Miami: SED Ediciones. 2024. 208 páginas.
En un momento de La vida papaya en Nueva York, el escritor Ulises Gonzales recuerda las estrofas de un jingle: “venga, venga el sabor de Inca Kola, que da la hora en todo el Perú, la hora Inca Kola…”. La canción anudada a ese producto, un dudoso brebaje sabor chicle, comprado por una empresa multinacional, lo transporta a su Lima natal y a una primera juventud desaparecida.
Hay en ese viaje nostálgico una cantera de historias que serán eco de otras vividas en tierra estadounidense. A poco de empezar este libro de crónicas y ensayos personales queda claro que Lima es el pasado al igual que tantas otras calles de la ciudad de New York: el que recuerda es ahora un hombre maduro –Gonzales llegó a Estados Unidos en noviembre del 2000–, alguien que, confiesa, escribe para entender, “para verlo más claro”.
¿Y qué es lo que puede ver más claro? Por un lado, el testimonio de una educación sentimental noble estimulada por el mito de una ciudad que siempre se transforma, aunque deduzcamos que el esplendor contracultural se apagó décadas atrás; por otro, la potencia de una vida creativa.
Estos textos de no ficción se leen como una novela donde el protagonista, junto a una galería de personajes, transita por distintas realidades. Para el caso, la representación de su país está asociada a un sector de la población que trabaja incansablemente para pagar colegios privados, cobertura de salud, que dedica gran parte de su tiempo a batallar contra un sistema que los quiere expulsar:
Se me ocurre que la clase social peruana no sólo explica montos de dinero en las cuentas, sino más bien las posibilidades de mantenerse a flote: las oportunidades, la educación, las palancas para abrir puertas y conseguir trabajos, cierta facilidad en el plano social para ocupar puestos públicos y para gobernar.[…]. “Clase media”, en el mundo, puede referirse a tantas cosas. Depende del país, de la ciudad, incluso del barrio. En el Perú, ese término también abarca a sobrevivientes, a quienes, casi sin dinero, se agarran con las uñas a ciertas condiciones de vida.
En contraposición, emerge el mito de Estados Unidos donde todo es posible. Y New York siempre es una promesa que solo pide a cambio otra especie de sacrificio: uno que tiene mucho de esperanza tangible. Aunque en Lima había publicado algunos textos, Ulises Gonzales se hace escritor en tierra extranjera. Quiérase o no, en esta realidad se alinea la narrativa del sueño americano.
“Cada uno de los textos reunidos es una huella estimulante del viajero que en el deambular existencial la deja como si fuera un retrato de la época que le tocó en suerte”
Sin embargo, en la aventura de los sinsabores y logros no hay vanidad. La única respuesta a los años difíciles es salir adelante:
Mi primer trabajo consistía en abrir la tranca eléctrica de un estacionamiento, en un edificio de consultorios médicos en White Plains. Después me contrató Andrew, un gordo bueno te de apellido italiano, al que se le caían los pantalones cuando corría a estacionar los autos y se le veía el poto. Trabajé para él hasta el 2015, estacionando carros, metido en una pequeña caseta dentro del club de golf más antiguo de los Estados Unidos. Los viernes empezaba a trabajar a las 8 de la mañana. Me levantaba en Brooklyn a las 4 para poder tomar el metro y luego el tren de cercanías que me llevaba a White Plains. Desde White Plains tomaba un autobús hasta Elmsford, a la esquina de White Plains Road con la Interestatal 287. Desde ahí caminaba 15 minutos hasta el club de golf.
La vida papaya en Nueva York tiene un estilo que se afirma en contarlo todo, que marca su propio ritmo que es sereno y reflexivo, tal vez ideal para una ciudad delimitada por vivencias íntimas: “Fui un tipo muy inseguro hasta que nacieron mis hijos. Ellos me hicieron mejor persona”.
Cada uno de los textos reunidos es una huella estimulante del viajero que en el deambular existencial la deja como si fuera un retrato de la época que le tocó en suerte. La escritora española Sara Cordón reflexiona: “Para Ulises Gonzales, New York no es la estereotípica gran manzana, sino una fruta desmesurada, carnosa, hispana. Una ciudad compleja y hostil a la que consigue sacar el jugo, haciéndola más leve, más deliciosa y disfrutable: más papaya”.