O futuro. Abraham Gragera. Valencia: Pre-Textos. 2017. 100 páginas.
Pareciera que Fernando Pessoa tiene, para cada uno, para cada duda nuestra, una respuesta que apacigua. La tiene para nuestras incertidumbres en el ámbito de la creación y ciertas oquedades del vivir. O eso pensamos. Sucede que lo dice él mismo o alguna de sus otras voces, tantas y tan complejas que solo nos queda seguirle la pista a larga distancia. Su universo heteronímico da para mucho. Fue en uno de sus libros, El libro del desasosiego, donde me topé con una frase que no me abandona, y que, por el contrario, se refuerza, se encarama, mejor dicho, en mis argumentaciones escritas. La cita es más o menos esta: el ritmo se despliega plenamente no en el verso, sino en la prosa. Cada fragmento de ese libro, al menos muchos de esos fragmentos, se dejan llevar por un ritmo dilatado, movido, a lo mejor, por las motivaciones cotidianas del poeta de Lisboa, de sus diligencias oficinescas o sus internadas en algún refugio de escritura solitaria.
En la prosa, los linderos rítmicos varían y están al servicio de las capacidades y las ganas de ir más allá de los pactos normativos; la frase se puede alargar indefinidamente, pueden aparecer yuxtaposiciones, omisiones, subordinaciones, cierres súbitos, enumeraciones, no a la manera de lista indefinida e imprecisa, sino como prolongación del goce. Las frases breves y delimitantes también tienen su lugar, su hogar, en este convite. Un gerundio precedido por dos puntos, por ejemplo, produce un eco sonoro, estimulante, vaya que sí. Una a una, y sin aviso previo, las palabras se encadenan y se mueven por el oído que empuja el sentido. El oído es un sentido, lleno, que también tiene una semántica propia. Una semántica acústica, podríamos decir. Parte de estas intenciones las hallamos en O futuro (Editorial Pre-Textos, 2017), tercera publicación del poeta madrileño Abraham Gragera, quien ha logrado, con este título, el “Premio al Mejor Libro del Año” en su España natal.
Abraham Gragera (Madrid, 1973) ha publicado, además de O futuro, los títulos Adiós a la época de los grandes caracteres (2005) y El tiempo menos solo (2012). También se ha desempeñado como traductor en lengua inglesa y francesa (Louise Glück, William Stanley Merwin y Pascal Quignard son algunos de los autores traducidos por él). Es licenciado en Bellas Artes egresado de la Universidad de Salamanca. Por la distancia entre uno y otro libro podemos inferir que el poeta se toma el asunto creativo con relativa paciencia.
O futuro emplea como epígrafe dos versos del poeta británico Stephen Spender: “Y quizá la esperanza iba por un camino/que no teníamos costumbre de mirar”. Gragera centra sus intenciones en esa búsqueda que implica el tránsito terrestre y los hábitos de la mirada. Busca, cómo no, la esperanza, la suya, la de los suyos; el resultado se pone a prueba en este conjunto de poemas que no se aleja de las pulsaciones cardíacas, del propio trascurrir vital, de la experiencia familiar, los dramas del exilio (como en uno de los poemas finales del libro) y las querellas socio-políticas sutilmente nombradas. En O futuro las elucubraciones ontológicas se dan con tal espontaneidad, de manera tan natural, llana, que se ajustan plenamente a las bisagras estructurales del poema, fortaleciendo las intenciones paternales (autobiografía sutil). En ese saco amoroso, los nuevos nexos afectivos también llegan de la mano de la unión matrimonial: el amor conyugal, ahora sí, es nombrado por el poeta con tal sobriedad y distancia que no deja margen al desborde sentimentalista, mucho menos al deslave apasionado. Lo que notamos es un cuadro de ponderados y moderados colores, y no brochazos irregulares: la voz del texto habla en una boda civil: la unión entre dos seres que dicen sí y se desean a la intemperie natural, ese verde domesticado de cualquier urbe (“y la felicidad, más que mi fuerte/es este estarse así, desprotegido”).
En medio de todo, Gragera toma conciencia de las dimensiones del verso: largo o corto, no importa la extensión, el verso está al servicio de las intenciones sonoras (de allí la alternancia entre el versículo, la prosa, el verso de mediana extensión y de la línea poética cortísima, tan visible en el poema “V. 19 de noviembre”, en el cual una, dos o tres palabras son suficientes). El recurso autorreferencial es tratado con bastante cuidado, sin excesos, sin mostrar todos los engranajes: la metapoesía llega, así como un breve anuncio, quizás como remate o cierre, en estrofas finales. Gragera está al tanto de esto y, además, de la voluntad de no olvidar el oído: “escribí versos para la ocasión//sonaban bien/pero no se entendían”.
Abraham Gragera va del discurso nítido, bastante legible, al discurso con predominio del juego claroscuro, de notas grises, más bien plomizas. Quien habla es una voz madura, con esa madurez propia, digamos, de quienes han llegado a los cuarenta, con estado civil definido, con ejercicio profesional y con los instrumentos adecuados para ejercitarse en el lenguaje poético. O futuro podemos leerlo de manera retrospectiva. Como un balance o un ajuste de cuentas con la propia experiencia, vale decir, con las vivencias y privaciones (“…de tanta iniquidad acumulada, tanta renuncia, tanta indiferencia, y tanta compasión que nada pudo”).
Néstor Mendoza