvador Elizondo) transita por un oscuro espacio lingüístico, guiado como un Dante doméstico por su párvulo Virgilio, que lo lleva de la poesía proverbial (a la que solía visitar con asiduidad a través de haikus, de paremias y hasta de una suerte de poesía mística personal) a una poesía preverbal: “Tu voz es la de un pájaro que no sabe muy bien qué es un gorjeo. La de algún instrumento indefinido tanteando su timbre. La de un cascabel en la ventana, la de esta misma brisa”. Después de Umbilical, que contempla la fase muda de su hijo, Pequeño hablante enciende y sube el volumen de la sonora. “Wait a minute, wait a minute, you ain’t heard nothing yet!” Oyendo una primera conjugación verbal en pretérito perfecto o percatándose de cómo los adjetivos (esos entes gramaticales subestimados por los manuales de escritura creativa, cuyos autores se empeñan en recomendar el uso preeminente de los sustantivos) enriquecen la realidad, Neuman subraya que ni la poesía ni la paternidad se enseñan, que ambas, al igual que el habla, se aprenden.
El autor experimentado y padre primerizo se deslinda de Hugo Ball, de Tristan Tzara y de los demás contertulios del Cabaret Voltaire —los fundadores del dadaísmo, vanguardia literaria que aludía, con su denominación extravagante, a los balbuceos de un bebé: gugu-dada, gugu-dada—, porque su experiencia estética es el producto, más que de la artificiosa racionalidad de los movimientos de avant-garde (negación de la razón que supone, triunfo de la paradoja, un exceso de razón), de un instinto natural. Como buen espinosista, para Neuman la fuente de la que emana el lenguaje no es la razón, sino la imaginación.
Eclipsado por una cultura milenaria de rencor y de violencia, el instinto paterno, para sorpresa de propios y de extraños, sí existe. Neuman propone, de manera implícita, que la paternidad va más allá de los referentes inmediatos de la literatura, que supera (o que tiene el deber irrenunciable de superar) al Crono de la Teogonía hesiódica, al progenitor de la Carta al padre, de Kafka, o al Pedro Páramo de la novela homónima, de Juan Rulfo. Los hombres también contamos con el derecho de amar, de sentir y de manifestar lo que sentimos, de permitirnos maravillarnos por el milagro estadístico de la vida. Pequeño hablante lo reivindica y muestra, a cada página, su ejercicio.
La ínfima probabilidad de nacer contrasta con la completa certeza de morir. Nuestros hijos —o, en ocasiones, nuestros hermanos menores, nuestros sobrinos o nuestros alumnos— son los maestros disfrazados que nos imparten una asignatura pendiente: “Lo curioso es que así me protegés. Me enseñás, postergándome, un arte más sutil. A ser el aprendiz de mis limitaciones”. En Pequeño hablante, Neuman nos invita a presenciar un doble nacimiento: el del lenguaje y el del ser humano. Testigos de su felicidad, en esa “obra multigénero” vemos que la poesía precede a la lengua materna, que al ser ésta accidental, contingente y extranjera, es aquella la que nos alumbra.