España: Lumen, 2024. 266 páginas.
Como yo fui desde siempre un aficionado a las letras y a las
artes, al viajar, los distintos sitios van evocando las
existencias de esos amigos que el recuerdo guarda, pintores,
escritores, y muchas veces la existencia virtual recordada se
hace más apremiante en su realidad, más intensa, que los
simples señores que por la calle caminan.
José Donoso, Diarios tempranos (1950 -1965)
Entre los escritores existe una conexión necesaria e ineludible. Esta red y puntos de enlace nos podrían llevar a pesquisas interminables. Se trata de una correspondencia viva, más allá de los estudios y de la lectura, más allá de la obra. Un intercambio que fluye también a través del pensamiento y la ensoñación. Comparten experiencias, preguntas y dudas. El tiempo no es una barrera, nunca la muerte. Si pudiésemos asimilarlo a un sentimiento real, este sería el de la amistad. Amistad sometida al paso del tiempo, que nace y se fortalece con el trato. Se comienza por la admiración, pero también hay espacio para el desacuerdo y el desengaño, siempre movidos por el intento de comprender al otro. Bajo esta premisa podemos comprender la forma en que la escritora y ensayista Jazmina Barrera (Ciudad de México, 1988) aborda la vida de la escritora mexicana Elena Garro. No estamos frente a una biografía cabal, como confiesa la autora:
Podríamos hasta cometer el error de confundir a los muertos con libros, pero ninguna vida cabe en un libro. Harían falta varios baúles, archivos, bibliotecas y hemerotecas para abarcar la vasta, inaprensible vida de Elena Garro, y esto que escribo no aspira a tanto. Estamos frente a un retrato personal.
Barrera nos cuenta que, en 2016, a sus 27 años, mientras cursaba una maestría en Nueva York donde debía terminar una novela que agonizaba, la profesora le recomendó leer el libro de relatos de Garro, Andamos huyendo, Lola. Ese fue el primer encuentro. Los cuentos la fascinaron, pero en paralelo surgió una pregunta: ¿por qué una estudiante de literatura cursando una maestría en Nueva York había tardado tanto tiempo en llegar a Elena Garro? Tiempo después, ya siendo una autora reconocida, le proponen escribir un libro sobre ella. Llevada por el entusiasmo de la lectura de un par de libros de la autora y desconociendo los detalles de su vida, aceptó sin saber en el lío en que se estaba metiendo.
En Cuaderno de faros, uno de sus libros anteriores, Jazmina Barrera sale a terreno, y se propone visitar, estudiar y coleccionar estas notables construcciones. Contar las historias que albergan, indagar sobre esa labor solitaria y, a veces, olvidada. Nos recuerda que su denominación en inglés, lighthouse, se puede traducir como “casa de luz”. Una luz que guía en la oscuridad y señala el peligro. Pero también cae en la cuenta de que no podrá abarcarlos todos. Quedarán los no visitados, los ignorados, inevitablemente habrá puntos ciegos en su investigación.
Existe un paralelo en la forma en que se aproxima a Elena Garro, pero, en esta ocasión, no se trata de un objeto; independiente de las posibilidades simbólicas que posea, estamos frente a una persona compleja y contradictoria. En presencia de una escritora que puede ser, y a veces lo fue, una casa de luz. Pero no solo la refleja, también la absorbe. También es sombra, y esa sombra está en movimiento y fluctúa junto a la historia de su país, a la literatura latinoamericana del siglo XX y junto a un complejo matrimonio con Octavio Paz.
Barrera se sumerge en el universo de Elena Garro. Nuevamente va por todo, se sumerge en sus novelas, cuentos, obras de teatro, archivos, diarios, cartas y entrevistas. “Mientras leo, tengo la sensación de que me da la literatura que más me gusta: la de estar mirando a través de la ventana y ver de pronto sobre el cristal, como un espectro, mi propio reflejo”. El resultado, lo que decide entregar al lector, son apuntes, fragmentos, voces e imágenes que va hilando a lo largo del libro. Un retrato que posee varios planos, donde se entrecruzan la biografía y la investigación. Construye una contundente Elena Garro mientras pinta su propio reflejo por detrás de la biografiada.
Al comienzo del libro, nos revela los hechos que llevan a la madre de Elena Garro a abandonar a su marido y embarcarse a México… Veracruz y luego Puebla, donde nace la autora en 1916. Un comienzo de vida en fuga. José Garro, el padre, las alcanza un tiempo después y se instalan en Ciudad de México, pero pronto se trasladan a Iguala, en el estado de Guerrero. Es ahí donde comienzan sus años de aprendizajes, a los que volvería constantemente. Formación marcada por la lectura y por la atmósfera. Entre los diálogos de Platón, la cosmovisión de los nahuas; los árboles, los animales y el campo. Esa vida, ese lugar, quedará como referencia y fuente de inspiración para el resto de sus días. En paralelo, a vuelta de página, Jazmina Barrera accede a los Elena Garro Papers en la biblioteca Firestone de la Universidad de Princeton. Accede a parte de la información que está compartiendo con nosotros: telegramas, cartas, recibos, libretas de anotaciones. Pero también hace uso de las obras de la Garro, desde donde extrae de manera quirúrgica el retrato que esconde la ficción.
“A través de estos apuntes, fragmentos e instantáneas, se nos va revelando una Elena Garro humana y odiosa, equívoca y admirable.”
