El canto y la piedra. Mijaíl Lamas. México: Valparaíso. 2017. 63 páginas.
Todo poema es un doble homenaje, por un lado a los textos que le antecedieron, pues se nutre de temas ya visitados incontables veces; y por otro, a la propia vida del autor, es decir, cada idea vertida en el poema tiende a revelar gustos, lecturas, acaso también cuestiones negativas sobre el propio poeta. Pienso en el Bonifaz Nuño de El manto y la corona (1958) y el Eduardo Lizalde de La zorra enferma (1974). Ambos poetas muestran un notable acercamiento a la tradición grecolatina, con el fin de validarla en la poesía mexicana, pero lo hacen de forma diferente, de acuerdo a sus personalidades: el primero prefiere el poema amoroso, elegiaco, puesto en una atmósfera cercana al hombre de a pie; el segundo, el poema epigramático, mordaz, en voz de un poeta que descree de los grandes valores de su tiempo. El canto y la piedra (libro número 45 de Valparaíso México) de Mijaíl Lamas, es un poemario cuyos versos se hallan emparentados con los de Bonifaz y Lizalde, ya por el interés en revisar la tradición grecolatina para el contexto actual mexicano, o bien, por el tratamiento del tono, desde uno melancólico, hasta otro que raya en lo irónico, pasando por el celebrativo.
El canto y la piedra se divide en cinco partes: “Materia”, “El canto y la piedra”, “Órficas del Hades”, “Los dioses personales” y “Final”. Las primeras dos, que juntas suman tres poemas, pueden ser consideradas como la apertura del libro, pues se celebra el canto como forma de nombrar el mundo, el acto de escritura y la importancia de la palabra del poeta como forma de trascender a su tiempo mortal. Sin estos elementos, parece decirnos Lamas, no es posible que se concrete el oficio poético.
La tercera parte es la más extensa y mejor lograda de las cinco y, creo yo, constituye un pequeño aporte a esa vertiente de la poesía mexicana que intenta realizar una labor de minería con la literatura clásica, para hallar algún metal precioso. En ese sentido, Lamas ha encontrado algo valioso: una crónica de la depresión actual, fundada en el fracaso y cómo éste se manifiesta en diversos ámbitos de la vida cotidiana. Para ello, se parte del mito de Orfeo y su enfrentamiento al inframundo, y se reinventa a los personajes que en él aparecen: Orfeo es un oficinista, Eurídice la amada que hace tres meses se ha ido, cuando la llaman cuelga el teléfono. El inframundo no es un sitio en concreto, sino la depresión que Orfeo sufre: como una espesa sombra, cubre el bar, la oficina, incluso la casa. En su libro Esa visible oscuridad (1990), William Styron describe su relación con la depresión como “un penetrar en las sombras de la tarde con su avasallamiento de ansiedad y temor (…) mi pensamiento se hundía bajo una marea tóxica e inenarrable que obliteraba toda respuesta placentera al mundo viviente.”. El Orfeo de Lamas parece vivir un proceso de descomposición de ánimo similar al de Styron, que se ve reflejado en el lugar que habita y termina por destruir su rutina diaria: “Han pasado tres meses desde que tú te has ido / y yo sigo preparando / dos tazas de café por la mañana. // La que no beberás la tomo yo siempre. // Tres meses han pasado y hace dos semanas / que mi ropa está sucia, / la basura se amontona en todas partes / y el viejo Cancerbero, que es casi un invidente, / ha empezado a ladrarme cuando regreso a casa.”
El poema “XX”, que es el último de la historia del personaje principal, mas no de la sección, es importante por el cierre que propone, el cual se debate entre el final feliz y la prolongación del sufrimiento mental: “Toda la habitación se ha vuelto luminosamente oscura, / he soñado contigo, / muy despacio me dices: por fin estoy de vuelta.”. Lamas finaliza el poema en el sitio más bajo del inframundo, el momento de las verdades, cuando el amante está a punto de despertar: o efectivamente la amada está allí y por fin la vida y los ánimos volverán a su cauce normal, o todo fue un sueño y la voz escuchada es la del deseo jamás cumplido.
La cuarta parte de El canto y la piedra consiste en varios poemas lúdicos que subrayan el carácter del libro como heredero de tradiciones y materia consciente de los acontecimientos de un tiempo determinado. Los textos ahora extienden sus referencias a la cultura del Rock, como si Lamas nos dijera que en las canciones de este género musical todavía se pueden escuchar reminiscencias del canto de Orfeo. En “Janis”, la voz de Janis Joplin invita al poeta a saber que se ha convertido en un empleado más cualquiera; pero pronto el poeta se aleja de la voz de Janis y remata rechazando las ganas que tiene de mandar todo al diablo. Mientras tanto, en “Peter Pan reclama”, las canciones de Nirvana son el único amuleto en contra de la vida vacía de la oficina. “Nevermind”, que hace referencia al segundo disco de Nirvana, es una crónica trágica de inicios de los años noventa: la muerte de Colosio, el exterminio de los tutsi en Ruanda, el Tratado de Libre Comercio.
La sección final, también subtitulada “Del anti-Orfeo”, es un retorno a la trama de la tercera parte del poemario. Se vuelve a Orfeo, se explora esta vez desde el canto mismo. Lo que surge es una reflexión sobre el oficio del poeta en tiempos modernos. Para Lamas, acercarse al poema es darse cuenta de nuestra condición actual en el planeta, y saber cómo nos relacionamos como sociedad: “porque estoy despierto todas las mañanas como quien murió hace días”. Este es el poeta al que llegamos leyendo El canto y la piedra, un Orfeo sí, en el sentido de que su presente se ha convertido en un viaje al inframundo. Pero también un anti-Orfeo, porque, a diferencia del héroe mitológico, su canto no apacigua a las bestias ni salva, sino que únicamente existe y se escucha para dar cuenta de su presencia en el mundo, presencia marcada por las alegrías y pesares de la vida cotidiana.
Marco Antonio Murillo
Fundación para las Letras Mexicanas