Nueva York: Ugly Duckling Presse. 2023. 40 páginas.
“es carnaval y yo soy Leonardo / tortuga ninja te pico en pedacitos / qué calora este disfraz / me saco la careta / me sale la melena”, leemos cerca del final de estimado representante de Isadoro Saturno. Tras narrar en versos cortos las experiencias de una cría trans en Venezuela, de jugar con el género de los artículos y sustantivos que resaltan en el texto –de mencionar “la timbra” del cole, “el carrito vieja” de la madre, la “espeja” ante la que simula afeitarse–, las licencias del autor salen del mero estilo para puntuar el vínculo del género con la nación. Después de todo, decir la calora en Barquisimeto o Caracas no resultaría raro. Estas alteraciones gramaticales no corresponden a una arbitrariedad estética, sino a una exploración del yo que no se desprende del nosotros, de la identidad como fenómeno fundamentalmente social.
El poemario de Saturno es un tratado particularmente venezolano sobre las premoniciones de la niñez –aquí, vinculadas a nuestro cuerpo y corazón–. Por ello, me parece valiente que Ugly Duckling lo publicara con una traducción al inglés en su reverso. ¿Cómo lograr, en un idioma cuyos nombres suelen prescindir lo masculino o femenino, sus gestos literarios? ¿Cómo lograrlos, además, desde la interseccionalidad que los motiva? Estos han sido los retos de E.R. Pulgar, quien ha manchado seductivamente este texto con su magia.
Veamos: los vocablos entre guiones del primer párrafo son traducidos respectivamente como “the belle”, “our old mitsubi/she”, “mir/her”. Son construcciones que no se corresponden con giros dialectales, a la manera de Saturno, pero que reflejan la pronunciación adecuada de las palabras que evocan. Que confirman la importancia de lo oral en estos poemas desde otro cuerpo, otra gramática. Lo lúdico, muy de la infancia –del retrato poético de esta, indudablemente–, se rescata auténticamente. Si traducir es (inevitablemente) traicionar, la deslealtad de Pulgar es cristalina. ¿Pudiéramos llamarla necesaria?
Solemos categorizar el incumplimiento de promesas o expectativas, especialmente de proyectos económicos y políticos, como un fracaso. Sospecho que nuestras expectativas cuando leemos subtítulos o textos escritos en lenguas que no manejamos, son que el sentido original fluya lo más posible –que no nos perdamos nada. Pero no lograr una meta, con frecuencia establecida arbitrariamente por otros, no significa que el resultado sea sombrío o decepcionante. Bien ha ligado Jack Halberstam, profesor en Columbia, lo queer con el arte de fracasar; bien vemos en la traducción de Pulgar una atención especial al género cuando torna “me dice la maestro / leemos mamá oso papá osa” en “my teach/her says / let’s read mamá he-bear papá she-bear”.
“La traducción que nos ofrece Pulgar, coherentemente, da vida al espíritu que quiere chocar contra las paredes de tal cubículo: no estamos ante una transcripción, sino un traslado”
Precisa Halberstam que las personas con sexualidades no normativas están acostumbradas a fracasar, pero que esto “puede en realidad ofrecernos formas más creativas (…) de estar en el mundo”. Dice también que “el fracaso conserva algo de la maravillosa anarquía de la infancia y perturba el supuesto claro límite entre adultos/as y niños/as, entre vencedores/as y perdedores/as”. Más allá de la traducción, estas vertientes sobre no cumplir expectativas se reflejan fielmente en el poemario de Saturno. Para quienes dialogan con la lingüística conservadoramente, prescriptivamente, los giros de género comentados antes no son sinónimo de victoria. El clímax del relato en verso, “soy niña niña niña,” ante el estrés infantil que fuerza las primeras identificaciones, ante las coyunturas aparentemente banales que enrumban nuestro destino desde la niñez, así como las tajantes líneas que siguen, “es hora de la cena / y el pan es el pan / y el vino es el vino” (en inglés, “n the bread is the bread / n the wine is the wine”), implican un deber ser patriarcal, católico –pues no podemos conocer, al parecer, una pan o una vina– que limita cualquier exploración. estimado representante encierra un experimento naif y poético, dispuesto al asombro infantil, en un cubículo de estereotipos. Y la traducción que nos ofrece Pulgar, coherentemente, da vida al espíritu que quiere chocar contra las paredes de tal cubículo: no estamos ante una transcripción, sino un traslado.
