Puerto Rico: Editorial Pulpo. 2023. 76 páginas.
Algunos tienen la ilusoria creencia de que, quien escribe poesía, necesita de espacios “propicios” para el ejercicio poético; que el poeta escribe bajo unas condiciones “ideales” en espacios físicos que invitan a la creación. Pero lo cierto es que esa concepción es sólo una fábula que en nada tiene que ver con la realidad. Lo cierto es que los poetas pueden ser agentes de seguros, taxistas, vendedores de tienda, meseros, aseadores, ingenieros, baristas, docentes, e incluso, trabajar en supermercados.
Traducido al inglés por Roberto Guzmán Hernández, Hambre nueva/New Hunger es el tercer libro de la colección Oleajes/Waves y se trata de una segunda edición extendida de Hambre nueva (2019), primer libro del poeta puertorriqueño Carlos A. Colón Ruiz. Hambre nueva/New Hunger se acerca a temas cotidianos que parecen no tener importancia, que parecen sacados de la más irresoluta realidad de algunos seres humanos. Pero es precisamente allí, en esa “aparente cotidianidad”, donde la poesía extrae su sustancia y hace de ese día a día la poética que permanece en el poemario: “Todo parece acabar / quedándonos sin decisiones finales/quedándonos en un vacío / que se alimenta de nuestra duda”.
El poeta que permanece en estos textos, hace una vida común y corriente, en trabajos que a simple vista no tienen nada de poéticos, espacios que parecen no contener poesía. Quizás sea como dicen los versos que cita Carlos A. Colón Ruiz en uno de sus poemas: “a veces la poesía viene enlatada / solo queda sacarlas de las cajas, / acomodarlas en las góndolas / y esperar que algún hambriento la busque”.
Asimismo, la rutina del trabajo que tanto nos esclaviza a los individuos es un tema recurrente en Hambre nueva. Como lectora, siento el deseo, la necesidad del joven poeta puertorriqueño en contar esa rutina, que implica no sólo el horario irreductible, sino también lo que observa en ese espacio comercial, un supermercado, en el que permanece a diario en su jornada laboral.
“EN ESTE POEMARIO LOS PRODUCTOS DE UN SUPERMERCADO COBRAN VIDA, ESTÁN EN LOS ANAQUELES, SÍ, PERO APARECEN DESPOJADOS DE SU CONDICIÓN REAL Y PROVISTOS DE UNA HUMANIDAD”
El joven poeta puertorriqueño conoce su entorno: lo huele, lo sostiene en una mano y luego lo suelta. Lo suelta en frases, en versos que dejan entrever la escena literaria de Puerto Rico, su país natal; pero también las escenas presentes en este poemario pertenecen a otros contextos y otras geografías. Ambas, conforman un elemento que discurre entre lo que el exterior muestra y lo que ocurre dentro de sí, termina por convertir el territorio habitado –o visitado– en un conjunto de imágenes que convocan a mirar un paisaje social duro y complejo.
Para ello se vale, en ocasiones, de la ironía. O puede ser, no lo sabemos, simple honestidad poética. Ciudades (San Juan, Ciudad de Panamá, La Habana, por nombrar algunas), ríos, universidades, transportes públicos; todos, espacios que sirven de soporte para crear una propuesta literaria. Así también, los personajes que rondan estos versos, muestran la hostilidad y el desafío de vivir en estos tiempos donde la violencia y la desesperanza, parecen formar parte de una lista diaria.
En este sentido, Carlos A. Colón Ruiz emplea referencias culturales variadas: la música, por ejemplo, que aparece en algunos versos, como en estos donde menciona una canción de Mumford & Sons, los nombres de las monedas de algunos países, o algunos nombres de la lucha libre, como The Undertaker, por mencionar uno: “Para entonces sólo quería cantar / The Wolf –preferiblemente en un convertible / entre Utah y la complejidad/de mi sosiego”.
Esta voz estima decirnos que el poeta mira el mundo e intenta comprenderlo, pese a que lo siente como un acantilado de mierda que se balancea entre el mundo real y sus sueños. Este personaje que transita entre latas, pasillos y clientes de un supermercado, termina por ser igual al compañero de trabajo que camina sin sentido. Hay un hombre que mira pasar el tiempo, y que a veces podría parecer pesimista. Es sólo alguien que da cuenta de lo que vive desde su propia experiencia personal, una que dista mucho del “ideal poético” que algunos aspiran.
En este poemario los productos de un supermercado cobran vida, están en los anaqueles, sí, pero aparecen despojados de su condición real y provistos de una humanidad. Quizás esta sea la de esa voz que nos convoca a mirar los objetos, los pasillos desde el plano de nuestra propia realidad interna. Estos objetos están en estos versos “a manos de soñadores y seres / que canjean sonrisas y chocolates / en un San Juan que ofrece silencio y dolor / y que solo entienden aquellos / que la ciudad ignora”.
Hambre nueva no sólo se refiere a pasillos, productos, habitantes ignorados, empleados conformistas. También propone una poética más íntima, más próxima al hombre y la mujer que buscan en estos versos un poco de sí mismos, sin que esto sea el motivo de la lectura. Pero no hay duda de que cuando leemos poesía, no hay certezas; sólo existe la posibilidad de un encuentro que quizás sea bien recibido o no. Esta experiencia puede terminar en el deseo de seguir alimentando el apetito de al menos un lector.
Podemos asumir que Hambre nueva es la reunión de varios apetitos: la de la voz que permanece en los poemas, la de los personajes que lo acompañan, la del lector que sucumbe ante el acto poético, e incluso la del propio autor, que quiere ofrecernos tantas apetencias, que no sabemos si esa hambre responde a un anhelo individual, o al vacío del mundo que vendrá a quitarnos el hambre de las ideas.
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