Elena ingresa a la Facultad de Filosofía y Letras de UNAM en 1936; se entusiasma con el ballet, la actuación y la coreografía. Por esos días conoce a Octavio Paz, inicio de una relación legendaria y tormentosa. De amor, odio y rivalidad. De amenazas, celos y control. Una travesía vital, donde sus protagonistas se levantan y destruyen. Un matrimonio que comienza de forma violenta, donde una muy joven Elena Garro debe mentir sobre su edad. Luego viajan a España al Congreso de escritores antifascistas durante la guerra civil; de esta experiencia nacería Memorias de España, 1937, donde describe de forma crítica y burlesca la actitud de algunos de los asistentes. El Octavio Paz que enfrentamos en estos primeros capítulos es dominante, celoso y, a veces, brutal. Pero la relación, que duró cerca de dos décadas, y de la cual nació la única hija de ambos, está llena de paradojas y vuelcos, amor, dudas, violencia y arrepentimiento. No deja de ser sintomático que Los recuerdos del porvenir, la primera y más famosa novela de Elena Garro escrita en 1952 durante una convalecencia en Berna, no se haya publicado hasta diez años después. Es posible que la sombra de Paz, que la siguió toda su vida, sea una de las razones de la tardanza. Pero, al mismo tiempo, cuando se le otorgó el premio Xavier Villaurrutia en 1963, Paz era parte del jurado.
La autora se detiene y baja la velocidad del relato en los hechos que sucedieron alrededor de la matanza de Tlatelolco en 1968 bajo el gobierno de Díaz Ordaz. Elena criticó públicamente a los intelectuales de su país por haber incitado a los estudiantes a participar de esa protesta que costó la vida de alrededor de 300 personas. Esto marcaría su expulsión del ambiente intelectual mexicano y el comienzo del exilio junto a su hija por más de dos décadas.
A través de estos apuntes, fragmentos e instantáneas, se nos va revelando una Elena Garro humana y odiosa, equívoca y admirable. Nos enteramos de viajes, ciudades y amantes. Vemos cómo enfrenta la maternidad, la política, los mecanismos de la rabia y el odio a Paz. De a poco se va configurando una colaboración entre las dos escritoras nacidas en el mismo país, pero habitantes de distintas épocas. Dos periodos que contrastan en su sensibilidad. El comportamiento pasional, errático, cambiante e intuitivo de la primera bajo la mirada de los tiempos actuales. Una mirada aséptica, piadosa, de una generación que ve con desconfianza los errores del pasado y en esa materia vuelve a dar con puntos ciegos. Barrera a veces duda, se pierde y desespera. Se dice a sí misma que desea hacerle justicia a la escritora mexicana, pero luego, en el fragmento siguiente, se arrepiente: “Qué pretencioso eso de hacerle justicia. Elena no me necesita. Más vale admitir de una vez que este libro lo hago por mí”. En ese momento se abre otro plano en el libro, el punto ciego en este caso no es lo ignorado o lo no visitado. Se encuentra en la naturaleza de Elena Garro. Se encuentra en esos movimientos que, dentro de cualquier persona, vagan sin cesar. Barrera no solo investiga; se obsesiona por comprender a la otra, le habla, le escribe y también la sueña. Y en ese sueño ve a Elena Garro escudriñando en sus propios documentos en busca de respuestas sobre sí misma.
En esa misma exploración, la autora destaca el concepto de “nostalgia de la catástrofe” que aparece en la obra de Garro y lo instala en la memoria del lector. Lo deja flotando como energía que define los actos de una persona, mientras continuamos recorriendo los años vividos en el destierro, la precariedad, el delirio y la rabia. Luego la vuelta a México, el resurgimiento de su obra y la transfiguración en personaje, hasta el final de sus días, junto a su hija, sus gatos y los cigarrillos que intercalaba con el uso del tanque de oxígeno que necesitó por un enfisema pulmonar. Los detalles, las voces y las imágenes son variadas y riquísimas, a veces tristes, violentas, divertidas, siempre interesantes. La investigadora comienza a ceder en sus preguntas, en su intento de un conocimiento total. Entonces vamos comprendiendo que detrás de estas anécdotas y símbolos, de estos datos y sucesos, comienza a erigirse la obra. Sospechamos que este tipo de temperamento, esta fuerza expansiva que arrastra consigo lo que venga por delante, es terreno fértil para una gran literatura donde se materializan los varios Méxicos que componen México, desde el interior del país y también desde la distancia. Una obra, que es una ceremonia contradictoria, hecha de entusiasmo y angustia.
Jazmina Barrera lo logra. A través de este ejercicio personal logra revitalizar a Elena Garro; le hace justicia. Nos demuestra que su peculiar forma de habitar el mundo está plasmada en Los recuerdos del porvenir, en La semana de colores, en el sorprendente cuento La culpa es de los Tlaxcaltecas, está grabada a lo largo de su trabajo. Nos demuestra que, a pesar de su humanidad falible y multifacética, se detuvo frente a una interrogante clave para la literatura, para el arte: ¿cómo se hace tiempo? No hay nada más difícil que “hacer tiempo”. “Su obra entera puede leerse como un tratado sobre el tiempo y la memoria”. Luego de eso, es imposible quedarse en La reina de espadas sin ir tras la lectura de Elena Garro.