Libro de conjuros. Emiliano Orlante. Buenos Aires: Buenos Aires Poetry. 2016. 72 páginas.
El descenso a los infiernos o la experiencia del instante, un viaje atemporal o un ritual de expiación pueden construir alternativas frente a las abrumadoras derivas del tiempo. Libro de conjuros, el primer poemario de Emiliano Orlante publicado por Buenos Aires Poetry (2016), poetiza esas construcciones.
Cuatro partes componen Libro de conjuros, en cuyos versos el tópico de los efectos del tiempo se reitera a la manera de un síntoma neurótico. La serie tiempo, la primera del libro, parece apoderarse del poemario entero a medida que se avanza en la lectura. Lo terrible del hechizo temporal es que “amenaza siempre / con devorar / todo / para transformarlo / en nada” (22) y “hace / de un concreto momento de felicidad / una ilusión; / de todo, / nada; / de un héroe, / un fantasma” (22-23). Los poemas “As a Surfer Riding a Wave” y “tic Tac” giran en torno a la idea del tiempo como un gran destructor y transformador. La transformación, producto de este hechizo macabro, también constituye un tópico recurrente a lo largo de todo el libro. El tiempo nos ha dejado “las ruinas de una moderna civilización” (41) y “restos de Afrodita” (42). Se trata de un tiempo que manufactura huellas, nos marca, nos transforma y nos impide captar el instante.
En poemas como ‘El viaje’ y ‘Sacrificio’, las páginas se mueven y nos llevan, en un viaje modernista, a una ciudad podrida y hedionda en la que el yo lírico se transforma en un fantasma sin corazón. Las pútridas aguas y los valles de basura constituyen un paisaje que se opone a la exaltación de la naturaleza propia del romanticismo de un modo que nos recuerda a The Waste Land (teenage wasteland, ¿tal vez?) de T. S. Eliot. En sus líneas, el libro de conjuros invoca voces y fragmentos de un pasado literario. Dentro de este paisaje, el comienzo y el fin se confunden: “Todo parece el fin, / o más bien, / por qué no / el comienzo” (42). El tiempo ya no es el mismo, el devenir lógico de lo actual puede ser “uno de los tantos reflejos del futuro” (41). “Dicen que en el fin del mundo comienza la vida” (45) y, así, en la confluencia del pasado, del presente y del futuro, el síntoma temporal insiste en volver a deslizarse entre los versos. Frente a un espacio de degradación, decadencia y de completa corrupción por parte de las fuerzas del tiempo, se introduce la posibilidad de una salida de la lógica lineal.
Las estructuras a partir de las cuales racionalizamos la experiencia inasequible del tiempo son constantemente problematizadas en el poemario. El poema ‘El momento’ comienza: “La creencia en un momento propicio siempre es pretérita / el presente cruel”. Y finaliza: “El futuro, desde aquí, / sólo puede ser desolador/ Ayer / era el día / hoy / ya es tarde” (24). La imagen de un presente degradado en contraposición con un pasado idealizado emerge en este poema, acaso como un nuevo efecto del tiempo sobre la vida. Sin embargo, en el Libro de conjuros, todas las formas del hechizo del tiempo parecen desesperanzadoras. Sobre el final del poemario, se nos refleja no solo un presente vacío, sino un “pasado / también vacuo” (62). El pasado es el lugar del cual provienen los fragmentos de recuerdos, vivencias e imágenes. El pasado es lo que está perdido por la lógica inherente al tiempo y pareciera que nada que puede hacerse al respecto.
A lo largo de todo el poemario encontramos rastros de algo que se ha perdido, algo que ha sido marcado y transformado por este poderoso hechizo; una fruta que se ha echado a perder o una noche extinguida. Con mayor o menor fuerza, la muerte nos da una visita en cada uno de los poemas. Es por esto que, en ‘¿Una instantánea?’, en contraposición con el tiempo, se nos presenta la idea de instante asociada con la de libertad: “¡Esa es la instantánea! / ¡Detente! / efímera coincidencia / ¿Libertad puedo llamarte? / no te escurras / porque recuerdo / puede ser ahora” (26). Se trata de un instante que puede contener toda la eternidad. En ‘Apertura’, el poeta se posiciona desde el punto de vista del lector y marca textualmente el momento presente de la lectura. Leemos en el poema inicial: “el instante / inasible / denso y fútil / como estas páginas / que ahora / se mueven” (21). De modo que la lectura también compone un instante. Si la escritura es evidencia de los efectos del tiempo, de la muerte y de la pérdida, ¿no es la lectura aquello que puede recuperar un instante de lo perdido?
La reflexión en torno al pasado, al presente y al futuro que cruza todo el poemario trae consigo la pregunta sobre la relación entre el hombre y el destino. “¿Somos verdaderos arquitectos de nuestra existencia / o / realizamos la mejor de las opciones que se nos presentan?” (27), leemos en ‘tic Tac’. Todo hechizo necesita de alguien que lo ejecute, pero, ¿quién es el hechicero? En ‘Sacrificio’ se exclama: “¡Qué decepcionante cuando todo sucede tal cual uno lo prevé! / ¡Irremediable existencia humana!” (44).
Para Emiliano Orlante, docente e investigador de la Universidad de Buenos Aires, el tiempo en Libro de conjuros es el hechizo principal y es un tirano colosal. Aunque las posibilidades de escapatoria de su red no son excesivas, algunas se dejan entrever en los poemas: el instante, el ritual, el infierno, la poesía. Una lectura de los conjuros que acompañe el movimiento de las páginas puede llegar a evocar el instante e irrumpir en la lógica lineal y destructora del tiempo.
Betania Vidal
Universidad de Buenos Aires
University of New Mexico