Fuerza bruta. Maha Vial. Valdivia: Ediciones Kultrún. 2019. 48 páginas.
En el lenguaje los seres humanos hemos construido imaginarios para aquello que deseamos y aquello que despreciamos. Las palabras nos permiten refugiarnos de la fragilidad de nuestras vidas, a la vez que nos enfrentan cara a cara con ella. Maha Vial, a lo largo de su obra, ha manifestado una militancia del cuerpo y la palabra, comprometida con la performance y la escritura, dimensiones que se funden en una voz profundamente crítica y metapoética. Para Vial, el lenguaje de la poesía es una forma de existencia que no requiere de artificios o piedras preciosas.
Fuerza bruta está compuesto por veinticinco poemas sin título que contienen la potencia de un solo golpe certero. En sus páginas se respira un aire conocido, primigenio y actual, donde el cuerpo, testigo y protagonista, se presenta desnudo, en bruto, tanto al placer como a la vivencia de la violencia. Esta obra nos incita a preguntarnos por la pulsión de escribir, de registrar la experiencia en el mundo, en el territorio y en el cuerpo. ¿De dónde surge y dónde acaba este impulso, esta “brutalidad” que es masticar y escupir los vocablos hasta el agotamiento?
El esfuerzo ritual por el decir, el gesto de buscar y querer hallar algo con la lengua –“la palabra escondida” para Stella Díaz Varín– pareciera provenir de un origen primitivo y de reiterarse inevitablemente en el tiempo. El proceso de crear con el lenguaje es intenso y vital/fatal en la piel de nuestra poeta, donde las palabras saben su peso y anhelan su crudeza antes que el adorno que suele ablandarlas, por eso se exige “abordar el poema/ a combos y a patadas”.
El río, que aparece desde el primer texto, es un elemento de presencia importante en la obra, junto a la lluvia, tan característica de este pedazo de tierra al sur de la existencia. Este río –Caucau, Cruces, Calle-Calle o Valdivia– en realidad puede ser cualquiera, siempre que transmita esa sensación de observador incansable de las tramas cotidianas de lo cómico y lo trágico –río de sangre, dijera Violeta–. Agua, sangre y tinta se mezclan en el flujo de la conciencia de Vial para dar cuenta de la labor de la escritura.
En este ejercicio contradictorio la poeta se encuentra a sí misma: trabaja como esclava de la palabra para constatar su emancipación; se define solitaria, al tiempo que acompañada por algunos que le han precedido en su oficio. De este modo, aunque se atreva a afirmar en cierta página “que tras la cortina estoy yo/ sola”, en otras rinde tributo a Parra, Mistral y Artaud, reconociendo así en ellos su complicidad. También se observa –un motivo recurrente en la poética de Vial– una eroticidad con perspectiva de género que, de manera sutil, denuncia la violencia que experimenta como sujeto la mujer: “Pero las brutas hacemos/ fuerza/ levantamos el saco/ seguimos como si nada/ y de paso nos pintamos/ los labios”. Este gesto de insistencia –o insolencia– es una forma de resistencia política ante poderes que frustran o reprimen el sentir y el actuar en libertad, una invitación a ser valientes y no ceder ante la presión hegemónica.
Maha Vial se posiciona contra las normas establecidas, sean del orden del vigilar y castigar o de la visión anquilosada de críticos o académicos. Fiel a sí misma, su llamado es incendiario para movilizar piernas y conciencias en una danza donde no se permitan los ritmos que no se puedan bailar. Si queremos que la poesía sobreviva –y, sobre todo, VIVA– en medio de un sistema que la prefiere muda e inerte, debemos alimentar su fuego con la fuerza de nuestra propia carne. Que la poesía persista así, “como una brasa candente”, no sólo es posible, “es la única manera/ posible”.
Francisco Ferrer
Universidad Austral de Chile