Madrid: Alfaguara, 2024. 424 páginas.
La novela más reciente de Sergio Ramírez (Masatepa, Nicaragua, 1942), Premio Cervantes 2017, se titula El caballo dorado, que resulta ser un caballito de madera bellamente tallado y pintado, que encabeza la manada de caballos de un carrusel. El personaje principal es la princesa María Aleksándrovna, una princesa venida a menos de quien a menudo se dice que es renca y tiene que usar “una férula de tornillos de cabeza avellanada y correas de vaqueta en la pierna izquierda” para caminar. Su padre es un borracho que juega todas las noches al rocambor con sus empleados y pierde día a día lo poco la herencia que recibió. “Ahora no quedan de la antigua posesión sino unas cuantas desiatinas de pastos al pie del peñasco, donde María Aleksándrovna pastorea un reducido rebaño de cabras y ovejas”. A la primera oportunidad la princesa se fuga con el peluquero del pueblo, Anatoli Florea, tallador de los caballitos de madera y presunto inventor del carrusel que habrá de fascinar a las multitudes de finales del siglo XIX. Por eso “en el poste de listones frente a su puerta hay ensartado un corcel dorado, esculpido en madera de abedul, las crines al viento, la cabeza desafiante, los belfos dilatados, y las patas delanteras en actitud de avanzar o de saltar teniendo el vacío bajo sus cascos”.
Como sucede a menudo en las novelas de Ramírez, el curso de la narración provee una investigación sobre el caso, utilizando una gran variedad de documentos, cartas, artículos, reportes policiales, escenas imaginarias y hasta anónimos de dudosa veracidad. Una sección de este capítulo 2 nos presenta un artículo titulado “Anatoli Florea, ¿inventor del carrousel?”, que resulta ser el capítulo 7 del libro Documented History of the Corrousel, publicado en Reino Unido en 1936. Así nos enteramos de que el carrusel ya había sido inventado, lo que no disminuye el talento de Anatoli quien, en sus cuadernos (uno de tapas azules y otro de tapas negras) anota todos los detalles sobre la construcción, mecanismo y diseño de su carrusel. El caballo dorado también es una metaficción sobre el arte de narrar. En el capítulo 1 la princesa compara la versión del cuento de “La caperucita roja” que le cuenta la cocinera del castillo, con la versión de Perrault que lee en un libro que su padre le ha comprado. Esto sirve de preámbulo para los lectores de la novela que en el proceso de lectura nos veamos confrontados con diferentes versiones de las historias, con datos contradictorios y con infidencias que nos obligan a leer con suspicacia.
El caballo dorado es una de las novelas más eruditas, detalladas y prolijas de Sergio Ramírez, un autor cuya obra se destaca por su complejidad estructural, su riqueza lingüística, su innovación y su diversidad. Desde su primera novela Tiempo de fulgor (1970) Ramírez ha demostrado ser un narrador complejo, dispuesto a levantar telones en su narración para obligar al lector a leer bien, a mirar de nuevo el texto, a releer entre líneas y discernir lo que está sucediendo. Pero también ha demostrado estar sumamente interesado en la realidad de la diégesis, en los detalles, en los olores que circulan en el ambiente y en las marcas de los productos. Es por eso maravilloso adentrarse en esta novela que empieza en Rumania en el siglo XIX, y admirar la riqueza documental que maneja el autor, la proliferación de referencias bibliográficas que revela, o la forma desenfadada en que menciona un hecho y luego lo confirma con una cita o referencia bibliográfica. Veamos por ejemplo en el capítulo 1, cuando habla del príncipe Aleksándr Vasílievich Korchak, padre de María, y cita el libro de Elinor Barber, The Slavic Country side Nobility (1898), para demostrar que ser príncipe no era una gran cosa; el título se usaba para designar a cierta clase campesina propietaria, y no necesariamente una persona poderosa en espera de ocupar el trono. Remata esta explicación citando las novelas de Fiódor Mijáilovich Dostoyevski, donde “encontramos a cada paso príncipes del montón”.
“El narrador de El caballo dorado está muy consciente de su papel de narrador, e interrumpe en algunos momentos la trama para hacer anotaciones metanarrativas o comentarios sobre los hechos”
En todo caso esta novela puede pecar de enciclopédica y extenderse demasiado en los detalles. El autor ha citado en las entrevistas el ejemplo del arte de pintar los caballos del carrusel, y en especial el de conseguir la tintura particular del caballo dorado. “El dorado refulgente que proviene del cianuro de potasio” es la sección donde se explica la forma de conseguir ese tono, según lo detalla Anatoli en su cuaderno de tapas de hule negro. El cianuro de potasio será también el veneno que, destinado a la princesa, acabará con la vida de Anatoli y sus sueños de inventor del carrusel. La investigación que conlleva la novela es abrumante, sobre todo en la primera parte cuyo mundo es quizás desconocido y distante para los lectores latinoamericanos. En el capítulo 6 cita todos los nombres que se han usado para el carrusel, describe todas las piezas necesarias para construir un carrusel, y en el capítulo 7 encontramos un adendum a la lista de piezas.
El narrador de El caballo dorado está muy consciente de su papel de narrador, e interrumpe en algunos momentos la trama para hacer anotaciones metanarrativas o comentarios sobre los hechos. A menudo en la novela encontramos secciones impresas en una fuente más pequeña que el texto normal, y cuya procedencia no es claramente identificada. Por ejemplo, la sección titulada “Enconada persecución”, que se compone de cuatro fragmentos. La leemos como parte de la novela hasta llegar al final, pero luego nos enteramos de que se trata de una narración que ocurre en la mente de Vasili Ciprian, empleado del príncipe Aleksánder, quien poco a poco ha ido ganándole todas sus posiciones en los juegos de rocambor. Ramírez echa mano de una enorme variedad de textos narrativos, desde cartas interceptadas, informes policiales, textos históricos, un sueño de Giuseppe Tartini donde hace un pacto con el diablo, el opúsculo del mexicano Julio Sedano quien asegura ser hijo del emperador Maximiliano I, hasta el testimonio del poeta colombiano Julio Flórez, y un artículo de Francisco Huezo.
La última parte de la novela ocurre en Nicaragua en 1910, donde María Aleksándrovna llegará por petición del presidente José Santos Zelaya, para instalar el carrusel que tanto fascina a la gente en Europa. Es de esta forma que el carrusel termina recorriendo muchas de las ciudades y pueblos del país, en ferias y fiestas patronales, ya en estado calamitoso, “quebrada la crin del corcel dorado, las rosas de la collera desportilladas sin remedio, y no pocos de los demás sustituidos por animales de fibra de vidrio”.
El caballo dorado es otra excelente novela de Sergio Ramírez, donde una vez más demuestra ser un maestro del arte narrativo, tener un excelente dominio de la prosa, y una enorme capacidad descriptiva. En una época donde el prosaísmo está de moda y el realismo sucio se impone, esta novela despliega un lenguaje riquísimo y elegante, renovando el compromiso de que la literatura sea ejemplar, entretenida y valiosa.