Hogarth Press, a division of Random House, 2023. 320 páginas.
El invencible verano de Liliana. Una hermana en busca de justicia, ganador del Premio Pulitzer en el 2024 en la categoría de memorias y autobiografías, es la historia de una joven brillante, Liliana Rivera Garza, asesinada por su novio de la escuela secundaria Ángel González Ramos, que, posteriormente, desapareció de México y nunca fue convicto. En 1990, cuando fue asesinada, Liliana tenía veinte años y, habiéndose mudado desde Toluca para poder estar cerca de su escuela, estaba viviendo en la Ciudad de México, donde estudiaba arquitectura. A la hora de su muerte, su familia estaba fuera de México. Cristina Rivera Garza, su hermana mayor, estaba estudiando en Houston y los padres de las jóvenes estaban en Europa, en un viaje que había sido largamente esperado.
Rivera Garza ha querido escribir este libro por treinta años, desde la muerte de su hermana, pero en ocasiones anteriores fracasó al intentarlo. Luego de la muerte de Liliana, en un sistema judicial que culpa a la víctima y a su familia, Rivera Garza y sus padres fueron enfundados en un manto de vergüenza y silencio. Sobre la tumba de Liliana, la autora escribe “estamos envueltos de culpa y vergüenza”. Y la pregunta que nos hacemos es “¿Por qué no podríamos haberla protegido?” La autora quiso escribir este libro porque no quería que su hermana desapareciera, pero también se vio impulsada a rescatarla de una narrativa donde se la consideraba una víctima. Rivera Garza escribe para liberar a su hermana de estereotipos que se contradicen: una nadadora disciplinada, una inocente, alguien con un pasado, una mentirosa, una mujer que quizás sea demasiado libre. No fue hasta el 14 de junio del 2012 que el femicidio, el asesinato de una mujer o niña por ser mujeres, se reconoció en México y se incorporó al código penal. Tuvo que pasar tiempo y la lengua tuvo que cambiar para dar lugar a un clima en el que, como María Elena de Valdés escribió en The Shattered Mirror: Representations of Women in Mexican Literature, las narrativas de mujeres pudieran recibirse.
El libro comienza con Rivera Garza acompañada por una amiga visitando los juzgados en la ciudad de México: una ciudad que ama, una ciudad que, dice, también puede matarte. Cuando va para reabrir el caso de su hermana, le preguntan qué es lo que está buscando; pero no puede hablar. Le llevó treinta años decir la palabra: justicia. Para poder hablar, era necesario un cambio en la lengua. En el 2019, en una manifestación en el centro de Santiago de Chile, un grupo activista, La Tesis, se apropió del lenguaje tradicionalmente aplicado a las mujeres, como Liliana, que han sido víctimas de violencia de género en la que los perpetradores han quedado impunes: “La culpa no era mía / ni dónde estaba / ni cómo vestía”.
“Rivera Garza se entera de que González Ramos había estado pagando a drogadictos que estaban enfrente del apartamento de Liliana para mantenerlo al tanto de sus idas y venidas.”
Asimismo, luego de treinta años, Rivera Garza abre las siete cajas y los cuatro cajones de madera que contienen las pertenencias de su hermana— cajas que han sido almacenadas, sin abrir, en la casa de sus padres. Las cajas tienen borradores de las cartas de Liliana a sus primos, sus amigas de la escuela secundaria y de universidad en su imprenta meticulosa, todas archivadas. Rivera Garza dice sobre su hermana: “Liliana fue la verdadera escritora de la familia”. Cristina traza el recorrido del último invierno de Liliana a través de sus notas, de los cuadernos Scribe en papel cuadriculado que prefería su hermana, las anotaciones en trozos de papel, servilletas, borradores de cartas nunca enviadas, transcripciones de poemas y letras de canciones como las que cantaba la cantante Cubana Eugenia León: “Porque digas lo que digas / ya soy parte de tu vida / y contra ti mismo no has de atentar”. Liliana fue una joven que escribió “asiduamente hasta el último día de su vida”, a la que todavía le encantaban las calcomanías de Hello Kitty. Con la ayuda de su esposo, Rivera Garza también entrevistó a los amigos de Liliana de la universidad. Es a través de estos testimonios, así como la misma escritura de Liliana, que recrea ese tiempo maravillosamente, que sabemos sobre ella y su mundo. Como si ese presente en el que Liliana llegaba a las clases de la Universidad Autónoma Metropolitana en Azcapotzalco nunca hubiera desaparecido.
El epígrafe del primer capítulo de El invencible verano de Liliana es un verso del poema “Límite” por la escritora feminista Rosario Catellanos: “Aquí, bajo esta rama, puedes hablar de amor”. Castellanos escribió sobre la lengua como un instrumento de dominación, una manera de separar y dividir, de establecer control. El machismo ha estado enraizado en la cultura mexicana de una manera que define la identidad social de los hombres y las mujeres, en una cultura donde las canciones de amor pueden llegar a mostrar violencia. Históricamente, cuando un hombre asesinaba a su pareja íntima, se lo consideraba un crimen pasional. Pero cuando un hombre mata a su pareja íntima siempre ha habido incidentes de violencia previos. Es claro que, según la escritura de Liliana, hubo incidentes de violencias previos. Rivera Garza se entera de que González Ramos había estado pagando a drogadictos que estaban enfrente del apartamento de Liliana para mantenerlo al tanto de sus idas y venidas. En el sistema político de México, donde los hombres están privados de derechos, los seres sobre los que tienen poder son las mujeres en su vida. El asesino de Liliana era uno de esos jóvenes sin derechos que ejercía control sobre su novia, que estaba intentando liberarse de él, entrando a su departamento por la noche y estrangulándola en su cama.
En el último capítulo del libro, “Clorina”, Rivera Garza cuenta sobre cómo comienza a nadar nuevamente —una actividad que las dos hermanas, nadadoras competitivas en la escuela secundaria, compartían. Solo se permite la angustia cada vez que ha terminado de nadar. Y es cuando se lastima el hombro y no puede nadar más que escribe este libro.
Traducción de Adriana Vega