La Panamericana. Santiago Elordi. Madrid: Editorial La Huerta Grande, 2018. 176 páginas.
El año pasado vio la luz una de las más recientes novelas del escritor y documentalista chileno Santiago Elordi: La Panamericana. Fue la editorial La Huerta Grande la que apostó en este momento por él, segura y firme en su creencia de que, efectivamente, este libro llegaría a consolidarse como una de las lecturas imprescindibles de este año.
Sin embargo, no decimos con esto que La Panamericana sea una novela comercial, de esas que escalan puestos entre los «más vendidos» de las librerías y cuya atención desborda a los lectores tras monstruosas campañas de promoción. Dentro de las posibilidades de esta nueva publicación se esconde, quizás, la más importante de las intenciones del arte: La Panamericana es por méritos propios un ejemplar de culto porque se construye (y culmina así, casi sin darnos cuenta) agitando conciencias e instalando la duda.
Porque existe un enorme abismo entre la literatura de consumo y la literatura underground o alternativa. No es cuestión de trazar un paradigma generalista sobre las editoriales y los medios que fomentan uno u otro tipo (en una realidad de grises y excepcionalidades como es la de la literatura, tal discusión podría llevarnos días, semanas, y no nos serviría para nada más que para acabar sin ningún tipo de conclusión al respecto), sino de evidenciar lo importante que resulta apostar por libros que fomentan la construcción de una opinión crítica con lo que nos rodea.
Así hemos sentido (y no visto, ni analizado, sino sentido) que trabajaba la nueva novela de Elordi, La Panamericana. Surgida de las notas del propio autor, aquellas que compilara años atrás en una similar ruta a través de distintos países de América, narra la historia de Vicente Concha y el camino que deberá recorrer, no solo física sino también espiritual e intelectualmente, de vuelta a su natal Santiago de Chile. «Un personaje literario», refiere el propio Elordi, «bastante conocido, un viajero existencial tipo El extranjero de Camus, ahogado en su propia libertad, bordeando la autodestrucción». Y es que volverá a la capital chilena al descubrir que tiene una hija en aquella ciudad, lo que será el primer punto de inflexión en su vida. Se pondrá entonces en camino hacia un aparente punto de partida, un regreso y un recorrido que evidenciará, a través de su narración locuaz, analítica y romántica, el efecto del tiempo y de la experiencia vital en la comprensión del mundo.
El segundo punto de inflexión es aquel que da forma a su diario y lo divide en dos secciones de teologales ecos («Antes de la caravana» [AC] y «Después de la caravana» [DC]). Se produce cuando conoce a los tres en un puerto del Amazonas colombiano: Ivonne, Max y Jerónimo, unos personajes cargados de un extraño misticismo cambiarán entonces la vida de Vicente, quien se convertirá en ese momento en el conductor de su Bugatti y se unirá así, de forma irremediable hasta el desencadenante de su destino, a la ruta que el grupo se trazó a lo largo de la carretera Panamericana.
Y de esta forma nos aventuramos nosotros también en un fantástico cruce de caminos entre la memoria y el futuro, lo evidente y lo aparente, el peso de la realidad y la levedad de la misma cuando, como Vicente, somos capaces de relativizar el mundo. La Panamericana insta al lector a enfundarse las gafas del continuo interrogante, pues no habrá otra forma de entrar a este mundo salvaje y recóndito que abarca desde los exuberantes bosques amazónicos hasta el desierto de Atacama y los hielos del sur.
Santiago Elordi ha escrito una obra absoluta que ataca de forma contundente las distintas dimensiones del amor, la amistad y los escenarios de la vida. Su novela es un canto a la libertad individual (aquella que Vicente profesa y que nos enseña con el ejemplo) y la salpica de un lenguaje poético ensimismado en la pureza de sus intenciones; La Panamericana puede ser poesía novelada, integridad viciada de posibilidades y preguntas sobre quiénes somos, qué nos rodea, qué nos depara el futuro.
Tenemos ante nosotros una narración de frontera de ecos beatnik, no solo por aquellas fronteras físicas que Vicente y los tres recorrerán, sino también por esa elegante, vivificante forma de saltar por encima de los límites y convencionalismos sociales que tanto nos marcan y aprietan en las muñecas. La Panamericana atesora las inquietudes más mundanas y nos muestra lo excelso de ese universo trivial, así como la magia de una grandilocuencia literaria que surge más de la dimensión chamánica de los personajes que de su propia condición humana. Así nos adentramos también en la problemática del actual mundo globalizado, gobernado por totalitarismos tecnológicos, pues Vicente nos habla en el epílogo aún tratando de encajar un tercer golpe vital: su posición como trabajador en una empresa de videojuegos le hará percatarse de cuán distinta era la vida antes de la irrupción de las tecnologías en la construcción de las relaciones humanas y la conciencia individual.
Se trata esta novela de una mirada vertiginosa al parecer más profundo del ser humano. Es la personalidad orgánica e independiente de sus personajes, la forma en que estos interactúan con un paisaje vivo que también responde a las impresiones del lector lo que convierte a La Panamericana en la historia de historias. Santiago Elordi puso el punto final, pero todo cuanto desde ahí comience al terminar tan apoteósica lectura es, como el camino de Vicente Concha y los tres, impredecible, apasionante, peligroso; todo radica en la belleza y potencialidad de lo desconocido y en nuestra capacidad para sobreponernos a nosotros mismos.
Sara Sanz Bonilla
Madrid