Cuando leemos pues dear parent or guardian, la versión en inglés del poemario, leemos una traducción literaria –una traducción cuyo fin es, como diría Kwame Anthony Appiah, producir un escrito cuya relación a las convenciones lingüísticas y estéticas de la cultura de quienes la lean, refleje los vínculos del texto original–. Mas Appiah señala dos actividades posibles –dos géneros, digamos– dentro de esta traducción: (a) buscar escribir una obra literaria en sí, cuyo valor “depends very little on what it tells us about the culture from which the object-text it translates has come,”1 y (b) a través de glosarios y anotaciones, dar con un texto que funcione para las enseñanzas literarias. Y cuesta mucho ubicar la versión de Pulgar del poemario en una sola de estas categorías. Bien comenta en su nota de traductor por qué decidió traducir así las búsquedas del poemario ante el español y lo local: “como un inmigrante Venezolano más, no soñaba con borrar la palabra bastarda plátana,” menciona. Cierta liminalidad aparece no solo en torno a lo didáctico y lo radicalmente estético, sino también en relación a la identidad de género que define estimado representante. Al texto y a la traducción se les escapan definiciones sencillas como consecuencia de la confusión vuelta musa.
Vemos, entonces, que para Pulgar es una obligación imprimir su propia identidad en el inglés que reelabora los versos de Saturno; después de todo, ¿cómo no cuando desde la no binariedad de quien traduce, desde la posición del poeta como hombre trans, las experiencias personales forman el puente más sólido para generar palabras y frases íntimas, sinceras, reales? Aunque T.S. Eliot famosamente escribió que “the progress of an artist is a continual self-sacrifice, a continual extinction of personality”2 –es decir, que la clara presencia del estilo, de los valores del poeta corrompe el poema–, Pulgar nos muestra que el progreso, más bien, requiere de sumar voces vulnerables al coro. Sin un sello mojado de su personalidad sobre el libro de Saturno, su traducción sería mero molde, mera piedra.
“Traduire, c’est trahir”, reza la famosa frase sobre el arte de moverse entre lenguas. Pero Pulgar, en este ejercicio, nos muestra cómo traducir puede ser –y a veces debe ser– un trans-decir. Una forma de fracasar necesaria para abrir túneles bajo barreras gramaticales. Una vía desde el examen-recuento de la niñez hasta la afirmación radical del yo, de raíces precisas pero que florece por doquier. Un puente entre la tradición y la apertura.
Los versos de Saturno son tan creativos –una reacción astuta ante los límites del lenguaje que practicamos cotidianamente– como francos. Los de Pulgar son, correspondientemente, responsables y raros: no solo por seguir la fragilidad del original, especialmente en relación al género, también por traspasar conscientemente las intimidades del cuerpo propio, desplazado, cuir, a la potencia de la letra. Si tomamos como fracaso la traducción de Pulgar, resulta claro que debemos redefinir el término de la forma más positiva posible: no como desperdicio, sino como nudo. Espero, pues, que el poemario de Saturno y la versión de Pulgar nos impulsen a valorar más críticamente el arte de traducir dentro de los círculos literarios de Latinoamérica –o a darles las espaldas a los cánones para gozar libremente de las lenguas y la ansiedad ante lo nuevo.
Notas:
1 Traducción del autor: “depende muy poco de lo que nos dice sobre la cultura de la cual viene el objeto-texto traducido”.
2 Traducción del autor: “el progreso de un artista es un auto-sacrificio continuo, una extinción continua de la personalidad”.