Inscripción de la Deriva. Ismael Gavilán. Valparaíso: Ediciones Altazor. 2017. 218 páginas.
Ismael Gavilán (Valparaíso, 1973) ha publicado poemarios como Llamas de quien duerme en nuestro sueño (1996) y Raíz del aire (2008), pero es autor también de una nutrida obra crítica que pretende iluminar zonas aún oscuras de la literatura chilena más o menos reciente, y releer –que es lo mismo decir repensar– cierta estela de autores desdeñados y olvidados ya sea o por cambio generacional o por mutación de conceptos y de costumbres, aunque todos vigentes, sin duda. Me refiero a escritores como Luis Oyarzún (1920), de quien Gavilán publicó el artículo “La escritura fracturada o la transgresión de lo cotidiano” en 2009, y que ahora ha tenido un revival interesante, empujado por dos conceptos clave o huellas que atraviesan sus dietarios, su obra magna creo: la ecología y la homosexualidad. Otro autor, en una órbita alejada si no contrapuesta a la de Oyarzún —señalo especialmente lo político— es Martín Cerda (1930): teórico del ensayo, barthesiano y estilista, a quien Ismael ha dedicado un ensayo breve llamado Martín Cerda: fragmentos de un mapa escritural (Inubicalistas, 2015), brote del que crecerá otro libro mayor, aún inédito. De Cerda hay publicado poco. Su obra mayor, La palabra quebrada: ensayo sobre el ensayo (1982), es uno de los libros más bellos escritos en Chile sobre el tema. Ejecutado con calma y erudición, y estrategia, logran que el lector se figure el mapa del ensayo, género relativamente nuevo, y que siempre demanda alguna directriz que lo diferencie de esos otros géneros milenarios con los que debe compartir papel. No hay mucho más publicado de él, por lo menos en Chile. Cabe destacar una compilación de textos breves, dispersos y dispuestos por Alfonso Calderón quien murió antes de verlo publicado por la Universidad Diego Portales en una edición que deja bastante que desear.
Sucede que el olvido cubre de una pátina interesante a las obras y a sus autores muertos, y no falta el editor ansioso que, por crear personajes literarios, rescata a un autor en proceso de obsolescencia, le inventa un mito y lo vende. El problema ocurre cuando o dicho personaje sí tenía una vida interesante, pero no tenía obra (lo que no le hace nada de bien a la literatura, pienso); o se manipula su obra al punto de volverla irreconocible.
En Inscripción de la Deriva (Ediciones Altazor, 2017), última incursión en la crítica de Ismael Gavilán, al menos en la organización del material (los ensayos más antiguos son del 96 y del 99) la ansiedad de este rescate se ve aliviada por un atento ejercicio de la lectura, de análisis y contextualización de los autores, y de un orden cuasi científico. Aquí se recogen una serie de textos (algunos inéditos) leídos en presentaciones de libros o publicados en revistas tanto de papel como digitales. Lo interesante, insisto, está en el orden y la intención que se le impregnó al conjunto.
Basta mirar los autores reseñados y percatarnos de que no estamos en el centro, sino en la periferia.
Y aquí me gustaría detenerme, y hacer el nexo con lo que dije en un principio: esta periferia no es sólo un lugar geográfico, sino un paisaje mental, la frontera entre la relectura de la obra o su olvido definitivo. La provincia es ese lugar donde el tiempo va más lento, o donde todos parecieran tomarse más del tiempo necesario. En la provincia habita el olvido. Y este libro procura una linterna y un faro que se sumerge en esa zona.
Inscripción de la Deriva es precisamente eso: un registrar lo ocurrido cuando se toma un desvío, en la caletera, en el camino de tierra, por la vía heterodoxa, quizás por ello la más oscura y difícil, por eso a la deriva, como al borde y en peligro.
En este meditado recorrido cronológico, vemos a los poetas muertos primero, y al final a los más jóvenes; la organización de los textos pretende en sí misma armar un panorama, plantear otro esquema de autores imprescindibles o fundamentales, y lo que se entiende como “canon”, aquí se desarticula de manera tal que nos vemos frente a una organización novedosa de piezas sobre el tablero, de poetas-columna como de poetas-meteorito. Cabe la posibilidad de confundirse y ver simplemente un afán totalizante y deliberado del ensayista; y frente a esto es básico contrargumentar que sólo menos de un cuarto de los poetas citados sea santiaguino, siendo que en las antologías corrientes el autor metropolitano predomina. Podría entenderse como un sesgo geográfico, incluso como el resultado de una filtración previa, bajo cierta epistemología. Sin embargo, la bajada del título nos señala otra cosa, dice exactamente lo contrario: ensayos sobre poesía chilena contemporánea. Ni de provincia, ni regional, ni pueblerina.
Tampoco pienso que el sesgo esté dado por un alzamiento visceral del autor ante el panorama capitalino de la poesía chilena; quiero decir, la organización de este nuevo canon, o anti-canon si se quiere, está ya jerarquizado, organizado; su árbol genealógico dibujado; podemos ver a padres, hijas, hijos, primas, hermanos. En ese sentido no quiere entenderse como una alternativa, sino como un otro.
Dividido en cuatro secciones, el libro de Gavilán nos da la bienvenida con su cabeza bífida o escaramuza: dos poetas como el cara y sello del canon de la provincia chilena: Ennio Moltedo (1931), el poeta del mar, y Ruben Jacob (1939), el poeta del interior. El primero con una preocupación ética (en especial en sus últimos trabajos) y Jacob con una preocupación plástica y formal (ya sea en la literatura misma como en referencia a la música). Le siguen ensayos sobre autores coetáneos y compañeros de generación, la llamada “de los noventa”, donde aparecen, entre otros: Sergio Muñoz, Marcelo Pellegrini, Marcelo Rioseco, Enoc Muñoz, Cristian Cruz y Roberto Onell. Luego, presentaciones de poemarios de escritores jóvenes, entre los más destacados, Diego Alfaro Palma, Gladys González y Fanny Campos. Para terminar con tres textos que ensayan un canon y una teoría sobre este canon. Es decir, tenemos tres generaciones y un plan.
Inscripción de la Deriva podría pensarse como el hermano gemelo del Confróntese con la sospecha (Universitaria, 2006) de Marcelo Pellegrini. Hay una suerte de canon en los autores de los noventas reseñados en ambos libros, de los que destacan en especial los de provincia, siendo no más que dos los citadinos, Roa Vial y Onell. Sin embargo, lo curioso de ambos poetas es su visibilidad en el mapa de la metrópolis: casi nula. Armando Roa ha detenido su producción, luego de armar este libro que Gavilán reseña, Ejercicios de filiación (Universitaria, 2010), su obra reunida y reescrita. El caso de Onell es definitivamente fantasmal. De ambos su poco conocimiento (Roa Vial es más leído como traductor) se deba quizás —y sea tal vez su motivo fundamental— a que bordean, no tocan el escenario santiaguino, lo que los torna, en cierto sentido, provincianos.
“De cómo un poeta provinciano charla con un poeta citadino” se llama un poema de Cristian Cruz (1973), sobre cuya obra ensaya Gavilán, y creo que allí se resume el espíritu del libro; una contraparte necesaria y un anverso de la poesía chilena que demanda un lector.
Sebastián Diez